ECONOMIA
Las prepagas por dentro: el afiliado cada vez paga más y el médico cobra menos
El Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) consignó que los precios promedio de la medicina prepaga registraron entre diciembre y abril un aumento del 153%, contra una inflación oficial del 89% en el gobierno de Milei, a la que habría que sumar un 10% de abril.
La cuenta deja los valores percibidos por las entidades privadas aproximadamente 50 puntos por arriba del IPC tomando los mismos lapsos- Las Empresas de Medicina Prepaga esgrimen, entre los fundamentos, en que las cuotas de los planes habían sido congeladas por el anterior gobierno en octubre, noviembre y diciembre.
La medida de la actual administración de retrotraer y ajustar las cuotas por inflación se estima que reducirá un 33% el valor de la mensualidad.
Los prestadores rechazan la aplicación del índice general de precios porque afirman que «el mercado de medicamentos y el de insumos han perdido referencia con el sistema de importación a crédito».
Agregan que, sin saber cuánto se paga por la importación, los precios de noviembre, diciembre e incluso enero, estuvieron desproporcionados con la inflación, con aumentos de costos que llegaron al 1.600% anual (contra 200% de la inflación aproximada).
A esos números, los prestadores les suman los nuevos costos de los servicios (luz o gas) y el aumento en los combustibles, si bien serían comunes a cualquier contabilidad del sector que se trate.
Prepagas: comparación con el Gobierno anterior
El secretario general de la Cámara de Medicina Oftalmológica (CAMEOF), Juan M. Ibarguren, sitúa los comparativos entre diciembre de 2019 y el mismo mes de 2023, o sea, en la gestión completa de Alberto Fernández.
Pone de relieve que la inflación acumulada en esos cuatro años fue 1.559%, contra 1.676% que subieron los costos de la salud, el 1.636% que percibieron las empresas de medicina prepaga y el 991% que se incrementaron los aranceles médicos.
En la escala queda en evidencia que la brecha de este período en términos de valores acumulados con respeto a la inflación fue del 721%. Entre 2005 y 2018 había sido del 153%.
Comparándolo contra la evolución de los costos daría 838%, y plazos de pago promediando 60, 90 y en algunos casos 120 días, lo que deja en claro el desfinanciamiento.
La inflación acumulada entre diciembre de 2018 y diciembre 202 alcanzó el 1.175%, mientras la del sector salud fue del 1.380%, las empresas de medicina prepaga aumentaron 767% y los aranceles ajustaron un 690%.
De 2005 al 2020, las Obras Sociales y las Empresas de medicina prepaga incrementaron 46 veces sus ingresos.
Ibarguren explicó que «la diferencia entre el aumento de las cuotas de las empresas de medicina prepaga y los aranceles médicos se generó a pesar de haber un índice determinado por la Superintendencia de Servicios de Salud, en donde las primeras resoluciones obligaban a las prepagas a aumentar los aranceles de los prestadores en el mismo porcentaje que la cuota».
Lo atribuyó al flagrante incumplimiento de dichas resoluciones de parte de algunos en perjuicio de los médicos. Y señaló que luego, desde la Unión Argentina de Salud, acordaron trasladar sólo el 90% de los aumentos, con lo cual la brecha entre aranceles y costos ascendía a diciembre de 2023 a 684%.
«Si consideramos el atraso del periodo precedente asignable, que es del 153%, la diferencia llegaba al 837% a diciembre 2023», redondeó.
Prepagas: qué dice el marco regulatorio
El DNU-70-2023, con la eliminación de las restricciones de precios a la industria prepaga, modificó el marco regulatorio de la medicina privada y las obras sociales, y actualmente quedaron por ajustarse las variables acumuladas, si bien las asimetrías se profundizaron desde el año pasado con la devaluación, la faltantes de insumos que venían desde el gobierno anterior y el incremento exponencial del rubro medicamentos, prótesis y descartables.
En ese periodo, los afilados pagaron sus cuotas en el caso de las empresas de medicina prepaga, o se les retuvo parte del salario, en el caso de las obras sociales, sin que ejecutaran gastos, lo que les generó un excedente y consecuente incremento de sus reservas técnicas y sus ganancias.
Los médicos quedaron muy relegados en la distribución, lo cual salta a la vista sólo en la evolución del salario de los nucleados en la Asociación Sindical de Profesionales de la Salud de la Provincia de Buenos Aires (Cicop), que se encuentra apenas un 55,8% con respecto a noviembre de 2020.
La conclusión que extrae el especialista es que, después de un «gran esfuerzo de la población, de los afiliados y pacientes, sancionado el DNU, del que nadie duda tiene como objetivo mejorar o corregir por medio de las fuerzas del mercado y la competencia el acceso a la salud de calidad de los pacientes, nos encontramos en la situación aquí demostrada numéricamente de que la gente cada vez paga más y los médicos cada vez cobran menos y los servicios no mejoran ni están a la expectativa de los afiliados».
