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INTERNACIONAL

Una guerra de Estados Unidos con Irán sería una catástrofe

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Estados Unidos está alarmantemente cerca de verse arrastrado a otro enredo militar en Oriente Medio, esta vez por Israel, que cada vez parece menos un verdadero aliado.

El sorpresivo ataque de Israel contra Irán el viernes casi con certeza ha destruido cualquier posibilidad de alcanzar el acuerdo nuclear que Estados Unidos perseguía desde hacía meses. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, también ha puesto en peligro imprudentemente a los 40.000 soldados estadounidenses desplegados en la región, poniéndolos en riesgo inmediato de represalias iraníes, lo que podría llevar a Estados Unidos a una guerra con Irán.

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Independientemente de cómo Irán interprete nuestro papel en los ataques, Israel parece haber actuado sin avisar a Estados Unidos con la suficiente antelación para que tomara las precauciones adecuadas. Aunque el presidente Trump reconoció el jueves la inminencia de un ataque israelí, Estados Unidos apenas inició las evacuaciones voluntarias de familias de militares y personal no esencial de la embajada el miércoles por la tarde, mientras que el Departamento de Estado comenzó a elaborar planes para la evacuación masiva de ciudadanos estadounidenses apenas horas antes del ataque.

Trump, y todos los estadounidenses, deberían estar furiosos. Ahora, Netanyahu y las voces más agresivas en Estados Unidos casi con seguridad presionarán a Trump para que ayude a Israel a destruir las instalaciones de enriquecimiento nuclear de Irán, algo que será difícil de lograr para el ejército israelí por sí solo y que incluso el ejército estadounidense podría ser incapaz de lograr. Sería el peor error de la presidencia de Trump.

Una guerra con Irán sería una catástrofe, el fracaso culminante de décadas de extralimitación regional por parte de Estados Unidos, y precisamente el tipo de política que Trump ha criticado durante mucho tiempo. Estados Unidos no ganaría nada luchando contra un país débil al otro lado del mundo que causa problemas en su región, pero que no representa una amenaza crítica para nuestra seguridad. Y Estados Unidos perdería mucho: lo más trágico, las vidas de sus militares, junto con cualquier posibilidad de escapar de nuestro tormentoso pasado en la región.

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Los estadounidenses de todas las tendencias políticas se oponen a la guerra con Irán, presumiblemente porque comprenden las dos grandes lecciones de la experiencia estadounidense en Oriente Medio durante los últimos 25 años. Las guerras preventivas no solo no funcionan, sino que también tienen consecuencias imprevistas con un impacto duradero en la seguridad nacional de Estados Unidos.

La desafortunada invasión de Irak en 2003 también fue una guerra para prevenir la proliferación nuclear. El desastre sobrevino, y no solo porque Saddam Hussein no tuviera armas de destrucción masiva. La invasión estadounidense desencadenó el caos y la guerra civil en Irak e inclinó la balanza de poder regional a favor de Irán al permitirle establecer nuevas milicias subsidiarias en el país. También condujo al eventual ascenso de ISIS.

No hay motivos para pensar que una guerra con Irán se desarrollaría mejor, y podría resultar considerablemente peor. De ser atraído, la intervención del ejército estadounidense probablemente comenzaría con ataques aéreos en lugar de una invasión terrestre, dado el gran tamaño de Irán y su imponente terreno montañoso. Pero como demostró la infructuosa campaña de 7 mil millones de dólares contra los hutíes, los ataques aéreos son exorbitantemente caros, conllevan un riesgo significativo de bajas estadounidenses y es probable que fracasen de todos modos. Estados Unidos ni siquiera logró la superioridad aérea sobre los hutíes, un grupo militante heterogéneo con la base de recursos de un país empobrecido, Yemen, sobre el cual ni siquiera pudo consolidar el control.

