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SOCIEDAD

Los gremios del transporte volvieron a mostrarse unidos y fogonean un paro del sector para el 17 de octubre

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Los gremios del transporte que la semana pasada estrenaron una inédita confluencia de sindicatos del sector lanzaron una advertencia de paro, con fecha posible el 17 de octubre, en coincidencia con el Día de la Lealtad Peronista. Los gremios aeronáuticos, el sindicato de camioneros, los colectiveros, sectores ferroviarios y portuarios se reunieron y convocaron aun plenario, el 8 de octubre, para definir la puesta en marcha de la medida de fuerza.

Con el conflicto de Aerolíneas Argentinas a tope y ante el debate de una hipotética privatización de la línea aérea, la Mesa Nacional del Transporte argumentó sus motivos para hacer un paro. “Los ejes de nuestros reclamos son tres: la falta de recomposición salarial; la libertad sindical y la defensa de la soberanía nacional sobre los distintos modos de transporte. La mesa se pronunció por la recuperación del salario de los gremios del transporte, que perdieron en forma general el poder adquisitivo desde que asumió Milei”, indicó el grupo en un comunicado oficial.

La Mesa Nacional del Transporte está conformada por los sindicatos que integran la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (CATT) y la Unión General de Asociaciones Sindicales de Trabajadores del Transporte (Ugatt).

En la sede del gremio de aeronavegantes, en el barrio porteño de Congreso, se reunieron Juan Pablo Brey (aeronavegantes); Omar Maturano y Ariel Coria (La Fraternidad); Mario Caligari (Unión Tranviarios Automotor); Pablo Moyano y Omar Pérez (camioneros); Juan Carlos Schmid (Federación Marítima Portuaria y de la Industria Naval de la República Argentina); Pablo Biró (Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas); Emiliano Gramajo (Asociación Obrera de la Industria del Transporte Automotor); Javier López (Sindicato Encargados Apuntadores Marítimos y Afines de la República Argentina) y Raúl Durdos (Sindicato Obreros Marítimos Unidos), entre otros.

“Los distintos gremios presentes coincidieron en que, desde inicios de este gobierno, se persigue a los dirigentes y se busca criminalizar la protesta social, que está amparada en la Constitución Nacional y en convenios de las máximas organizaciones Internacionales que regulan el trabajo”, indicaron en el comunicado los gremios del transporte. “Nuestro eje es la defensa de la soberanía del país, que está representada en las rutas nacionales, en los ferrocarriles, mares, ríos y cielos, frente al atropello cotidiano que vemos implementa el gobierno de Javier Milei en cada modo”, remarcaron.

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SOCIEDAD

La necesidad voraz y ansiosa de acumular libros que probablemente no se lleguen a leer en el transcurso de una vida

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Daniel Barenboim solía recordar el asombro que le causaba, cuando era niño, entrar en una casa (de algún vecino, de algún compañero de escuela o amigo del barrio) y constatar que allí no había piano. Consagrado al teclado desde pequeño, habituado a que la música fuera el alma y el centro de cualquier reunión familiar o celebración hogareña, la presencia de un piano le parecía algo corriente, lo que le llamaba la atención era su ausencia.

Una extrañeza parecida, mezcla de desasosiego y perplejidad, invade al lector ferviente cada vez que entra en una casa donde no hay biblioteca. El ojo busca ansioso, casi por instinto, no ya la sala elegante o la boiserie suntuosa, pero sí los viejos estantes estoicos y chuecos por el peso, las pilas desgreñadas que obturan rincones y estrechan pasillos, la señal tranquilizadora, en definitiva, que rápidamente establece un territorio común, la lengua franca que allana un umbral de entendimiento, más allá de cualquier diferencia. Dos que leen. No importa qué (tomar examen sobre gustos y preferencias en esta materia es de inquisidores, no de lectores gozosos). Sin embargo, como los pianos de la infancia de Barenboim, los libros en las casas van camino de ser una rareza.

Librería de viejoShutterstock

Sobre la cofradía de los que resisten, atrincherados en una pasión que fácilmente se tuerce en manía, el ensayista Antonio Castronuovo ha escrito su Diccionario del bibliómano. Nótese que evita la palabra bibliófilo, y eso marca un rumbo, porque se trata de una reflexión (llena de humor y autoironía que el iniciado, cómplice, hará propia) sobre ese punto sin retorno en que la predilección se vuelve adicción y el placer, “vicio”.

Todo empieza con la gula, nos dice el autor (más tarde se referirá a la “bibliofagia”). Llega el primer libro “después entran diez, treinta, y luego de los cien ya no nos detenemos más. Voraces y ansiosos, se cumple lo irreparable: se acumulan muchos, demasiados al fin. Y no es posible hacerlo de otro modo”. La casa entonces, el hábitat del pobre bicho lector, ya consumido por la carcoma del libro, empieza a organizarse en torno a los volúmenes. Se discute con la pareja (si ha tocado la mala suerte de que sea una persona sensata de esas que no comprenden el dulce mal del bibliómano), se desalojan otros objetos, se ocupan paredes, se planean incluso mudanzas al ritmo frenético de la avalancha de papel. Porque no hay que perderse una sola página, recomienda Castronuovo; incluso “hay que comprar los libros que a la noche no necesariamente se tiene ganas de leer, sino solo de hojear”. Y, glosando al crítico Giuseppe Pontiggia, nos alienta a dejarnos ir, locos de contento, y a ceder a la compulsión: “Es algo trivial hacerse los moderados con los libros […] Nunca dudar en la compra […] Y sobre todo, cuando el precio es alto, vale pensar en el término mágico ‘inversión’, ‘excusa de todos los negocios irreales’”.

«La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos»

En ese frenesí, Castronuovo defiende un concepto difícil de captar para el foráneo: la antibiblioteca, el vasto cúmulo de libros que abarrota repisas y que probablemente no lleguemos a leer en el transcurso de una vida: “quien posee millares de libros ha leído a lo sumo un décimo, incluso si los ha hojeado distraídamente a todos. La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos: es fácil convenir sobre el hecho de que una biblioteca sirve si contiene la masa de aquello que no sabemos, que es bien mayor de aquello que en cambio sabemos. Y dado que con el paso de los años aumentan los conocimientos, crece también el número de libros para leer, que se acumulan cada vez más sobre los estantes. […] Se deduce que la recurrente pregunta: ‘¿los leyó todos?’ no solo carece de fundamento, sino que además es tonta en su esencia.”

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Hay, con todo, un efecto secundario benéfico de esta pasión insana. Es sabido que cuanto más cultive uno sus entusiasmos, menos condicionado por ciertos límites de la biología se verá. La cultura emancipa de algunas fatalidades de la naturaleza. La pasión por el conocimiento, por el deporte, por las ideas o por el arte rompe, por ejemplo, las barreras de la edad, de la geografía. Un tablero de ajedrez, una disciplina científica, la obra de un compositor, el talento de un creador, acercan lo que el azar del tiempo y el espacio ha puesto distante. Sin esas aficiones quedamos atados al terruño exiguo de un momento y un lugar, al capricho del corte generacional y lo que las modas (por lo general lamentables cuando se las mira en perspectiva) hayan hecho con eso -y si sólo somos eso- con nosotros. En el cultivo de esas aficiones que nos salvan de la más plana existencia, por dispares que sean o alejadas de la literatura que estén, siempre, en algún recodo del camino, nos esperará un libro.

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