Los jubilados y pensionados de la Anses (Administración Nacional de la Seguridad Social) reciben en julio un incremento en sus haberes del 4,2%, producto de la actualización que desde este mes empieza a regir para los titulares del sistema previsional argentino y que está dado por el índice de inflación del mes de mayo, publicado por el Indec (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos).
De ahora en adelante deja de regir la Ley de Movilidad, que implicaba reajustes trimestrales, y entran en vigencia las actualizaciones de montos por el IPC (Índice de Precios al Consumidor) que para las liquidaciones de julio utiliza el último registro difundido, correspondiente a mayo. Así, queda reemplazada la fórmula de movilidad, que se utilizó durante la gestión de Alberto Fernández, por el uso del porcentaje de inflación con dos meses de rezago.
Tal como confirmaron a LA NACION desde el organismo previsional, este mes los jubilados y pensionados pueden saber con anticipación el monto exacto que cobran, ya que el cálculo solamente depende de este porcentaje. Con la nueva modalidad de ajuste los jubilados y pensionados de la Anses reciben una actualización de haberes que modifica el monto de la jubilación mínima y máxima y de otras prestaciones del sistema previsional.
Las jubilaciones mínimas, con esta actualización, quedan en $215.622,21, y ese es el valor que casi un 65 por ciento de los titulares del régimen general percibe en julio, mientras que el haber bruto máximo, pasa de $1.392.450,38 a $1.450.933,30.
Tal como figura en el anexo del decreto presidencial 274, lamovilidad a aplicar en un mes determinado corresponde a la variación mensual del Nivel General del Índice de Precios al Consumidor con cobertura nacional, publicado por el Indec, correspondiente al mes previo al mes anterior al del pago de la movilidad. De esta manera, “en julio de 2024 se abonará la variación del Índice de Precios al Consumidor correspondiente a mayo de 2024; y en agosto se abonará la variación correspondiente a junio, y así sucesivamente”, según figura en el escrito oficial.
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En tanto, quienes perciben la Pensión Universal para el Adulto Mayor (PUAM) recibirán un total de $172.497,76, mientras que las Pensiones No Contributivas (PNC) por Invalidez y por Vejez alcanzarán este mes la suma de $150.935,54.
Aunque el Gobierno no confirmó que haya bono previsional en julio, de mantenerse la modalidad implementada durante la gestión de Javier Milei, el extra continuaría distribuyéndose entre los titulares del sistema previsional, y el monto de $70.000 que se viene entregando,les corresponderá a quienes cobren solo una prestación que sea menor o equivalente al haber mínimo. Mientras que los jubilados y pensionados que superen el monto de la mínima, recibirán un monto proporcional.
Para iniciar un trámite jubilatorio en la Anses es necesario seguir estos pasos:
Debo tener siete años y mi juguete favorito es la imaginación, de los otros tengo pocos. Estoy en el patio jugando con la tierra de unas macetas en donde, para mí, existen mundos enteros creados con detalles. Relato esas aventuras en voz alta y las palabras quedan flotando en el aire hasta que se desarman. Descubro mi voz, me gusta y fundo en ella mi ego para cuando sea grande. No tener hermanos es ser dueño también de los sonidos y los silencios, si un ruido quiebra la siesta de mis padres, no tengo a quien echarle la culpa. Pero eso no ocurre, soy obediente y me hablo bajito. El tiempo pasa lento y me aburro aunque no le pongo ese nombre, simplemente porque no conozco otra cosa. Cuando no estoy en el patio creando mundos fantásticos, estoy leyéndolos en libritos que me regala mi madrina de vez en cuando. Lo ignoramos por el momento, pero es lo más valioso que me va a dar en toda su vida.
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Dónde va a quedar la rebeldía
En la familia no hay primos, entonces mi contacto con otros chicos es en el colegio y en el barrio. Estos amiguitos tienen hermanos. Las maestras y las madres los comparan con ellos, les exigen diferenciarse aunque sean gemelos, de mí no esperan nada en comparación con nadie, a la vez esperan todo. Camino sin referentes, sin testigos, sin contemporáneos. No parece importante ahora, pero un día me daré vuelta y no habrá nadie con quien criticar a los padres o con quien llorar a los padres.
