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POLITICA

Quiénes son los nuevos jefes de la Policía de la Ciudad que asumieron tras la fuga de 17 presos

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Diego Casaló, de 51 años, y Carla Mangianelli, de 48, fueron designados como el nuevo jefe y la nueva subjefa de la Policía de la Ciudad tras la fuga de 17 presos de una alcaidía en Liniers. Casaló, quien se desempeñaba en la Superintendencia de Pacificación de Barrios, reemplaza a Pablo Kisch, mientras que Mangianelli, la primera mujer en ocupar este rol en la fuerza porteña, asumirá en lugar de Jorge Azzolina.

El cambio en la cúpula policial fue decidido por el jefe de Gobierno porteño, Jorge Macri, y el ministro de Seguridad, Waldo Wolff, luego de analizar la fuga ocurrida en la Alcaldía 9. Los presos escaparon a través de un agujero en la pared. Según informó el gobierno de la Ciudad, además de reemplazar a las máximas autoridades de la fuerza, también se apartó al director de alcaidías.

Ordenaron investigar a toda la Policía de la Ciudad por la fuga de presos en Liniers

“Se pusieron en marcha medidas para esclarecer el episodio y se realizará una investigación exhaustiva al interior de la fuerza para determinar responsabilidades”, indicó el gobierno porteño. La investigación quedó a cargo de la fiscal Lorena San Marco, bajo la supervisión del fiscal general Juan Bautista Mahiques. Asimismo, se intensificarán los controles y requisas en las alcaidías mediante la División Unidad Táctica de Intervenciones en Alcaidías (DUTIA).

Casaló, con 16 años de experiencia en la policía bonaerense antes de unirse a la extinta Policía Metropolitana en 2009, es Técnico Jurídico Superior con especialización en Ciencias Políticas orientadas a la seguridad. Su compañera, Mangianelli, abogada y diplomada en género y gestión institucional, también ingresó a la Policía Metropolitana desde la policía de Santa Fe, donde había trabajado durante casi 13 años.

POLITICA

Qué implica un acuerdo de reciprocidad de aranceles con Estados Unidos y la diferencia con uno de libre comercio

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Si hasta hace días Javier Milei afirmaba que su prioridad externa era la firma de un Acuerdo de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos, este sábado, viró su discurso ante la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) y dijo: «Argentina quiere ser el primer país del mundo en sumarse a este acuerdo de reciprocidad que pide la administración Trump en materia comercial». Añadió: “Si no estuviéramos restringidos por el Mercosur, Argentina ya estaría trabajando en un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos que sea mutuamente beneficioso”.

Una y otra son cosas distintas. Para empezar a entender el giro del mandatario argentino hay que remitirse a la nueva y disruptiva política comercial, proteccionista, de esta nueva presidencia de Donald Trump, que empezó el 20 de enero.

A mediados de este mes, el republicano anunció que impondrá aranceles recíprocos y prácticas comerciales a los países que comercien con Estados Unidos. Además, en lo que es considerado por sus propios socios como una nueva “guerra comercial”, le impuso el 10% de aranceles a China; el 25% a sus vecinos y socios, Canadá y México, y el 25% a todo el acero y al aluminio que entra a su país, en lo que sí afecta a empresas de Argentina como Techint y Aluar.

Un acuerdo de libre comercio como el que el Mercosur venía negociando con la Unión Europea es un pacto entre dos o más países para eliminar barreras comerciales y promover el intercambio de bienes y servicios, que pueden llegar incluso a tener aranceles cero. El bloque que integran de manera fundante Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay -Venezuela está suspendida y Bolivia estaba en camino de entrar- no le permite a ningún país firmar un TLC si no es con todos los miembros, por lo que Milei ha lanzado algunas amenazas con irse del Mercosur si una negociación con Estados Unidos lo tentara más.

Sin embargo, la misma política proteccionista no lo llega a poner en ese dilema por ahora. A partir de la reciprocidad que impone Trump, el Departamento de Comercio debería empezar a examinar los aranceles que los otros países aplican a Estados Unidos para luego ellos aplicar esos mismos.

Expertos consultados por Clarín afirman que detrás de ese planteo existe una primera duda y es la de cómo Estados Unidos va armar las posiciones arancelarias con cada uno de los más de 190 países del mundo. Sólo por mencionarlo, su Sistema Generalizado de Preferencias (SGP) abarca unas 3.500 posiciones arancelarias con la eliminación de aranceles.

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Es probable, afirman otras fuentes consultadas, que en el gobierno argentino le hayan dicho a Milei que técnicamente es imposible firmar un TLC clásico con Estados Unidos, contrariamente a lo que dijeron, inesperadamente, en las últimas horas, dirigentes de la American Chamber de Argentina. Y por eso, el mandatario habla ahora en la misma sintonía de Trump, con quien se comparó varias veces este sábado, y comenzó a hablar de reciprocidad en los aranceles con los que Trump busca revertir el déficit comercial de su país.

Entre los otros problemas que se presentan, surge uno central: los mercados de Argentina y Estados Unidos no son complementarios, son competitivos. Sobre una balanza comercial de U$S 16.300 millones en 2024, la Argentina tienen un déficit de U$S 2.200 millones.

Argentina produce básicamente productos primarios. Estados Unidos también. Estados Unidos, además de bienes primarios, produce muchos bienes (industrializados y primarios) que la Argentina no produce. Entonces, un acuerdo con los Estados Unidos es complejo para la Argentina, cuyo fuerte es la agricultura, aunque ahora también crezca el negocio de la minería y la energía. Pero las de Estados Unidos también.

Durante la gestión en Cancillería de Diana Mondino y su ex secretario de Comercio Internacional, Marcelo Cima, se firmó un importante acuerdo para el comercio de minerales críticos, como litio y acero, que pedían la Rosada y Economía. Se desconoce si la cancillería Gerardo Werthein lo continúa. La secretaria de la General, Karina Milei, le había pedido al embajador Luis María Kreckler -en reemplazo temporal de Cima- un plan para llegar a un TLC con EE.UU. a pedido del Presidente. El Gobierno debería explicar ahora cómo se trabajará en un plan basado en la Reciprocidad.

El sistema comercial actual global se basa en el principio de la «nación más favorecida» (MFN), donde los aranceles reducidos para un miembro de la Organización Mundial del Comercio (OMC) se aplican a todos los demás. Las naciones pueden reducir los aranceles por debajo del nivel de MFN para socios específicos cuando entran en un acuerdo de libre comercio. Es la llamada tarifa aplicada.

No está claro lo que va a hacer el gobierno de Trump con este esquema del que es critico desde el primer gobierno del republicano y hay hasta filosofía económica al respecto como la de su ex jefe de Comercio, Robert Lighthizer. Se estima que su propuesta de reciprocidad es una idea de negociación de Trump. Una más.

Lo que varios analistas consideraron que podría ocurrir y eso sí es positivo para la Argentina es que Estados Unidos empiece a pensar en el hecho de que como muchos -y sobre todo para el trumpismo- proponga avanzar en un acuerdo plurilateral donde estén sus aliados. Y eso sería volver a un GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio), que fue previo a la OMC y por el que no existía la cláusula de nación más favorecida.

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¿Qué significa el principio de NMF? Que si un país le da un beneficio comercial a otro, se lo tiene que dar a todos. Estados Unidos no quiere eso. Estados Unidos lo que quiere es reciprocidad. Entonces quiere volver al GATT: le da un beneficio a un país y ese otro país le da el beneficio a EE.UU. En una especie de acuerdo plurilateral. La pregunta es si alguien en la actual administración argentina entiende ello.

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