Una posible conclusión entre otras que deja la contundente victoria presidencial de Donald Trump es que reducir la inflación, un logro importante de la gestión de Joe Biden, no alcanza sin embargo para ganar elecciones. En el amplio pie de la pirámide los ingresos limitados y la frustración disuelven la seducción de los números macro.
No es un fenómeno excluyente de la mayor potencia planetaria. Apareció hace años también en Europa, donde el centro pierde espacio frente a extremos ultranacionalistas y líderes demagogos cada vez más vigorosos fortalecidos por similares motivos de la desilusión de las clases media que se sienten abandonadas y son determinantes en las urnas.
Lejos de sofisticados análisis, si se observa el eje central de la protesta de sectores sociales a lo largo de la campaña norteamericana, los más retrasados del interior profundo del país, pero también en las ciudades que se consideraban aseguradas para los demócratas, hubo un consistente reproche contra una economía que no contenía a esas masas de abajo. Un país a la postre caro.
«El 60% de los estadounidenses viven al día, tenemos más desigualdad de ingresos y riqueza que nunca. Los salarios semanales reales de los trabajadores, descontada la inflación, son en promedio más bajos que hace 50 años», describió el líder más rígido del ala progresista del oficialismo demócrata, Bernie Sanders. Son los trabajadores en su mayoría sin educación académica, un amplio sector de votantes que perdieron la carrera de las nuevas tecnologías.
David Brooks en The New York Times, ideológicamente en las antípodas de Sanders, remarca también el fenómeno. «Había un gran abismo de desigualdad ante sus narices y, de alguna manera, muchos demócratas no lo vieron. Trump es un narcisista monstruoso, pero hay algo extraño en una clase educada que se mira en el espejo de la sociedad y solo se ve a sí misma».
Trump se montó con habilidad en esa frustración, traduciendo su eventual triunfo como la fórmula para resolver la ecuación. Pero además corporizó con su estilo agresivo y caótico la furia general contra cómo se hacen las cosas. Un orco contra el sistema. El tamaño de ese enojo es posiblemente la gran novedad de estas urnas que unieron el voto blanco con el negro y el latino.
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«Una arrogante indiferencia»
La candidata demócrata careció de un discurso que reflejara ese trastorno. Fue la principal falla de la campaña de la vicepresidente que se centró en consignas culturales importantes pero elitistas como el aborto, el cambio climático o la cuestión de género, incapaces de competir con el principal tema de irritación del electorado. «Una arrogante indiferencia», le acachan sus críticos. Posiblemente la razón de la ausencia cerca de ocho millones de votantes que prefirieron quedarse en su casa.
Tampoco lo registraron las encuestas que fracasaron otra vez, aunque más allá de su ineficiencia debido posiblemente al voto oculto. Detrás del triunfo de Trump hubo un amplio voto femenino que ignoró el discurso misógino brutal del magnate y sus antecedentes de abusos con la ilusión de que retrocedería el tiempo, cuando los costos de la canasta familiar eran menores.
El país volvió a exhibir una fuerte polarización, 51 a 48 por ciento. Pero detrás de Harris se alinearon votantes con ingresos de 200.000 dólares anuales o más. Ahí ganó 52% a 44%. Al mismo tiempo perdió entre aquellos que perciben de 30.000 a 100.000 dólares, que en 2020 fueron clave en la victoria de Joe Biden. Ahora eligieron a Trump.
Son datos que muchos de los admiradores del magnate ultranacionalista deberían analizar con prudente cuidado escapando de las apariencias. No se debería perder de vista lo que estas elecciones enseñan respecto al boomerang que supone el descuido de la cuestión social.
Ese trasfondo le permitió al polémico líder republicano reproducir las condiciones que hicieron posible su anterior victoria, entonces a caballo de la crisis económica que desde el 2008 amontonó a legiones en las banquinas del reparto. Aunque el país es diferente hoy y Biden mejoró notablemente la economía, el mensaje de Trump describía una nación en ruinas, devorada por la inflación y la pobreza, invadida por migrantes escapados de las cárceles de sus países.
