Donald Trump se convertirá en el próximo presidente de Estados Unidos y los republicanos han retomado el control del Senado tras las elecciones presidenciales del martes. Queda una gran carrera por seguir: la Cámara de Representantes.
Si los republicanos toman el control de la Cámara, eso pondría al partido en control del Congreso y de la Casa Blanca. Segun CBS, la carrera se inclina hacia los republicanos, pero no se sabrá hasta que se convoquen los escaños restantes.
Para el contexto: el Congreso es el cuerpo legislativo, que se divide en la cámara alta de 100 miembros (Senado) y en Diputados, de 435 miembros, llamada Cámara de Representantes o the House.
Todos los escaños de la Cámara, que antes de las elecciones estaban controladas por los republicanos, están en juego. Un partido necesita 218 escaños para tener mayoría.
Según el último recuento de votos, Los republicanos llevan 207 y los demócratas, 189.
La mayoría en la Cámara de Representantes aún pendía de un hilo el miércoles, oscilando entre un control republicano que daría inicio a una nueva era de gobierno unificado del Partido Republicano en Washington o pasaría a manos de los demócratas como una última línea de resistencia a la agenda de Donald Trump durante su segundo mandato.
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Unos pocos escaños, o incluso uno solo, determinarán el resultado. Los recuentos finales tardarán un poco, lo que probablemente extienda la decisión hasta la próxima semana.
Después de que los republicanos se abrieron paso hacia una mayoría en el Senado federal al sumar escaños en Virginia Occidental, Ohio y Montana, el presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, pronosticó que la cámara baja haría lo propio.
“Los republicanos se disponen a tener un gobierno unificado en la Casa Blanca, el Senado y la Cámara”, dijo Johnson el miércoles.
Trump, quien ganó el Colegio Electoral y el voto popular en su contienda frente a la vicepresidenta Kamala Harris, ha consolidado un creciente poder en torno a su movimiento “Hagamos grande a Estados Unidos otra vez” (MAGA, por sus siglas en inglés), otorgándole su apoyo a políticos recién llegados a Washington y abriendo la puerta para su propio regreso a la Casa Blanca.
Una ambiciosa agenda de 100 días
Johnson dijo que los legisladores republicanos alistan una “ambiciosa” agenda de 100 días en conjunto con Trump, quien ha dicho que ha “pensado mucho” en su legado.
Recortes fiscales, reforzar la frontera sur y ponerle un “soplete” a las regulaciones federales son los temas prioritarios de la agenda en el caso de que el Partido Republicano se quede con la Casa Blanca y las dos cámaras del Congreso. El mismo Trump ha prometido deportaciones a gran escala y represalias contra quienes percibe como enemigos. Y los republicanos quieren sacar a las agencias federales de Washington y colocar a partidarios entre las filas del gobierno con ayuda de grupos externos que, según Johnson, mantendrán al gobierno federal “a raya”.
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Pero después de apenas un año en el cargo, Johnson ha tenido dificultades para presidir la Cámara, y el nuevo Congreso no sería diferente. La representante Marjorie Taylor Greene y el representante Matt Gaetz, entre otros, encabezan a un grupo de conservadores de línea dura que a menudo se han enfrentado a la cúpula del partido en lo que ha sido una de las legislaturas más caóticas de los últimos tiempos.
Si la escasa mayoría de cuatro escaños de Johnson se llegara a reducir aún más, el recinto podría llegar a un punto muerto.
El líder de la minoría demócrata, Hakeem Jeffries, dijo que la mayoría en la cámara baja “sigue en el aire».
La Unión Europea mira por ahora con prudencia los acontecimientos que llevaron a la caída del dictador sirio Bashar Al-Assad, aliado de Putin, enemigo europeo desde que Rusia lanzó la agresión militar contra Ucrania hace casi tres años. Este recordatorio es esencial para entender la postura de los europeos. El primer ministro polaco Donald Tusk, ex presidente del Consejo Europeo, escribió este lunes en la red social X que “los acontecimientos de Siria han hecho que el mundo se dé cuenta una vez más, o al menos debería darse cuenta, que incluso el más cruel régimen puede caer y que Rusia y sus aliados pueden ser derrotados”.
Durante el fin de semana las instituciones europeas aplaudieron la caída del autócrata sirio y la victoria de los grupos rebeldes, pero no fueron más allá porque temen que el futuro sirio caiga en manos de islamistas radicales y provoquen el temor de todos los temores europeos, una nueva oleada de refugiados sirios, esta vez los partidarios de Al-Assad, como la de finales de 2015 y principios de 2016, cuando más de un millón de sirios se refugió en Europa en pocos meses.
Kaja Kallas, nueva canciller europeas en sustitución del hispano-argentino Josep Borrell, dijo que “el proceso de reconstrucción de Siria será largo y difícil, y todas las partes deben comprometerse”.
La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, dijo por su parte que “Europa está preparada para apoyar el mantenimiento de la unidad nacional de un Estado sirio que proteja a todas las minorías. Este cambio histórico en la región ofrece oportunidades, pero también riesgos”.
Las palabras de Von der Leyen sobre la unidad nacional de Siria y el respeto a las minorías muestran ese temor europeo a una desestabilización mayor del país que provoque oleadas de migrantes.
Alemania y España apuntaron al futuro. La ministra de Exteriores alemana Annalena Baerbock dijo que Siria no debe caer “en manos de otros radicales”. Su homólogo español José Manuel Albares añadió que “debemos vigilar que el pueblo sirio pueda decidir la forma en la que quiere gobernarse en el futuro y por parte de quién”.
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Trece años de guerra civil
Las diplomacias europeas recordaban ese fin de semana que la caída de Bashar Al-Assad acaba con un régimen de 53 años después de 13 años de guerra civil en la que ha muerto más de medio millón personas y que ha destrozado las infraestructuras del país.
Italia y Austria recibieron la noticia entre la sorpresa y el ridículo. Sus ministros de Exteriores habían pedido hace dos semanas en Bruselas que los gobiernos europeos pudieran empezar a deportar ya a los refugiados sirios de 2015 y 2016 alegando que el país estaba en calma y Al-Assad tenía ya el control.
Europa mira los primeros movimientos de Rusia en la región tras la caída de Al-Assad, como la retirada de los buques militares rusos de la base de Tartus después de que los rebeldes tomaran la ciudad.
Los buques rusos no pueden cruzar los estrechos turcos (Turquía los puede cerrar a buques militares en tiempos de guerra, como ahora en Ucrania) y se enfrentan a un viaje mucho más largo circunnavegando toda Europa, si no encuentran algún puerto en el norte de África que los acepte.
Los europeos cortaron relaciones diplomáticas con Siria en 2011 después de que Al-Assad reprimiera violentamente las primeras revueltas contra su dictadura, que estallaron en el año de las primaveras árabes. Ahora se ven ante un líder, Mohammed Al-Jolani, con una larga trayectoria de militancia yihadista y que fue aliado del antiguo líder del ISIS, Al-Baghdadi, hasta que discutieron por tácticas y objetivos militares.
Lo que sí vieron los europeos estos últimos días fue la alegría de los sirios refugiados en Europa. Las manifestaciones de celebración se sucedieron en Bruselas, Berlín, Londres o Amberes.