Crezco y escucho una conversación entre mi madre y mi madrina, ellas son primas, sus madres fueron hermanas. Hablan de mí, de que me van a comprar mi primer corpiño. Hablan distinto a como las escucho siempre, entiendo que algo de lo femenino me empata con ellas ahora que las tres somos mujeres, que soy parte de ese linaje que como un rio caudaloso trae agua cristalina y peces pero también palos y piedras. Una corona a la que no se puede renunciar.
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Lo cuentan los escritores
A los dieciséis mi madre me enseña a manejar, por si me pasa algo, dice. Yo, en cambio, aprendo con ansias de independencia, el tiempo nos dará la razón a las dos. Soy de las adolescentes que no se rebelan, que les gusta leer y escribir poesía. Me fanatizo con un poema de la Pizarnik que se llama “La carencia”: Yo no sé de pájaros/ no conozco la historia del fuego./Pero creo que mi soledad debería tener alas., dice, me digo.
A esa altura comprendo que soy muy sociable, en eso me diferencio de mi madre y mi madrina que también son hijas únicas, aunque si hubiese un ranking, me parecen mucho más hijas únicas que yo. Hago buenas amigas en el colegio que se convierten en un lugar de pertenencia, son pares. Descubro que tomo decisiones sola, en quinto año lo llaman liderazgo pero son los destellos de no tener la costumbre de acordar con nadie sobre ninguna cosa, desde la comida y el baño hasta el dinero. Decido y hago. No suelo ceder en mis convicciones y eso se confunde con seguridad algo que en la adolescencia parece destacable. El coctel se prepara, voy a estudiar Derecho.
Para cuando empiezo la facultad, la familia se cierra en mi madre, mi madrina y yo. Sus padres han muerto, los hombres se han ido o nunca estuvieron. Mi madrina no tiene hijos, yo tampoco los tendré. Me pongo de novia con un vecino de mi edad, su familia es estridente y numerosa, definitivamente no encajo. La comida se sirve en fuentes, se piden favores, se pasan a buscar, hacen cosas entre todos, aparecen multiplicidad de cumpleaños y reuniones. Hay hermanos, cuñados, tíos, primos y sobrinos. Debajo del árbol de Navidad hay decenas de regalos. Pienso que algo de razón tienen los que dicen que los hijos únicos no sabemos compartir. Agrego, no sabemos calcular porciones de comida para más de una persona y el silencio es un lugar al que queremos volver siempre, porque lo conocemos. Mi madre critica bastante a la familia de mi novio, no la entiende, es tan diferente a “nosotras”. Se encienden las alarmas. “Nosotras” entra en escena como un candado que clausura la posibilidad de que haya otros, alguien más en la familia.
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Mientras la televisión, las novelas, la publicidad y hasta los noticieros muestran a familias “tipo” que comparten la gaseosa del envase grande o van de vacaciones con promociones en cabañas dobles o triples, yo soy una oración unimembre. Asumo que es mi condición, algo que me diferencia. No pesa pero resuenan las preguntas, ¿Se da así o es buscado? ¿Es acaso un patrón que se repite, consciente o inconscientemente, trazando una serie invisible pero determinante? No consigo respuestas, el tiempo pasa y continúo sin aprovechar las promociones ni los envases familiares. Unimembre, es más caro.
Me recibo de abogada, soy la primera con título universitario, orgullo y lágrimas. Podría buscar emplearme en alguna firma, una oficina pública o trabajar en una compañía, en cambio abro mi propio estudio jurídico, sola. Me sumo a una costumbre de la profesión, el cafecito cuando voy a tribunales o después de las audiencias, el cafecito con otros abogados pero también con un libro. Leo mucho en el transporte y en las esperas de los trámites. Pienso en escribir un libro con las historias de mis primeros clientes: la del hombre que me pidió una carta documento para que su ex le devuelva la ropa interior que le había regalado, la de la inquilina a la que se le rompieron siete calefones, la del bígamo. Quiero escribir pero no lo hago aunque me doy cuenta que ser abogada y hacer ficción es casi la misma cosa.