Nada de eso es verdad, incluso el número real de cruces ha caído precipitadamente. Pero el ex mandatario aprovechó con ese bulo algo que sí es cierto y es que los precios están altos y no todos los sueldos corrigieron los desequilibrios. Nada que sorprenda. Trump es un líder populista lejano de cualquier inspiración liberal y con instintos y seducciones muy familiares por nuestra región.
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Esa estrategia lo deja en la presidencia con un extraordinario respaldo electoral: victoria en el Colegio Electoral, en el voto nacional y control del Senado y posiblemente Diputados. Plataforma suficiente para llevar adelante su plan de expulsar a 11 millones de indocumentados que culpa de todas las calamidades, reducir impuestos a los sectores más acaudalados o combatir a «los enemigos internos», que refiere a quienes lo cuestionan. Ya hay republicanos extremos organizando patrullajes ideológicos de los empleados de carrera de gobierno.
Además de la migración Trump arremeterá con un anillo proteccionista que castigará con aranceles de hasta el 60% las mercaderías de origen chino especialmente los autos eléctricos y 20% a los insumos o productos terminados que lleguen de todo el mundo.
Esas medidas no reducirán la inflación. Se calcula que agregarían un adicional de hasta 2% al actual nivel de costo de vida de 2,5% anual según la banca Morgan. Los mercados ya descuentan que se revertirá la baja de tasas que ha venido impulsando la Reserva Federal. Una mala nueva para el sur mundial debido a la previsible carrera de los inversionistas hacia los bonos norteamericanos y el alza del peso de las deudas de esas naciones.
Los precios cotidianos y las frustraciones alrededor de la economía como fenómeno político importan no solo porque ayudan a explicar la abrumadora victoria trumpista. Efectivamente EE.UU. era alrededor de 20% más barato antes de la pandemia de coronavirus cuando gobernaba Trump.
Pero, además, conviene recordar que la crisis asociada a la enfermedad agudizó la concentración del ingreso y disparó extraordinarios efectos geopolíticos. El costo de vida en alza y los problemas de empleo debilitaron la gobernanza occidental que había sufrido ya un impacto con el gran tsunami económico y financiero de 2008. No es casual que en ese mundo vulnerable, Rusia haya lanzado su guerra contra Ucrania en 2022, el peor año del gobierno de Biden y de muchos europeos.
El autócrata ruso Vladimir Putin avanzó estimulado por la certeza de que del otro lado no existiría energía para contenerlo, atorado Occidente con ese extraordinario desafío. Contaba además con el benefició de que la OTAN había perdido estatura durante el anterior gobierno de Trump y operaba con “parálisis cerebral” según la didáctica síntesis de Emmanuel Macron.
Un mundo imprevisible
El escenario internacional, que no incluye a América Latina salvo por los migrantes y el narcotráfico, es posiblemente el que mayor incertidumbre despierta. Se explica la preocupación europea. El líder republicano, cercano a Putin o al ultranacionalista húngaro Viktor Orban, sugiere una visión planetaria en el otro extremo de lo que ha venido gestionando la Casa Blanca con Biden que recuperó tanto la economía de EE.UU. como su liderazgo internacional.
Trump con fervor insular repudia el multilateralismo, cuestiona la unidad europea, la globalización y festejó el brexit. También ha buscado con sus legisladores debilitar a Ucrania facilitando una victoria Rusa en la guerra, lo que preanuncia una modificación radical de los poderes en Europa del Este y Asia. Es improbable que Putin se conforme con lo que hasta ahora ha ganado militarmente en especial si tiene a Trump mirando a otro lado..
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La única continuidad será el asedio económico contra China, que inició el magnate en su anterior gestión durante la cual instaló con acierto a la República Popular como el principal desafío de EE.UU., una doctrina que acompañó la gestión demócrata. Pero no es claro cómo compaginará una eventual luz verde a Moscú con la dureza con Beijing que mira el escenario ucraniano con un ojo preciso en Taiwán. El mundo que viene con un piloto imprevisible y voluntarista.
