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La última carta que escribió el papa Francisco antes de su muerte

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El Vaticano anunció esta madrugada la muerte del papa Francisco a sus 88 años. Horas antes de su fallecimiento, estuvo presente en la Plaza de San Pedro para la celebración de la misa de Pascua.

Con motivo del Domingo de Resurrección, el sumo pontífice escribió una carta a los fieles que fue publicada en el sitio oficial del Vaticano. En su último escrito, Francisco pidió por los pobres, por Ucrania, el fin de los conflictos en Medio Oriente y la paz en Gaza.

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Leé también: Así fue la última aparición pública del papa Francisco horas antes de morir: cuál fue su mensaje

El sumo pontífice murió esta madrugada. (Foto: Reuters/Yara Nardi)

La carta del papa Francisco a los fieles antes de su muerte

Cristo ha resucitado, ¡aleluya!

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Hermanos y hermanas, ¡feliz Pascua!

Hoy en la Iglesia resuena finalmente el aleluya, se transmite de boca en boca, de corazón a corazón, y su canto hace llorar de alegría al pueblo de Dios en todo el mundo.

Desde el sepulcro vacío de Jerusalén llega hasta nosotros el sorprendente anuncio: Jesús, el Crucificado, «no está aquí, ha resucitado» (Lc 24,6). No está en la tumba, ¡es el viviente!

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El amor venció al odio. La luz venció a las tinieblas. La verdad venció a la mentira. El perdón venció a la venganza. El mal no ha desaparecido de nuestra historia, permanecerá hasta el final, pero ya no tiene dominio, ya no tiene poder sobre quien acoge la gracia de este día.

Hermanas y hermanos, especialmente ustedes que están sufriendo el dolor y la angustia, sus gritos silenciosos han sido escuchados, sus lágrimas han sido recogidas, ¡ni una sola se ha perdido! En la pasión y muerte de Jesús, Dios ha cargado sobre sí todo el mal del mundo y con su infinita misericordia lo ha vencido; ha eliminado el orgullo diabólico que envenena el corazón del hombre y siembra por doquier violencia y corrupción. ¡El Cordero de Dios ha vencido! Por eso hoy exclamamos: «¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!» (Secuencia pascual).

Sí, la resurrección de Jesús es el fundamento de la esperanza; a partir de este acontecimiento, esperar ya no es una ilusión. No; gracias a Cristo crucificado y resucitado, la esperanza no defrauda. ¡Spes non confundit (cf. Rm 5,5)! Y no es una esperanza evasiva, sino comprometida; no es alienante, sino que nos responsabiliza.

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Los que esperan en Dios ponen sus frágiles manos en su mano grande y fuerte, se dejan levantar y comienzan a caminar; junto con Jesús resucitado se convierten en peregrinos de esperanza, testigos de la victoria del Amor, de la potencia desarmada de la Vida.

¡Cristo ha resucitado! En este anuncio está contenido todo el sentido de nuestra existencia, que no está hecha para la muerte sino para la vida. ¡La Pascua es la fiesta de la vida! ¡Dios nos ha creado para la vida y quiere que la humanidad resucite! A sus ojos toda vida es preciosa, tanto la del niño en el vientre de su madre, como la del anciano o la del enfermo, considerados en un número creciente de países como personas a descartar.

Cuánta voluntad de muerte vemos cada día en los numerosos conflictos que afectan a diferentes partes del mundo. Cuánta violencia percibimos a menudo también en las familias, contra las mujeres o los niños. Cuánto desprecio se tiene a veces hacia los más débiles, los marginados y los migrantes.

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En este día, quisiera que volviéramos a esperar y a confiar en los demás —incluso en quien no nos es cercano o proviene de tierras lejanas, con costumbres, estilos de vida, ideas y hábitos diferentes de los que a nosotros nos resultan más familiares—; pues todos somos hijos de Dios.

Quisiera que volviéramos a esperar en que la paz es posible. Que desde el Santo Sepulcro —Iglesia de la Resurrección—, donde este año la Pascua será celebrada el mismo día por los católicos y los ortodoxos, se irradie la luz de la paz sobre toda Tierra Santa y sobre el mundo entero. Me siento cercano al sufrimiento de los cristianos en Palestina y en Israel, así como a todo el pueblo israelí y a todo el pueblo palestino. Es preocupante el creciente clima de antisemitismo que se está difundiendo por todo el mundo. Al mismo tiempo, mi pensamiento se dirige a la población y, de modo particular, a la comunidad cristiana de Gaza, donde el terrible conflicto sigue llevando muerte y destrucción, y provocando una dramática e indigna crisis humanitaria. Apelo a las partes beligerantes: que cese el fuego, que se liberen los rehenes y se preste ayuda a la gente, que tiene hambre y que aspira a un futuro de paz.

Recemos por las comunidades cristianas del Líbano y de Siria —este último país está afrontando un momento delicado de su historia—, que ansían la estabilidad y la participación en el destino de sus respectivas naciones. Exhorto a toda la Iglesia a acompañar con atención y con la oración a los cristianos del amado Oriente Medio.

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Dirijo también un recuerdo especial al pueblo de Yemen, que está viviendo una de las peores crisis humanitarias “prolongadas” del mundo a causa de la guerra, e invito a todos a buscar soluciones por medio de un diálogo constructivo.

Que Cristo resucitado infunda el don pascual de la paz a la martirizada Ucrania y anime a todos los actores implicados a proseguir los esfuerzos dirigidos a alcanzar una paz justa y duradera.

En este día de fiesta pensemos en el Cáucaso Meridional y recemos para que se llegue pronto a la firma y a la actuación de un Acuerdo de paz definitivo entre Armenia y Azerbaiyán, que conduzca a la tan deseada reconciliación en la región.

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Que la luz de la Pascua inspire propósitos de concordia en los Balcanes occidentales y sostenga a los actores políticos en el esfuerzo por evitar que se agudicen las tensiones y las crisis, como también a los aliados de la región en rechazar comportamientos peligrosos y desestabilizantes.

Que Cristo resucitado, nuestra esperanza, conceda paz y consuelo a los pueblos africanos víctimas de agresiones y conflictos, sobre todo en la República Democrática del Congo, en Sudán y Sudán del Sur, y sostenga a cuantos sufren a causa de las tensiones en el Sahel, en el Cuerno de África y en la Región de los Grandes Lagos, como también a los cristianos que en muchos lugares no pueden profesar libremente su fe.

Allí donde no hay libertad religiosa o libertad de pensamiento y de palabra, ni respeto de las opiniones ajenas, la paz no es posible.

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La paz tampoco es posible sin un verdadero desarme. La exigencia que cada pueblo tiene de proveer a su propia defensa no puede transformarse en una carrera general al rearme. La luz de la Pascua nos invita a derribar las barreras que crean división y están cargadas de consecuencias políticas y económicas. Nos invita a hacernos cargo los unos de los otros, a acrecentar la solidaridad recíproca, a esforzarnos por favorecer el desarrollo integral de cada persona humana.

Que en este tiempo no falte nuestra ayuda al pueblo birmano, atormentado desde hace años por conflictos armados, que afronta con valentía y paciencia las consecuencias del devastador terremoto en Sagaing, que ha causado la muerte de miles de personas y es motivo de sufrimiento para muchos sobrevivientes, entre los que se encuentran huérfanos y ancianos. Recemos por las víctimas y por sus seres queridos, y agradezcamos de corazón a todos los generosos voluntarios que están realizando actividades de socorro. El anuncio del alto el fuego por parte de los actores implicados en ese país es un signo de esperanza para todo Myanmar.

Hago un llamamiento a cuantos tienen responsabilidades políticas a no ceder a la lógica del miedo que aísla, sino a usar los recursos disponibles para ayudar a los necesitados, combatir el hambre y promover iniciativas que impulsen el desarrollo. Estas son las “armas” de la paz: las que construyen el futuro, en lugar de sembrar muerte.

