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POLITICA

Desdoblamiento bonaerense: si el Congreso no suspende las PASO, Kicillof necesita una ley provincial para separar las fechas

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La decisión Axel Kicillof de patear la definición sobre el desdoblamiento de las elecciones tiene, además de motivos políticos, razones técnicas. Es que si el Congreso Nacional no elimina o suspende las PASO nacionales, el gobernador necesita que la Legislatura le apruebe un proyecto de desdoblamiento, algo que no podría hacer sin acompañamiento del kirchnerismo, massismo y parte de la oposición.

El artículo 2 de la ley 14.086 establece: «cuando el Poder Ejecutivo Nacional convoque a elecciones primarias nacionales para Presidente y Vice y/o Parlamentarios del MERCOSUR y/o Diputados Nacionales y/o Convencionales Constituyentes, la fecha de realización de las elecciones Primarias obligatorias y simultáneas provinciales, se realizarán el mismo día».

La cláusula fue parte de un artilugio de Néstor Kirchner para garantizarse que el entonces gobernador bonaerense Daniel Scioli, con el que el matrimonio presidencial mantenía una tensa relación, no se cortara solo.

Kirchner creía que la primaria era fundamental para marcar la tendencia de una elección de cara a octubre y que todos los esfuerzos debían estar puestos ahí.

Por eso, para desdoblar la general Kicillof no tiene inconveniente, pero la PASO está atada a la nacional. Para cambiarla necesita mandar un proyecto y que la Legislatura se lo apruebe, con mayoría especial.

Los 35 intendentes con los que se reunió en Villa Gesell esta semana se lo pidieron, lo cual fue leído como un desafío a Cristina Kirchner, que no está de acuerdo.

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El argumento oficial es que lo mejor es poner en consideración la gestión local, que la discusión no se nacionalice. Además, aunque este año entra en vigencia la Boleta Única Papel (que obliga a papeletas y urnas separadas) estiman que igual puede haber un factor arrastre e incluso creen que la convivencia de dos sistemas de votación distinto puede traer confusión y complicar la votación.

Pero tanto el kirchnerismo que responde a Cristina Kirchner como el sector del Frente Renovador de Sergio Massa están en contra del desdoblamiento y de la «municipalización» de la elección. Creen que a los intendentes solo les interesa salvar sus concejos deliberantes y que lo ideal sería justamente nacionalizar la discusión y postularse como el distrito que le haga frente a Milei. «Si se discute lo local, se va a terminar hablando de inseguridad y puede salir mal», señala un dirigente.

Así las cosas, enviar un proyecto de desdoblamiento al Congreso es toda una hazaña en medio de las tensiones internas porque necesita respaldos que no tiene.

Antes de evaluar opciones Kicillof quiere saber qué va a pasar con las PASO nacionales. Sin embargo, los diputados nacionales que le responden todavía no confirman qué postura tomarán, y el bloque que comanda Germán Martínez tiene que definirlo este fin de semana: si van a buscar confluir o darán libertad de acción.

“Ahora estamos esperando que se defina el escenario nacional para que el Gobernador tome la decisión que tenga que tomar», declaró días atrás el ministro de Gobierno de Kicillof, Carlos Bianco y afirmó que el desdoblamiento “es una posibilidad».

El debate de las PASO en el Congreso

Después de reuniones entre el oficialismo con los jefes de bancada de los bloques aliados y dialoguistas, la posibilidad de suspender las PASO -no eliminarlas- empezó a tomar forma y La Libertad Avanza empezará el debate la semana que viene.

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El martes que viene, a partir de las 14, se reunirá el plenario de las comisiones de Asuntos Constitucionales, Justicia y Presupuesto para debatir el tema. El objetivo es dictaminar al día siguiente, el miércoles, y llevar el proyecto al recinto el mismo jueves.

Al tratarse de un proyecto electoral la norma necesita mayoría absoluta para ser aprobada: 129 votos (la mitad más uno del total de la Cámara) afirmativos.

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El capitalismo despliega sus alas

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La burguesía logró controlar las insurrecciones y aun cuando en algunas partes debieron ceder ante ciertos y acotados reclamos republicanos y democráticos, pocos meses más tarde la rebelión sólo era una vieja pesadilla y persistía exclusivamente en aquellos lugares donde las demandas se vinculaban más con cuestiones de identidad nacional que con una lucha de clases. En esta época los países industriales incrementaron su producción en forma extraordinaria y ampliaron sus mercados acompañando la dinámica del capital, la cual sugería una lógica de intercambio cada vez más global. 

