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POLITICA

Fernando Borroni: «Estamos frente a un gobierno con rasgos fascistas»

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«El gobierno de Javier Milei responde a los antojos de un solo hombre. No viene del mundo de la política, no tiene base de formación, solamente tiene una idea económica en la cabeza que no contempla la humanidad ni los costos en términos humanos», afirmó Fernando Borroni. En ese sentido, destacó la falta de empatía del presidente y su equipo: «No tiene conciencia ni emocionalidad para entender el sufrimiento del otro».

«Un nuevo orden social supremacista»

Borroni sostuvo que el gobierno de Milei busca instalar «un nuevo orden social supremacista» en el que «Argentina sea para unos pocos, no solo en términos económicos, sino también en términos de derechos». Aseguró que la política económica del oficialismo es la misma que históricamente aplicó la derecha, pero con «un nivel de brutalidad inédito».

Respecto al escándalo de las criptomonedas, el periodista opinó que tomó relevancia porque «se metió con gente que puede apostar», en referencia a sectores con alto poder adquisitivo. «Si hubiese estafado a los maestros o a los jubilados, no tendría la repercusión que tiene la criptomoneda», advirtió, y agregó: «Lo que Milei hizo con las criptos lo cometió en su propio territorio, el mercado, el mundo virtual que tanto defendió».

«Un presidente negligente y autoritario»

Borroni no escatimó críticas al mandatario y señaló que su actitud «es la de un hombre sin pudor, que no reconoce el impacto de sus actos». En relación a la polémica entrevista que Milei brindó a Jonatan Viale, en la que el presidente aseguró que en su cuenta de Twitter se define como economista y no como presidente, el periodista consideró: «Nos gobierna un presidente que es una mezcla de negligente, autoritario e irresponsable, con actitudes de un nene de diez años».

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Finalmente, cuestionó el rol de la oposición y el sindicalismo en el actual contexto político: «Unión por la Patria se está moviendo bien en el Congreso, pero el sindicalismo está dominado por un grupo de millonarios que no representan a los trabajadores». Además, criticó la cobertura mediática y afirmó que «salvo algunos medios, el resto es oficialismo encubierto».

Borroni concluyó su análisis con una dura reflexión: «Este país no solo necesita cambiar de presidente, sino también recuperar el sindicalismo y reconstruir una oposición que realmente defienda los derechos de la mayoría». (www.REALPOLITIK.com.ar) 

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Viejas riñas porteñas

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Hay que ubicar las cosas en su contexto. Lo que a los ojos del siglo XXI puede parecernos un show bárbaro y bestial, en otras épocas fue un entretenimiento frecuente e incluso una verdadera pasión de multitudes. Me refiero a un divertimento que imperaba en Buenos Aires en tiempos de la colonia y hasta mucho después de la independencia: la riña de gallos.

Hoy es absolutamente ilegal tirar dos aves al centro de un círculo, apostar dinero por una de ellas y verlas lastimarse hasta que alguna de las dos dé con el pico en el suelo. Pero no lo era cuando Buenos Aires era una aldea en crecimiento. Los reñideros estaban presentes en casi todos los barrios porteños y allí asistían, gustosos, miembros de todas las clases sociales.

Es que, por más que nos duela reconocerlo por la pena que nos dan estos pobres animales, las riñas eran una verdadera expresión popular. Un visitante inglés que habitó la urbe para 1820 escribió en una de sus crónicas: “Junto a las puertas de las casas de la gente pobre hay siempre un gallo atado a la pata, lo que demuestra que las riñas deben ser diversión muy difundida”.

Pero claro que esta es una competencia que no se inventó en Buenos Aires. Viene de bien lejos en tiempo y espacio: hay registros desde la antigua Grecia, en el 500 A.C. De ahí las riñas pasaron a la antigua Roma, llegaron al territorio español y fueron los españoles, cuando trajeron las aves de corral al territorio americano, los que instalaron aquí su emplumado pasatiempo.

En 1767 se inauguró el primer reñidero porteño, de José de Alvarado, en el entonces llamado Hueco de Monserrat, por la zona donde hoy se levanta el edificio de Desarrollo Social. Más adelante en el siglo XIX hubo muchos más. Entre los más destacados, se puede mencionar uno ubicado en la actual esquina de Chile y México, otro en Venezuela al 700 y hasta se abrió uno, muy concurrido, en la mismísima calle Florida. Algunos eran más bien precarios, pero otros tenían gradas y hasta palcos para que el público siguiera con comodidad las alternativas de la lucha, plena de espolones yendo y viniendo y picotazos a repetición.

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Además de las cantidades de dinero que corrían en las apuestas, la actividad se ampliaba mediante la creación de criaderos y hasta escuelas de pelea para gallos. Tal como pasa hoy con diversos juegos populares, esto era, para algunos, un pingüe negocio.

Una riña de gallos a fines del siglo XIX, donde se ve que niños y mujeres son parte del público

El historiador Oscar Troncoso recuerda el nombre de algunos gallos que fueron legendarios por su valentía: rememora a ‘el Belgrano’, animal al que apodaron ‘el asesino de Balvanera’, pues así era de feroz; otros ejemplares destacados fueron el ‘Tigre Overo’ y el ‘Gaucho Cenizo’, que se convirtió en mito aquella jornada en la que el pobre continuó peleando después de perder ambos ojos. Pero también estaban las aves que rehuían al combate, como ‘Naranjo Barbucha’, que en su primera contienda se escapó del circo para correr a esconderse atrás de un árbol en otro de los reñideros célebres, el de Gandulfo, ubicado en Montes de Oca y Suárez, en Barracas.

Tan popular era la cosa que, en mayo de 1861, el Jefe de Policía Rafael Trelles emitió el Reglamento Oficial para la Riña de Gallos. Haciendo una lectura de esta legislación, es difícil creer que se cumpliera a rajatabla. Por ejemplo, había una norma que decía que el público “no podrá proferir palabras obscenas dentro del circo”. Con el fervor de la lucha y habiendo dinero en juego, imposible que no se escaparan decenas de improperios.

El anuncio de la apertura de un nuevo reñidero, en la actual avenida Belgrano, en la Gaceta Mercantil del año 1849

Por fortuna para los gallos, para el año 1891 se prohibían sus riñas en la ciudad de Buenos Aires. Empezaba a tener influencia la Sociedad Protectora de Animales, que promovió esta medida. Pero, clandestinamente, la movida no se detenía. De hecho, el drama teatral El Reñidero, de Sergio De Cecco, transcurre precisamente en uno de estos escenarios, en Palermo, en 1905. Lo que sí, como muestra la obra, ya era un espectáculo más marginal, para guapos, malevos y matones de algún turbio caudillo político. Pero ese ya es otro cantar.

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