SOCIEDAD
“Los 8 escalones”: la insólita estrategia del ganador de la llave que sorprendió a todos
Juan usó una inesperada estrategia en Los 8 escalones (Foto: captura Eltrece)Juan se puso a hablar con su novia y su suegro (Foto: captura Eltrece)Juan consiguió la llave dorada (Foto: captura eltrece)
Este jueves, Juan, participante de Los 8 escalones (eltrece) logró llegar a la final para competir por el departamento. El emprendedor gastronómico ganó en el escalón de la vivienda con 18 aciertos en 60 segundos y se quedó con la tan codiciada llave dorada.
No obstante, en la competencia por el dinero, se quedó a mitad de camino, mientras que Camila ganó por segunda noche consecutiva y acumuló 6 millones de pesos. Antes de finalizar el programa, Guido Kaczka, conductor del ciclo de entretenimientos, llamó a ambos para que se reunieran.
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Juan decidió aplicar una estrategia nunca antes vista en el programa: se juntó a charlar con dos personas del público para que juntos planearan la mejor estrategia para negociar. Estas personas eran su novia y su suegro.
“Lo pueden charlar, por supuesto”, comentó el presentador, aclarando que el concursante no estaba rompiendo ninguna regla. “Si la vendo puedo volver”, dijo el joven y todos lo escucharon porque su micrófono estaba abierto.
Con su novia y el padre de ella debatieron por cuánto dinero podía vender la llave para seguir participando por la plata. “Te la puedo vender en tres millones”, lanzó el emprendedor, pero la ganadora le dijo que no.
Sin vueltas, le preguntó por qué suma estaba dispuesta a comprar la llave. “$500.000 y no me muevo de ahí. Es eso o nada”, le dijo ella. Finalmente, decidió quedársela y regresar en la final para competir por la vivienda a estrenar.
Lo echaron del trabajo hace 20 días y se largó a llorar cuando ganó los tres millones en “Los 8 escalones”
Este martes se volvió a vivir una noche muy emocionante en Los 8 escalones (eltrece). El ganador de los tres millones de pesos fue Adrián, quien se largó a llorar cuando recibió el premio y se fundió en un conmovedor abrazo con su novia.
Al comienzo del ciclo, el participante le había contado a Guido Kaczka que atraviesa un difícil momento porque se quedó sin trabajo. “Soy empleado de comercio, actualmente estoy desocupado, hace 20 días perdí el trabajo”, explicó durante la primera etapa de la competencia el joven que vive en San Martín.
Luego, expuso los motivos por los que lo echaron de un supermercado y por qué le pareció muy injusto: “En realidad es una empresa muy grande, una multinacional. Yo estaba en el sector de carnicería, espectacularmente bien, pero me cambiaron el jefe y fue todo mal”.
Y completó: “Él ascendió como verdulero, de carnicería no tenía ni idea. Como que no le caí bien, me empezó a sancionar por un montón de cosas, pedí cambio de sucursal, no le gustó a la empresa eso, y decidieron echarme”.
SOCIEDAD
Dónde va a quedar la rebeldía
Tiempo después de que naciera nuestro primer hijo pensamos -lo sé, suena tan obvio- en agrandar la familia. No teníamos dudas, creo, acerca de buscar el o la hermana -fue ella, finalmente- pero uno siempre elabora escenarios. Recuerdo que en esas digresiones, la idea de que el mayor fuera hijo único no nos asustaba por él en tanto niño sino por su futura adultez.
Me explico: en algún momento uno se pone viejo y necesita ayuda, colaboración. Por más que se sueñe con no molestar y liberar a los hijos, los lazos se imponen y, si son potentes, hay una casi necesidad de estar con el otro. Nos parecía, entonces, injusto que sólo uno se responsabilizara por dos. Demasiado peso.
No fue, reitero, esa la razón de buscar la hermana, queríamos más clima de familia, pero sí reconozco que se nos cruzó por la cabeza esa percepción de ¿injusticia? existencial.
Sé que a veces no se trata de una decisión sino de algo que se impone -un problema médico, el divorcio de los padres, la edad que no lo permite-. Pero cuando se puede elegir, intuyo por dónde recorro el camino. Sin embargo, el mundo parece ir por otra dirección. En los Estados Unidos, el 20 % de las hogares con hijos tienen un solo niño. En España, el 18 %. Peor en Corea: las parejas de ese país promedian menos de un hijo cada una.
Aquí se abren distintas encrucijadas. La que hablábamos, más íntima, sobre la carga que significa hacerse cargo (la redundancia es buscada). Y la social: ¿puede una comunidad vivir en lógica de pirámide invertida (más viejos que jóvenes)? Las respuestas son varias. Desde lo económico, si queremos mantener un país con cierto bienestar, se complica: el Estado se financia con los impuestos y con menos gente activa, menor recaudación a la par que crece el número de adultos mayores que necesitan atención. Pero hay otra dimensión, psicológica: ¿cómo se mantiene fresca, rebelde, creativa una sociedad en la que faltan jóvenes? ¿No nos volveríamos demasiado conservadores, algo tediosos? Una pregunta por ahora sin respuesta.
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