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ECONOMIA
El mal momento de Pablo Moyano: pierde influencia sobre gremios y sus paros son menos contundentes
Uno de los síntomas más elocuentes sobre el momento político del país es la reciente derrota interna de Pablo Moyano en el debate sindical sobre si es momento de ir al choque con Javier Milei o dialogar. El líder camionero parecía convencido de que iba a obtener respaldo para un paro general en diciembre, pero recibió una contundente negativa por parte de la cúpula de la CGT.
En realidad, no fue una situación muy sorpresiva: el fallido paro transportista del 30 de octubre había dejado en claro el escaso clima que había en el ámbito sindical como para escalar la conflictividad. De hecho, ese día Moyano y los sectores más radicalizados del sindicalismo habían quedado desairados: la adhesión a la medida fue baja, al punto que casi no tuvo consecuencias en la actividad comercial del país.
Pero, lo peor para Moyano, quedó en evidencia que el gremio de los colectiveros no compartía los motivos de la protesta: mientras el camionero y los dirigentes ferroviarios y aeronáuticos habían planteado el paro como una típica medida política contra las reformas de Milei, los colectiveros estaban en conflicto por una típica negociación salarial. Con la excusa de que se encontraban impedidos por la medida de conciliación obligatoria, le dijeron a Moyano que irían al paro, pero no el mismo día sino en la jornada siguiente, y finalmente pasó lo que todos sospechaban: se anunció un acuerdo salarial y el paro de colectivos se levantó.
El fracaso de aquel paro fue inversamente proporcional al tono de las amenazas que hicieron los dirigentes. «El gobierno no sabe dónde se está metiendo», había dicho Pablo Biró, dirigente del sindicato aeronáutico y uno de los enemigos preferidos del gobierno para debatir sobre la reforma de Aerolíneas Argentinas.
También, como un reconocimiento tácito de que la protesta había sido floja, ese día los seguidores de Moyano habían advertido que «recién estamos calentando motores» y que esa medida de fuerza debía ser interpretada como una etapa más en una escalada de crecimiento conflictivo. De hecho, se avisó sobre una masiva «marcha federal» y un nuevo paro, un anuncio que solamente fue recibido con entusiasmo por los estatales de ATE -que no pertenece a la CGT sino a la central izquierdista CTA- mientras los «gordos» liderados por Héctor Daer permanecían indiferentes.
Con semejantes antecedentes, hasta resulta raro que Moyano no haya revisado sus planes y haya insistido en una postura combativa con la que ni siquiera tiene el apoyo de su padre, el legendario Hugo Moyano.
Es por eso que, en este momento, una de las especulaciones del ámbito político es que se esté generando, deliberadamente, una puja interna que termine por fracturar nuevamente al movimiento sindical. Una fisura, por otra parte, que el gobierno de Milei ve como funcional a sus intereses.
Pablo Moyano y medidas de fuerza cada vez menos efectivas
«Hay que estar en la calle para seguir resistiendo y denunciando este modelo económico que tanto daño le está haciendo a los argentinos y no podemos mirar para otro lado», había advertido Moyano antes de que el secretariado de la CGT se reuniera el miércoles.
El característico tono combativo de Moyano parecía destinado a calentar el ambiente previo, porque volvió a criticar a quienes defienden la postura dialoguista con Milei y les pidió «que se hagan cargo de sus actos». En el sector de Moyano, el chiste de moda es que la sigla CGT quiere decir, en realidad, «Confederación General de Twitter», por la preferencia de los dirigentes de estar más activos con comunicados en las redes que con medidas de protesta callejera.
Lo cierto es que la fisura está ratificada después de la reunión del miércoles, en la que no solamente no se apoyó la convocatoria a un nuevo paro sino que se ratificó que «nuestra apuesta sigue siendo el diálogo, centrado en los ejes de desarrollo, producción y trabajo», al tiempo que calificaron al grupo de Moyano como un sector minoritario que está, en realidad, bajo la influencia política del kirchnerismo.
Esta división puede parecer extraña para quien recuerde el compacto frente sindical que había mostrado el sindicalismo en los primeros días de Milei. En enero, cuando contrariando los consejos de los políticos peronistas la CGT convocó a un paro general en plena temporada de vacaciones y además realizó una concentración frente al Congreso, era evidente que toda la clase sindical se sentía amenazada.
El gobierno acababa de anunciar su decreto de necesidad y urgencia donde se cambiaban normativas laborales concernientes a los despidos y se afectaba la financiación de las obras sociales. Además se preparaba el primer intento de ley bases, que implicaba una reducción del poderío político y financiero de los sindicatos y, para colmo, se incluía la primera versión de la reinstauración del impuesto a las Ganancias.
En aquel momento, el paro fue un éxito. Y los discursos de todos los dirigentes de la CGT estuvieron dirigidos más a los gobernadores y legisladores peronistas que al propio gobierno. Les advertían que no había que darles los votos a las reformas que proponía Milei, bajo riesgo de ser considerados traidores.