Hace unos 45.000 años, un pequeño grupo de personas (menos de 1.000) vagó por las gélidas franjas septentrionales de Europa.
A lo largo de miles de kilómetros de tundra, cazaban rinocerontes lanudos y otros animales grandes.
Su piel era probablemente oscura.
Para mantenerse calientes en las gélidas temperaturas, probablemente usaban las pieles de los animales que mataban.
Estas resistentes personas de la edad de hielo, conocidas como la cultura LRJ, dejaron atrás herramientas de piedra distintivas y sus propios restos en cuevas diseminadas por toda Europa.
Los investigadores revelaron recientemente los genomas de siete individuos LRJ a partir de huesos fosilizados encontrados en Alemania y la República Checa:
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los especímenes genéticos más antiguos de humanos modernos encontrados hasta ahora.
Resulta que el pueblo LRJ fue parte de la expansión humana temprana desde África a otras partes del mundo.
Pero la suya fue una migración sorprendentemente reciente.
Los antepasados comunes del pueblo LRJ y los no africanos de la actualidad vivieron hace unos 47.000 años.
En cambio, los estudios de restos en Australia sugieren que los humanos modernos llegaron a ese continente hace 65.000 años.
Y en China, los investigadores han encontrado lo que parecen huesos de humanos modernos que datan de hace 100.000 años.
La enorme brecha entre esas edades podría cambiar nuestra comprensión sobre cómo los humanos se expandieron por el mundo.
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Si los antepasados de los no africanos de hoy no se extendieron por otros continentes hasta hace 47.000 años, entonces esos sitios más antiguos deben haber sido ocupados por oleadas anteriores de humanos que murieron sin transmitir su ADN a las personas que ahora viven en lugares como China y Australia.
«No pueden ser parte de la diversidad genética que está presente fuera de África», dijo Johannes Krause, genetista del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, Alemania, y autor del nuevo estudio.
Los genomas recién descubiertos provienen de fósiles que han desconcertado a los científicos durante décadas.
En 1950, los arqueólogos que excavaban en una cueva en lo que hoy es la República Checa encontraron el cráneo de una mujer antigua.
Sin embargo, no pudieron determinar su edad.
Encontraron herramientas de piedra en el sitio, conocido como Zlatý kůň, pero las herramientas no eran lo suficientemente distintivas como para vincular a la mujer con un grupo cultural en particular.
Hace unos años, los investigadores del Max Planck lograron extraer algo de ADN del cráneo.
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Un análisis preliminar insinuó que la mujer pertenecía a una antigua rama de humanos.
Mientras tanto, otro conjunto de huesos antiguos llegó de una cueva en Alemania llamada Ranis, a unas 140 millas al oeste de Zlatý kůň.
Los restos de Ranis fueron descubiertos hace más de un siglo.
Los arqueólogos habían llegado a la conclusión de que todos habían pertenecido a una única cultura antigua, a la que llamaron Lincombiano-Ranisiano-Jerzmanowiciano, o LRJ para abreviar.
Pero no sabían mucho más.
No estaba claro si la gente de LRJ eran humanos modernos o neandertales, por ejemplo.
En 2016, un equipo de arqueólogos regresó a Ranis para una nueva mirada.
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Marcel Weiss, arqueólogo de la Universidad de Erlangen-Nuremberg en Alemania, y sus colegas descubrieron un nuevo conjunto de fósiles y herramientas y utilizaron métodos del siglo XXI para analizarlos.
Los fósiles proporcionaron una gran cantidad de ADN, suficiente para reconstruir los genomas de seis individuos.
Todos ellos estaban estrechamente relacionados entre sí, incluida una madre y su hija. Los científicos también descubrieron que dos de ellos estaban estrechamente relacionados con la mujer de Zlatý kůň.
«Es el mismo grupo, la misma familia extensa», dijo Krause. «Podría ser que se conocieran».
Los investigadores estimaron que los siete conjuntos de fósiles tenían al menos 45.000 años de antigüedad.