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Irán tiene una capacidad de defensa mucho mayor que la de los hutíes. Si los ataques aéreos no logran destruir la capacidad nuclear iraní, la presión sobre las fuerzas estadounidenses aumentaría drásticamente para combinar un bombardeo aéreo con un componente terrestre, quizás algo similar al «modelo afgano» que Estados Unidos utilizó para derrocar a los talibanes. Sabemos cómo resultó. A pesar de la intención de mantener esa guerra pequeña y breve, un enfrentamiento que comenzó con tan solo 1300 soldados estadounidenses en noviembre de 2001 se convirtió en una desastrosa ocupación de 20 años que alcanzó los 100 000 soldados estadounidenses en su punto álgido en 2011 y que finalmente causó la muerte de 2324 militares estadounidenses.

Incluso en el mejor de los casos, en el que Estados Unidos contribuyera a destruir la mayoría de las instalaciones nucleares iraníes, solo retrasaría el progreso de Irán hacia el desarrollo de una bomba. La guerra no puede impedir el desarrollo de armas a largo plazo, por lo que la diplomacia o la negligencia benigna siempre han sido las mejores opciones para lidiar con Irán. Su programa de enriquecimiento tiene más de 20 años, se extiende por múltiples sitios en la República Islámica y emplea a incontables miles de científicos, 3.000 solo en las instalaciones de Isfahán. Es probable que suficientes científicos iraníes sepan cómo enriquecer uranio apto para armas como para que Israel no pueda eliminarlos a todos, a pesar de sus ataques aéreos dirigidos explícitamente contra ellos.

Suponiendo que persista cierta continuidad en el conocimiento técnico, Irán probablemente podría reconstruir sus instalaciones nucleares rápidamente. Y un régimen iraní desafiante sin duda estaría decidido a armar sus instalaciones para disuadir futuros ataques israelíes y estadounidenses.

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Esa probabilidad, sumada a la insistencia de Israel en que Irán nunca debe obtener la bomba, sugiere que la teoría de la victoria de Netanyahu podría basarse en una lógica subyacente de cambio de régimen. En apoyo de este argumento, Israel parece estar realizando ataques dirigidos a desmantelar el liderazgo del régimen en Teherán. El líder israelí ha aceptado desde hace tiempo la conveniencia de un cambio de régimen en Irán e insinuó en septiembre que podría ocurrir «antes de lo que se cree». Como declaró una fuente diplomática francesa a Le Monde el otoño pasado: «En ciertos círculos circula la idea de que quizás los israelíes nos estén guiando hacia un momento histórico, que este es el principio del fin del régimen iraní». La caída del régimen sirio Bashar al-Assad en diciembre intensificó las especulaciones sobre una convulsión similar en Irán. Algunos halcones políticos estadounidenses y miembros de la diáspora iraní afirman ahora que el cambio de régimen se está volviendo inevitable; como lo expresó John Bolton, exasesor de seguridad nacional de Trump: «Es hora de pensar en la campaña para un cambio de régimen en Irán».

Eso es pensamiento mágico. La historia ha demostrado una y otra vez que bombardear un país pone a su población en contra del atacante, no en contra de su propio régimen, a pesar de su profunda impopularidad. Las imágenes ya muestran a iraníes manifestándose en las calles, no para oponerse a su gobierno, sino para instar a represalias contra Israel. E incluso si el régimen fuera derrocado, ¿qué ocurriría entonces? A pesar de todos los defectos del gobierno iraní, un mal gobierno es preferible al caos de la inexistencia de gobierno. ¿De verdad queremos convertir a Irán en un estado fallido, como Irak o Libia después de que Estados Unidos atacara a esos países?

Trump suele presumir de su historial durante su primer mandato de no haber iniciado nuevas guerras. Ese historial merece la pena convertirlo en un legado. Debe resistir la presión de Netanyahu y de los halcones en su país para evitar una autolesión trágica e irreparable.

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Kelanic es directora del programa de Oriente Medio en Defense Priorities.

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INTERNACIONAL

El vuelo que no iba a Nagasaki y las nubes que cambiaron todo: la bomba que marcó el fin de la Segunda Guerra

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Unas nubes cambiaron el destino de cientos de miles de personas.

El cielo demasiado encapotado disuadió al piloto de que debía seguir el plan B. Temía no llegar a destino, que allí la situación climática se repitiera, el combustible se acabara y tuviera que tirar la bomba al mar.