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Que nunca se debilite el principio de humanidad como eje de nuestro actuar cotidiano. Ante la crueldad de los conflictos que afectan a civiles desarmados, atacando escuelas, hospitales y operadores humanitarios, no podemos permitirnos olvidar que lo que está en la mira no es un mero objetivo, sino personas con un alma y una dignidad.

Y que en este Año jubilar, la Pascua sea también ocasión propicia para liberar a los prisioneros de guerra y a los presos políticos.

Queridos hermanos y hermanas:

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En la Pascua del Señor, la muerte y la vida se han enfrentado en un prodigioso duelo, pero el Señor vive para siempre (cf. Secuencia pascual) y nos infunde la certeza de que también nosotros estamos llamados a participar en la vida que no conoce el ocaso, donde ya no se oirán el estruendo de las armas ni los ecos de la muerte. Encomendémonos a Él, porque sólo Él puede hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5).

¡Feliz Pascua a todos!

Papa Francisco, pascua, carta

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INTERNACIONAL

US confirms third round of nuclear talks with Iran after ‘very good progress’

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The U.S. and Iran have agreed to meet for a third round of talks later this week in Muscat, Oman, after they met in Italy with Omani intermediaries to discuss Iran’s nuclear program on Saturday.

Details of the negotiations have not been released and any concrete progress in ending Iran’s nuclear program remains unclear, though a senior administration official told Fox News that «very good progress» had been made.

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«Today, in Rome, over four hours in our second round of talks, we made very good progress in our direct and indirect discussions,» the official said Saturday. «We agreed to meet again next week and are grateful to our Omani partners for facilitating these talks and to our Italian partners for hosting us today.»

TRUMP SAYS IRAN MUST DITCH ‘CONCEPT OF A NUCLEAR WEAPON’ AHEAD OF MORE TALKS

An Iranian newspaper with a cover photo of Iran’s Foreign Minister Abbas Aragchi and U.S. Middle East envoy Steve Witkoff, in Tehran, April 12, 2025. (Majid Asgaripour/WANA (West Asia News Agency) via Reuters)

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Reports suggested that Middle East envoy Steve Witkoff and Iranian Foreign Minister Abbas Araghchi at some point in the negotiations spoke face-to-face, the second time in as many weeks.

But the negotiations have not solely been «direct» between Washington and Tehran as President Donald Trump earlier this month insisted they would be, which Iran flatly rejected – suggesting some form of compromise was reached regarding the format of the discussions.

What Witkoff discussed directly with his Iranian counterpart remains unknown.

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Araghchi also expressed some optimism in his review of the negotiations from Italy, though his perspective appeared slightly more muted.

«Relatively positive atmosphere in Rome has enabled progress on principles and objectives of a possible deal,» he wrote in a post on X. «We made clear how many in Iran believe that the [Joint Comprehensive Plan of Action] JCPOA is no longer good enough for us. To them, what is left from that deal are ‘lessons learned.’ Personally, I tend to agree.» 

COL. RICHARD KEMP DOUBTS TRUMP NEGOTIATIONS WITH IRAN WILL ‘ACHIEVE WHAT NEEDS TO BE ACHIEVED’

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Two technicians in reflective protective suits and face shields operate equipment to pour molten material inside a uranium conversion facility near Isfahan, Iran, on March 30, 2005. Steam and light radiate from the process as they work near a reactor-like container.

 Technicians work inside a uranium conversion facility on March 30, 2005, near Isfahan, Iran. (Getty Images)

«The initiation of expert level track will begin in coming days with a view to hammer out details,» Araghchi said. «After that, we will be in a better position to judge. For now, optimism may be warranted but only with a great deal of caution.»

It remains unclear how this round of negotiations to end Iran’s nuclear program will differ from the original JPCOA, an Obama-era nuclear deal which Trump abandoned during his first term, though the president and other security experts have voiced a sense of urgency in finding a solution in the very near future. 

But experts have warned these talks need to be far more encompassing than the JCPOA given the current advanced state of Iran’s nuclear program, and they need to happen very soon.

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«The speed with which technical talks have been agreed to is worrying for those who hope to avoid a repeat of 2013 and 2015, as are allegations of Iran’s offer of a three-step interim or phased proposal for a deal,» Iran expert and senior fellow at the Foundation for Defense of Democracies, Behnam Ben Taleblu told Fox News Digital. 

«It would be the height of strategic malpractice and a political own goal to allow the Islamic Republic to force America under the Trump administration into a deal that only slightly modified the accord that Trump rightly criticized and walked away from in 2018,» he added.

Similarly, retired Gen. Jack Keane, a Fox News senior strategic analyst, many security experts are watching these negotiation attempts with «real concern» because «Iran in 2025 is not the Iran in 2015 when that first nuclear deal was made.»

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Malley during Austria nuclear deal talks with Iran

Secretary of State John Kerry, third from left, and other U.S. officials meet with EU and Iranian officials for nuclear talks in Vienna, Austria, June 30, 2015. (Pool/Siamek Ebrahimi/Anadolu Agency/Getty Images)

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«The difference is that Iran has the capability to manufacture advanced centrifuges which can enrich uranium from zero to weapons grade in just a matter of weeks,» Keane said.

Essentially, this means the U.S. must not only persuade Iran to get rid of its near-weapons-grade enriched uranium – enough to produce five nuclear weapons if further enriched – but also dismantle its manufacturing capabilities.

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«The other thing that is different in 2025 – they have ballistic missiles that can deliver the weapon,» Keane added. «It remains to be seen what’s going to be in the deal.»


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INTERNACIONAL

Francisco, el Papa que encaminó de manera constante a la Iglesia en otra dirección

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El papa Francisco, quien surgió de un origen humilde en Argentina para convertirse en el primer pontífice jesuita y latinoamericano, quien se enfrentó implacablemente con los tradicionalistas en su impulso por una Iglesia católica más incluyente, y quien habló incansablemente en favor de los migrantes, los marginados y la salud del planeta, murió el lunes en la Casa Santa Marta, en el Vaticano. Tenía 88 años.

La muerte del papa la dio a conocer el Vaticano en un comunicado en X, un día después de que Francisco fue visto en una silla de ruedas para bendecir a los fieles en la Plaza San Pedro el domingo de Pascua.

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A lo largo de sus 12 años de papado, Francisco fue un agente de cambio, luego de haber heredado un Vaticano desorganizado en 2013 tras la impactante renuncia de su predecesor, Benedicto XVI, abanderado del conservadurismo católico romano.

Francisco encaminó de manera constante a la Iglesia en otra dirección, renovando su cúpula con una variada diversidad de obispos que compartían el enfoque pastoral y acogedor que él aplicaba en su intento de que la Iglesia fuera más abierta. Muchos católicos de base lo aprobaron, pues creían que la Iglesia se había encerrado en sí misma y se había distanciado de la gente común y corriente.

Francisco tendió la mano a los migrantes, los pobres y los desamparados, a las víctimas de abusos sexuales cometidos por miembros del clero católico y a los católicos homosexuales apartados. Viajó a países a menudo lejanos y olvidados e intentó establecer y mejorar las relaciones con un gobierno chino antagónico, clérigos musulmanes y líderes de todo el fragmentado mundo cristiano.

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El Papa Francisco en una escuela de Harlem, Nueva York (Foto: Eric Thayer/The New York Times)

Tras algunos tropiezos iniciales, tomó medidas enérgicas para abordar una crisis de abusos sexuales clericales que se había convertido en una amenaza existencial para la Iglesia. Adoptó nuevas normas para responsabilizar a los altos dirigentes religiosos, incluyendo a los obispos, si cometían o encubrían abusos sexuales, aunque no impuso el nivel de transparencia ni las obligaciones de denuncia civil que muchos defensores exigían.

