EL FIRTH OF CLYDE, Escocia — Con un estallido entrecortado, una sirena sonó en la sala de control del HMS Vanguard, enviando a la tripulación del submarino nuclear de la Royal Navy a sus puestos de combate.

La voz del oficial al mando crepitó por el intercomunicador.

«Establezcan condición 1SQ», dijo, ordenando que su batería de misiles balísticos se preparara para el lanzamiento.

Se trataba de un simple simulacro, realizado el lunes pasado para un VIP de visita, el primer ministro británico Keir Starmer.

Pero Starmer tenía motivos para prestar mucha atención cuando le mostraron dónde se guardaba la llave de lanzamiento del submarino:

el primer ministro es la única persona en el Reino Unido autorizada para ordenar un ataque nuclear.

«¿Buscan las condiciones ideales?», preguntó Starmer en voz baja, mientras el capitán explicaba cómo maniobrar el Vanguard a la profundidad adecuada para lanzar sus misiles Trident.

Starmer se inclinó hacia delante en el asiento del capitán; el resplandor azul de una hilera de pantallas se reflejaba en sus gafas.

Más tarde, tras subir por una escalera de 9,7 metros hasta la cubierta del submarino, Starmer reflexionó sobre su misión de casi siete meses.

Merodeando silenciosamente en las profundidades del océano Atlántico, está diseñado para disuadir un conflicto nuclear con Rusia (al menos uno de los cuatro submarinos de la clase Vanguard está siempre de patrulla).

En un momento en que la capacidad de defensa de Europa ha sido objeto de críticas, en particular por parte del presidente Donald Trump, Starmer afirmó que estos imponentes barcos eran un símbolo inquebrantable del compromiso de Gran Bretaña con la OTAN.

«Veinticuatro horas, 365 días, año tras año, durante 55 años», me dijo Starmer después de que zarpáramos y el Vanguard zarpó hacia su puerto base en Escocia.

«Ha mantenido la paz durante muchísimo tiempo».

De vuelta en un remolcador, que nos llevaba a la costa del estuario de Clyde, Starmer se sentó solo, contemplando por la ventana las nubes que se arremolinaban.

Han sido unas semanas decisivas, aunque aleccionadoras, para el líder de 62 años:

Tras llegar al poder hace ocho meses en medio de una ola de descontento por el costo de la vida, ahora se encuentra luchando por evitar la ruptura de la alianza entre Europa y Estados Unidos, posterior a la Segunda Guerra Mundial.

“En el fondo, sabíamos que este momento se avecinaba desde hace poco más de tres años, cuando los tanques rusos cruzaron la frontera” de Ucrania, dijo Starmer sobre la mayor vulnerabilidad de Europa y las tensiones en la alianza de la OTAN.

“Tenemos que tomar esto como un momento de galvanización y tomar la iniciativa”.

La crisis ha transformado a Starmer, convirtiendo a un metódico y discreto abogado de derechos humanos y político del Partido Laborista en algo parecido a un líder de tiempos de guerra.

Con los debates sobre la reforma del bienestar y la economía eclipsados ​​por el momento por los temores sobre la seguridad nacional británica, Starmer invocó a Winston Churchill y, en un guiño a su partido, a Clement Attlee, el primer primer ministro laborista de la posguerra, al describir el singular papel de Gran Bretaña en un Occidente más fracturado.

«Mucha gente nos insta a elegir entre Estados Unidos y Europa», dijo en una de las tres conversaciones mantenidas la semana pasada.

«Churchill no lo hizo. Attlee no lo hizo. Sería un gran error, en mi opinión, elegir ahora».

Tras una breve pausa, Starmer añadió:

«Creo que el presidente Trump tiene razón cuando dice que los países europeos deben asumir una mayor responsabilidad en la autodefensa colectiva de Europa».

La pregunta inmediata es si Gran Bretaña y Europa desempeñarán un papel significativo en las negociaciones de Trump con el presidente ruso Vladimir Putin.

Para garantizarlo, Starmer está intentando reunir una fuerza militar multinacional a la que denomina una coalición de los dispuestos.

El objetivo, afirma, es mantener seguros los cielos, puertos y fronteras de Ucrania tras cualquier acuerdo de paz.

«No confío en Putin», declaró Starmer.

