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SOCIEDAD

“Señores, como todo el mundo”: cómo son los violadores que se metieron en la cama de Gisele Pelicot

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AVIÑÓN- ¿Los violadores son monstruos o son hombres ordinarios, como todos los demás? Esa es la pregunta que traumatiza a Francia desde el 2 de septiembre, cuando comenzó en Aviñón el juicio a 50 hombres, acusados de violar a Gisele Pelicot, inconsciente, después de ser drogada por su marido, que la ofrecía a través de internet.

Cada mañana, “esos 50 + 1″ —como los denominan las asociaciones feministas, sumando al marido y verdugo de la víctima, Dominique Pelicot, también violador y principal responsable del horror— suben con paso rápido los escalones del palacio de Justicia de la Ciudad de los Papas, tratando de pasar el pórtico de seguridad sin ser reconocidos y entrar a la sala Voltaire, donde se desarrolla el juicio. Y pobre del periodista que trata de abordarlos: “¡Ni se le ocurra acercarse!, “¡Váyase a la m…!, lanzan con la cara cubierta por una capucha o una mascarilla quirúrgica.

Cada uno de esos 50 violó a esa mujer inerte sin hacerse una sola pregunta. El número da vértigo. Y da náuseas. Porque, ¿cómo es posible que hombres comunes, casi todos residentes en la región de Mazan, pueblo del departamento del Vaucluse donde vivían los Pelicot, hayan podido encontrar excitante abusar de una mujer manifiestamente inconsciente?

Tienen entre 26 y 74 años. Son jubilados, plomeros, electricistas, panaderos, camioneros… Hay un periodista, un barman, un bombero e incluso un guardia de prisión. Son padres de familia, libertinos curiosos o solteros empedernidos. Son grandes, pequeños, atléticos, gordos, calvos o con mucho pelo. Son individuos en apariencia ordinarios. Algunos comparecen detenidos, otros en libertad. Pero cada uno se ha convertido en estas tres semanas de un juicio que debe durar hasta el 2 de diciembre en la cara de la violación en Francia. En una suerte de prueba de que los violadores pueden ser cualquiera: nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestros amantes, nuestros hermanos o nuestros padres. Y eso provoca una conmoción casi imposible de soportar.

Muchos de los acusados en el juicio se presentan con pasamontañas y mascarillas para ocultar sus rostrosBENOIT PEYRUCQ – AFP

La tensión ha sido tan grande en los primeros días de juicio entre el público venido a presenciar la retransmisión en directo del proceso y esos hombres, cruzados y con frecuencia insultados en el edificio, que el presidente del tribunal decidió exigir la presencia ante la corte solo de aquellos coacusados que deban prestar declaración y dispensar al resto. Al mismo tiempo, pequeños carteles aparecieron en varios sitios del palacio de justicia donde se lee: “Está usted en un espacio judicial. Le agradeceremos adaptar su comportamiento a la serenidad de los debates”. Por su parte, convencidos de ser víctimas de un linchamiento mediático, los violadores de Gisele Pelicot han formado lo que algunos califican de “boy’s club”: intercambian impresiones, se llaman por sus nombres y hasta salen a tomar café juntos al bar de la esquina durante la suspensión de audiencia.

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Para Béatrice Zavarro, abogada de Dominique Pelicot cruzada en el salón de “los pasos perdidos” del tribunal, “la mayor parte de esos acusados son buenos padres de familia, señores como ‘todo el mundo’”.

“Todo este caso demuestra que tienen un lado liso y otro oscuro. El debate real, más allá de la sumisión química es: ¿cómo hombres de todos los horizontes, ciudadanos normales, llegaron a la cama de Gisele Pelicot?”, dice. ¿Y por qué —incluso aquellos que pretenden haberse sentido perturbados por el estado de esa mujer— decidieron quedarse?

