SOCIEDAD
Una empleada de un municipio de Neuquén chocó un auto oficial: no tenía permiso de conducir
Una empleada municipal, que no contaba con licencia de conducir, protagonizó un choque con un auto oficial de la comuna de Senillosa, localidad de la provincia de Neuquén. El siniestro no dejó heridos de gravedad, aunque los vehículos implicados sufrieron daños significativos.
La trabajadora de 36 años, que se desempeña en el área de Bromatología, manejaba un Fiat Siena cuando impactó contra otro coche, conducido por una mujer acompañada de su hija de 4 años, que aparentemente tenía prioridad de paso, según indicaron medios locales. El episodio ocurrió el martes, pero se hizo público un día después.
Ante esto, personal de Tránsito, convocado por la Comisaría 11, confirmó que la conductora del vehículo del municipio no poseía la documentación correspondiente, argumentando que su licencia estaba «en trámite».
«Tuvimos intervención en un siniestro de tránsito, nos llamaron por falta de documentación«, indicó el subcomisario Néstor Muñoz, jefe de la dirección de tránsito de Plottier–Senillosa, a AM Cumbre.
En el marco de los procedimientos que se llevaron a cabo, las pruebas de alcoholemia resultaron negativas. No obstante, debido a la infracción de la empleada municipal, el Juzgado de Faltas ordenó el secuestro del vehículo comunal de Senillosa y, en efecto, le labró un acta. Por otro lado, las autoridades confirmaron que toda la documentación del vehículo oficial estaba en regla.
A principios de agosto de este año, otro empleado municipal de la provincia de Neuquén se vio involucrado en un escándalo al chocar, alcoholizado, una Citroën Berlingo que pertenecía a la Municipalidad de San Patricio del Chañar.
Al conductor, el test de alcoholemia le dio 2,12 gramos de alcohol en sangre, según informó, en ese momento, La Mañana de Neuquén. La colisión se produjo cuando el hombre, luego de un asado, trasladaba a serenos a una dependencia municipal.
Luego del choque ocurrido en las calles Auca Mahuida y Lago Espejo, el vehículo fue abandonado. Vecinos registraron lo sucedido mediante grabaciones con sus celulares y dentro de la camioneta encontraron varias latas cerveza tiradas en el piso.
SOCIEDAD
La necesidad voraz y ansiosa de acumular libros que probablemente no se lleguen a leer en el transcurso de una vida
Daniel Barenboim solía recordar el asombro que le causaba, cuando era niño, entrar en una casa (de algún vecino, de algún compañero de escuela o amigo del barrio) y constatar que allí no había piano. Consagrado al teclado desde pequeño, habituado a que la música fuera el alma y el centro de cualquier reunión familiar o celebración hogareña, la presencia de un piano le parecía algo corriente, lo que le llamaba la atención era su ausencia.
Una extrañeza parecida, mezcla de desasosiego y perplejidad, invade al lector ferviente cada vez que entra en una casa donde no hay biblioteca. El ojo busca ansioso, casi por instinto, no ya la sala elegante o la boiserie suntuosa, pero sí los viejos estantes estoicos y chuecos por el peso, las pilas desgreñadas que obturan rincones y estrechan pasillos, la señal tranquilizadora, en definitiva, que rápidamente establece un territorio común, la lengua franca que allana un umbral de entendimiento, más allá de cualquier diferencia. Dos que leen. No importa qué (tomar examen sobre gustos y preferencias en esta materia es de inquisidores, no de lectores gozosos). Sin embargo, como los pianos de la infancia de Barenboim, los libros en las casas van camino de ser una rareza.
Sobre la cofradía de los que resisten, atrincherados en una pasión que fácilmente se tuerce en manía, el ensayista Antonio Castronuovo ha escrito su Diccionario del bibliómano. Nótese que evita la palabra bibliófilo, y eso marca un rumbo, porque se trata de una reflexión (llena de humor y autoironía que el iniciado, cómplice, hará propia) sobre ese punto sin retorno en que la predilección se vuelve adicción y el placer, “vicio”.
