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Arturo Pérez Reverte: “Nunca aliento la polémica, en todo caso es un daño colateral inevitable”

Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) es uno de los escritores más populares del mundo en habla hispana. Y más también: sus libros han sido traducidos a 43 idiomas y publicados en países de Europa, América, Asia y Oriente Medio. Licenciado en Periodismo, desarrolló una extensa carrera como reportero de guerra antes de dedicarse por completo a la literatura. Es miembro de la Real Academia Española desde 2003. Su obra combina con sagacidad géneros como la novela histórica, el thriller y la aventura, con una prosa directa y precisa y un lenguaje rico en matices. Se distingue por una mirada crítica, a menudo provocadora, sobre la sociedad y la historia española. Lo leen millones de personas en todo el mundo.
Hasta aquí una breve y pulcra biografía del personaje en cuestión, de visita en Buenos Aires para cumplir los compromisos de un autor bestseller (que por peso específico es una de las estrellas de la Feria del Libro de Buenos Aires 2025). Es dable de pensar que Pérez Reverte, gentil y notablemente jovial a sus 73 años, vino a la capital argentina para hablar de su nueva novela, La isla de la mujer dormida (Alfaguarada – Penguin Random House). Pero la conversación toma otros caminos que conducen a otros destinos y apelan a Pérez Reverte-el polemista, o Pérez Reverte-el cronista de nuestro tiempo. También hay lugar para un poquito de Pérez Reverte-el provocador.
O sea, Pérez Reverte jugando el juego que mejor juega y que más le gusta.
A continuación, el testimonio de su diálogo con Infobae Cultura. Una breve pregunta oficia como disparador y a eso le sigue una larga respuesta, florida en su lenguaje y profunda en su concepto, que permite acordar, disentir, reflexionar. O simplemente aprender.
—Cada vez que uno tipea Arturo Pérez Reverte en Google, siempre aparece alguna polémica en redes, algún tweet suyo que desata pasiones…
—Pero no por culpa mía. Es que en España han tomado la mala costumbre de cada cosa que digo convertirla en polémica.
—¿Y cómo se lleva con eso?
—Yo no lo busco.
—¿Entonces?
—La explicación es muy simple. Ahora todo es clicks, hay que sumar clicks a cualquier cosa. Yo a lo mejor digo, no sé, “el agua que tomé ayer no estaba bien”. El título es “Pérez Reverte critica el agua” para tener clicks. Soy consciente de eso. Soy mayor y tengo ya mucha vida en la espalda. Entonces lo tomo con naturalidad. Lo que nunca hago es alentar la polémica e intervenir en ella. Nunca debato en las redes con nadie. Digo, lo tengo que decir y desaparezco. Entonces, bueno, lo llevo como un complemento, como un daño colateral inevitable en el mundo en el que vivimos. Pero no le doy importancia ni cuántos están a favor ni cuántos en contra. Nunca.
—¿Y no ha tenido la tentación de retirarse por completo?
—No, al contrario. Vamos a ver… Mis redes sociales, Instagram y Facebook no lo llevo yo. Hay alguien que lo lleva por mí. Yo solamente llevo personalmente Twitter. Y Twitter es una herramienta estupenda. Tengo 2 millones y medio de seguidores, lo que significa que es una herramienta muy potente. Cuando quiero mandar un mensaje sé que va a ser un mensaje eficaz. ¿Entonces, por qué voy a renunciar a esa herramienta poderosa? La utilizo, no abuso de ella. Yo no vivo en Twitter, De hecho, en mi teléfono no tengo Twitter.
—¿No lo tiene?
—No, yo tuiteo con el ordenador cuando estoy en casa. No tuiteo desde un teléfono móvil, eso sería una esclavitud… Tengo otras cosas más importantes que hacer en la vida. Para mí Twitter es una herramienta que está bien y tal, a la que recurro cuando necesito, que me divierte cuando entro en ella y cuando hay polémica. Pero no le doy más importancia. Eso en un tipo que escribe novelas, es una actividad fundamental.
—Le voy a hacer un par de preguntas políticas.
—A lo mejor no las contesto.
—El año pasado usted le dijo a una periodista argentina “no voy a hablar de Milei” ¿Por qué?
—Cuando uno va a ver a sus amigos o a sus parientes, a una casa en la que uno se encuentra a gusto y es muy familiar, uno no habla de cómo son los muebles, cómo se lleva la casa, cómo está el servicio, qué comida te han puesto. Uno llega, se adapta a lo que hay y ya está. Y se va con con mucho agradecimiento. Eso es lo que hago yo.