Pero, ¿es posible que los violadores de Mazan, localidad donde sucedieron los hechos durante diez años, sean realmente hombres como los demás? ¿Son representativos de la sociedad francesa? Sus perfiles han sido estudiados por los expertos judiciales, especialistas de la personalidad y psiquíatras. El análisis de esas conclusiones permite obtener algunas enseñanzas y descubrir ciertas paradojas. Si bien una mayoría de los acusados (40%) parecen ser buenos padres de familia, una parte importante (26%) padeció graves abusos durante la infancia. Y 25 de los 50 poseen un prontuario policial, mientras otros 20 presentan adicciones y personalidades borderline.

«Soy un violador», dijo un francés acusado de drogar a su esposa durante años para que él y decenas de desconocidos pudieran agredirla sexualmente, su primer testimonio en un juicio que ha horrorizado a FranciaBENOIT PEYRUCQ – AFP

La infancia de 13 de los acusados estuvo marcada por violencias físicas y sexuales. Jean-Pierre Marechal, empleado en un depósito de mercadería y el único que comparece por haber drogado y hecho violar a su mujer por Dominique Pelicot, fue educado por un padre campesino ultra violento. Descrito como un “obsesivo sexual” y “bestial”, golpeaba a sus hijos, los ataba a los árboles y organizaba orgías en su casa… donde los hacía participar. Con frecuencia, Marcehal vio a su madre, alcohólica, ser “entregada” y sometida a otros hombres por su padre.

También está el terrible caso de Jacques C., un acusado de 73 años, educado a latigazos y golpes de cinturón por un padre brutal, cuya madre también lo maltrataba. En otro registro, está el joven que creció en Guyana, arrastrado por la violencia de los gangs y apuñalado cuando apenas era un preadolescente.

Las violencias sexuales infantiles están omnipresentes. Uno de los acusados fue violado a los 11 años en Nueva Caledonia, donde después se vio forzado a prostituirse. Otro fue obligado a hacer una felación a un hombre cuando tenía apenas 10.

Todos esos padecimientos revelan algo —que el abusado se convierte en abusador—, pero no explican todo. Porque, en las antípodas de esas tremendas experiencias, otros 14 acusados evocan una infancia “magnífica”, en familias “protectoras y amantes”. Ahmed T., por ejemplo, dueño de una empresa de plomería, creció en el seno de una familia unida, con cinco hermanos: “Mimados por nuestros padres, nunca nos faltó nada”, confesó durante el examen de personalidad, señalando haber recibido “mucho amor” y tolerancia. En pareja con la misma mujer desde hace 30 años, tiene tres hijas que, lógicamente, han quedado espantadas por los hechos que se le reprochan.

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Ciudadanos ejemplares, responsables, casados muy jóvenes, esos hombres son apreciados por sus familias y sus conocidos. Y si sus vidas sexuales se ven a veces teñidas de frustración, de carencias, de divergencias de lívido, todos responden a sus inclinaciones por el intercambio de parejas o una atracción homosexual con relaciones extraconyugales.

Además de Dominique Pelicot, otros cincuenta hombres, de entre 26 y 74 años, también están siendo juzgados por su presunta implicación en un caso que ha horrorizado a FranciaBENOIT PEYRUCQ – AFP

Otro grupo de 16 acusados revela, por el contrario, un perfil de soltero libertino, multiplicando compañías y experiencias. Uno solo confiesa inclinaciones sadomasoquistas, mientras un puñado manifiesta un gusto particular por las relaciones sexuales con personas travestidas. En casos muy raros, las prácticas revelan graves desviaciones. Romain V. portador del sida desde 2004, fue seis veces a violar a Gisele Pelicot entre 2019 y 2020 sin usar protección. Después de haber padecido golpes y maltratos en su infancia, pretende que, mediante el autocontrol, es capaz de no transmitir la enfermedad.

