Mitológicamente hablando, Dionisio era el dios que representaba la ruptura de las barreras. Que acercaba al hombre al éxtasis. Que podía transformarse y transformar. Tanto es así que filosóficamente existe un antagonismo entre lo dionisíaco y la corriente apolínea, atado más al equilibrio, el orden, la seriedad.

Julián Álvarez habría resultado un buen caso de estudio para quienes analizan ese por qué oculto en la existencia. Porque combina una y otra cosa. La sencillez y la serenidad de Apolo con la explosión de su antítesis. Y así es capaz de meter 23 goles transitando áreas vitales de clubes ajenos -quienes lo disfrutan en el Atlético de Madrid son testigos de su mejor temporada goleadora en Europa- pero también de mutar. Para reconvertirse, como ante Uruguay, en un base de NBA. Para retroceder y avanzar, para succionar marcas asumiendo el rol del #10 ausente para liberar zonas de ataque y, después, lanzar pases con filo productivo.

«Esta vez me tocó generar espacios para los demás, por ahí podía recibir un poco más atrás y creo que fue clave», reconoció en el Centenario ese cordobés que lideró el ranking de aplausos en los hinchas argentinos.

Precisamente él, el Araña con look de Peter Parker al que los más chiquitos van adoptando como superhéroe, fue quien con una jugada por banda zurda encontró en zona de tiro a Thiago Almada para el 1-0.

«Fue un golazo el de Thiago. Habíamos hecho un buen partido, parecía que la forma de abrirlo era con un gol de este tipo», valoró esa bomba precisa que evitó que Sergio Rochet repitiera su brillo. De hecho, ya lo había privado a Julián de otra asistencia, un pase vertical trazado desde unos veinte metros que Almada en esa ocasión no pudo resolver. Un toque propio del Messi al que táctica y funcionalmente el calchinense debió reemplazar -a punto tal que dejó cuatro veces a un compañero de cara a un tiro franco- aunque eso para Julián no crea que alguien sea capaz de tal sacrilegio.

«Se extraña a Leo porque es nuestra bandera. Pero hay que seguir creciendo como grupo. Hay chicos nuevos que se integran…», valoró este eterno jovencito. Un Julián que disfruta de una «muy buena temporada en el club», y que disfrutó incluso por el aporte de un cumpa del Aleti. «Estoy muy contento por Giuliano, es uno de sus primeros partidos con la Selección», dijo.

Aunque si el Cholito, Almada, Mac Allister y Enzo Fernández tuvieron la posibilidad de moverse sin peajes por algunos sectores del ataque fue gracias al aporte de este talento que dejó en stand by su modo goleador para reversionarse.

El despliegue del Araña en Uruguay quedó evidenciado en su mapa de calor: Julián se movió mucho más en tres cuartos de cancha que en el área, su centro de monitoreo. Demostrando ser una solución para Scaloni no sólo como acompañante de Lautaro o como referencia sino también como generador y gambeteador.

Porque Julián es eso. Un #10, como en sus épocas en Calchín, o un definidor letal que adoptó de Ignacio Scocco varios movimientos que lo perfeccionaron. Un obrero y una estrella. Un Dionisio que acerca al argentino al éxtasis -Croacia en semis de Qatar: lo jugó en modo GOAT- pero también un Apolo medido.

Un hombre que no deja de reconocerse «feliz» por el punto de distancia con el Mundial, admitiendo que «sería lindo sellar la clasificación en el Monumental», pero que pide «preparar bien el partido». Julián, el que en su IG deja una frase que lo define: «Mato y muero por estos colores». Un astro que no sólo brilla: también guía mientras en silencio busca una plaza en el Olimpo.