En sus últimos años, ralentizado por una rodilla en mal estado, una operación intestinal y enfermedades respiratorias que le restaban aliento y voz, Francisco utilizó un bastón y luego una silla de ruedas. Parecía deteriorado, pero esa era una impresión engañosa. Siguió viajando mucho, enfocando su atención en zonas de África explotadas y asoladas por la guerra, donde censuró a los colonizadores modernos y buscó la paz en Sudán del Sur.

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Su insistencia en agitar el statu quo le valió una gran cantidad de enemigos. Desplazó a los conservadores en oficinas del Vaticano; restringió el uso de la antigua misa en latín, muy apreciada por los tradicionalistas; abrió reuniones influyentes de obispos a laicos, incluyendo a mujeres; permitió que los sacerdotes bendijeran a parejas del mismo sexo; y dejó claro que las personas transgénero podían ser padrinos y madrinas y que sus hijos podían ser bautizados.

También se negó a respaldar los llamados a negar la comunión a los políticos católicos partidarios del derecho al aborto, incuyendo al presidente Joe Biden quien dijo que Francisco lo había llamado “buen católico”.

Su encanto paternal y su sonrisa radiante discrepaban con la reputación que tenía dentro del Vaticano de ser un administrador duro —despiadado, decían sus oponentes— que aportó mayor transparencia a las finanzas de la Iglesia y renovó la burocracia vaticana.

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Las tradicionales bases del poder italianas del Vaticano se sintieron frustradas por su estilo de gobierno deliberadamente impredecible, que, para lograr que las cosas avanzaran, dependía de un pequeño grupo de confidentes, muchos de ellos jesuitas como él, y de su propio instinto.

Los católicos conservadores lo acusaron de diluir las enseñanzas de la Iglesia y nunca dejaron de manifestarse contra él. La disidencia latente estallaba periódicamente de un modo casi medieval; se hablaba de cismas y herejías.

El Papa en su visita al cementerio indígena en Alberta, Canadá  (Foto: Ian Willms/The New York Times)

El Papa en su visita al cementerio indígena en Alberta, Canadá (Foto: Ian Willms/The New York Times)

Pero Francisco también decepcionó a muchos liberales que esperaban que introdujera políticas progresistas. Su apertura a una discusión franca avivó los debates sobre temas que durante mucho tiempo habían sido tabú, como el celibato sacerdotal, la comunión para personas divorciadas y vueltas a casar y un mayor papel de la mujer en la Iglesia. Aunque abría las puertas a hablar de esos temas, solía mostrarse reacio a tomar decisiones importantes.

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“A menudo estamos encadenados como Pedro en la prisión de la costumbre”, dijo de la Iglesia en 2022, en un discurso pronunciado en la Basílica de San Pedro. “Asustados por los cambios y atados a la cadena de nuestras tradiciones”.

Un nuevo estilo

Quizá el aspecto más sorprendente de su papado fue el hecho mismo de que llegara a ser papa.

Francisco fue elegido en marzo de 2013 tras la dimisión de Benedicto XVI, el primer pontífice que renunciaba en casi seis siglos, en medio de la confusión y las intrigas sobre grupos de presión secretos y argucias financieras. Los cardenales electores buscaban un reformador con una fuerte mano administrativa, pero pocos preveían la manera en que Francisco, que en ese entonces tenía 76 años y era arzobispo de Buenos Aires, combinaría el celo reformista y el encanto campechano en un esfuerzo por limpiar la casa y transformar la Iglesia.

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“Buona sera”, buenas tardes, anunció Francisco a los fieles en su primer discurso como papa desde el balcón con vista a la Plaza de San Pedro, rompiendo el hielo con estilo desenfadado. Bromeó sobre el hecho de que procedía de Argentina, señalando que, en cumplimiento de su deber de encontrar un papa, “parece que mis hermanos cardenales han ido casi hasta los confines de la Tierra para conseguirlo”.

Francisco no solo provenía de otra parte del mundo; influido por sus raíces populistas latinoamericanas, también veía al mundo de forma diferente a como lo hacían sus antecesores. Se convirtió en el primer pontífice en tomar su nombre papal de san Francisco de Asís, el austero fraile que dedicó su vida a la piedad y a los pobres y que, según la tradición, recibió instrucciones de Dios para reconstruir su iglesia.

Francisco dio muestras de su estilo humilde desde el principio. Pagó su propia cuenta en el hotel del Vaticano donde se alojó durante el cónclave que lo eligió, se desplazó por la ciudad en un modesto Ford Focus, vivió en una casa de huéspedes del Vaticano en lugar de quedarse en los ornamentados apartamentos papales y, en un ritual de Semana Santa celebrado en una prisión juvenil, lavó los pies de una joven musulmana. Más tarde, ya enfermo, se refirió a su propia fragilidad al exigir dignidad para los ancianos.

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Su humildad podía desarmar. Cuando le preguntaron acerca de un sacerdote de quien se decía que era homosexual, respondió: “¿Quién soy yo para juzgar?”.

El papa durante su visita a Filadelfia en 2015. (Foto: Richard Perry/The New York Times)

El papa durante su visita a Filadelfia en 2015. (Foto: Richard Perry/The New York Times)

Ese comentario saltó a los titulares de todo el mundo y fue señal de que un cambio drástico se estaba gestando dentro del Vaticano.

Francisco asumió la dirección de la iglesia en un momento de crisis. En el mundo industrializado, esta afrontaba una caída en la asistencia, escándalos de abuso sexual clerical que drenaban la fe, exigencias de un rol mayor para las mujeres y una grave escasez de sacerdotes. Y en América Latina, Asia y África, donde la fe seguía creciendo, la iglesia católica enfrentaba una competencia creciente de las iglesias protestantes evangélicas y pentecostales.

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Pronto intentó alejar a la Iglesia de cuestiones de guerra cultural como el aborto y la homosexualidad, y cambió su énfasis a problemas mundiales como el cambio climático, la pobreza y la migración. Su primer viaje papal fuera de Roma fue a Lampedusa, una diminuta isla italiana que se había convertido en el punto de llegada de miles de migrantes africanos que cruzaban el Mediterráneo.

Su visión, expresada en documentos importantes como la encíclica Laudato Si (o “Alabado seas”), vinculaba la teología católica con la protección del medio ambiente y la defensa de los marginados, al tiempo que denunciaba los excesos del capitalismo global en la explotación de los pobres.

Viajó con frecuencia al mundo árabe, donde los cristianos sufrían persecución, para buscar una distensión con el Islam, y visitó repetidamente lo que denominó las “periferias”, los lugares y las personas que a menudo se pasan por alto.

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En 2019, Francisco se puso de rodillas ante los líderes beligerantes del gobierno de Sudán del Sur y su oposición, besándoles los zapatos e implorándoles que hicieran las paces. En 2023, con la salud mermada, viajó a la capital, Yuba, para reprocharles su falta de progreso.

“Basta de derramamiento de sangre, basta de conflictos, basta de violencia y de mutuas recriminaciones sobre quién es responsable”, dijo Francisco en los jardines del palacio presidencial de Sudán del Sur. “Dejen atrás el tiempo de guerra y que amanezca un tiempo de paz”.

Denunció repetidamente la violencia y, tras una renuencia inicial a tomar partido en la guerra de Ucrania, habló en apoyo de este país. Sin embargo, a los funcionarios ucranianos les preocupaba que lo que él llamó la “misión” secreta del Vaticano para mediar el fin del conflicto, sin rechazar explícitamente la ocupación rusa, pudiera, sin querer, beneficiar a su enemigo.

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Francisco podía ser mordaz con los prelados del Vaticano. En una ocasión comparó a la jerarquía con una “aduana pesada y burocrática”. Acusó a algunos funcionarios eclesiásticos de engañarse a sí mismos creyéndose “indispensables” y de estar aquejados por el “terrorismo del chisme”.

Sus discursos navideños a los dirigentes del Vaticano se convirtieron en sermones contundentes sobre una Iglesia lastrada por el clericalismo: la idea de que el “sacerdote pavo real” y el “obispo de aeropuerto”, que aparece solo cuando le conviene, se consideran superiores a su rebaño y han perdido el contacto con la gente. El clericalismo, sostenía, es la causa de muchos de los males de la Iglesia, incluyendo la crisis de los abusos sexuales a menores.