—Sí ha sido, diría, elogioso con Pedro Sánchez. No sé si es el adjetivo que corresponde…
—¿Elogioso? La palabra “elogioso” no corresponde.
—Ok, pero de alguna forma ha destacado alguna de sus virtudes.
—Si yo hablo de Pedro Sánchez aquí, mañana en España dirán “Pérez Reverte ha dicho tal cosa de Pedro Sánchez”. Y yo no he venido aquí para hablar de Pedro Sánchez. Yo fui puta antes que monja. Es decir, conozco el mundo en el que me muevo. He sido periodista muchos años y sé muy bien cómo funcionan las cosas. Por eso sé que hay un momento para cada cosa, y este momento no es para eso.
—Usted sabe y es consciente que puede haber preguntas así. En todo caso tiene el derecho de eludirlas…
—Lo sé y vengo prevenido para eso.
—Bien. Hablemos de su novela: hay ciertos tópicos que despiertan mucho interés en usted y luego, en su numero público lector alrededor del mundo. Uno de ellos (el contexto del relato de La isla de la mujer dormida) es la guerra civil española. Han pasado casi 90 años ¿Por qué cree que sigue despertando tanta fascinación?
—No lo despierta, No es cierto. Eso es un error. Un error inducido. La guerra civil española está resuelta hace mucho tiempo. Hay flecos, gente que fue fusilada y está en las cunetas todavía. Yo tuve familia fusilada por ambos bandos, con lo cual tengo bastante conocimiento del asunto. Lo que pasa es que la guerra civil, no ideológicamente, sino, digamos, en la parte dolorosa, estaba resuelta en mi generación. Yo nací en el año 51. Crecí en una generación educada en la necesidad de olvidar la barbarie que fue esa bestialidad entre españoles. Pero ahora, por razones tácticas, políticas, actuales (no del pasado), políticos jóvenes que no han vivido la guerra civil, que la conocen muy de lejos, la están utilizando como herramienta ideológica. Como ahora, los políticos (hablo en general), carecen de una formación cultural o política que les haga ser originales, brillantes, eficaces y decisivos en el mundo actual, recurren a herramientas tácticas para suplir esa carencia que tienen casi todos ellos.
—Un elemento de distracción.
—La guerra civil es un magnífico elemento de distracción. Porque permite oponer “estos y aquellos”. Lo que habíamos superado en mi generación. Cuando yo crecí, con 20 años, y había una actividad política importante: Franco la universidad, bla bla bla. Nadie hablaba de guerra civil. Hablábamos de Franco, que entonces era el dictador. Pero la guerra civil estaba pasada. Sabíamos los errores de unos y de otros. Lo sabíamos porque nos lo habían contado nuestros padres. ¿Queda claro entonces? Los testigos estaban vivos. Y entonces luchamos. La actitud de la gente joven era contra Franco, dictador de entonces, no contra la guerra civil que estaba ya… No era el mismo Franco de la guerra civil, era un Franco diferente, también evolucionó, como todo. Entonces, ahora, los partidos que carecen de una base, de una formación política sólida, que no tienen nada nuevo que ofrecer en un mundo europeo, en un mundo occidental que está en decadencia en tantas cosas, usan la guerra civil como herramienta para poder decir muy sencilla “eres de ellos o eres de nosotros”. La están resucitando como argumento táctico. Y haciendo un trabajo muy peligroso porque están resucitando viejos demonios que estaban ya super calmados. Esa es mi visión del asunto.

—Hablamos de redes sociales, de los políticos y su alejamiento de la cotidianeidad de las personas. Usted ha sido periodista, conoce bien el rol de los medios: parece haber una separación entre la realidad “virtual” presentada en redes y medios de comunicación, y la vida cotidiana, real. ¿Cómo convive con eso?
—Yo tengo una ventaja, tengo casi 74 años. Tengo la vida, las lecturas, los viajes, el mundo suficiente para poder interpretar. ¿Entonces, qué pasa? Hay una cosa evidente. Yo nací en el año 51. Mis abuelos nacieron en el siglo 19, los dos. Yo fui educado por una generación del siglo 19. Yo vengo de un mundo que tiende a desaparecer. No digo para bien o para mal. No lo digo con lamento. Es un hecho histórico objetivo. Mi mundo, el mundo en el cual yo me crié, el mundo en el cual yo viví, el mundo en el cual yo me pongo una americana para ir a lo que sea, o me comporto o cedo el paso a una señora, o a un señor, o a ti. Yo a ti te cedo el paso. Y eso no es machismo, pero si se lo cedo a una mujer es machismo ¿comprendes? Quiero decir, el mundo del cual yo provengo, está desapareciendo con lo bueno y con lo malo. Entonces, hay dos actitudes. Una, decir “¡qué horror!”, gruñir, “¡el mundo es una mierda!, todo es tan grosero…”. Y la otra es decir, “bueno, venga”. Que es la mía: decir, bueno, la evolución de la historia es así.
Los momentos, los ciclos históricos, como decía Toynbee “circulan”. O bien, como decía Spengler, “pasan, cambian y vienen otros mundos”. Bueno, yo estoy asistiendo al final de un mundo y eso es muy interesante. Asistir al final de un mundo es un privilegio. Es interesantísimo cuando uno viene de un mundo determinado y ve que ese mundo desaparece… Vivir el momento de auge de ese mundo está muy bien, la felicidad social… Pero vivir el final es un espectáculo fascinante. Soy muy lector, mi biblioteca, que es grande, tiene más de la mitad ocupada con libros de historia, desde clásicos griegos y latinos hasta la historia moderna. Entonces, claro, cuando tienes el bagaje intelectual suficiente para comprender, cuando tienes la mirada educada por la cultura en el sentido noble (en cuanto a conocimiento y en cuanto a civilización, visión del mundo) y ves el mundo, es un espectáculo muy interesante. Ver cómo se acaba un mundo, cómo vienen las fuerzas nuevas, cómo hay en demolición viejas estructuras que merecían morir (porque los mundos merecen morir, los mundos que mueren merecen morir). Porque acaso sus ciclos ya se han quedado viejos, caducos, añejos y ya no valen, deben irse.
Entonces, claro, si uno no es un fanático de ese mundo y puede quedarse fuera, o sentado en un lado, ver cómo ocurre es muy interesante. Ver cómo emergen fuerzas nuevas: errores de los que llegan, aciertos de los que llegan, tensiones, coletazos de los que se van y no quieren irse. Y cómo se aferran al poder… Entonces, si tienes, como yo, la suerte de poder asistir a eso con ecuanimidad, es extraordinario. Entonces, para mí el mundo actual es fascinante, más todavía que el que lo era cuando yo estaba con 20 o 30 años. Yo viví en otros lugares. Quizá porque como he visto como reportero, hundirse mucho el mundo, vi arder muchas bibliotecas, violar a muchas mujeres, matar a muchos hombres, destruir muchos edificios, barrer culturas, fosas comunes… Quizá porque tengo, digamos, la cabeza adiestrada para soportar eso y para entender que forma parte de la vida y del mundo y de la historia humana. Me enfrento con la ecuanimidad de decir “bueno, pero también a nuestro mundo le ha llegado”. Y entonces, insisto, si pudiera resumir esto, diría que es un privilegio asistir al final de un mundo. Estoy encantado.