Sus genomas están sacando ahora a la gente de LRJ de la sombra de la historia.
Su similitud genética indica que pertenecían a una población diminuta que solo contaba con unos pocos cientos de personas en un momento dado.
Y el estrecho parentesco entre los seis Ranis y los individuos individuales de Zlatý kůň sugiere que la gente LRJ vagó en pequeños grupos a lo largo de grandes distancias, pasando poco tiempo en un mismo lugar.
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“Si fuera a Nueva York y tomara a una persona del Bronx y luego fuera a Long Island y tomara a otra persona de allí, sería improbable que estos dos tuvieran un ancestro común dentro de las últimas tres generaciones”, dijo Kay Prüfer, paleogenetista de Max Planck y coautor del nuevo estudio.
“Pero, por supuesto, estamos hablando del pasado lejano, cuando las cosas eran diferentes”.
Prüfer y sus colegas descubrieron que la gente LRJ carecía de algunas mutaciones clave encontradas en los europeos actuales.
No tenían los genes que producen piel pálida, por ejemplo, lo que sugiere que tenían pigmentación oscura, como la tenían sus ancestros que surgieron de África.
Los científicos también utilizaron los genomas para determinar dónde encajan los LRJ en el árbol genealógico humano.
Estudios anteriores habían establecido que los antepasados humanos evolucionaron durante millones de años en África.
Hace unos 600.000 años, los antepasados de los neandertales se separaron por su cuenta.
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Se extendieron por Oriente Medio y se establecieron en Europa y Asia occidental.
Los neandertales perduraron durante cientos de miles de años, desapareciendo del registro fósil hace unos 40.000 años.
Los humanos modernos permanecieron más tiempo en África antes de expandirse a otros continentes.
Cuando se encontraron con los neandertales, posiblemente en Oriente Medio, se cruzaron.
Pasado común
Hoy en día, todos los humanos del mundo tienen al menos un rastro de ADN neandertal.
Aunque las líneas generales de esta historia están bien establecidas, los científicos todavía están luchando por precisar los detalles.
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Las estimaciones de cuándo los humanos modernos y los neandertales se cruzaron por primera vez varían desde hace 54.000 años hasta hace 41.000 años, por ejemplo.
Krause y sus colegas descubrieron que, a diferencia de los humanos actuales, los habitantes de LRJ tenían grandes extensiones de ADN neandertal en sus genomas.
Esto sugiere que había pasado relativamente poco tiempo desde que los humanos modernos se cruzaron con los neandertales. Krause y sus colegas estiman que el mestizaje tuvo lugar entre 1.000 y 2.500 años antes, o hace unos 46.000 años.
En otro estudio reciente, un segundo equipo de científicos llegó a una conclusión similar al examinar el ADN neandertal en fósiles y en personas vivas.
“Fue realmente fantástico ver una fecha similar”, dijo Priya Moorjani, paleogenetista de la Universidad de California, Berkeley, y autora del segundo estudio.
Científicos independientes dijeron que la nueva cronología sugería que los humanos modernos se trasladaron desde Oriente Medio a los márgenes del norte de Europa a una velocidad notable.
“El marco temporal es muy ajustado”, dijo Pontus Skoglund, paleogenetista del Instituto Francis Crick en Londres.
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Skoglund también dijo que sería extraño que los antepasados no africanos hayan surgido hace unos 47.000 años, mientras que los humanos modernos en Asia y Australia datan de hace 100.000 años.
Los sitios en cuestión podrían haber sido datados incorrectamente, dijo, o la gente podría haber llegado a Asia y Australia hace tanto tiempo, solo para extinguirse.
He Yu, paleogenetista de la Universidad de Beijing en Beijing que no participó en ninguno de los estudios, dijo que el misterio no se resolverá hasta que los científicos encuentren ADN en algunos de los fósiles asiáticos antiguos.
“Todavía necesitamos genomas humanos modernos tempranos de Asia para hablar realmente de las historias de Asia”, dijo Yu.