Algunos conservadores poderosos intentaron utilizar esos escándalos como un arma para destruir a Francisco, acusándolo de encubrir al cardenal Theodore E. McCarrick, un estadounidense que fue destituido en desgracia por el abuso sexual de un menor.

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Esa acusación contra Francisco resultó infundada, pero aun así tuvo una larga y dolorosa curva de aprendizaje respecto a los escándalos de abuso sexual. Sus llamados a la acción iniciales dieron pocos resultados y, cuando la crisis volvió a estallar bajo su liderazgo, apoyó instintivamente a sus compañeros obispos y puso en duda públicamente a algunas víctimas, poniendo en riesgo su legado como defensor de los más vulnerables.

Al final Francisco recuperó su posición en este asunto al reconocer su propia ceguera y hablar con supervivientes de abusos. Nunca pidió cuentas a los obispos tanto como algunos de sus más fervientes partidarios esperaban, pero promulgó reformas significativas, trató de hacer de la protección de los niños una prioridad para los obispos de todo el mundo y, notablemente, ordenó una investigación exhaustiva que atribuyó la responsabilidad del ascenso del cardenal McCarrick a san Juan Pablo II.

En otros temas, la postura de Francisco podía ser difícil de entender. Rechazó el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero pidió a los sacerdotes que fueran abiertos con las personas en relaciones no tradicionales, como los homosexuales y las lesbianas, las personas solteras con hijos y las parejas no casadas que viven juntas.

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Apoyó las uniones civiles de parejas homosexuales, pero aprobó la decisión del Vaticano de prohibir a los sacerdotes bendecir a las parejas homosexuales, una decisión que más tarde dijo lamentar y que luego revocó.

Calificó de “injusta” la penalización de la homosexualidad, pero también respaldó la oposición del Vaticano a una propuesta de ley italiana que extendía protecciones a las personas LGBTQ. Y cuando los obispos alemanes votaron abrumadoramente a favor de bendecir a las parejas homosexuales en 2023, el Vaticano tomó medidas enérgicas con la aprobación del papa.

El Papa durante una reunión del G7 em Italia en junio de 2024  (Foto: Erin Schaff/The New York Times)

El Papa durante una reunión del G7 em Italia en junio de 2024 (Foto: Erin Schaff/The New York Times)

Algunos de los defensores de Francisco argumentaban que sus ambigüedades y soluciones graduales reflejaban una estrategia diseñada para construir un consenso para un proyecto mayor y más duradero: el de crear una Iglesia más colegiada que trasladara el poder de Roma a los obispos y sacerdotes locales que trabajan en el terreno.

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Después de que la anómala situación de la existencia de dos papas llegara a su fin con la muerte de Benedicto, algunos de los partidarios de Francisco esperaban que este tuviera más libertad de acción. Tenían la esperanza de que se produjeran cambios aucaces en una reunión de los obispos del mundo en 2023 y 2024, donde se debatieron temas como si las mujeres podrían ser ordenadas como diáconos, el celibato y el matrimonio de los sacerdotes. Pero el potencialmente explosivo encuentro concluyó con un suspiro. Los obispos pidieron que se dieran más funciones de liderazgo a las mujeres, pero dejaron las otras cuestiones importantes para otro día.

Ciertamente, el legado más duradero de Francisco podría ser la transformación de esos rangos clericales y la remodelación del Colegio Cardenalicio, que alguna vez estuvo dominado por conservadores designados por Benedicto y Juan Pablo II.

En una jerarquía en la que el personal es política, los seguidores de Francisco esperan que el clero que promovió —y el sucesor al que elijan— crucen las líneas a las que él se atrevió a llegar.

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Una familia de inmigrantes

Jorge Mario Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores de Buenos Aires, hijo de Mario Bergoglio y Regina (Sívori) Bergoglio, ambos inmigrantes italianos.

El viaje de la familia a Argentina se convertiría en parte de la historia de Bergoglio: los abuelos paternos del futuro papa, que tenían programado viajar en tercera clase en el trasatlántico Principessa Mafalda, perdieron el barco por retrasos en la venta de su cafetería en Turín, Italia. Sin embargo, la frustración pronto se convirtió en alivio: la embarcación se hundió en alta mar. Unos meses más tarde, llegaron sanos y salvos a Buenos Aires a bordo de otro barco, el Giulio Cesare.

A Jorge, el mayor de cinco hermanos, le sobrevive una hermana, María Elena Bergoglio.

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En su infancia en Flores, Jorge estuvo profundamente influido por su abuela Rosa Bergoglio, que durante su estancia en Italia se había unido a la Acción Católica, el movimiento de la década de 1920 que defendía a la Iglesia del avance del Estado fascista de Mussolini. El ascenso del fascismo empujó a la familia a marcharse.

En Flores, Rosa enseñó a su nieto un italiano con el dialecto piamontés de la familia y el amor por la literatura. Su padre, Mario, ansioso por asimilarse, insistía en hablar español.

El catolicismo fue una fuerza de apoyo y formación en el hogar de los Bergoglio. Cuando su madre quedó postrada en cama tras el difícil parto de una de sus hermanas, Jorge, que entonces tenía 12 años, ingresó en una escuela dirigida por sacerdotes salesianos. Los salesianos contribuyeron a inculcarle un sentido del deber hacia los pobres, así como la conciencia de su propia responsabilidad para mejorar la situación del mundo.

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Más tarde recordaría que fue ahí donde aprendió, casi inconscientemente, a buscar el sentido de las cosas.

Estudioso, inteligente y profundamente religioso, Jorge también jugaba al básquetbol y le encantaba bailar tango. Cuando le faltaban apenas seis semanas para cumplir 17 años, se apresuraba a encontrarse con su novia y otros amigos en Flores cuando se detuvo frente a la Basílica de San José de Flores.

“Sentí que tenía que entrar. Esas cosas uno las siente por dentro, y no sabe lo que son”, contó una vez. En el santuario, dijo, “sentí que alguien me agarraba desde dentro” y lo llevaba al confesionario. “Allí mismo supe que tenía que ser sacerdote”, dijo.

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A menudo mencionaba una historia sobre la misericordia divina que describe el momento en que Jesús, cuando “lo miró con misericordia y lo eligió”, miserando atque eligendo, cautivó a Mateo, el recaudador de impuestos. Dijo que sentía que el Señor también lo esperaba a él, y eligió la frase en latín para su lema.

“Ese soy yo”, dijo más tarde al reverendo Antonio Spadaro, sacerdote jesuita y amigo, que publicó una extensa entrevista con el papa. “Así me sentía”.

Pero Jorge ocultó su ambición a su familia. En el bachillerato había demostrado aptitudes científicas, y su madre esperaba que se convirtiera en médico. Trabajaba en un laboratorio de química y ganaba dinero extra como portero en bares de tango.

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En noviembre de 1955, justo después de terminar el bachillerato, Jorge comunicó por fin a sus padres sus planes de ser sacerdote. Su madre no estaba contenta y lo acusó de engañarla. “No te mentí, mamá”, recuerda su hermana, María Elena, que Jorge le respondió. “Voy a estudiar la medicina del alma”.

En el exilio

Después de 13 años de formación, Jorge Bergoglio fue ordenado sacerdote jesuita en 1969. Los jesuitas habían llegado a Sudamérica en 1580, junto con colonos de España y Portugal que sometieron el continente con la complicidad de Roma.

Sin embargo, los jesuitas se opusieron a algunos de los peores abusos coloniales, creando protectorados autogobernados para los pueblos indígenas. El futuro papa hizo suyo este legado: la cercanía a los pobres, el respeto a los pueblos indígenas, la desconfianza y la resistencia a la expansión europea y el recelo hacia las ideologías seculares.