No voy a verlo terminar del todo, no me da tiempo porque no va terminar mañana… A veces tarda un siglo, dos siglos. Por eso a veces, cuando veo a veces a gente lúcida (y otra que no lo es) y los escucho… Digo “no tenéis ni puta idea”. Se ha acabado. Va a tardar. No siempre hay solución, la historia no se soluciona, se vive. Lo que hacer es asumirlo con el estoicismo que te da la cultura. Una vez volando entre Chipre y el Líbano, hablo de hace ya muchos años. Y cayó un rayo en el avión. Se apagó la luz y tuvo una pérdida de altura enorme. La gente gritando. Y yo diciendo “me voy a morir entre gente que está gritando”. ¿Qué pasa? ¿Por qué yo no gritaba? Porque yo sabía que un avión se puede caer ¿De qué vale gritar si te ha tocado? Bien, entonces la cultura sirve para no gritar cuando se cae el avión. La cultura sirve para asumir con naturalidad, con entereza, el final de las cosas, sea tu propia vida o la de otros.
Este es un momento perfecto, un momento feliz, porque tengo la edad suficiente para no lamentar que mi mundo se vaya. Porque yo me voy con él y tengo todavía la lucidez suficiente para ver, para interpretar. Y la cultura adecuada para reconocer los síntomas claros. Y con eso escribo novelas.
—¿En este fin de un mundo, la verdad no tiene sentido? Pareciera que cualquiera puede decir cualquier cosa y no pasa nada.
—La verdad no existe. El mundo es una suma de verdades y de errores que se combinan. Y la verdad es evolutiva, no es definitiva. Esto es un teléfono, pero mañana puede ser un artilugio desfasado. Las verdades evolucionan como el ser humano. Vuelvo a la cultura. La cultura no te dice dónde está la verdad. La cultura te dice la manera de dudar de la aparente verdad, de tomar previsiones y de interpretar. Es decir, si yo veo, voy por la calle a cenar y veo que viene un tipo de frente y ese tipo gira y se me viene a caminar detrás. Digo “este tipo me quiere asaltar”. La cultura es interpretar al tipo que viene y saber qué me va a saltar. Sin cultura, el tipo me va a saltar y yo no me voy a enterar hasta que tenga la navaja en el cuello o la pistola en la cabeza. La cultura sirve para eso, para interpretar. Entonces te protege, te ayuda a sobrevivir, a que no te asalten en la calle. Entonces, en mi opinión, el problema fundamental de esta generación actual es que se las está privando de los mecanismos culturales que permiten interpretar, sustituyéndolos por clichés, lugares comunes, frases fáciles, clics.
Si haces clic aquí, salvas a las focas y las ballenas y eres un tipo estupendo. Eres parte de una comunidad. Ahora es muy fácil. Antes había que pelear por formar parte de una comunidad. Ahora estás en tu casa, haces click y ya está. No estás solo, ya formas parte de una comunidad. No has tenido ni que esforzarte, ni siquiera que leer, ya formas parte. Estamos privando a las generaciones jóvenes de una capacidad de análisis e interpretación. Los estamos dejando indefensos. Frente a eso, tus hijos están más indefensos que lo que estuvimos nosotros.
Frente a los grandes problemas: vida, muerte, fracaso, dolor, sufrimiento, enfermedad, agonía, incertidumbre. Esos son los temas. Y entonces, claro, al privar a un joven de esos mecanismos culturales, lo estamos dejando indefensos ante lo importante. Cuando fracases, cuando pierda tu equipo de fútbol, cuando te encuentres en la calle sin poder alquilar una casa y con un hijo que tienes que darle de comer. Cuando tu madre o tú tengas un cáncer… Para eso no los estamos educando. Entonces, el problema grave de la humanidad y señal también del final de un mundo es que justamente los mecanismos defensivos que hacen que el ser humano pueda hacer frente a la realidad (al final siempre hay un terremoto, un tsunami, una dictadura, un Trump, lo que sea), ya no se enseñan. Ahora no lo estamos haciendo.

