POLITICA
Desde la MLS de Estados Unidos buscan a un delantero de Boca
El ofrecimiento millonario aún no fue contestado por el Consejo de Fútbol. Su cláusula es más del doble.
En Boca Juniors se habla largo y tendido de las llegadas en este mercado de pases y poco y nada de las salidas. En las últimas horas se dio a conocer una tentadora oferta proveniente de Estados Unidos por uno de los delanteros del equipo de Diego Martínez.
El jugador pretendido por la Major League Soccer (MLS) es Luca Langoni y el equipo es el New England Revolution. La propuesta al Consejo de Fútbol es de 7 millones de dólares, según informó el periodista Germán García Grova.
No hay nada cerrado por Langoni. Desde la dirigencia Xeneize aún no respondieron y la cláusula del futbolista es de 15 millones de dólares. Por el lado del delantero, artífice de la última liga de Boca, sabe que tiene poco lugar.
El técnico tiene por delante de Langoni en su consideración a Edinson Cavani y Miguel Merentiel y ahora se sumará el refuerzo Brian Aguirre. Y en su misma situación aparece el Changuito Zeballos, ambos “volviendo a ser” tras reiteradas lesiones.
🚨🇦🇷 New England Revolution, de la MLS, OFERTÓ USD7 millones a Boca por Luca Langoni.
⚠️ Tiene contrato hasta diciembre de 2027 y una cláusula de USD15 millones.
Vía @GerGarciaGrova. pic.twitter.com/4MoA2gke9C
— Ataque Futbolero (@AtaqueFutbolero) July 2, 2024
Más sobre New England Revolution
La franquicia es de la ciudad de Boston, donde el Soccer está lejos de ser el deporte más popular. Massachusetts es hogar de los Boston Red Sox de la MLB, los New England Patriots de la NFL y los Boston Celtics, flamantes campeones de la NBA.
El equipo marcha penúltimo en la Conferencia Este con 19 puntos, solo por encima del Chicago Fire por una unidad. Entre sus filas se encuentra el argentino ex Colón y Racing, Tomás Chancalay.
POLITICA
El capitalismo despliega sus alas
La burguesía logró controlar las insurrecciones y aun cuando en algunas partes debieron ceder ante ciertos y acotados reclamos republicanos y democráticos, pocos meses más tarde la rebelión sólo era una vieja pesadilla y persistía exclusivamente en aquellos lugares donde las demandas se vinculaban más con cuestiones de identidad nacional que con una lucha de clases. En esta época los países industriales incrementaron su producción en forma extraordinaria y ampliaron sus mercados acompañando la dinámica del capital, la cual sugería una lógica de intercambio cada vez más global.
Muchos países europeos no industrializados hasta ese momento comenzaron a adoptar patrones tecnológicos de los países pioneros en la industria y en muchos casos transitaron un camino sostenido de industrialización. Otras regiones, en cambio, se integraron a la economía internacionalizada por su características subsidiarias respecto de las necesidades de las naciones industriales. América Latina y Canadá, Nueva Zelanda, Australia, entre otros, se enmarcaron en ese tópico como productores de materias primas en un mundo donde la especialización productiva fue la variable más predominante. Mayores exportaciones y libertad de empresa fueron la fórmula de la consolidación del orden capitalista.
La propiedad de las industrias generalmente coincidió con las familias que le habían dado origen, como los Dollfus, los Koechlin, los Krupp, los Rothschild, los Forsty, considerados como ejemplos a emular en un mundo abierto al talento. Y es que eran las habilidades para hacer negocios las que abrían las puertas al éxito. El capital inicial podía dar un mejor handicap a la hora de iniciar la empresa pero no constituía un elemento excluyente. Aun así la procedencia social de estos hombres emprendedores era la clase media.
Estos individuos se creían a sí mismos dotados de dones especiales para la vida empresarial y consideraban justificadas sus ganancias en razón de sus propios méritos. Lejos estaba de sus conciencias considerar que existiera explotación alguna hacia los obreros de sus talleres o industrias y menos aún que el estado hubiera generado condición alguna para la acumulación del capital.
En el razonamiento burgués, los obreros se circunscribían a dos categorías: los buenos trabajadores que consustanciados con la esencia misma de la empresa la sentían como propia y no escatimaban esfuerzos para aumentar su productividad y eficiencia; y el resto –la mayoría– ociosos empedernidos que eran parias inútiles para la sociedad, y a los cuales sólo la inanición y la coerción los obligaba a desempeñar, de mala gana, su tarea. Por supuesto, que los primeros aglutinaban a los trabajadores calificados, con salarios diferenciales y cuyos saberes eran esenciales en el proceso de producción, mientras que los segundos eran un conjunto de trabajadores no calificados –peones, auxiliares, maestranzas, cargadores, jornaleros– con salarios muy reducidos, condiciones laborales insalubres y jornadas interminables.
Estos últimos podían ser fácilmente reemplazables, pero igualmente este asunto siempre preocupó a los empresarios. Seguramente, porque la mayoría de este proletariado constituía la primera generación familiar de asalariados urbanos y en consecuencia no se habían consolidado las prácticas culturales y sociales en las familias, sobre las rutinas de la vida capitalista.
De hecho, durante mucho tiempo, en algunos países algunos trabajadores urbanos mantuvieron sus mecanismos de subsistencia alternativos a través del cultivo en quintas domésticas. La acelerada urbanización, que para los sectores pobres significó hacinamiento, fue destruyendo estas prácticas. La permanencia de antiguas tradiciones no era propiedad exclusiva de la clase trabajadora; la ascendente burguesía, si bien parecía pronta a disfrutar de los beneficios que le obsequiaban los nuevos tiempos, era más reacia a los cambios culturales en el interior del seno familiar. La unidad doméstica se concebía como la familia tradicional, nuclear, monogámica, y donde los roles masculinos marcaban una gran superioridad respecto del resto de los miembros.
Las costumbres religiosas, lejos de distenderse, se fortalecieron y los valores morales rigurosos fueron la idiosincrasia de los estratos medios y altos. El recato, la austeridad y el conservadurismo marcaban desde el nacimiento a estos hombres, por lo menos como puesta en escena para sus relaciones sociales. En la práctica, la hipocresía era el signo de una clase dominante que no quería legitimar en público las prácticas que despreciaban de sus subordinados. Una vida abocada al esfuerzo, el trabajo y a la familia no podía destruirse por alguna debilidad considerada natural para un hombre que se preciara de su condición. El éxito en el ámbito de la sociedad civil –y particularmente en el mundo económico– podía obviar estos detalles.
Esos límites laxos se contraponían con la férrea ideología que profesaron estos hombres con una unanimidad que difícilmente volvió a observarse en el siglo XX, aunque tal vez un espectro de este consenso se reprodujo en los últimos 30 años, con la globalización y irrupción de la ideología neoliberal. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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