POLITICA
Violeta Urtizberea: el amor con Juan Ingaramo y su niñez atravesada por el humor; “no se espera que una mujer sea graciosa”
Violeta es inquieta. Se pasea con naturalidad por sets de grabación, teatros y eventos. Es que apenas llegó a este mundo, hace 38 años, su padre, Mex Urtizberea, la envolvió en melodías de piano y en el desparpajo del arte como filosofía de vida. “Hija, no tengas miedo de hacer lo que te gusta”, fue el legado que escuchó como mantra y que tomó como estandarte. Ese mismo espíritu bohemio que aprendió de chica se revela hoy en el hogar donde la actriz cría, junto con el músico Juan Ingaramo, a Lila, su pequeña hija de cinco años.
En una conversación extensa con LA NACIÓN, la artista que hoy se divide entre el teatro -se luce en Quiero decir te amo– y las grabaciones de Envidiosa, una nueva serie de Netflix, reflexionó sobre la maternidad, la vida familiar, el amor, las amistades y sus desafíos artísticos.
—Últimamente estás muy presente en la cartelera teatral porteña. Venís de una gran temporada con Una casa llena de agua y hace poco estrenaste Quiero decir te amo, de Mariano Tenconi Blanco ¿Cómo te sentís haciendo teatro?
—Siempre hice teatro independiente. En teatro comercial hice 8 mujeres y Terapia amorosa y no mucho más. Con el teatro me pasa algo distinto que con la tele: es un espacio en el que soy un poquitito más cuidadosa. Siento que sería muy difícil hacer una obra que no me guste y repetir un texto que no me convence de miércoles a domingo, con la gente en vivo. Con la cámara es distinto, siento que en teatro tengo que estar segura de lo que estoy contando porque lo tengo que defender con mi cuerpo. Siempre que se pueda elegir, elijo. Trato de hacer cosas que me representen, que las pueda gozar y que me sienta orgullosa de que vengan a verme ¡Eso me encanta y es lo que me pasa con Quiero decir te amo! La obra es muy tierna y a mí me encanta porque soy muy romántica. ¡Me encanta el amor!
—¿A qué cosas le decís que no?
—Yo puedo hacer un personaje que piensa de una determinada manera que no comparto, siempre que eso sea parte del relato. El tema es si veo que el personaje comunica algo que, en realidad, contiene una bajada moral. Si es un personaje con el que la gente supuestamente tiene que empatizar, pero noto que esconde una bajada sin ningún tipo de cuestionamiento… Puede ser confuso y no está bueno. Antes de 2017, por ejemplo, había algunos mensajes medio raros con respecto del feminismo y el machismo. En eso siempre tuve especial atención con lo que se contaba y en cómo se podían llegar a estereotipar las cosas o los cuerpos.
—Pronto se lanza Envidiosa, la serie de Netflix protagonizada por Griselda Siciliani, de la que formas parte. ¿Cómo se lleva esa historia con los estereotipos?
—En la serie, el personaje de Griselda [Siciliani] siente envidia con las vidas de otras mujeres. Pero en esa historia queda claro que esas son las miserias de ese personaje, entonces a partir de ahí, tenés todo habilitado. Ella interpreta a una heroína miserable. Yo voy a interpretar a una de las amigas de la protagonista y disfruté mucho de la producción.
—Estás en pareja hace una década con el músico Juan Ingaramo…
—¡Es un buen momento! No quiero decir mucho porque ahora llego a mi casa y ya veo que me peleo (risas). Por supuesto que no es todo color de rosa, estamos hace 10 años juntos y tenemos una hija chiquita. Pero sí me pasa que me sorprendo de haber encontrado el amor. Yo creía que el romanticismo podía durar unos ocho meses y después todo entraba en picada y la cosa se enfriaba. Miraba desde afuera a las parejas y pensaba que el desenlace siempre era la separación, un poco porque mis papás se separaron cuando yo tenía un año. No tuve un modelo de familia tradicional en donde las parejas perduran, más bien todo lo contrario. Mis viejos siempre me inculcaron mucho la cuestión de la pasión, pero no tanto del durar y entonces yo siempre decía: “Hay que estar muerto de amor y, si no, chau”. Un poco lo sigo creyendo: cuando no va más, no va más… Por eso para mí fue una sorpresa esta relación a largo plazo con Juan.
—A mucha gente le pasa al revés… Idealiza mucho los vínculos y, cuando eso cae, se decepciona…
—¡Tal cual! Mi modelo siempre fue un poco contra corriente. Siempre pensé: “Si no hay pasión, chau”. No hay que estirarla. Para mí, mantener 10 años de buena relación con alguien fue encontrarme con toda una novedad. No sé hasta cuándo durará, pero para mí ya es un éxito.