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La misión se había adelantado dos días porque los reportes meteorológicos hablaban de tormentas y cielos cerrados. La visibilidad era fundamental.

Boxscar y los aviones escoltan viraron. Dejaron atrás Kokura y enfilaron hacia Nagasaki.

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Era el 9 de agosto de 1945 y estaba por ser lanzada la segunda bomba atómica sobre Japón.

El mundo había ingresado en la era nuclear tres días antes, cuando el Enola Gay había dejado caer la bomba sobre Hiroshima. El hongo atómico se había tatuado en el cielo, la ciudad había conocido un nivel de destrucción nunca antes visto y 80.000 personas murieron en los primeros minutos.

Horas después, el presidente estadounidense Harry S. Truman, informó por radio: “Hace poco tiempo un avión americano ha lanzado una bomba sobre Hiroshima, inutilizándola para el enemigo. Los japoneses comenzaron la guerra por el aire en Pearl Harbor: han sido correspondidos sobradamente. Pero este no es el final, con esta bomba hemos añadido una dimensión nueva y revolucionaria a la destrucción”.

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La histórica imagen de la tripulación del Enola Gay, tomada y difundida el 17 de agosto de 1945, pocos días después de que el bombardero B‑29 lanzara la bomba atómica sobre Hiroshima. (Foto: US Archive).

Kokura era plana y mezclaba zonas industriales y urbanas. Y tenía -como Hiroshima y Nagasaki- otra característica imprescindible para los altos mando norteamericanos: no había sido bombardeada hasta ese momento. Querían ciudades lo más prístinas posibles para que no hubiera confusión, para que quedara bien establecido el sideral poder destructor de las bombas nucleares. El terreno de Nagasaki era irregular -eso hizo que el daño se concentrara y no se esparciera-, predominaban las construcciones antiguas con mucha madera en las paredes y contaba con algunas fábricas importantes como Mitsubishi.

La segunda misión se había planificado de manera muy similar a la que había arrojado la bomba sobre Hiroshima. El avión que transportó a la bomba Fat Man hasta los cielos de Nagasaki se llamó Bockscar y era comandado por Charles Sweeney.

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La operación Nagasaki: la segunda misión atómica de EE.UU. sobre Japón

A pesar de la meticulosidad previa, la operación debió sortear varios imprevistos. Ya todos, aunque nadie lo hubiera confirmado, sabían qué clase de bomba llevaba el avión. En el momento del despegue de uno de los aviones de apoyo, el que llevaba al personal de observación (científicos y encargados de tomar las imágenes), el piloto hizo bajar a uno de los tripulantes: en vez de paracaídas, en un error por los nervios, había tomado un segundo salvavidas.

El informe del avión meteorológico fue positivo. Pero cuando el Bockscar sobrevoló Kokura, Sweeney se encontró con un espeso manto de nubes cuando llegó a su destino. Intentó encontrar un hueco en el que la visibilidad hiciera posible el lanzamiento pero fue infructuoso. En ese instante Nagasaki se convirtió en el objetivo. Era el plan de contingencia. Pero un nuevo problema surgió. El avión mostró desperfectos. Perdía combustible. No se sabía si podría regresar. A Nagasaki también la cubrían las nubes. Cuando no quedaba demasiado tiempo, Sweeney descubrió una brecha.

La bomba atómica sobre Nagasaki mató 40 mil personas en el momento de la detonación. Y otras tantas murieron en los meses siguientes por efecto de la radiación. La fábrica Mitsubishi que proveía armamento fue destruida, al igual que el 40 % de las viviendas de la ciudad.

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Fat Man estaba hecha de plutonio 239. La ventaja era que se conseguía con mayor facilidad. Sin embargo era más complejo para ensamblar la bomba y mayor probabilidad de fallar. De hecho algunos científicos creen que solo se fisionó menos del 20 por ciento del material. No importó: su efecto fue devastador.