—¿Cómo lo afectó la noticia de la muerte de Vargas Llosa?
—Bueno, yo conocí a Mario. Era un caballero. ¿Pero sabes una cosa? Mario estaba ya… Había terminado su ciclo. Ya estaba viejo, ya no tenía facultades. Era natural que se fuera. De hecho, tuvieron la inteligencia de apartarlo de la vida pública. Mario ya no estaba en condiciones. Había cumplido un ciclo. Ha sido un hombre atractivo, ha conocido mujeres guapas, ha tenido éxito, ha tenido el premio Nobel, una vida estupenda. Y acabó de una forma discreta y elegante, como él era. Me parece una vida perfecta. Es una buena muerte para una buena vida. Ojalá todo el mundo pudiera al final, que la muerte no lo estropee. Porque hay muertes que estropean vidas. Hay agonías largas, grotescas, vulgares, dolorosas, que revientan una buena vida. Entonces Mario ha tenido la fortuna de que su vida ha sido impecable hasta el final. Eso se lo envidio.
—Llegó a la Argentina en una semana especial por la muerte del Papa Francisco. No sé si alguna vez opinó públicamente sobre él o sus posturas. ¿Cómo le caía?
—Creo recordar que nunca hice pública mi opinión. Voy a salirme de ese tema, pero voy a entrar por otro lado. Yo soy un hombre religioso. Tuve una educación, como toda mi generación, católica. Fui a un colegio maristas del que me expulsaron, por cierto. Hay una cosa evidente y es que soy consciente de la tradición cultural europea. Yo soy un europeo igual que usted lo es porque Argentina… Esto es Europa. No hay historia. México no es Europa. Perú no es Europa. Pero Argentina sí es Europa. Y yo tengo, digamos, la formación europea. Uno no entiende Europa, no entiende España, ni Italia, ni Alemania, ni siquiera los países protestantes, sin el conocimiento de lo que es la cultura judeocristiana.
Nosotros venimos del Talmud, de la Biblia, del Corán también, porque hay un fleco mediterráneo que llega a España y tal… Es decir, no hace falta que vayas a misa si no quieres, pero es importante que conozcas la religión que conformó el mundo en el que vives. Porque si no, no puedes entender ni un cuadro de Rubens, ni una catedral, ni una monasterio, ni siquiera la literatura. Entonces mi visión de la religión siempre ha sido igual. Entonces, digamos, que mi aproximación a la religión siempre ha sido cultural. Yo soy partidario que se explique en los colegios. Desde ese punto de vista, los papas siempre han sido administradores de una institución secular de 21 siglos de antigüedad. Son las cabezas, son los gerentes, los CEOs, directores generales de esas empresas. Yo nunca he visto en un Papa, ni este ni en otro, un aspecto espiritual. Y lo lamento. Entonces desde ese punto de vista ha sido pues, uno más. Este tuvo una vida más social, otro tuvo una vida más política. Pero es que no tengo nada más que decir.

—¿Por qué sigue escribiendo? Está impecable a los 73 años, tiene una vida buena, no le debe faltar nada…
—Yo no escribo por eso. Es muy complicado de explicar a estas alturas de la entrevista. Escribir es plantearse una aventura cada día. Es decir, yo soy marino. Otra cosa que hago es navegar. Tengo un velero. ¿Entonces por qué navego? Porque cuando subo al barco y me voy a navegar, me enfrento a un montón de problemas: meteorológicos, de rumbo, de velocidad, de vientos, de navegación, de barcos que vienen. Es un desafío.
A mis 74 años, irme solo —a veces no voy solo— a Cerdeña, Sicilia o Grecia con el velero es un desafío. Me mantiene lúcido, pendiente del viento, de la lluvia. No soy un abuelo en su casa viendo la tele, estoy haciendo cosas. Una novela es algo parecido: me obliga a mantenerme vivo, lúcido, activo. Hay muchos tipos de novelista. Yo soy un novelista tipo cazador. Veo a una chica, un amigo, una voz, una música, y digo: “Esto sirve para una novela”. Y después voy sacando cosas de la mochila. Cada novela me obliga a enfrentarme a una nueva aventura. Me obliga… Solo se es joven en vísperas de la batalla.
Yo he vivido batallas. Eres joven cuando, de noche, estás preparado porque al día siguiente vas a luchar. Afilas las armas. Engrasas el arnés. Te preparas. Duermes con mesura, pero no demasiado. Piensas en tu familia. Escribes una carta. Te preparas para luchar. Eres joven. Eres vigoroso. Eres parte del universo que exige de los seres humanos que luchen por sobrevivir o por lo que sea. Cuando ya has combatido, es distinto. Tienes sangre en las uñas. Has matado. Has llorado. Has degollado. Te han matado amigos. Te han herido. Ya has envejecido.
Entonces, cada novela es una batalla. Me siento como el joven que está engrasando las armas. La novela me rejuvenece. Me permite probarme a mí mismo: ¿todavía soy capaz? ¿o ya no? Además, hay otro factor importante. Esto es complicado Todo novelista tiene la cuestión de la “obra maestra” que quiere alcanzar. Y en realidad, nunca se alcanza. Ni siquiera los mejores. A veces ocurre, pero es raro. Yo sé que mi mediocridad me impedirá hacer nunca esa obra maestra con la que sueño. Pero cada novela es un intento. Yo empiezo una novela queriendo hacer esa obra maestra. Y sé, a las diez páginas, que no la voy a hacer. Pero también sé que si hago esta novela, tal vez la siguiente sí lo sea. Ese pensamiento me obliga a trabajar. A seguir escribiendo. En busca de esa novela que nunca escribiré, pero que deseo.
Al mismo tiempo, tengo en la cabeza un rumbo, como si quisiera llegar a Cerdeña dentro de tres días. Eso me mantiene vivo. Podría dejar de escribir y dedicarme a leer. Podría dedicarme a vivir. Tengo la vida resulta. O si me doy cuenta de que ya no funciono, que mi novela ya no funciona… Veréis que eso no ocurre. Todavía funciono. Mientras funcione, una novela es un motivo. Es un estímulo. La idea de escribir nuevas novelas me mantiene vivo. Y es una magnífica actitud ante el mundo. Quizá no envejezco tan mal, me siento razonablemente bien. Por esto: el día que pierda esa ilusión, ese desafío, esa necesidad… Ese día pasaré a ser el viejo, el abuelo que mira la tele, que recuerda los viejos tiempos, aquella mujer hermosa, aquel amigo, aquella aventura. Pero ese día no ha llegado aún.
[Fotos: Adrián Escandar]
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Cómo opera el Cártel de los Soles, la organización narcocriminal vinculada al chavismo y designada como grupo terrorista por EEUU

