POLITICA
Eligen al edificio más lindo de la ciudad de Buenos Aires
El icónico Palacio Barolo fue elegido como el edificio más lindo de la Ciudad de Buenos Aires en una encuesta de la que participaron más de 600.000 personas. Esta joya arquitectónica, ubicada sobre la Avenida de Mayo al 1300, fue inaugurada en 1923 como el primer rascacielos de América Latina y cautivó a votantes que participaron en un ejercicio que mezcla historia, cultura y arquitectura. El relevamiento se realizó por Instagram y fue organizado por la inmobiliaria Martín Pinus Real Estate.
El segundo edificio con más votos fue Otto Wulff, ubicado sobre la avenida Belgrano y Perú, en el barrio de Monserrat. Se trata de una singular construcción del modernismo alemán levantada en entre 1912 y 1914.
La participación fue clave en la convocatoria: “En los posteos invitábamos a la gente a votar por su edificio favorito. A lo largo de varias semanas, cada viernes publicábamos un nuevo video de edificios nominados, generando un verdadero entusiasmo entre nuestros seguidores”.
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“Somos amantes de Buenos Aires, de la arquitectura antigua, moderna, los rincones que de repente te llevan a otros lugares del mundo”, compartió Martín Pinus, director de la firma inmobiliaria homónima las razones que lo llevaron a avanzar con el relevamiento. La iniciativa comenzó con la publicación de fotos y videos de edificios emblemáticos de la ciudad y terminó cautivando a la audiencia.
“Durante mucho tiempo, nuestros posteos en redes sociales se centraban en las propiedades a la venta, pero hace un año decidimos cambiar de enfoque. Queríamos conectar con la gente desde un lugar más interactivo y lúdico”, señaló el broker. A partir de ahí, comenzaron a pedir sugerencias y nominaciones de los edificios que sus seguidores consideraban más bellos de la ciudad, generando una dinámica de participación activa. En cada video, aseguran, haber alcanzado picos de más de un millón de visualizaciones, y más de 600.000 personas participaron activamente, ya sea votando o comentando. Este nivel de interacción demuestra el gran interés que existe en la comunidad por conocer más sobre la arquitectura de la ciudad y destacar aquellos edificios que marcan la historia de Buenos Aires.
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¿Cuánto sale alquilar o comprar una oficina?
A pesar de su relevancia histórica y arquitectónica, el Palacio Barolo sigue siendo una propiedad muy demandada en el mercado inmobiliario. Actualmente, el edificio está dedicado exclusivamente a oficinas, y su uso no permite viviendas particulares. En su interior, conviven profesionales de diversas áreas, desde arquitectos y abogados hasta informáticos y productores audiovisuales. Un dato clave, tiene un 90% de ocupación. “Las propiedades en venta en el Palacio Barolo varían entre los US$1400 y US$2300 por metro cuadrado, dependiendo del estado de conservación, la vista y la luz de cada oficina”, explicó Pinus.
Originalmente diseñado con unas 400 oficinas, el edificio sufrió modificaciones a lo largo de las décadas. “Las unidades van desde los nueve hasta los 200 metros cuadrados . A medida que pasaron los años, las 400 unidades originales se redujeron a unas 200. La estructura interna se fue modificando y unificando. A su vez, Pinus señaló que las oficinas más grandes cuentan con baño y toilette internos, mientras que las más pequeñas comparten baño en el mismo piso, aunque también disponen de baño privado en algunos casos.
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¿Lo sabías?
Ubicado en Avenida de Mayo 1370, el Palacio Barolo no es solo un edificio, sino una pieza clave de la historia porteña. Inaugurado en 1923, fue concebido como la primera torre de Buenos Aires y, de hecho, de toda América Latina. Este impresionante rascacielos de 100 metros de altura fue un verdadero desafío para la arquitectura tradicional de la época.
Los edificios construidos en esa época solían ser de piedra símil de París, con un estilo arquitectónico tradicional y materiales clásicos. En contraste, el Palacio Barolo fue concebido como una obra moderna de hormigón, destacándose por un estilo que, en su momento, fue considerado inclasificable, ya que rompía con las tendencias arquitectónicas de la época y proponía algo completamente nuevo y único.
La construcción, innovadora para su época, se caracterizó por el uso artístico del hormigón armado, combinado con un estilo ecléctico (se refiere a la fusión de elementos de diferentes estilos arquitectónicos de diversas épocas y culturas), con reminiscencias del gótico y, de manera destacada, del arte islámico de la India.
Luis Barolo, un empresario textil, encargó la construcción del edificio al arquitecto italiano Mario Palanti, quien desafió las convenciones arquitectónicas de la época, favoreciendo un estilo audaz y moderno. “El Palacio Barolo fue resistido en su momento, ya que cuadruplicaba la altura permitida por las normativas de la ciudad. Además, su diseño era completamente distinto a los edificios de la élite porteña, que prefería la arquitectura francesa”, explicó Pinus.
A pesar de su majestuosidad, el Palacio Barolo perdió rápidamente su lugar como el edificio más alto de Latinoamérica. En 1928, tan solo cinco años después de su inauguración, fue desplazado por su “mellizo” en la ciudad de Montevideo, el Palacio Salvo. Luego, en 1935, el Edificio Kavanagh en Buenos Aires lo desbancó del podio.
El faro en la cima del Barolo
Una de las características más fascinantes del edificio es su faro, que aunque nunca sirvió como un faro tradicional debido a su ubicación en pleno centro de la ciudad, sigue siendo uno de los elementos más representativos del Palacio Barolo.
¿Para qué querrías un faro en el centro de la ciudad? Es una concepción bastante extravagante, pero para Barolo, según el mito que rodea la arquitectura del edificio, representaba el paraíso. Es decir, la luz, que para él era Dios, según la interpretación de La divina comedia.