En uno de los aviones escolta iban los instrumentos de medición, que lanzados con pequeños paracaídas, buscaban establecer la magnitud de la explosión, el poderío de la bomba. El general Groves y Robert Oppenheimer habían enviado tres científicos desde Los Álamos a Tinian. Eran los representantes del Proyecto Manhattan en la base militar. Eran Luis Walter Álvarez, Lawrence Johnston y Harold Agnew. Uno de ellos tuvo una idea. Una improvisación en el detallado plan. Querían enviar un mensaje.

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Dr. J. Robert Oppenheimer, físico atómico y cerebro del Projecto Manhattan, que llevó adelante el plan atómico contra Japón, durante la Segunda Guerra. (Foto: Departmento de Energy de EE.UU. via REUTERS)

Dr. J. Robert Oppenheimer, físico atómico y cerebro del Projecto Manhattan, que llevó adelante el plan atómico contra Japón, durante la Segunda Guerra. (Foto: Departmento de Energy de EE.UU. via REUTERS)

Cuando se enteraron que la segunda bomba sería lanzada casi de inmediato, los físicos norteamericanos sostuvieron que eso terminaría de desconcertar a los japoneses. Que si ellos estuvieran del otro lado, y los comandantes les preguntaran qué posibilidades habría de un segundo ataque, ellos dirían que sería casi imposible, dado que esas bombas eran muy difíciles y muy costosas de construir, que esa dificultad les daría tiempo. Por lo tanto, el factor sorpresa, una vez más, sería importante.

Los tres científicos que estaban en la base del Pacífico no estaban preocupados por las vidas que se habían perdido en Hiroshima sino por las que podrían perderse en caso de continuar la contienda. Así que decidieron mandar un mensaje a un par, a un colega. A alguien que pudiera explicarles a los gobernantes japoneses qué era eso que les había caído del cielo.

La carta que los físicos estadounidenses enviaron a Japón: “A menos que se rindan, una lluvia de bombas atómicas caerá sobre el país”

Luis Walter Álvarez, luego Premio Nobel de Física, dictó una carta. Sus colegas Johnston y Agnew, la transcribieron y agregaron algunos párrafos. La misiva estaba dirigida a Ryokichi Sagane, un respetado físico japonés que ellos habían conocido en Estados Unidos unos años antes.

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En la carta sin firma se presentaban como “tres colegas de Bekerley” y entre otras cosas decían: “Como científicos deploramos el uso que se ha dado a tan bello descubrimiento, pero podemos asegurar que a menos que Japón se rinda una lluvia de bombas atómicas caerá sobre el país”. Le rogaban a Sagane que utilizara sus conocimientos e influencias para convencer a las autoridades japonesas.

Adosaron la carta a uno de los instrumentos de medición y la dejaron caer hacia suelo japonés. La misiva fue encontrada unos pocos días después y estudiada por funcionarios nipones. Recién llegó a su destinatario el Dr. Sagane varios meses más tarde.

Varios años después de la guerra, los físicos volvieron a cruzarse. Sagane sacó el papel arrugado de su bolsillo y se lo extendió a Álvarez que lo leyó en silencio. Luego sacó una lapicera del bolsillo interno de su saco y, varios años después de que fuera escrita, la firmó.

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Ni Álvarez ni los otros dos científicos mostraron remordimiento ni pesar por las bombas. Constituyeron casi una excepción (otro caso notable fue el de Edward Teller, creador de la Bomba H) entre los especialistas del Proyecto Manhattan que se convirtieron casi de inmediato en pacifistas y abogaron por el desarme atómico, por desactivar el infierno que crearon con sus conocimientos y trabajo.

La visión de Álvarez y de sus compañeros, posiblemente, se sustentaba en su experiencia en el campo de batalla. Ellos salieron del laboratorio, vivieron en bases militares, participaron de misiones, vieron a los hombres morir en combate. Esas vivencias pueden haberlos convencido que la extensión de la guerra hubiera acarreado mayor número de muertos que los que produjeron las dos bombas atómicas.