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Latinoamérica y el catolicismo estaban en plena agitación cuando el padre Bergoglio, con 36 años, se hizo cargo de los jesuitas argentinos, apenas cuatro años después de su ordenación. Argentina estaba inmersa en una “guerra sucia”, con un brutal gobierno militar que asesinaba y torturaba a miles de opositores. Y la Iglesia latinoamericana estaba dividida, ya que muchos prelados de alto rango se mantenían cercanos a las clases dirigentes, mientras muchos jesuitas se adherían a la teología de la liberación, que instaba a la Iglesia a impulsar cambios sociales en favor de los pobres.

Los líderes conservadores de la Iglesia denunciaron esa teología como marxista. Uno de esos críticos fue el cardenal Karol Wojtyla, un cruzado anticomunista polaco que en 1978 se convirtió en el papa Juan Pablo II y nombró obispos conservadores que se oponían a la teología de la liberación.

El padre Bergoglio compartía la opinión del estamento eclesiástico local de que la teología de la liberación era demasiado política. Más tarde, enfrentó acusaciones de que, como líder de los jesuitas argentinos, no había hecho lo suficiente para proteger a dos sacerdotes secuestrados y torturados por la junta, señalamientos que luego fueron cuestionados por biógrafos y otras personas. Con el tiempo se reconcilió con uno de los sacerdotes, pero el otro permaneció resentido.

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Su papel de liderazgo en los jesuitas acabó en polémica. Había cultivado un grupo de sacerdotes apasionados y leales, pero también había hecho enemigos, en parte debido a lo que sus críticos describían como un estilo de gestión imperioso y autocrático. Las autoridades eclesiásticas lo enviaron a un exilio de facto en Alemania y luego a Córdoba, Argentina, un período que más tarde describió como “una época de gran crisis interior”.

Tras convertirse en papa, Francisco reconoció que su estilo de gestión como líder jesuita había sido imperfecto.

Mi manera autoritaria y rápida de tomar decisiones me llevó a tener serios problemas y a ser acusado de ultraconservador”, dijo al padre Spadaro. “Pero nunca he sido de derecha”.

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Su exilio se vio interrumpido en 1992, cuando un alto cargo de la Iglesia argentina lo nombró inesperadamente obispo auxiliar de la diócesis de Buenos Aires. Seis años más tarde se convirtió en arzobispo. Enfocó su agenda en la ayuda a los pobres y armó un grupo de sacerdotes dedicados al ministerio en los barrios marginales.

Durante la crisis económica de 2001-02, organizó comedores de beneficencia, triplicó el número de sacerdotes destinados a los barrios marginales y construyó escuelas y centros de rehabilitación de adicción a las drogas mientras se reducían los servicios estatales. Convirtió su residencia oficial en un albergue para sacerdotes y vivió en una modesta habitación del edificio diocesano en el centro de Buenos Aires. Antes de cada Semana Santa, visitaba a presos, enfermos de sida o ancianos, una práctica que continuó durante su papado.

Su desconfianza hacia las ideologías y teorías seculares, incluido el capitalismo, se acentuó. Sostenía que las ideologías de izquierda divinizaban al Estado, mientras que el neoliberalismo económico lo desmantelaba. En 2006, en la tradicional oración católica de acción de gracias por el Día de la Independencia argentina, el arzobispo Bergoglio, ya cardenal, criticó sin demasiado disimulo al presidente Néstor Kirchner, que se encontraba presente.

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El cardenal Bergoglio también mantenía una relación tensa con el Vaticano. Para él, representaba “el corazón de todo lo que él creía que la Iglesia no debía ser: lujo, ostentación, hipocresía, burocracia”, comentó su antiguo jefe de prensa en Buenos Aires, Federico Wals, a Austen Ivereigh, uno de los biógrafos del papa. “Odiaba ir”.

Tras rebasar la edad de jubilación episcopal de 75 años, reservó una habitación sencilla en un seminario católico, donde pensaba vivir sus días en oración y reflexión, disfrutando de su amado mate.

Pero el papa Benedicto XVI cambió todo eso el 11 de febrero de 2013 cuando anunció que renunciaría. Fue la primera dimisión papal desde la de Gregorio XII en 1415.

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El cardenal Bergoglio voló a Roma para ayudar a elegir un nuevo papa. Nunca regresó.

Un papa accidental

En el cónclave que eligió papa a Benedicto XVI en 2005 el cardenal Bergoglio había quedado segundo, y ese año dejó Roma con pocas razones para creer que tendría otra oportunidad para acceder al papado. Había pocas pruebas de que siquiera estuviera interesado en el puesto.

Con la renuncia de Benedicto, los medios de comunicación se llenaron de especulaciones sobre quién le sucedería, incluidas las expectativas de que los cardenales podrían elegir al primer papa latinoamericano. Dada su edad, el cardenal Bergoglio no figuraba en la lista de posibles candidatos.

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Sin embargo, al comenzar la votación, un movimiento para elegirlo empezó a tomar forma. Muchos cardenales de fuera de Roma estaban furiosos por la disfunción en el Vaticano y la arrogancia de la curia romana, la burocracia de cardenales y otros funcionarios que supervisan la Iglesia. Consideraban insuficiente la respuesta a la crisis de abusos sexuales del clero. Y se estaba gestando un escándalo financiero en el opaco Banco Vaticano.

El cardenal Bergoglio tenía fama de ser un administrador duro y eficaz, además de ser alguien que creía firmemente en la delegación de poder de las burocracias vaticanas a los obispos de todo el mundo.

Un discurso que pronunció ante los cardenales antes de que comenzara oficialmente el cónclave dejó huella, especialmente por su énfasis en el deber de la Iglesia de salir de su cómodo caparazón para llegar a la gente de las periferias físicas y espirituales.

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Cuando comenzó el cónclave y el cardenal Bergoglio empezó a acumular votos, el peso del papado pareció posarse sobre él, recordaron algunos testigos. Pasaron dos días, y en la quinta ronda de votaciones, el arzobispo superó el umbral de 77 votos para una mayoría de dos tercios. Cuando se le preguntó si aceptaría el papado, respondió: “Aunque soy un pecador, acepto”.

El cardenal Cláudio Hummes, de Brasil, lo abrazó y le dijo: “¡No te olvides de los pobres!”. No lo hizo.

Después de su tiempo en Argentina, “su papado es una clara continuidad, sobre todo, en su enfoque en los pobres”, dijo al Times en 2015 el reverendo Augusto Zampini Davies, quien una vez trabajó en el barrio marginal de Bajo Boulogne en Buenos Aires. “La Iglesia —los que lo nombraron— quería un cambio. Y querían un cambio desde la periferia. Pero quizá lo que algunos no predijeron es que cuando alguien empieza a ver el mundo desde el punto de vista de los más pobres, sufre una profunda transformación”.

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De regreso a Sudamérica en 2015, Francisco articuló concisamente esa visión: “Sin una solución a los problemas de los pobres, no podemos resolver los problemas del mundo”.

Una fuerza global

Francisco se estableció rápidamente como una figura con influencia global.

Contribuyó a la reconciliación entre Estados Unidos y Cuba, y diplomáticos del Vaticano participaron en el acuerdo de paz que puso fin a décadas de guerra civil en Colombia. En el punto álgido de la crisis migratoria europea de 2015, la planteó como un asunto moral y defendió incansablemente a quienes arriesgaban sus vidas para llegar a Europa.

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Pero con el auge del sentimiento antiinmigración y de los políticos populistas en Europa y Estados Unidos, Francisco pareció quedar fuera de sintonía con la época.

Durante las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, Francisco sugirió que Donald Trump “no era cristiano” por su preferencia por construir muros en lugar de puentes. Trump respondió: “Que un líder religioso cuestione la fe de una persona es vergonzoso. Estoy orgulloso de ser cristiano”. Las líneas de batalla estaban trazadas.