También había sido masivo el paro parcial del 9 de mayo, todavía con un Milei debilitado por no haber podido impulsar la ley bases, y en el momento en el que la recesión económica se hacía sentir con mayor magnitud.
En aquel momento, había además conflictos sectoriales, dentro de los cuales el de camioneros fue uno de los más notorios. El motivo era que el ministro Luis Toto Caputo había decidido no homologar las paritarias que convalidaran cifras demasiado encima de lo que el gobierno creía que iba a ser el sendero descendente de la inflación.
Ese conflicto finalmente se destrabó cuando Hugo Moyano acudió a la Casa Rosada y habló con Guillermo Francos. Se resolvió el problema al más puro estilo del peronismo tradicional: en los papeles, el gremio camionero aceptó un aumento menor al previsto, pero eso se compensaba con pagos de suma fija. De forma tal que en términos reales se cobraba lo pretendido, pero se evitaba darle al mercado la señal política de una paritaria a la que Caputo temía por su capacidad de «efecto contagio».
La CGT en un nuevo contexto político
Diez meses después de aquella expresión de combatividad sindical, muchas cosas parecen haber cambiado. Parte de ello es la situación económica, que le permitió a los gremios con mayor capacidad de negociación una recuperación salarial.
De hecho, según la estadística del Indec, los salarios del sector privado registrado -es decir, el rubro en el que figuran los sectores bajo convenio- tuvo una mejora nominal de 124% acumulada hasta septiembre, mientras que la inflación de ese período fue de 101%.
Y, ante la disminución que está mostrando el IPC, está ocurriendo uno de los efectos más buscados por el gobierno: que las negociaciones en las paritarias dejen de ser casi permanentes para empezar a espaciarse en período de tres o cuatro meses.
Pero, sobre todo, lo que ha cambiado es el contexto político: en el entorno de Milei convencieron al presidente sobre la conveniencia de hacer algunas concesiones a «los gordos» de la CGT para evitar un clima de conflictividad.
Y así fue que mientras algunas reformas se aprobaron -en particular, el regreso del impuesto a las Ganancias, vital para la consolidación del superávit fiscal-, quedaron relegados otros temas menos urgentes para la política económica pero importantes para la cúpula sindical, como la reforma en las obras sociales o el aporte de la cuota sindical.
De hecho, resultó sintomático que el PRO emitió un comunicado en el que lamenta que en el Congreso no haya tenido aprobación un paquete de reforma sobre «democratización sindical» y para cambiar aspectos de la justicia laboral.
No hubo un reproche explícito al gobierno, aunque se empiezan a acumular temas -como el fracaso de la iniciativa «Ficha Limpia»- en los que el macrismo insinúa que Milei prefiere no avanzar con tal de mantener espacio de negociación con el peronismo.
«Esta reforma que impulsamos desde nuestro bloque proponía medidas fundamentales para modernizar el sindicalismo argentino: poner fin a las reelecciones indefinidas de los dirigentes gremiales, eliminar la obligatoriedad de la cuota solidaria, exigir declaraciones juradas de bienes a los sindicalistas y garantizar mayor transparencia en el manejo de los recursos de los gremios», dice el comunicado del PRO, que se queja de la «oportunidad perdida».
Una fisura que es funcional a Milei
Al mismo tiempo que Milei exhibe esa disposición a dialogar con el sindicalismo «de los gordos», muestra también cierta comodidad en contar a Pablo Moyano entre sus enemigos.
A esta altura, es una estrategia política ya consolidada la de levantar el perfil de figuras que tienen alto grado de rechazo en el electorado «libertario», como forma de reforzar la fidelidad de su base de apoyo social.
Moyano es un ejemplo típico, al igual que el aeronáutico Pablo Biró, en quien el gobierno personificó los vicios y privilegios sindicales del gremio aeronáutico. Precisamente, unos días antes del desaire que sufrió Moyano con la cúpula de la CGT se había producido otro evento importante para Milei: el retroceso del sindicato de Aerolíneas.
Al percibir que la amenaza de la privatización no era un «bluff» sino una posibilidad cierta en la que Milei estaba dispuesto a avanzar, los sindicalistas de Aerolíneas aceptaron una tregua, suspendiendo los paros que irritan a los pasajeros en los aeropuertos, acotando sus pretensiones salariales y aceptando que se pongan en revisión algunos de los privilegios más alevosos en cuanto a viáticos y beneficios contenidos en el convenio.
En definitiva, la fisura dentro del ámbito sindical es percibida por el gobierno como algo beneficioso: por un lado, le resta fuerza a las convocatorias de manifestaciones o medidas de protesta. Y, al mismo tiempo, preserva un grupo de dirigentes radicalizados, con Moyano a la cabeza, con los cuales polemizar para satisfacción de los cibermilitantes libertarios.
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