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Álvarez había estado en el lanzamiento de prueba del nuevo arma en el desierto californiano y en Hiroshima. El 9 de agosto se quedó en la base y fue Johnston en el avión. Así, Johnston se convirtió así en la única persona que fue testigo ocular de los tres lanzamientos atómicos de esa guerra. Un récord nada envidiable.

Los hibakusha. Los sobrevivientes a las explosiones atómicas. Los afectados por la radiación. Aquellos a los que la destrucción signó de por vida. Las secuelas físicas, las pérdidas materiales, la muerte de los familiares. Los que atravesaron el horror y sienten la necesidad de contarlo. Aunque muchos hayan necesitado demasiados años para poder expresarse, para poder evocar el cataclismo, para conseguir ponerle palabras a lo inhumano.

Entre ellos, entre los hibakusha, hay algunos que revisten un estado aún mayor de excepcionalidad. Son doblemente hibakushas: sobrevivieron a ambas explosiones atómicas.

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Tsutomu Yamaguchi era un joven empleado de Mitsubishi. Había sido enviado a Hiroshima a realizar unas tareas. El tren que lo devolvería a Nagasaki partía a las 9 de la mañana del 6 de agosto. Camino a la estación se dio cuenta que había dejado documentación en el hotel. Regresó a buscarla y se separó de sus dos compañeros de viaje. Al regresar, una explosión de una potencia desconocida lo hizo volar por el aire. Luego de unos minutos de atontamiento se levantó. Vio el peor paisaje imaginable. Tenía algunas lastimaduras, le sangraba la cabeza pero no mucho más. Se escondió en un refugio antiaéreo.

La tripulación del Enola Gay, el bombardero B-29 que lanzó la primera bomba atómica sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945. La imagen fue difundida pocos días después de la misión, en agosto de ese mismo año. (Foto: US Archive).

La tripulación del Enola Gay, el bombardero B-29 que lanzó la primera bomba atómica sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945. La imagen fue difundida pocos días después de la misión, en agosto de ese mismo año. (Foto: US Archive).

A la mañana siguiente, con la ciudad todavía cubierta por la bruma atómica, inició el camino de regreso a su casa. Una odisea de más de 250 kilómetros. Llegó a Nagasaki a la noche del 8 de agosto. Abrazó a su esposa y a su hijo pequeño. A la mañana siguiente se dirigió a la fábrica. A media mañana se reunió con su jefe. Intentaba convencerlo de lo sucedido. El jefe valoró darle licencia. Pensó que Yamaguchi se había vuelto loco. Era inconcebible suponer que una sola bomba podía arrasar una ciudad. Cuando el jefe estaba por echarlo de la oficina, la explosión.

Estados Unidos había lanzado la segunda bomba atómica. Una vez más, Tsutomu salió indemne. Entre los escombros se levantó con nuevos magullones y quemaduras para ir a buscar a su familia. Su esposa y el bebé tampoco habían sufrido daños. La familia pasó varios días en un refugio hasta que pudieron regresar a su casa. Yamaguchi sólo perdió parte de la audición de un oído y le quedó cierta debilidad en sus piernas; secuelas menores para haber soportado dos explosiones atómicas. Murió en el 2010. Tenía 94 años. Su hijo vivió bastante menos; murió de cáncer afectado por la radiación a fines del Siglo XX.

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Kazuko Sadamaru tenía 20 años y la guerra la había transformado en enfermera. Ella también fue doble hibakusha. El 6 de agosto, desde Nagasaki acompañaba en tren a unos heridos cuyo lugar de residencia era Hiroshima. Cuando la formación ingresaba en la ciudad, el destello cegador. El tren cimbreó. Al bajar, se encontraron con el paisaje más funesto. Al día siguiente regresó a Nagasaki. El 9 de agosto, la siguiente bomba. Allí vivió los peores días de su vida. Trabajando varios días seguidos, sin dormir, sin materiales para asistir a los heridos, sin saber contra qué luchaban. Ella con el paso de los meses tuvo problemas en la sangre y perdió casi todo el pelo. Pero se recuperó. Tuvo una hija y cuatro nietos.

Hiroshima, arrasada por la potencia nuclear. (Foto: US National Archives Catalog).