El Cártel de los Soles es una organización criminal, señalada el viernes por autoridades estadounidenses como una red de narcotráfico, integrada por altos mandos de las Fuerzas Armadas venezolanas.
Según las investigaciones, su estructura se apoya en el aparato militar, la participación de redes civiles y el respaldo institucional del régimen chavista, lo que le permite controlar rutas internacionales de drogas, ejecutar operaciones de lavado de dinero y mantener alianzas con otras organizaciones criminales en América Latina.
El nombre “Cártel de los Soles” proviene de las insignias doradas en forma de sol que portan los generales de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) en sus uniformes. La expresión fue utilizada por primera vez en 1993, cuando los generales Ramón Guillén Dávila y Orlando Hernández Villegas fueron investigados por tráfico de drogas.
En sus primeras etapas, la implicación de oficiales militares consistía en aceptar sobornos a cambio de permitir el paso de cargamentos. Con el tiempo, esta participación se profundizó hasta convertirse en un involucramiento directo en el transporte, almacenamiento y distribución de estupefacientes.
De acuerdo con el Departamento de Justicia de Estados Unidos, el cártel utiliza infraestructura estatal venezolana, incluidos aeropuertos, puertos marítimos y convoyes oficiales, para movilizar cocaína hacia el Caribe, Centroamérica, África Occidental y Europa.

Estas operaciones son coordinadas por oficiales de alto rango y, según las autoridades estadounidenses, cuentan con respaldo institucional del régimen venezolano que facilita la logística, reduce los controles fronterizos y garantiza impunidad.
En su más reciente decisión, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos clasificó al Cártel de los Soles como organización terrorista transnacional, e incorporó a sus integrantes a la lista de Nacionales Especialmente Designados (SDN), lo que permite imponer sanciones económicas y restricciones internacionales.
La Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado declaró que Estados Unidos empleará “todos los recursos a disposición para evitar que Nicolás Maduro continúe lucrando con la destrucción de vidas estadounidenses y la desestabilización de nuestro hemisferio”.
No se trata de una acusación reciente. En 2008, el Departamento del Tesoro estadounidense ya había sancionado a tres altos funcionarios venezolanos: Hugo Carvajal, ex director de inteligencia militar; Henry de Jesús Rangel Silva, ex ministro de Defensa; y Ramón Emilio Rodríguez Chacín, ex ministro del Interior, por colaborar con la guerrilla colombiana de las FARC en operaciones de narcotráfico.

En marzo de 2020, el Departamento de Justicia de Estados Unidos presentó cargos contra Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y otros altos funcionarios del régimen chavista, acusándolos de liderar el Cártel de los Soles. Según los fiscales federales, el grupo opera al menos desde 1999 y habría utilizado el poder político y militar para desarrollar un sistema de narcotráfico de alcance internacional.
Diosdado Cabello figura en los informes como una pieza clave en la estructura del cártel. Se lo acusa de facilitar rutas de narcotráfico y de usar su posición de poder para blindar legalmente las operaciones y afianzar su influencia política.
Otro nombre mencionado en las investigaciones es el de Tareck El Aissami, ex ministro del Petróleo y ex vicepresidente. Fue detenido en 2024 y acusado por la Fiscalía chavista de liderar una red de corrupción ligada a la estatal PDVSA, cuya estructura habría sido utilizada para financiar operaciones vinculadas al narcotráfico.

Las autoridades estadounidenses describen al Cártel de los Soles como una red que se sostiene sobre tres elementos fundamentales: el control territorial ejercido por los cuerpos armados, la protección institucional desde el Ejecutivo venezolano y la utilización de empresas públicas y privadas para el blanqueo de capitales.
En marzo de 2025, un portavoz del FBI declaró que las investigaciones en curso buscan desmantelar totalmente la estructura financiera y operativa del grupo, y que están bajo análisis los vínculos comerciales, empresariales y políticos que sostienen el sistema delictivo.
Estados Unidos también ha documentado relaciones operativas entre el Cártel de los Soles y otras organizaciones criminales como el Tren de Aragua y el Cártel de Sinaloa.
Estos vínculos incluyen colaboración logística, protección cruzada y participación conjunta en la distribución de drogas. Tanto el Tren de Aragua como el Cártel de Sinaloa han sido designados por Washington como organizaciones terroristas internacionales.
El Tren de Aragua, surgido en Venezuela, ha extendido su actividad a más de una docena de estados de EEUU y a diversos países latinoamericanos. Se lo vincula con extorsión, tráfico de personas, narcotráfico, robos y violencia armada.

Durante una audiencia en el Senado, el director del FBI, Kash Patel, afirmó que estas estructuras criminales representan el lado oculto de otros delitos como el tráfico de personas y el terrorismo. Añadió que la prioridad de la administración estadounidense es intensificar la persecución internacional de estas redes mediante acciones judiciales, cooperación con gobiernos aliados y sanciones financieras.
Ni el Ministerio de Comunicación del régimen chavista ni el propio Nicolás Maduro respondieron a las solicitudes de comentarios. En declaraciones anteriores, Maduro rechazó las acusaciones, las calificó como parte de una campaña de desprestigio y pidió a Estados Unidos que enfoque sus esfuerzos en controlar el consumo interno de drogas en lugar de responsabilizar a Venezuela.
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Necesitamos algo de silencio para volver a conversar

Lo primero que veo son sus manos entrelazadas jugando por encima de la mesa. Mi visión es óptima: estoy de frente a ellos, a quienes veo de perfil por mi ubicación en el bar. La mano derecha de ella y la mano izquierda de él se acarician a un ritmo propio sobre el blanco del mantel. No conversan, solo se tocan. Tampoco se miran a los ojos sino que están, por separado, distraídos en sus respectivos universos virtuales gerenciados por algoritmos. Lejos de la piel amada, la mano libre de cada uno de ellos sostiene la carcasa fría del celular, esa prótesis embrujada que supimos conseguir.
Con el pulgar scrollean la pantalla. No los vi sacar fotos del avocado toast y el budín de banana que compartieron esta mañana con el latte de costumbre. No postean, quiero decir, aunque advierto que mandan y responden mensajes de whatsapp y se muestran cada tanto entre ellos y con gesto amoroso alguna oferta de las que les aparecen en las redes. Las redes, foros en los que hasta hace un tiempo nos mostrábamos con fotos y textos en ese simulacro que fingía reproducir el comportamiento social de la conversación pero sin cuerpos presentes. Una puesta en escena que parecía acercarnos y que nos hizo creer en la democratización de la palabra; que nos dio falsa compañía durante la pandemia y que hoy solo replica a los que ponen plata y buscan plata.