Todo empieza con la gula, nos dice el autor (más tarde se referirá a la “bibliofagia”). Llega el primer libro “después entran diez, treinta, y luego de los cien ya no nos detenemos más. Voraces y ansiosos, se cumple lo irreparable: se acumulan muchos, demasiados al fin. Y no es posible hacerlo de otro modo”. La casa entonces, el hábitat del pobre bicho lector, ya consumido por la carcoma del libro, empieza a organizarse en torno a los volúmenes. Se discute con la pareja (si ha tocado la mala suerte de que sea una persona sensata de esas que no comprenden el dulce mal del bibliómano), se desalojan otros objetos, se ocupan paredes, se planean incluso mudanzas al ritmo frenético de la avalancha de papel. Porque no hay que perderse una sola página, recomienda Castronuovo; incluso “hay que comprar los libros que a la noche no necesariamente se tiene ganas de leer, sino solo de hojear”. Y, glosando al crítico Giuseppe Pontiggia, nos alienta a dejarnos ir, locos de contento, y a ceder a la compulsión: “Es algo trivial hacerse los moderados con los libros […] Nunca dudar en la compra […] Y sobre todo, cuando el precio es alto, vale pensar en el término mágico ‘inversión’, ‘excusa de todos los negocios irreales’”.
«La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos»
En ese frenesí, Castronuovo defiende un concepto difícil de captar para el foráneo: la antibiblioteca, el vasto cúmulo de libros que abarrota repisas y que probablemente no lleguemos a leer en el transcurso de una vida: “quien posee millares de libros ha leído a lo sumo un décimo, incluso si los ha hojeado distraídamente a todos. La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos: es fácil convenir sobre el hecho de que una biblioteca sirve si contiene la masa de aquello que no sabemos, que es bien mayor de aquello que en cambio sabemos. Y dado que con el paso de los años aumentan los conocimientos, crece también el número de libros para leer, que se acumulan cada vez más sobre los estantes. […] Se deduce que la recurrente pregunta: ‘¿los leyó todos?’ no solo carece de fundamento, sino que además es tonta en su esencia.”
Hay, con todo, un efecto secundario benéfico de esta pasión insana. Es sabido que cuanto más cultive uno sus entusiasmos, menos condicionado por ciertos límites de la biología se verá. La cultura emancipa de algunas fatalidades de la naturaleza. La pasión por el conocimiento, por el deporte, por las ideas o por el arte rompe, por ejemplo, las barreras de la edad, de la geografía. Un tablero de ajedrez, una disciplina científica, la obra de un compositor, el talento de un creador, acercan lo que el azar del tiempo y el espacio ha puesto distante. Sin esas aficiones quedamos atados al terruño exiguo de un momento y un lugar, al capricho del corte generacional y lo que las modas (por lo general lamentables cuando se las mira en perspectiva) hayan hecho con eso -y si sólo somos eso- con nosotros. En el cultivo de esas aficiones que nos salvan de la más plana existencia, por dispares que sean o alejadas de la literatura que estén, siempre, en algún recodo del camino, nos esperará un libro.
-
POLITICA3 días ago
Patricia Bullrich le respondió a Victoria Villarruel tras las críticas por el gendarme detenido en Venezuela
-
POLITICA2 días ago
El descargo de Longobardi tras su salida de Radio Rivadavia: «Me hizo acordar cuando Cristina ejecutó mi despido en Radio 10»
-
POLITICA3 días ago
La Corte Suprema declaró inconstitucional la reelección indefinida en Formosa
-
INTERNACIONAL2 días ago
Atropello múltiple en un mercado de Navidad en Alemania: al menos dos muertos y más de 60 heridos
-
POLITICA2 días ago
Guillermo Castello: «Kicillof está utilizando la caja de la provincia para posicionarse políticamente»
-
POLITICA11 horas ago
Nisman: el Gobierno acepta el pedido del fiscal y levanta el secreto sobre los espías inorgánicos de la SIDE y el Ejército