Hiroshima, arrasada por la potencia nuclear. (Foto: US National Archives Catalog).

El mundo tardó en enterarse de lo que había ocurrido en Nagasaki, su real dimensión. Los grandes medios prefirieron quedarse con la rendición japonesa, el fin de la guerra, el regreso a casa de los soldados aliados, el descubrimiento del horror de los campos de concentración nazis. Y cuando se sabía algo, se minimizaba.

En septiembre de 1945, un hombre con uniforme de coronel del ejército de Estados Unidos entró a Nagasaki. Japón ya se había rendido. La guerra había terminado. En la ciudad sus escasos habitantes parecían espectros. Era como si nada de lo anterior hubiera quedado en pie. Destrucción total. El paisaje más desolador posible.

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Por ese tiempo Estados Unidos disfrutaba del éxito. Las bombas habían derribado las últimas defensas japonesas. Nada se sabía (al menos públicamente) de las consecuencias de las bombas. Todavía ni siquiera era sencillo determinar los daños instantáneos que había ocasionado, mensurarlos con precisión. Se sabía de su poder de devastación pero no mucho más. Los generales norteamericanos negaban consecuencias. Afirmaban que ya todo había pasado. No había secuela posible.

Mentían.

Nagasaki no tenía demasiada atención de los medios. Varios factores confluyeron: haber sido la segunda bomba y la vocación por silenciar las decenas de miles de muertes y, en especial, las secuelas de la radiación.

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El hombre con ropa de coronel era periodista. Se llamaba George Weller. En su libreta de apuntes tomó nota de lo que vio. Un espectáculo atroz. Le costaba imaginar qué había provocado eso. Encontró un campo de prisioneros de guerra. Sus reclusos eran soldados americanos capturados por los japoneses. Todavía no sabían que la guerra había terminado. Weller les dio la noticia. Ellos le relataron el resplandor, el ruido atronador y la ola expansiva. El periodista escribió un informe estremecedor. Siguió recorriendo la ciudad, lo que quedaba de ella, y reportando. Envió sus notas. Hablaba también de enfermedades extrañas que parecían tener origen en la bomba. La radiación afectaba a las personas.

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Semanas después se enteró de que ninguna había llegado al diario. Los oficiales de Estados Unidos las habían retenido y destruido. No eran tiempos de dar malas noticias; eso era hacerle el juego al enemigo (ya derrotado). Las excusas que se suelen esgrimir para ejercer la censura.

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Weller regresó a su país y vivió convencido que sus crónicas se habían perdido para siempre. Tras su muerte, una de sus hijas, encontró una copia en carbónico de ellas y las publicó.

Sesenta años después, el mundo conocía detalles de lo que había ocurrido en Nagasaki durante los días posteriores a su devastación, en ese paisaje que parecía haber sido olvidado por Dios.

Nagasaki, Segunda Guerra Mundial, Japón, bomba atomica

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Fetterman joins fiscal hawks to sound alarm as national debt nears staggering $37T

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NEWYou can now listen to Fox News articles!

The U.S. national debt is rapidly approaching $37 trillion with no signs of slowing down as President Donald Trump’s «big, beautiful bill» is projected to raise budget deficits by $2.4 trillion over a decade, according to the Congressional Budget Office (CBO) dynamic analysis. 

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Senators from both parties sounded the alarm on the staggering debt crisis in interviews with Fox News Digital on Capitol Hill. 

«I’m very, very deeply concerned about that,» Sen. John Fetterman, D-Pa., said. «I think that’s gonna be part of the next big crisis, where we are gonna have to confront our national debt because it wasn’t that long ago that a trillion was unthinkable, and now that there’s 40 trillion approaching in our debt, we really have to address it, honestly.»

Trump signed his «one big beautiful bill» by Congress’ self-imposed July 4 deadline. It includes the fulfillment of Trump’s key campaign promises through the reconciliation process, including tax cuts and reforms to immigration, energy and Medicaid.