Ya no conversamos ni nos comunicamos, solo encontramos ahí marketing, ventas, banalidad y violencia extrema en ideas y discursos. Fuimos expulsados y casi no posteamos porque las redes dejaron de ser un espacio en el que compartíamos el devenir cotidiano de la humanidad y se volvieron un mercado en el que para que tu palabra se escuche tenés que agitar ruido y rendir como provocador o pagar para ser miembro gold de la red o para que el algoritmo se decida a mostrar tu haiku del día o la foto del emprendimiento con el que te ganás la vida.
Vimos nacer con estruendo plataformas efímeras y también vimos a otras redes agonizar o entrar en estado de putrefacción. Nos agotamos de comenzar de cero en cada plataforma nueva a la que nos sumábamos para no perdernos la diversión o el entretenimiento y con la intención de trasladar la agenda de la anterior. Aquello que formaba parte del espíritu original de la conversación virtual ya no existe. Nos quedamos sin charla en vivo ni charla a distancia, hay un vacío en la comunicación de las personas. El silencio es ensordecedor.
Así como en su momento retaceamos los cuerpos de la escena real atrapados por el magnetismo de las pantallas, todo indica que ahora asistimos a un llamado contagioso para el éxodo. Nos borramos de la conducción colectiva pero aún persiste una actividad: la del voyeur, el adicto, el que no puede dejar de perderse en lo irrelevante.
Las razones para la negativa a postear son miles. Algunas, según los especialistas: hartazgo y fobia a la exposición; miedo a la cancelación o a postear algo que resulte desubicado a los ojos de la mayoría, autocensura, un cambio de era generacional, la exigencia de opinar o expresarse sobre todo aún cuando no tenemos las herramientas para hacerlo, la agresividad como respuesta si tu posteo no representa las expectativas de los otros.
Seguí vos.

Hace algunos años, el fotógrafo estadounidense Eric Pickersgill arrancó un proyecto artístico y casi antropológico, una serie de imágenes que lograban mostrar un hábito, una adicción y también un cambio de era. Se trata de fotos de personas de diferentes edades, culturas y géneros que están juntas pero no se hablan porque están cada uno en lo suyo. Las manos parecen contener un celular, pero el dispositivo no está.
Fue también en un café (aunque en Nueva York) cuando una imagen despertó su inquietud. Lo escucho contar así la experienca en un video que se encuentra en internet: “Había una familia sentada junto a mí en el café Ilium, se los veía totalmente desconectados los unos de los otros. No hablaban mucho entre ellos; el padre y las dos hijas estaban con su celular. Solo la madre no tiene o ha decidido dejarlo. Mira por la ventana, triste y sola en la compañía de su familia más cercana. De vez en cuando el padre levanta la cabeza para anunciar alguna información que ha encontrado online”.
Así comenzó a trabajar en la serie “Removed” y aunque las fotos tienen algunos años, como te decía, siguen siendo igual de perturbadoras. El celular en este caso ya no como prótesis sino como miembro fantasma; las manos siguen adaptadas al scrolleo infinito y la atención, dispersa. Estar con otros ya no es intercambiar palabras o emociones sino apenas compartir un espacio físico.

El título de la nota en el diario El País no dejaba lugar a dudas del apocalipsis emocional en que nos movemos. Se trata de un textual del antropólogo francés, quien en entrevista con el diario de Madrid señalaba que “Las redes sociales reducen el placer de vivir”. Durante la charla, a propósito de sus libros Caminar la vida y ¿El fin de la conversación? (aún sin traducción al español), Le Breton habla de la gente que camina enganchada a su móvil como zombis y habla de un mundo actual excesivamente tecnológico, violento, en el que vivimos juntos pero en soledad. “Nunca en la historia los jóvenes han sufrido más problemas de ansiedad, depresión y suicidio. Las redes sociales no aumentan el placer de vivir, sino que lo reducen”, asegura.
Es en ese contexto que sostiene que caminar (por supuesto, sin el celular encima) es un gesto de resistencia y habla de los peligros de una “humanidad sentada”, del modo en que las emociones han superado la razón (“vivimos en un mundo dominado por la ira y el resentimiento”) y, atención, habla de la soledad y de cómo las personas se diluyen ante las pantallas. Lo dice así:
“En realidad, cuando estás mirando la pantalla no estás en ninguna parte, te diluyes. Me gusta oponer conversación a comunicación: la primera es cara a cara, implica estar atento y mirarse a los ojos. Hay lugar para el silencio, la lentitud, la complicidad. La segunda es más dispersa y utilitaria. La pantalla supone una especie de burbuja: no hay una sensorialidad común”, dice.
En ¿El fin de la conversación? (en francés, La fin de la conversation ?), cuya bajada habla de “La palabra en una sociedad espectral”, Le Breton explica aquello de que con la llegada de los teléfonos inteligentes la conversación fue sustituida por la comunicación y dice que a diferencia de la charla, la comunicación es unilateral e individualista, y que al estar todo mediado por una pantalla la profundidad y el intercambio de ideas se convirtieron en tareas imposibles.