En 28 de los 50 casos, los expertos no descubrieron patologías mentales. Gente normal, según los criterios de los psicólogos. Otros 20 presentan perfiles adictivos y borderline. Cinco son alcohólicos, dos consumen cocaína, cuatro consultan sitios pedo-pornográficos y uno imágenes de zoofilia. Muchos son depresivos, uno es autista y otro suicida.

Pero el grupo más importante es el de los empleados integrados socialmente. Esencialmente son obreros y artesanos. De los 50 acusados, 39 tienen un trabajo estable y ganan alrededor de 2.000 euros por mes, mientras que sus prontuarios son una página en blanco. Y, cuando existen alguna mención, se trata generalmente de infracciones viales.

En resumen, la personalidad típica del violador no existe. Según la socióloga especializada en violencias sexuales Véronique Le Goaziau, a comienzos de los años 2000, los primeros estudios serios demostraron que las mujeres víctimas de violación pertenecían a todas las clases sociales.

“Sin embargo, cuando se observan los casos tratados por la justicia, se ve una sobre-representación de estratos populares y una subrepresentación de las clases acomodadas. Pero esto no refleja la realidad”, afirma. A su juicio, la violación atañe a realidades tan diferentes, que sería más pertinente establecer una clasificación por tipo de violación que por tipo de autor.

Para el psiquiatra Pierre Lamothe, el proceso de Mazan representa un caso muy particular.

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Gisele Pelicot observa en el tribunal de Aviñón durante el juicio a su ex pareja Dominique Pelicot acusado de drogarla durante casi diez años e invitar a extraños a violarla en su casa de Mazan, una pequeña ciudad del sur de FranciaCHRISTOPHE SIMON – AFP

“Porque ya no se trata de violar a una mujer ebria, sino que la inconciencia de la víctima ha sido organizada. A mi juicio, ese tipo de violador no se plantea nada, no reflexiona. Su sexualidad es primitiva, hecha de tensión y de descarga”, explica. En todo caso, para Lamothe “el violador común es alguien que piensa que su deseo tiene fuerza de ley y que, por esa razón, es capaz de una ausencia total de empatía”.

En la mayoría de los casos, el violador estima también que la víctima consiente, aun cuando no hay un solo elemento que lo justifique. El especialista designa ese momento como una forma de “ceguera”: “El violador piensa que se encuentra en una relación de fuerza. Y cree que, si la otra persona no da muestras de participar en esa relación de fuerza, es necesariamente porque ha dado su consentimiento”, concluye.

Según datos de los ministerios del Interior europeos de 2017, sin contar el Reino Unido, Francia es el país donde se comete la mayor cantidad de violaciones. En relación al número de habitantes, Francia ocupa, sin embargo, el quinto lugar, detrás de Bélgica, Dinamarca, Islandia y Noruega. Por el contrario, según el ministerio de Justicia francés, es aquí donde se reprime más severamente.

“La pena por violación simple es de 15 años. Pero, con circunstancias agravantes y actos de barbarie, Francia es el único país de Europa donde alguien puede ser condenado a cadena perpetua”, informa el ministerio.

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SOCIEDAD

La necesidad voraz y ansiosa de acumular libros que probablemente no se lleguen a leer en el transcurso de una vida

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Daniel Barenboim solía recordar el asombro que le causaba, cuando era niño, entrar en una casa (de algún vecino, de algún compañero de escuela o amigo del barrio) y constatar que allí no había piano. Consagrado al teclado desde pequeño, habituado a que la música fuera el alma y el centro de cualquier reunión familiar o celebración hogareña, la presencia de un piano le parecía algo corriente, lo que le llamaba la atención era su ausencia.

Una extrañeza parecida, mezcla de desasosiego y perplejidad, invade al lector ferviente cada vez que entra en una casa donde no hay biblioteca. El ojo busca ansioso, casi por instinto, no ya la sala elegante o la boiserie suntuosa, pero sí los viejos estantes estoicos y chuecos por el peso, las pilas desgreñadas que obturan rincones y estrechan pasillos, la señal tranquilizadora, en definitiva, que rápidamente establece un territorio común, la lengua franca que allana un umbral de entendimiento, más allá de cualquier diferencia. Dos que leen. No importa qué (tomar examen sobre gustos y preferencias en esta materia es de inquisidores, no de lectores gozosos). Sin embargo, como los pianos de la infancia de Barenboim, los libros en las casas van camino de ser una rareza.