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MAGA COUNTRY VOTERS SOUND ALARM OVER ‘RIDICULOUS’ NATIONAL DEBT AMID DEBATE OVER TRUMP-BACKED BILL

The U.S. national debt is more than $36 trillion.  (Fox News Digital)

But conservative fiscal hawks, including Rep. Thomas Massie, R-Ky., who voted no and regularly sports a national debt clock badge, threatened to derail its passage as they spoke out against its contribution to the national debt.

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DEMOCRAT-CONTROLLED BUDGET OFFICE WRONGLY ANALYZED TRUMP’S BIG BILL, MISSED RECORD SAVINGS, WHITE HOUSE SAYS

Sen. Katie Britt, R-Ala., a Trump ally and advocate for the bill, told Fox News Digital, «The time for tough conversations is now.»

She said the United States must continue to look for waste, fraud and abuse—a nod to former Trump-ally turned online foe, Elon Musk, who spearheaded efforts to cut government spending via the Department of Government Efficiency (DOGE) earlier this year, before a well-documented fallout between Trump. 

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«When you think of things like Social Security and Medicare, people say that they could be insolvent within the next eight years,» arguing that interest on the U.S. debt and mandatory spending on programs, like Medicaid, are taking up a big portion of the pie. 

Elon Musk wearing "DOGE" hat

Elon Musk led the Trump administration’s effort to cut waste, fraud and abuse in government spending.  ( Francis Chung/Politico/Bloomberg via Getty Images)

«We’ve got to make sure that we are more responsible with taxpayer dollars,» Britt added. 

Meanwhile, freshman Sen. Bernie Moreno, R-Ohio, described the U.S. debt crisis as a «moral failing that we leave this country to our kids and grandkids with this kind of level of debt.» 

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«$37 trillion of debt is unimaginable, right? We’ve got to balance our budget. We need to do it right now. If we don’t do it, what’s going to happen is interest [rates] are going to go up. Inflation is not going to be under control. It’s real simple,» Sen. Rick Scott, R-Fla., told Fox News Digital. 

Sen. Ron Johnson, R-Wisc., agreed, «We need to focus on spending, spending, spending. I’ve been beating this drum really since I got here, but particularly with this administration, since January 1st, trying to return to a reasonable pre-pandemic level spending.»

Demonstrators protest at US Capitol carrying coffins

Demonstrators carry cardboard caskets in front of the U.S. Capitol in protest of President Donald Trump’s tax breaks and spending cuts package on Monday, June 30, 2025, in Washington, D.C.  (AP Photo/Julia Demaree Nikhinson)

While Republicans have led the charge on eliminating waste, fraud and abuse in government spending, Sen. Ed Markey, D-Mass., said the number one priority should be reversing «all these massive tax breaks of billionaires and millionaires in America.»

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Trump’s megabill included an extension of the 2017 Tax Cuts and Jobs Act (TCJA), as well as new tax breaks on tipped wages and overtime. 

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Markey added, «We can save trillions and trillions of dollars that are going to be wasted in our country by giving these massive taxpayers by the trillions to the wealthiest. We also have to re-examine our defense budget. We actually don’t need a whole new generation of nuclear weapons.»

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Zelenskyy says peace deal will not include giving territory to Moscow ahead of Trump-Putin summit

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Ukrainian President Volodymyr Zelenskyy said Saturday that Ukraine will not give up any territory to Russia in efforts to reach a peace deal ahead of talks between President Donald Trump and Russian President Vladimir Putin next week.

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Ukrainian President Volodymyr Zelenskyy said Ukraine will not «gift» land to Russia ahead of a Trump-Putin summit next week aimed at seeking a peace deal between the countries. (Antonio Masiello/Getty Image)

In a video posted on his social media accounts on Saturday, Zelenskyy addressed the war with Russia and said while he is ready for the conflict to end, Ukraine will not «gift» land to Moscow in the process.

«The answer to the Ukrainian territorial question already is in the Constitution of Ukraine. No one will deviate from this—and no one will be able to. Ukrainians will not gift their land to the occupier,» Zelenskyy said.

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His remarks come after Trump talked about the upcoming summit at the White House on Friday, stating that a deal to end the war could include «swapping of territories.»

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