Francisco intentó repetidamente enfrentarse al nacionalismo y se convirtió en un opositor constante de los llamados étnicos, raciales y soberanistas.

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Visitó Hungría en 2021 y pareció reprender al primer ministro Viktor Orban, que a menudo enmarcaba su línea dura contra los inmigrantes en una apelación a los valores cristianos. Sin embargo, regresó a Hungría en 2023, una visita que un entusiasmado Orbán interpretó como un respaldo a sus valores.

Francisco siguió hablando claro, pero cada vez menos gente parecía escucharlo.

El cardenal Gianfranco Ravasi, exdirector del Consejo Pontificio para la Cultura del Vaticano, afirmó que el papa tenía el deber de ser una conciencia global “aunque sea un esfuerzo perdido.” Según él, el papa seguía llegando a una gran audiencia, incluso si “el mundo va en otra dirección.”

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Francisco se mantuvo firme en su mensaje, alcanzando incansablemente a los fieles en las periferias a través de más de 40 viajes internacionales. También tendió la mano a otras religiones, especialmente en lugares donde las minorías católicas corrían el riesgo de ser perseguidas, mientras buscaba constantemente el acercamiento con líderes musulmanes.

En 2017 intervino en una conferencia en El Cairo organizada por la mezquita y universidad de Al Azhar, quizá el centro de aprendizaje musulmán y formación religiosa más influyente del islam suní, y estableció una sólida relación interreligiosa con su gran imán.

En 2021 emprendió un arriesgado viaje a Irak, sin dejarse intimidar por la pandemia y los problemas de seguridad, donde trató de forjar lazos entre los musulmanes y la menguante comunidad cristiana.

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También defendió los derechos religiosos de las minorías no cristianas, como los rohinyás en Bangladés y Birmania y los yazidíes en Irak.

Siguiendo el ejemplo de Juan Pablo II, Francisco también perfeccionó el mea culpa como herramienta diplomática. En Dublín, reconoció “el grave escándalo causado en Irlanda por el abuso de jóvenes por parte de miembros de la Iglesia encargados de su protección y educación”.

Pidió perdón por el silencio de los dirigentes eclesiásticos en el genocidio ruandés de 1994, y al pueblo gitano por una historia de discriminación y maltrato. En Canadá, pidió perdón a las comunidades indígenas por los abusos y maltratos sufridos por sus hijos en las escuelas católicas.

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En un vuelo desde Emiratos Árabes Unidos en 2019, reconoció por primera vez que sacerdotes y obispos habían abusado de monjas.

En su diplomacia global, Francisco a veces hizo tratos con autócratas.

En China, llegó a un acuerdo provisional con el gobierno en 2018 para poner fin a una lucha de poder de décadas sobre el derecho a nombrar obispos allí. Consiguió el primer reconocimiento formal de la autoridad del papa sobre los católicos en China, pero a cambio tuvo que reconocer la legitimidad de siete obispos nombrados por el gobierno que previamente habían sido excomulgados.

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El acuerdo le dio a la Iglesia acceso a una inmensa población en la que el crecimiento del protestantismo superaba con creces al del catolicismo. Pero los críticos, incluidos los obispos que habían sufrido a manos del gobierno comunista, tacharon el acuerdo de ser un vergonzoso retroceso y un peligroso precedente.

Algunos de sus anfitriones autocráticos explotaron sus visitas en beneficio de sus propias agendas e imagen. Francisco y sus asesores afirmaron que valía la pena correr esos riesgos para infundir esperanza, buscar avances y reparar el daño causado.

Reformas en el seno de la Iglesia

La verdadera medida del legado de Francisco se encuentra quizás menos en la escena mundial que en los cambios que ha realizado dentro de su propia Iglesia.

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Juan Pablo II y Benedicto XVI creían en la concentración de la autoridad en Roma. Francisco hizo hincapié en un enfoque colegiado y descentralizado. Las grandes reuniones de obispos, llamadas sínodos, que antes habían sido oportunidades para conferencias de la curia romana, se convirtieron en reuniones políticas entre obispos con poder.

Para sus seguidores, la descentralización traía la posibilidad de un cambio que habían deseado durante décadas. Para aquellos que estaban a favor del control del Vaticano, era una pesadilla.

En cuanto a las llamadas Guerras Litúrgicas, que afectaban a la forma de rezar de los fieles y que, especialmente en el mundo anglófono, dividieron durante mucho tiempo a liberales y conservadores, facultó a los obispos locales para traducir la Biblia como consideraran adecuado.

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Utilizó sus poderes de nombramiento para hacer que su visión perdurara. Sustituyó a los conservadores con aliados en la Congregación de Obispos del Vaticano, que elige a los líderes eclesiásticos locales. Se decía que, al elegir a los obispos, prefería a los pastores antes que a los directivos, a los curas de la calle antes que a los agentes del poder. Prefería a los obispos más cercanos a la gente que a los cercanos al Opus Dei, afín a los grupos empresariales.

En el Colegio Cardenalicio, donde una mayoría de dos tercios de los menores de 80 años elegirá a su sucesor, nombró a más de la mitad de sus votantes. Hizo que el colegio fuera menos blanco (nombrando al primer cardenal afroestadounidense), menos italiano y menos representativo de la curia romana.

A la hora de elegir cardenales, recurrió menos a Europa, a la que calificó de “envejecida”, o a las ciudades tradicionales de Estados Unidos, como Filadelfia. Los eligió de países con movimientos pentecostales y evangélicos cada vez más populares en Latinoamérica, Asia y África, el terreno más fértil para el crecimiento católico y para los sacerdotes, que están desapareciendo de los centros históricos del catolicismo en Europa.

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“Ustedes son importantes”, dijo a los jóvenes católicos de Mozambique en 2019. “No solo son el futuro de Mozambique, o de la Iglesia y de la humanidad. Son su presente”.

Mientras impulsaba una iglesia descentralizada, también creó un grupo de nueve cardenales de confianza con una influencia extraordinaria, incluida la autoridad para reescribir la constitución del Vaticano.

En un cambio radical con respecto a las tres décadas de liderazgo eclesiástico que lo precedieron, trató de revivir el espíritu más abierto del Concilio Vaticano II. Canonizó al papa Juan XXIII, que convocó el Concilio, el mismo día en que canonizó al papa Juan Pablo II. Más tarde canonizó al papa Pablo VI, que supervisó las reformas del Concilio.

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“Puedes estar con la Iglesia y, por tanto, seguir el concilio, o puedes no seguir el concilio o interpretarlo a tu manera, como quieras, y no estás con la Iglesia”, dijo el pontífice en 2021, en un encuentro con un grupo de catequistas italianos.

Francisco mostró destreza política para aislar a los opositores. En lugar de hacer del cardenal Robert Sarah, el archiconservador líder del departamento de liturgia que defendía la antigua misa en latín, un mártir, Francisco simplemente lo ignoró, diluyendo su influencia a través de funcionarios adjuntos a quienes se les dio poderes, y luego aceptando discretamente su renuncia cuando alcanzó la edad de jubilación.

Menos de un año después, y solo unos días después de abandonar el hospital tras someterse a una operación de colon en 2021, Francisco introdujo amplias restricciones a la misa en latín, con el argumento de que sus defensores la habían explotado para socavar las reformas del Concilio Vaticano II y crear divisiones en la Iglesia.

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En puestos clave, aplicó mano dura. En julio de 2017, básicamente despidió al principal guardián doctrinal de la Iglesia, el cardenal conservador Gerhard Ludwig Müller, al negarse a prorrogar su mandato en la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Francisco integró la Pontificia Academia para la Vida, un bastión de los defensores de la cultura antiaborto, en un nuevo departamento para Laicos, Familia y Vida, que también se opuso incondicionalmente a la pena de muerte. En 2018, la pena capital se convirtió oficialmente en contraria a la enseñanza de la Iglesia.