Minuto a minuto
—Los éxitos no se abandonan…
—No… Pero yo veo parejas que estuvieron 15 años juntos y después se separan y dicen: “¡Cómo fracasó mi matrimonio!”. Eso no lo puedo entender… Si estuviste 15 años, aunque después te separes, eso ya fue un éxito. Creo que todo en una relación es minuto a minuto, y para mí el vínculo con Juan es una linda sorpresa.
—Tu mamá era actriz y tu papá, músico. Tu hija también crece en una casa de artistas. ¿En qué es parecida tu casa a la que vos tenías cuando eras chiquita y en qué es diferente?
—Es bastante parecida en muchos aspectos, sobre todo en no tener horarios fijos. Hay días que estoy en mi casa y Lila está todo el tiempo conmigo, y hay semanas en las que estoy super ausente. Es todo muy cambiante y en eso me identifico con mi hogar de origen. También circula mucha gente por mi casa, vienen muchos amigos. Es una casa descontracturada. ¡Y algo más! El piano siempre está sonando… Cuando era chiquita, mi papá tocaba mucho el piano y siempre había música. ¡Además tanto mi papá como Juan son bateristas! ¡Eso es raro! (risas). Lo distinto es que Juan y yo estamos juntos, yo eso no lo tuve. No tengo recuerdos de mis papás juntos.
—¿Cómo viviste esa época?
—Siempre viví un poco mitad y mitad, quizás un poquito más con mi mamá, pero bastante repartida. Como había varios días que estaba sola con mi papá él tuvo que ocuparse de algunas cosas que no sé si hubiese hecho si seguía con mi mamá. Ellos siempre se llevaron muy bien, en ese sentido fue todo muy armónico. No tengo historias de guerras entre ellos. Si bien mi mamá es artista, ella me inculcó que dedicara a otra cosa porque la angustiaba el hecho de la inestabilidad y la cuestión del casting. Mi papá es todo lo contrario: a él nunca lo asustó vivir del arte. Él siempre me decía “No tengas miedo, hace lo que te gusta”. Mi papá hoy se muere de amor con Lila, la disfruta mucho, pero es muy jovial, es como si mi hija tuviese un abuelo de 30 años que siempre tiene muchas cosas en agenda (risas).
—Fernán Mirás fue un poco tu papá también…
—Sí, entré al mundo de la actuación gracias a él. Estuvo en pareja con mi mamá cuando yo era chiquita [Gabriela Ferreyra estuvo en pareja con Mirás cuando Violeta tenía tres años y los tres convivieron durante un lustro]. Mi papá es más músico que actor, el que encendió la llama de la actuación en mí fue Fernán. Él se compró una cámara y me filmaba, jugábamos mucho juntos y hacíamos películas que él editaba. Todo eso vino de su mano lúdica.
—Fernán Mirás tenía 18 años cuando salía con tu mamá, que tenía 28…
—Sí, era un pibe especial; a sus 19 años ya venía actuando hace tiempo. No era un pibito que terminó el secundario y no sabía qué hacer. Él ya trabajaba, ya vivía de su vocación y era muy conectado emocionalmente. Igual le hice caso a mi mamá y empecé a estudiar Psicología, pero después dejé porque era incompatible con mi trabajo de actriz. No hubo lugar para meter el estudio, pero es algo, que siempre tengo ahí como una cuenta pendiente porque me la pasé muy bien el tiempito que estudie.
—¿Cuál es el desafío de las comediantes mujeres en la Argentina?
—Creo que por muchos años la comedia en las mujeres era algo de nicho, ahora está más habilitado. Yo estuve muy conectada con el humor desde muy chiquita, entonces ni siquiera me lo pregunté. Mi papá es una persona con mucho sentido del humor y que también hace humor, entonces, mi vida siempre estuvo muy atravesada por el humor. Muchas veces la gente me pregunta: “¿Qué preferís, el humor o el drama?”. ¡A mí me cuesta separar una cosa de la otra! Creo que una siempre está teñida de la otra. Eso es lo más lindo: no apuntar a hacer reír directamente, sino cuando un personaje toca las dos teclas de un mismo golpe. Por supuesto que no hay muchas mujeres comediantes, pero tiene que ver con cómo nos crían. No se espera que una mujer sea graciosa, se espera que sea buena, bella, que no sea muy escandalosa, que hable suave, que sea prolija. Hay algunos chistes que están más permitidos en los en los hombres que en las mujeres. Yo tengo muchas amigas mujeres y muchas veces me divierto más que con mis amigos varones, pero a la hora juntarnos todos, siento que las mujeres se corren de ese espacio porque no se espera que hagamos reír. Es una cuestión cultural que, de a poco, va cambiando.
Para agendar
Quiero decir te amo, de Mariano Tenconi Blanco. Con Lucía Adúriz y Violeta Urtizberea. Teatro Picadero (Enrique Santos Discépolo 1857), funciones sábados a las 19 y domingos a las 21.
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