Le Breton habla de los ruidos que se interponen en la posible conversación y en la capacidad de concentración de las personas -habla incluso del creciente ruido ambiente en los espacios públicos- y también del modo en que hoy se privilegia la documentación y el registro de los eventos más que la propia experiencia de ellos.
Nada que no sepamos o no veamos, aunque leer todo eso así, sistematizado, nos hace pensar si es acaso este carnaval de ruido lo que queremos tener alrededor, al lado, encima, por el resto de nuestras vidas.

Hace una semana, Orly Benzacar invitó a un grupo de personas del mundo de la cultura a la prestigiosa galería de arte que lleva el nombre de su madre (Ruth Benzacar) y que está cumpliendo 60 años de actividad. La intención era la de reproducir, de algún modo, una actividad que Ruth llevaba adelante en los primeros años de la galería: la tertulia. Una reunión de personas que no necesariamente tienen vínculos entre sí aunque comparten intereses y se reúnen para comer y beber algo y, sobre todo, para conversar animadamente en un escenario amable, bello.
Por estos días, dos grandes artistas (de obras muy diferentes entre sí) exponen en Benzacar: Eduardo Basualdo y Delia Cancela. “Yo soy rococó y él es barroco”, le dijo Delia Cancela a la periodista Celina Chatruc, de La Nación, el día de la inauguración de las muestras.
Delia es color, mujeres pájaro, flores, marcos dorados, aunque también hay gotas de sangre y palabras que hablan de sufrimiento y heridas. Basualdo es dramatismo, oscuridad (hay una suerte de cueva inquietante que puede y debe visitarse para experimentar esas tinieblas con mínimos resquicios de luz) y seres sin carne, o más bien, el cruce entre imágenes sombrías y casi radiográficas de esqueletos, por un lado, y colgajos de una tela gomosa que reproducen el efecto de una piel que ya no está.
El contraste entre las obras es vibrante, intenso. La conversación que se dio esa noche (había escritores, artistas como Liliana Porter y Ana Tiscornia, activistas, curadores, chefs, cineastas, científicos y periodistas) fue rica y estimulante, aunque me fui con la sensación de que algo se percibía a media máquina.
Recién ahora, mientras lo escribo, advierto que posiblemente lo que sentí es que perdimos ritmo en tantos años de virtualidad y ensimismamiento, de modo que nos falta práctica para la conversación real y en voz alta. Como si tuviéramos que entrenar para volver a hablar pero, sobre todo, para volver a escucharnos.

Me gusta cómo piensa (y, sobre todo, cómo escribe) Kyle Chayka, experto en la cultura de internet de The New Yorker. Para Chayka, “la web de redes sociales tal como la conocíamos, un lugar donde consumíamos las publicaciones de nuestros semejantes y publicábamos a cambio, parece haber llegado a su fin”. Según explica el columnista, la explosión de la bizarreada y la presión para que todos nos desempeñemos como influencers dio como resultado que cada vez más gente se sienta intimidada ante el riesgo y la mayoría sean hoy consumidores pasivos.
Podríamos estar dirigiéndonos hacia algo que Chayka llama Posteo cero, “un punto en el que las personas normales (las masas no profesionalizadas, no mercantilizadas y no refinadas) dejen de compartir cosas en las redes sociales a medida que se cansan del ruido, la fricción y la exposición”. Dice Chayka que las redes sociales ya no tienen nada que ver con aquellas en las que había “un registro en tiempo real del mundo creado por cualquiera que estuviera experimentando algo”, un foro de conversación y reciprocidad, como señala en la misma nota Eleanor Stern, videoensayista de TikTok, para quien ese foro hoy se ha convertido solo en un espacio para escuchar y mirar.
Para Chayka, justamente lo que hacía interesantes a las redes era la presencia de los “normalitos” (no expertos, personas comunes). El columnista da por cerrada esa etapa y escribe que Internet hoy se siente más vacío, “como un pasillo resonante, incluso cuando está lleno de más contenido que nunca”. En el ocaso de ese espacio que vibró con la vida de millones de personas, advierte que allí “como detritos en una playa que una vez estuvo concurrida, solo habrá marketing corporativo seco, bazofia generada por IA y basura de estafadores sedientos que intentan monetizar una audiencia menguante de voyeurs”.
Bastante triste (y qué bien escrito, por dios).

“Los paisajes abiertos hacen que escuchemos a mayor distancia y que tengamos una perspectiva diferente de primer plano y de fondo. Como no hay motores ni ruidos blancos, el sonido tiene una fidelidad distinta a la de la ciudad, pero el recién llegado tarda en ubicar cada elemento en su lugar.(…) Después de un tiempo, el propio hábitat se mete adentro tuyo y te ayuda a construir una forma de estar en el mundo acompasada con el clima y las circunstancias. El paisaje te moldea”.
En estas semanas leí Cicuta para los oídos, publicado por Eterna Cadencia. Se trata del nuevo libro del periodista argentino Sebastián Hacher, en el que cuenta su experiencia de vida luego de haber elegido salir de la ciudad y mudarse al campo, lejos del ruido ansioso de la urbe. Escrita a la manera de lo que hoy algunos llaman novela de no ficción (con ciertos ecos de novelas como Los llanos, de Federico Falco, El tercer paraíso, de Cristian Alarcón y hasta Un amor, de Sara Mesa), Hacher despliega su talento narrativo en un relato sobrio, casi contenido, por el que se cuelan la belleza y las emociones.
Lo hace a través de una forma de crónica que cuenta lo que puede ser el regreso a la naturaleza y sus ciclos, a la convivencia entre especies, con mascotas inesperadas y bichos y alimañas de toda clase; una vida austera y en los confines de la vida social, con una casa que requiere esfuerzo para la construcción de comodidades básicas pero también ofrece el espacio ideal para visitas amigas, aquellas con quienes la conversación viene interrumpida por la modernidad tecnológica y por la ansiedad como enfermedad de la era.
Claro que el hombre que se retira para habitar una vida precaria, el que comienza a bordar como una nueva forma de contar historias y quiere “ponerle mute al mundo” para encontrarse con él mismo, no contaba con un accidente y es que el ruido no se concentra en un solo lugar, de modo que podía extenderse y alcanzarlo. Eso es lo que sucede.
“El oído evolucionó para que podamos escapar de las fieras o convertirnos en una”, advierte el narrador. La pesadilla toma la forma de una casa enfrente de la suya, que pertenece a gente que no vive allí y que la usa esporádicamente. La música puede ser maravillosa pero también convertirse en un escándalo. Sus dueños pasan a ser “los vecinos musicales”, los que llegan para romper el silencio, la paz, el sueño y también, a la manera de una plaga, para destruir con malicia el escenario imaginado.
“Hasta que empezó la temporada de pileta, nunca los había visto. Ahora son parte del paisaje. Pueden aparecer un miércoles a las seis de la tarde o un sábado a las dos de la mañana. Siempre suena Vilma Palma a un volumen demencial. (…) El sonido repetido día tras día a cualquier hora se naturaliza y se vuelve invisible. Quien haya vivido cerca de un tren, de la autopista o de un aeropuerto en algún momento deja de escuchar. Aquí no pasa. Las variables no son constantes: cinco o seis días de tranquilidad extrema y dos de caos no alcanzan para encapsular la herida, para volverla soportable”.