También ese año, puso el cuidado de los migrantes y los pobres al mismo nivel que la oposición al aborto en la exhortación apostólica Gaudete et Exsultate (Alegraos y regocijaos). Acoger al extranjero en la puerta es fundamental para la fe, dijo, “no se trata de un invento de algún papa, ni una moda pasajera”.

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Una de las áreas clave en las que la visión colegiada de Francisco parecía estar lista para generar un cambio concreto era la creciente escasez de sacerdotes en las zonas remotas y desbordadas de la Iglesia católica. Parecía dispuesto a escuchar las peticiones de algunos de sus obispos para ordenar a hombres casados.

La tradición del celibato sacerdotal ha prevalecido en la Iglesia durante casi 1000 años, aunque existen excepciones para los sacerdotes del rito oriental y los ministros protestantes casados que se convierten al catolicismo. Históricamente, los sacerdotes del primer siglo de la Iglesia eran libres de casarse.

Consideró la posibilidad de que hombres casados con credenciales impecables pudieran ser ordenados sacerdotes para servir en áreas remotas. “Necesitamos pensar si los ‘viri probati’ podrían ser una posibilidad”, dijo Francisco al periódico alemán Die Zeit en 2017, usando la frase latina para referirse a esos hombres “probados”.

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En 2019, celebró una importante cumbre vaticana de obispos de la región amazónica, y estos recomendaron a Francisco que permitiera la ordenación de hombres casados como sacerdotes. La propuesta se limitaba a zonas remotas de Sudamérica, pero si se aprobaba sentaría un precedente para flexibilizar la restricción de sacerdotes casados en todo el mundo.

Los opositores conservadores dijeron que era una amenaza a la tradición del sacerdocio, y otra señal preocupante de que Francisco estaba dispuesto a diluir la fe en pos de una Iglesia más inclusiva, pero menos pura. Incluso Benedicto, quien en su retiro había resistido en gran medida los intentos de ser arrastrado a una guerra ideológica interna, se unió a ellos, apareciendo en enero de 2020 con una contribución a un libro en el que defendía el celibato sacerdotal.

Finalmente, Francisco dejó de lado la propuesta, lo que decepcionó a sus partidarios liberales. El cardenal Müller celebró la decisión por su potencial “efecto reconciliador al reducir las facciones internas de la Iglesia, las fijaciones ideológicas y el peligro de la emigración interna o la resistencia abierta”.

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Oposición

La resistencia a Francisco fue primero tácita, luego murmurante y, finalmente, abierta.

Poco después de su elección, los embajadores del Vaticano le informaron sobre diversas situaciones en todo el mundo y le sugirieron que tuviera especial cuidado a la hora de nombrar obispos y cardenales en Estados Unidos.

“Eso ya lo sé”, interrumpió el papa. “De ahí viene la oposición”.

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La Iglesia estadounidense había estado consumida durante décadas por los temas de la guerra cultural, y el líder de facto de la oposición conservadora a Francisco dentro del Vaticano era el cardenal Raymond Burke, un canonista estadounidense que veía la visión inclusiva de Francisco como una dilución de la doctrina; incluso sugirió que el papa era hereje y que sus leyes eran nulas. Francisco destituyó al cardenal Burke de la Congregación de Obispos, poniendo fin a su papel en la elección de obispos en Estados Unidos.

El cardenal Burke se unió a otros cardenales en 2016 para firmar una carta de “dubia” —“dudas”, en latín— en la que exigían a Francisco una aclaración sobre su aparente disposición a abrir la puerta a que los católicos divorciados y vueltos a casar reciban la comunión, algo que los firmantes argumentaban que iba en contra de la ley eclesiástica.

Francisco los enfureció al no responder.

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Para muchos de sus oponentes conservadores, Benedicto era la verdadera autoridad moral de la Iglesia. Hasta su muerte, Benedicto vivió en un monasterio dentro de Ciudad del Vaticano, no lejos del propio departamento de Francisco, y en su mayor parte mantuvo su promesa de permanecer oculto al mundo, incluso mientras Francisco deshacía partes de su legado y mostraba su desagrado por el estilo de la alta iglesia y el tradicionalismo que Benedicto prefería. Francisco, un astuto operador político, había hecho un hábito de visitar a su predecesor retirado en muestras de cordialidad envueltas en capa blanca, que fueron dramatizadas en la película Los dos papas.

Las disputas siguieron siendo internas, pero el ascenso de Trump en Estados Unidos dio a las fuerzas tradicionalistas del Vaticano una fuente de poder rival en torno a la que unirse. Una constelación de sitios web y canales de televisión católicos conservadores, muchos de ellos financiados por fuentes de Estados Unidos y Canadá, trataron constantemente de debilitar al papa.

Las tensiones se intensificaron en 2017,con un primer enfrentamiento de dos colaboradores cercanos de Francisco, quienes, en una revista avalada por el Vaticano, acusaron a los conservadores católicos estadounidenses de hacer una alianza de “odio” con los cristianos evangélicos para respaldar a Trump.

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En 2018, Francisco criticó el tono hostil que a menudo resonaba en la blogósfera católica conservadora.

“También los cristianos pueden formar parte de redes de violencia verbal a través de internet”, dijo Francisco, citando ejemplos agresivos de difamación en algunos medios católicos donde “las personas buscan compensar su propio descontento atacando a otros”.

En septiembre de 2019, en el avión papal de camino a Mozambique, reconoció la fuerte oposición a la que se enfrentó por parte de detractores conservadores en Estados Unidos en un comentario espontáneo. Fue, dijo, “un honor que los estadounidenses me ataquen”.

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En el vuelo de regreso a Roma unos días después, le preguntaron a Francisco si le preocupaba que la constante oposición de los conservadores católicos en Estados Unidos pudiera llevar a los tradicionalistas a romper con la Iglesia. Él dijo que la Iglesia ya había sufrido muchas rupturas de ese tipo. “Rezo para que no haya cismas”, dijo Francisco. “Pero no tengo miedo​​”.

El escándalo de los abusos sexuales

La elección de Francisco parecía señalar una nueva energía en la Iglesia para erradicar la plaga de los abusos sexuales, que había dañado gravemente su reputación y mermado sus filas.

Aunque Benedicto había expulsado a cientos de sacerdotes, la Iglesia no había abordado la cuestión de cómo o si se responsabilizaría a los obispos que habían sido negligentes o habían encubierto abusos.

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En 2014, Francisco creó la Pontificia Comisión para la Protección de Menores, dirigida por el cardenal Sean O’Malley, a quien se atribuyó el mérito de haber limpiado el desastroso escándalo de Boston que había llamado la atención del mundo sobre este asunto. La comisión, que incluía a víctimas de abusos, pretendía responsabilizar a los obispos juzgándolos por abuso de poder. Pero ese esfuerzo se vino abajo.

En 2016, Francisco publicó una carta apostólica, Come una madre amorevole (​​Como una madre amorosa), que pretendía emplear la legislación eclesiástica vigente para destituir a los obispos negligentes, una propuesta que los críticos consideraron lamentablemente inadecuada. Miembros de la comisión renunciaron, frustrados por la lentitud del cambio. El papa también parecía poco sensible a los llamamientos de las víctimas.

Luego, importantes investigaciones en Australia, Alemania y Estados Unidos revelaron miles de víctimas de cientos de sacerdotes, así como el comportamiento depredador del cardenal McCarrick, antiguo arzobispo de Washington y un agente de poder de la iglesia, contra seminaristas adultos y contra menores.

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En enero de 2018, Francisco pareció echar sal en la herida cuando un periodista chileno le preguntó sobre un obispo que había nombrado ahí en 2015, a pesar de las acusaciones de que el obispo había encubierto a un sacerdote abusador.

Las acusaciones contra el obispo, Juan Barros, eran “todo una calumnia”, dijo Francisco al periodista. Luego, en el vuelo de regreso a Roma, el papa reiteró que no había “pruebas” contra el obispo, que insistió en que era víctima de una calumnia. “Además estoy convencido de que es inocente”, añadió Francisco.