«Estoy seguro de que Putin intentaría insistir en que Ucrania debería estar indefensa tras un acuerdo porque eso le da lo que quiere:

la oportunidad de intervenir de nuevo».

Gran Bretaña se enfrenta a obstáculos en todos los frentes:

Rusia ha rechazado la idea de una fuerza de paz de la OTAN.

Trump aún no ha ofrecido garantías de seguridad, que según Starmer son cruciales antes de que los países comprometan tropas.

Aparte de Gran Bretaña y Francia, ningún otro país europeo lo ha hecho, incluso cuando Starmer dirigió la primera reunión de planificación militar de la coalición el jueves.

Altos funcionarios militares y de defensa británicos afirmaron que esperaban que, en última instancia, varios países contribuyeran con aviones, barcos o tropas al esfuerzo.

Pero, independientemente de las incertidumbres políticas y diplomáticas, Starmer afirmó que sentía que no le quedaba otra opción que adelantarse.

“Si solo avanzamos al ritmo de los más cautelosos”, dijo, “entonces avanzaremos muy lentamente y no estaremos en la posición que necesitamos”.

Detrás del torbellino diplomático de Starmer se esconde un objetivo aún más difícil de alcanzar: persuadir a Trump del valor de la OTAN, la alianza de 75 años de antigüedad que el presidente menosprecia como un club de oportunistas que se refugian bajo el paraguas de seguridad estadounidense pero no pagan lo que les corresponde.

A diferencia del presidente francés, Emmanuel Macron, o del canciller alemán entrante, Friedrich Merz, Starmer no ha instado a Europa a trazar un rumbo independiente respecto a Estados Unidos en materia de seguridad.

Insiste en que la «relación especial» es inquebrantable y que, en cualquier caso, las fuerzas británicas y estadounidenses están profundamente entrelazadas.

(Estados Unidos suministra los misiles Trident a los submarinos británicos).

Starmer ha cultivado con esmero la relación con Trump, llamándolo cada pocos días y presentándose en la Casa Blanca el mes pasado con una invitación firmada por el rey Carlos III para una visita de Estado a Gran Bretaña.

El primer ministro afirmó que Trump le había expresado lo mucho que apreciaba sus reuniones con la reina Isabel II.

Los dos hombres son prácticamente iguales: Starmer, disciplinado y reservado, con raíces políticas de izquierda; Trump, impulsivo y expansivo, con hábitos e instintos que rozan lo regio. Sin embargo, parecen haber forjado una buena relación.

Sin embargo, parecen haber forjado una buena relación.

Trump lo llama ocasionalmente al celular, según comentó uno de los asesores de Starmer, para hablar de sus temas favoritos, como sus campos de golf en Escocia.

“En persona, creo que tenemos una buena relación”, dijo Starmer sobre Trump, a quien conoció por primera vez en una cena en la Torre Trump el otoño pasado.

“Me cae bien y lo respeto. Entiendo lo que intenta lograr”.

En cuanto a las acciones de Trump —desde imponer un arancel del 25% al ​​acero británico hasta reprender al presidente ucraniano Volodímir Zelenski—, Starmer reconoció que el presidente había generado “bastante desorientación”.

La respuesta correcta, dijo, era no dejarse provocar.

“El día en que la reunión en el Despacho Oval entre el presidente Trump y el presidente Zelenski no salió particularmente bien, nos presionaron para que fuéramos muy críticos con, ya saben, adjetivos floridos para describir cómo se sentían los demás”, recordó Starmer.

Consideré que era mejor hablar por teléfono con ambas partes para intentar que volvieran a estar de acuerdo.

Starmer envió a su asesor de seguridad nacional, Jonathan Powell, a Kiev, la capital ucraniana, para orientar a Zelensky sobre cómo mejorar las relaciones con Trump.

En varias sesiones, según dos altos funcionarios británicos, elaboraron un lenguaje para mitigar la ansiedad de Zelenskyy sobre un alto el fuego en el que los rusos seguirían disparando.

Starmer luego telefoneó a Trump para informarle sobre los avances en Kiev y sentar las bases para una llamada entre él y Zelensky.

Cuando los presidentes volvieron a hablar, Zelensky apoyó los esfuerzos de paz de Trump.