Su hermano gemelo
Inaugurado en 1928, el Palacio Salvo ubicado en Montevideo se destaca por su carácter emblemático, similar al de su homónimo en Buenos Aires. Con 29 pisos, seis más que el Barolo, su diseño también incluye una torre que recuerda a la del Palacio Barolo. En ambos casos, la inspiración proviene de la arquitectura de los faros, simbolizando la conexión entre la ciudad y el mar.
Aunque las dos construcciones se desarrollaron de manera paralela, el Palacio Salvo no alcanzó la misma notoriedad en el mercado inmobiliario de Montevideo, pero sigue siendo un referente del patrimonio urbano de la ciudad, tan imponente y lleno de historia como su hermano en Buenos Aires.
Testigo de la evolución porteña
El Palacio Barolo no solo es un testimonio del pasado, sino que sigue siendo un referente de la evolución arquitectónica de Buenos Aires. Su historia de resistencia y transformación lo ha convertido en un símbolo de la ciudad, y hoy, más que nunca, es un ejemplo del dinamismo y la modernidad que caracteriza a Buenos Aires.
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El Barolo no solo es un edificio que forma parte del paisaje porteño, sino que también es un testigo de la historia de la ciudad y de cómo la arquitectura puede cambiar nuestra forma de entenderla y vivirla. La gente se enamora de sus rincones, su imponente fachada y su historia única. Es un lugar donde la historia y la modernidad se encuentran de manera fascinante.
El éxito de la votación y el interés despertado por el Palacio Barolo reflejan el deseo de los habitantes de Buenos Aires por conectarse con la ciudad a través de su arquitectura. La participación en la encuesta demuestra que la arquitectura no solo es un tema de diseño, sino un motor que despierta emociones, recuerdos y orgullo colectivo.
POLITICA
La democracia de los movimientos sociales
Como se sabe, los movimientos sociales surgieron en los años 90 del siglo pasado como agrupaciones espontáneas de personas desesperadas que iban quedando al margen del sistema. Con la crisis de 2001 estos fenómenos asociativos de los excluidos hicieron eclosión. Pero paulatinamente mudaron su razón de ser, dejando de funcionar como mediadores visibles de una demanda social para pasar a ser, primero, intermediarios de la ayuda del Estado y luego, protagonistas activos de la política, al servicio o en contra del gobierno de turno según los intereses del momento. Este proceso de sucesivas mutaciones, disimulado tal vez por la permanencia de la denominación “movimientos sociales”, pasó inadvertido para muchos.
En ámbitos católicos hubo otro factor que impidió advertir adecuadamente la relevancia de estos cambios. Los marginados, y no ya los trabajadores asalariados y sindicalizados, se presentaban como la nueva encarnación del pueblo pobre, cuya irrupción pública habría de significar la regeneración de la vida social y política del país. Algunos tempranos signos que inducían a la cautela fueron soslayados, como el caso de Milagro Sala y su movimiento Tupac Amaru, que fueron objeto de una defensa apasionada, la cual sólo menguó cuando las evidencias de corrupción y violencia quedaron demasiado expuestas por las investigaciones judiciales.
Con insuficiente sentido crítico, se relativizó la falta de transparencia y las prácticas abusivas de muchos de estos grupos como “desprolijidades” propias de cualquier fenómeno social surgido “desde abajo”, el costo casi inevitable de los servicios que efectivamente prestaban a su gente. Así tomó fuerza, en sectores del mundo católico, la idea de “institucionalizar” estas nuevas formas asociativas, e incluso integrarlas en el marco de la constitución. Una “democracia de los movimientos sociales” sería capaz de superar la crisis de representatividad de la democracia clásica. La inclusión de “referentes sociales” como funcionarios del área respectiva fue interpretada como un primer paso en esa dirección, aunque implicara responsabilidades en la asignación de recursos públicos a sus propias agrupaciones, con evidente conflicto de intereses.
El proyecto merecía graves objeciones. Los movimientos sociales, producto de la emergencia social, carecían de objetivos permanentes y de normas internas que regularan su funcionamiento; sus “referentes” no eran elegidos sino autoproclamados; no estaban sometidos a ningún control formal en su actuación ni en el manejo de los recursos públicos. Una vez “institucionalizados”, ¿no se convertirían, por fuerza, en otra cosa? ¿Y qué cosa que no fuera intrusiva o redundante? Lo que se presentaba como el camino de la inclusión de los postergados parecía estar proponiendo para ellos un estatuto diferente e inferior al de los ciudadanos comunes.
De hecho, hoy sabemos que muchos de los miembros de estos movimientos eran objeto de explotación económica y de “sanciones” en caso de negarse a participar en marchas y cortes. Bastó con desbaratar el negocio de la intermediación para que sus mismos integrantes les dieran la espalda, al menos en número suficiente para desalojarlos de las calles, mientras que varios de sus dirigentes fueron llevados a la justicia. No parece que éste pudiera ser el camino de la regeneración social, la inclusión y la nueva democracia.
Lo sucedido debe movernos a una profunda reflexión. La explotación de los pobres puede llegar de muchos lados, incluso desde dentro de los mismos “sectores populares”. El afán de justicia social no debe privar del sentido crítico y la imparcialidad, a riesgo de alinearse del lado equivocado. De hecho, las denuncias de los abusos mencionados no surgieron, como cabría esperar, de quienes pretendían ser la voz de los pobres, sino, sobre todo, de los mismos afectados. Cuando se les dio la oportunidad, miles de víctimas reclamaron no una nueva democracia, sino ser tratados como simples ciudadanos. Nada más y nada menos.
Pbro. Consejo Consultivo Instituto Acton Argentina
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