Librería de viejoShutterstock

Sobre la cofradía de los que resisten, atrincherados en una pasión que fácilmente se tuerce en manía, el ensayista Antonio Castronuovo ha escrito su Diccionario del bibliómano. Nótese que evita la palabra bibliófilo, y eso marca un rumbo, porque se trata de una reflexión (llena de humor y autoironía que el iniciado, cómplice, hará propia) sobre ese punto sin retorno en que la predilección se vuelve adicción y el placer, “vicio”.

Todo empieza con la gula, nos dice el autor (más tarde se referirá a la “bibliofagia”). Llega el primer libro “después entran diez, treinta, y luego de los cien ya no nos detenemos más. Voraces y ansiosos, se cumple lo irreparable: se acumulan muchos, demasiados al fin. Y no es posible hacerlo de otro modo”. La casa entonces, el hábitat del pobre bicho lector, ya consumido por la carcoma del libro, empieza a organizarse en torno a los volúmenes. Se discute con la pareja (si ha tocado la mala suerte de que sea una persona sensata de esas que no comprenden el dulce mal del bibliómano), se desalojan otros objetos, se ocupan paredes, se planean incluso mudanzas al ritmo frenético de la avalancha de papel. Porque no hay que perderse una sola página, recomienda Castronuovo; incluso “hay que comprar los libros que a la noche no necesariamente se tiene ganas de leer, sino solo de hojear”. Y, glosando al crítico Giuseppe Pontiggia, nos alienta a dejarnos ir, locos de contento, y a ceder a la compulsión: “Es algo trivial hacerse los moderados con los libros […] Nunca dudar en la compra […] Y sobre todo, cuando el precio es alto, vale pensar en el término mágico ‘inversión’, ‘excusa de todos los negocios irreales’”.

«La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos»

En ese frenesí, Castronuovo defiende un concepto difícil de captar para el foráneo: la antibiblioteca, el vasto cúmulo de libros que abarrota repisas y que probablemente no lleguemos a leer en el transcurso de una vida: “quien posee millares de libros ha leído a lo sumo un décimo, incluso si los ha hojeado distraídamente a todos. La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos: es fácil convenir sobre el hecho de que una biblioteca sirve si contiene la masa de aquello que no sabemos, que es bien mayor de aquello que en cambio sabemos. Y dado que con el paso de los años aumentan los conocimientos, crece también el número de libros para leer, que se acumulan cada vez más sobre los estantes. […] Se deduce que la recurrente pregunta: ‘¿los leyó todos?’ no solo carece de fundamento, sino que además es tonta en su esencia.”

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Hay, con todo, un efecto secundario benéfico de esta pasión insana. Es sabido que cuanto más cultive uno sus entusiasmos, menos condicionado por ciertos límites de la biología se verá. La cultura emancipa de algunas fatalidades de la naturaleza. La pasión por el conocimiento, por el deporte, por las ideas o por el arte rompe, por ejemplo, las barreras de la edad, de la geografía. Un tablero de ajedrez, una disciplina científica, la obra de un compositor, el talento de un creador, acercan lo que el azar del tiempo y el espacio ha puesto distante. Sin esas aficiones quedamos atados al terruño exiguo de un momento y un lugar, al capricho del corte generacional y lo que las modas (por lo general lamentables cuando se las mira en perspectiva) hayan hecho con eso -y si sólo somos eso- con nosotros. En el cultivo de esas aficiones que nos salvan de la más plana existencia, por dispares que sean o alejadas de la literatura que estén, siempre, en algún recodo del camino, nos esperará un libro.

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