Al ofrecerse como puente, Starmer intenta recuperar el papel que Gran Bretaña desempeñó durante décadas antes de votar a favor de abandonar la Unión Europea en 2016.

Demostró, dijo, que después de un período en el que Gran Bretaña se había mostrado «desinteresada» y «ausente» de la escena mundial, «hemos vuelto, por así decirlo».

Pero el papel de Gran Bretaña en el mundo pos-Brexit tiene límites:

la UE anunció que excluiría a los fabricantes de armas británicos de un fondo de defensa de 150.000 millones de euros (162.000 millones de dólares), a menos que Gran Bretaña firme un acuerdo de colaboración en materia de seguridad con Bruselas.

Según los analistas, a Gran Bretaña le resultará más difícil actuar como puente si Trump la exime de los aranceles más amplios que ha prometido imponer a la UE.

Por ahora, la capacidad política de Starmer ha impulsado sus índices de aprobación en las encuestas y le ha granjeado elogios en todo el espectro político.

Tras un inicio irregular, afectado por una economía aletargada, Starmer afirmó que la crisis «ha inyectado urgencia» a su gobierno.

Cuánto durará esto es una incógnita.

La economía británica sigue tambaleándose y Starmer se ha enfrentado a críticas por decisiones como la reducción de las ayudas a los jubilados con los gastos de calefacción en invierno.

Los beneficios de ser un estadista, según los analistas, pueden ser efímeros si los problemas internos se acumulan.

Incluso el incendio en una subestación eléctrica en Londres el viernes, que paralizó el aeropuerto de Heathrow y sumió en el caos los planes de viaje de decenas de miles de personas, es un recordatorio de cómo los acontecimientos pueden saturar temporalmente la agenda de un gobierno.

Más adelante se avecinan dolorosas disyuntivas.

Starmer se ha comprometido a aumentar el gasto militar al 2,5 % del producto interior bruto británico para 2027, financiado con un recorte a la ayuda exterior para el desarrollo.

No está claro cómo financiará Gran Bretaña el prometido aumento adicional del 3 % del PIB dentro de una década.

«Todos hemos disfrutado del dividendo de la paz», declaró Starmer, señalando que Europa se encamina hacia una era más oscura.

«No quiero caer en el alarmismo», afirmó, pero añadió:

«Necesitamos pensar en la defensa y la seguridad de forma más inmediata».

Tres días después de la visita al submarino, Starmer participó en la ceremonia de colocación de la quilla de una nueva flota de submarinos con misiles balísticos, que se está construyendo en un astillero de Barrow-in-Furness, en el noroeste de Inglaterra.

Cuatro buques de la clase Dreadnought, cada uno de casi la eslora de la Catedral de San Pablo, entrarán en servicio a principios de la década de 2030, con un coste estimado de 41 000 millones de libras (53 000 millones de dólares).

De pie en la cavernosa fábrica, con la sección de popa de un submarino elevándose sobre él, Starmer expresó su orgullo por esta declaración del poderío británico.

Pero también fue un recordatorio del estado de sobreesfuerzo de su ejército.

Los submarinos clase Vanguard, que están siendo reemplazados por los Dreadnoughts, tienen casi 30 años —»equipamiento bastante antiguo», en palabras de Starmer—, lo que requiere periodos de mantenimiento prolongados.

Esto ha extendido las patrullas de los demás buques de la flota y ha ejercido una gran presión sobre sus tripulaciones de aproximadamente 130 personas.

La tensión se hizo patente durante la visita de Starmer al Vanguard, que estableció un récord de la Marina Real Británica para la patrulla más larga.

Los marineros comentaron que la comida, excelente al principio, se deterioró a medida que escaseaban las provisiones del submarino.

Cuatro regresaban con sus esposas que habían tenido hijos durante su ausencia.

Otros perdieron a familiares y solo se enteraron de la noticia por el capitán la víspera de su regreso.

«Es un gran respeto para el equipo» que hayan sobrevivido siete meses en el mar, dijo Starmer tras descender con cuidado de la desgastada cubierta del submarino.

«Pero no deberíamos celebrarlo».

«Esto ha reforzado mi determinación de asegurarnos de que alcancemos más y más rápido nuestras capacidades», dijo, «para asegurarnos de que no vuelvan a encontrarse en esa situación».

c.2025 The New York Times Company