Años después llega la mudanza. Me voy a vivir sola a una casa heredada, con los cubiertos, las copas y los platos también heredados de una tía de mi madre y mi madrina. Ocupo mi lugar en la serie. Mi amiga que estudia numerología suma los números de la dirección de la nueva casa, los de mi nacimiento, los del año en curso y creo que hasta los de la patente de mi primer auto. Por separado o conjuntamente la operación da diez. Que reducido a una cifra es uno. Siento que es algo de lo que no puedo escapar. Es el número que representa los inicios, lo singular, la unidad, dice mi amiga entusiasmada. Ella también es hija única como su bebita, la que será mi ahijada y a la que, cuando crezca, le regalaré libros.
La casa es amplia, en una parte y por un tiempo instalo mi estudio jurídico. Luego, cuando me asocio con otros, lo traslado y es entonces cuando ocurre un nuevo inicio, fundo allí un taller literario, me convierto en una persona que escribe y descubro que puede escribir con otros. Socios en el trabajo, una pareja, amigos, compañeros de taller, lectores. Lo plural parece posible por fuera de la esfera familiar. Me gustaría tener una perilla para ajustar estos vínculos mientras lucho con mi tendencia a controlarlo todo. Pierdo varias batallas.
Adopto un perro, elijo un macho aunque mi madre insiste en que las hembras son mejores. Ella, lógico, tiene una perrita. Insisto porque necesito romper, aunque sea en lo mínimo, en un borde, lateralmente, lo que se impone. El perro aprende a jugar solo, lo veo empujar la pelota, esperar que ruede, luego correr a buscarla. ¿Debería adoptar otro perro para que jueguen entre ellos y se cuenten cosas en su propia lengua? Sonrío cuando la veterinaria dice que me reconoce como su alfa. Lo sumo a la lista de lo que cuido.
Todavía soy joven pero grande y cuando llega la Navidad armar el árbol es solo una cuestión de decoración. El almuerzo del veinticinco más que un ritual es un sobreentendido. En la mesa, mi madre, mi madrina y yo, la familia total. Ellas en sus ochenta y pico, yo en mis cuarenta y pico. No hay fuentes repletas, ni caos en las conversaciones, no se cocina con más de una olla, no hacen falta los manteles, con unos individuales alcanza y sillas, sobran. Es un mediodía en que el sol estalla contra la ventana pero ellas dicen que con el ventilador está bien, no las contradigo aunque siento todo el calor del verano pegado en el cuerpo. Busco un gancho para levantarme el pelo y vuelvo a la cocina. Estamos en mi casa, la que ellas heredaron y me legaron. Uso para el almuerzo los cubiertos del juego, los platos y las copas que no elegí porque venían con la casa y son lo más familiar de mi familia. Sirvo el vitel toné, la ensalada rusa y unos tomates con albahaca. Todo sin sal, les digo y ellas asienten aliviadas. Ay. es demasiado, dicen mirando los tres platos en el centro de la mesa.
Las conversaciones no cuentan anécdotas nuevas y a falta de otros familiares, se habla de los vecinos, de los caprichos de mi perro, de las figuras de la televisión. Me piden ayuda con sus celulares, que suerte que te tenemos, dicen. No se brinda con alcohol, ellas porque les hace mal, yo porque luego las llevaré a sus casas en auto. Mientras las escucho pienso que la vejez es una gran lupa que aumenta todo lo que hemos sido en la juventud, no hay nada en ellas que no haya estado siempre ahí, también imagino como seré de vieja, me pregunto a quién tendré yo y escribo una nota mental: conservar cerca a los amigos, el consuelo de los hijos únicos.
Después del té y una porción de budín navideño mi madre hace el gesto, se quiere ir. Salimos a la calle y el sol nos quema las pestañas. Las dejo a cada una en su casa, recuperamos la soledad que nos es tan conocida, un circuito de media hora en que el número baja de tres a uno.
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Los números impares son un problema, tienen mala fama o despiertan obsesiones. Los hijos únicos somos ese número que no se divide, que lo abarca todo, que carece de mucho.
Cuando pensé un título para mi primer libro de cuentos, con protagonistas que tomaban decisiones singularísimas, creí que estaba lleno de originalidad: Mujeres impares. En realidad, era lo más conocido de mi vida. w