El formidable arquero marroquí Bono atajó el penal decisivo, Al Hilal le ganó la Copa del Rey de Arabia a Al Nassr y el que está tendido en el césped en un mar de lágrimas es Cristiano Ronaldo. El portugués, que a los 39 años ha ganado 34 títulos entre ligas y copas con sus clubes y una Eurocopa con su selección, llora como un chico y no hay quien lo pueda consolar.

Cuando CR7 anunció, a fines de 2022, que se iba a la Saudi Pro League, el mundo del fútbol pensó en la “jubilación de privilegio”. Que Cristiano había sucumbido a la tentación de los petrodólares y ya no le importaba la gloria deportiva.

Pertenece el Bicho a esa raza de elegidos, la élite de la élite de los que no se conforman nunca. De los que se quieren seguir superando siempre, los que tienen su nombre inscripto en letras de oro en la historia pero siguen compitiendo con voracidad.

Como lo estamos viendo a Rafa Nadal, que no se resigna a que su cuerpo le pida descanso y adonde vaya se mata por ganar. Como Max Verstappen, tricampeón mundial que ganó las dos primeras carreras de 2024 y como tuvo que abandonar en la tercera, le armó un escándalo a su equipo.

Como Messi, que sufrió con las finales perdidas por la Selección, llegó a la cumbre del deporte mundial en Qatar y también se alejó de las ligas europeas, pero se prepara con la máxima ilusión para defender el título de la Copa América con Argentina.

Esa fue la imagen de CR7, su llanto tras perder una final es la impronta de un campeón, de los que cuando pelean por un título olvidan el pasado glorioso y ambicionan la gloria por venir.

Igual que Leo, está por ir a la que sería su última Eurocopa con Portugal. Se cree que esos torneos serán sus last dance con sus equipos nacionales. Tratándose de Cristiano, como de Leo, nadie puede animarse a asegurar que así será.