Muchos países europeos no industrializados hasta ese momento comenzaron a adoptar patrones tecnológicos de los países pioneros en la industria y en muchos casos transitaron un camino sostenido de industrialización. Otras regiones, en cambio, se integraron a la economía internacionalizada por su características subsidiarias respecto de las necesidades de las naciones industriales. América Latina y Canadá, Nueva Zelanda, Australia, entre otros, se enmarcaron en ese tópico como productores de materias primas en un mundo donde la especialización productiva fue la variable más predominante. Mayores exportaciones y libertad de empresa fueron la fórmula de la consolidación del orden capitalista. 

La propiedad de las industrias generalmente coincidió con las familias que le habían dado origen, como los Dollfus, los Koechlin, los Krupp, los Rothschild, los Forsty, considerados como ejemplos a emular en un mundo abierto al talento. Y es que eran las habilidades para hacer negocios las que abrían las puertas al éxito. El capital inicial podía dar un mejor handicap a la hora de iniciar la empresa pero no constituía un elemento excluyente. Aun así la procedencia social de estos hombres emprendedores era la clase media.

Estos individuos se creían a sí mismos dotados de dones especiales para la vida empresarial y consideraban justificadas sus ganancias en razón de sus propios méritos. Lejos estaba de sus conciencias considerar que existiera explotación alguna hacia los obreros de sus talleres o industrias y menos aún que el estado hubiera generado condición alguna para la acumulación del capital. 

En el razonamiento burgués, los obreros se circunscribían a dos categorías: los buenos trabajadores que consustanciados con la esencia misma de la empresa la sentían como propia y no escatimaban esfuerzos para aumentar su productividad y eficiencia; y el resto –la mayoría– ociosos empedernidos que eran parias inútiles para la sociedad, y a los cuales sólo la inanición y la coerción los obligaba a desempeñar, de mala gana, su tarea. Por supuesto, que los primeros aglutinaban a los trabajadores calificados, con salarios diferenciales y cuyos saberes eran esenciales en el proceso de producción, mientras que los segundos eran un conjunto de trabajadores no calificados –peones, auxiliares, maestranzas, cargadores, jornaleros– con salarios muy reducidos, condiciones laborales insalubres y jornadas interminables.

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Estos últimos podían ser fácilmente reemplazables, pero igualmente este asunto siempre preocupó a los empresarios. Seguramente, porque la mayoría de este proletariado constituía la primera generación familiar de asalariados urbanos y en consecuencia no se habían consolidado las prácticas culturales y sociales en las familias, sobre las rutinas de la vida capitalista

De hecho, durante mucho tiempo, en algunos países algunos trabajadores urbanos mantuvieron sus mecanismos de subsistencia alternativos a través del cultivo en quintas domésticas. La acelerada urbanización, que para los sectores pobres significó hacinamiento, fue destruyendo estas prácticas. La permanencia de antiguas tradiciones no era propiedad exclusiva de la clase trabajadora; la ascendente burguesía, si bien parecía pronta a disfrutar de los beneficios que le obsequiaban los nuevos tiempos, era más reacia a los cambios culturales en el interior del seno familiar. La unidad doméstica se concebía como la familia tradicional, nuclear, monogámica, y donde los roles masculinos marcaban una gran superioridad respecto del resto de los miembros

Las costumbres religiosas, lejos de distenderse, se fortalecieron y los valores morales rigurosos fueron la idiosincrasia de los estratos medios y altos. El recato, la austeridad y el conservadurismo marcaban desde el nacimiento a estos hombres, por lo menos como puesta en escena para sus relaciones sociales. En la práctica, la hipocresía era el signo de una clase dominante que no quería legitimar en público las prácticas que despreciaban de sus subordinados. Una vida abocada al esfuerzo, el trabajo y a la familia no podía destruirse por alguna debilidad  considerada natural para un hombre que se preciara de su condición. El éxito en el ámbito de la sociedad civil –y particularmente en el mundo económico– podía obviar estos detalles.

Esos límites laxos se contraponían con la férrea ideología que profesaron estos hombres con una unanimidad que difícilmente volvió a observarse en el siglo XX, aunque tal vez un espectro de este consenso se reprodujo en los últimos 30 años, con la globalización y irrupción de la ideología neoliberal. (www.REALPOLITIK.com.ar) 

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