En Cicuta para los oídos hay un asesino y es el ruido, que persigue al protagonista hasta su refugio de vida natural. Reflexivo, angustiado, con ansias criminales, el narrador pasa por todas las caras de la desesperación ante la interrupción del silencio: borda, piensa, siembra, alimenta animales y dibuja (hay dibujos hermosos en el libro).
Y escribe, claro. Hacher escribe con una modulación elegante y sin estridencias que permite distinguir los matices de una voz y conmoverse casi como si el ruido nos hubiera abandonado definitivamente y pudiéramos, por fin, retomar la conversación, allí donde la dejamos.
INTERNACIONAL
Trans bathroom policies have 10 days to go, Trump Education Department warns 5 Virginia school districts

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The Department of Education is giving five northern Virginia school districts ten days to fix their transgender bathroom policies or face «enforcement action,» the agency said Friday.
Public school districts in Loudoun County, Fairfax County, Prince William County, Alexandria City and Arlington were all found to be in violation of Title IX after an investigation by the Education Department’s Office of Civil Rights that began in February, according to a press release shared Friday.
The release cited a June ruling by the Supreme Court, which the department said acknowledged that a person’s identification as «transgender» is distinct from a person’s biological sex.
TRUMP ADMIN CRACKS DOWN ON OREGON AND VIRGINIA FOR DEFYING TITLE IX AND WOMEN’S SPORTS EXECUTIVE ORDER
Sign outside a gender-neutral restroom. (Istock/AndreyPopov)
«The investigation was based on complaints alleging that the [school districts] have similar anti-discrimination policies pertaining to ‘transgender-identifying’ students, which violate the sex-based protections of Title IX,» the release said.
«The [districts] are also the subject of several lawsuits, informal complaints and reports, which allege that students in the (districts) avoid using school restrooms whenever possible because of the schools’ policies and that female students have witnessed male students inappropriately touching other students and watching female students change in a female locker room.»
Craig Trainor, the Department of Education’s acting assistant secretary for civil rights, blasted the Biden administration for tolerating such behavior, adding it’s time for «northern Virginia’s experiment with radical gender ideology» to come to an end.
The Education Department’s non-compliance finding prompted the agency to issue a proposed resolution agreement whereby each school district can take corrective action to prevent any enforcement actions by the Trump administration.
That action would require the districts to rescind any policies or regulations allowing students to access bathrooms, locker rooms or other intimate facilities on the basis of their preferred gender identity as opposed to their biological sex.
SCANDAL-PLAGUED SCHOOL DISTRICT REFERRED TO DOJ AFTER ANOTHER TRANSGENDER LOCKER ROOM CONTROVERSY

Activists march in support of gender identity-based bathroom access. The Biden-era policies they supported are now being opposed by the Trump administration. (Mark Kerrison/In Pictures via Getty Images)
The districts will also be required under the agreement to issue letters to each school it oversees within its district, explaining that any future policies related to bathrooms, locker rooms or other intimate spaces must separate students on the basis of sex and not gender identity.
The districts would also be compelled under the agreement to adopt «biology-based definitions» of the words «male» and «female» to be used in all practices and policies.
The Department of Education gave the school districts 10 days to voluntarily agree to these demands or risk «imminent» consequences, including a potential referral to the Department of Justice.
VIRGINIA SCHOOL DISTRICT ACCUSED OF RELIGIOUS DISCRIMINATION IN TRANSGENDER LOCKER ROOM CASE
«Today, we at Defending Education are incredibly gratified to learn that a group of Northern Virginia School Districts — many of which were ground zero for the social experimentation of transgender ‘inclusion’ in women’s sports, bathrooms and private spaces — are now facing the music for failing to adhere to the plain text and meaning of Title IX,» said Sarah Parshall Perry, vice president and legal fellow at Defending Education.
«As a mother, as a Virginian and as former senior counsel to the assistant secretary for civil rights at the U.S. Department of Education, I am encouraged to see that this administration is taking the enforcement of long-standing civil rights laws seriously,» Perry continued.
«Title IX was passed to guarantee women’s educational equality in its myriad manifestations. But intransigent schools in the commonwealth seem to have forgotten that.»

The hallway of a school (iStock)
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The school districts all confirmed receipt of the resolution agreements issued to them by the Department of Education and are conducting a review to determine next steps. They all also expressed a commitment to following federal and state laws while simultaneously fostering a welcoming, inclusive and supportive environment for students.
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