La reacción negativa, incluso dentro de su propia Iglesia, fue rápida y feroz. El cardenal O’Malley, líder de la comisión, se distanció y dijo que las declaraciones del papa eran “fuente de gran dolor para los sobrevivientes”.

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Ante la presión pública y la decepción interna, Francisco dio marcha atrás, reconociendo su error y tomando medidas rápidas.

Envió a Chile al principal investigador de delitos sexuales del Vaticano. Reactivó la moribunda comisión de abusos. Y, en una carta extraordinaria a los obispos de Chile, escribió: “He cometido graves errores” en la gestión de los casos de abusos sexuales. Empezó a aceptar las renuncias de obispos chilenos, incluida la del obispo Barros, y se hizo amigo de las víctimas a las que antes había acusado de calumnias.

Pero sus enemigos dentro de la Iglesia intentaron utilizar el asunto en su contra.

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Ese agosto, el descontento ex enviado papal a Estados Unidos, el arzobispo Carlo Maria Viganò, publicó una notable carta de denuncia en la que pedía la renuncia de Francisco por proteger al cardenal McCarrick. Lo acusó de formar parte de una “conspiración de silencio” para proteger una “corriente homosexual” dentro del Vaticano.

Francisco lo negó. “Sobre McCarrick no sabía nada”, dijo en una entrevista. “Obviamente, nada, nada”.

En febrero de 2019, convocó a obispos de todo el mundo a Roma para una reunión sin precedentes sobre la protección de menores, una señal de que el Vaticano finalmente trataría el problema de los abusos sexuales como una crisis global, y no el fracaso de un país o cultura en particular.

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Francisco publicó finalmente la respuesta más completa al escándalo en décadas, y se convirtió en el documento fundamental sobre la culpabilidad del Vaticano en la crisis.

Emitió un edicto que obliga a los funcionarios de la Iglesia en todo el mundo a denunciar los casos de abuso sexual —y los intentos de encubrirlos— a sus superiores. Funcionarios del Vaticano describieron la medida como un esfuerzo para consagrar la responsabilidad de los obispos en la ley de la iglesia y para imponer una respuesta uniforme a las acusaciones de abuso sexual, que habían diferido ampliamente de un país a otro. En algunas diócesis, donde los dirigentes negaban la existencia de abusos, no se había seguido ningún procedimiento. El edicto se hizo permanente en 2023.

Sin embargo, la ley no obligaba universalmente a los funcionarios eclesiásticos a denunciar las acusaciones de abusos a la policía y a los fiscales, omisión que indignó a las víctimas y a sus defensores. Los funcionarios del Vaticano argumentaron que esa obligación podría, en algunos lugares, dar lugar a la marginación de las víctimas o a la persecución de los sacerdotes.

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Una nueva apertura

Podría decirse que el cambio más dramático que Francisco trajo a la Iglesia, de acuerdo con sus seguidores, fue quizás el más simple: una voluntad de abrir las preguntas al debate, plantando las semillas para un cambio profundo y duradero. Habló en 2018 de un “apostolado del oído: escuchar antes de hablar”.

Una vez le dijo al padre Spadaro, sacerdote jesuita y amigo: “La oposición abre caminos. Me encanta la oposición”.

A algunos de los predecesores de Francisco les había gustado menos. El papa Pío X se deshizo de los teólogos católicos que adoptaban un enfoque modernista de los estudios bíblicos. Juan Pablo II trató el desacuerdo teológico como disidencia profana, y con su guardián doctrinal, el cardenal Joseph Ratzinger, más tarde Benedicto XVI, el Vaticano silenció a los teólogos con visiones diferentes de la Iglesia. Cuando se convirtió en papa, Benedicto ordenó la destitución del director de una revista jesuita, America, porque sostenía ideas inaceptables para la ortodoxia conservadora.

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Francisco no sofocaba las opiniones con las que no estaba de acuerdo; creía en un proceso paciente —lo denominaba discernimiento— en el que las ideas y propuestas puedan sopesarse antes de seguir adelante.

“Los jefes no siempre pueden hacer lo que quieren”, dijo a Reuters en 2018. “Tienen que convencer”.

Sus aliados más cercanos dijeron que el enfoque lento y constante funcionaba.

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“Han sido 10 años intensos”, dijo el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado vaticano y segunda figura de mayor rango después del papa, en el aniversario de la elección de Francisco. Reformar la burocracia romana que gobierna la Iglesia, que es profundamente resistente al cambio, dijo, “llevó mucho tiempo y mucha energía”.

Algunos de los más fervientes defensores de Francisco temían que su afición por el debate y el discernimiento diera lugar a un pontificado de mucha charla y pocos hechos. Sin embargo, impulsó cambios sustanciales innegables, como el endurecimiento de las normas sobre abusos clericales, y otros más administrativos, como la descentralización del poder en Roma y el nombramiento de obispos liberales en Estados Unidos. Esos esfuerzos tienen el potencial de generar transformaciones aún mayores.

Su reunión de octubre de 2023 con obispos de todo el mundo, que por primera vez incluyó a mujeres y laicos con derecho a voto, dio impulso a un mayor protagonismo de las mujeres en la Iglesia y abordó algunos de los temas más sensibles, como el celibato y el estado civil de los sacerdotes. Semanas después, emitió decretos papales con efectos similares a órdenes ejecutivas para permitir que los sacerdotes bendijeran a parejas homosexuales.

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Para muchos liberales, ese ímpetu se frenó y los avances prometidos nunca llegaron a concretarse. Pero, en muchos sentidos, el solo hecho de que Francisco estuviera dispuesto a debatir temas que alguna vez fueron tabú ya supuso un avance. Si al inicio de su pontificado sus seguidores auguraban un “efecto Francisco” que llenaría las iglesias de fieles, al final hablaban de un logro más modesto: haber abierto puertas de la Iglesia que llevaban décadas cerradas.

Por Jason Horowitz, jefe del buró en Roma; cubre Italia, Grecia y otros sitios del sur de Europa y Jim Yardley, jefe de la oficina de Roma desde septiembre de 2013, después de pasar la década anterior informando desde China, India y Bangladés.

Papa Francisco, Iglesia católica

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INTERNACIONAL

Trump wants to revive the lagging US shipbuilding industry. Here are the hurdles he faces

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President Donald Trump is turning his attention to the U.S. shipbuilding industry, which is leagues behind its near-peer competitor China, and recently signed an executive order designed to reinvigorate it. 

Trump’s April 10 order instructs agencies to develop a Maritime Action Plan and orders the U.S. trade representative to compile a list of recommendations to address China’s «anticompetitive actions within the shipbuilding industry,» among other things.

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Additionally, the executive order instructs a series of assessments regarding how the government could bolster financial support through the Defense Production Act, the Department of Defense Office of Strategic Capital, a new Maritime Security Trust Fund, investment from shipbuilders from allied countries and other grant programs. 

But simply throwing money at the shipbuilding industry won’t solve the problem, according to Bryan Clark, director of the Hudson Institute think tank’s Center for Defense Concepts and Technology.

«It is unlikely that just putting more money into U.S. shipbuilding – even with foreign technical assistance – will make U.S. commercial shipbuilders competitive with experienced and highly-subsidized shipyards in China, Korea, or Japan,» Clark said in a Monday email to Fox News Digital. «In the near to mid-term, the government will need to also drive higher demand for U.S.-built ships.»

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Trump and EO

President Donald Trump signed an executive order on April 10 aimed at boosting the U.S. shipbuilding industry. (Getty Images)

Clark also said the executive orders appear to complement the SHIPS for America Act, a series of legislative measures introduced in December 2024 in both the House and Senate aimed at fostering growth within the U.S. shipbuilding industry and strengthening the U.S. Merchant Marine fleet that is capable of transporting military materials during times of conflict. 

Specifically, the SHIPS Act includes provisions establishing a Strategic Commercial Fleet Program, which would seek to develop merchant vessels that could operate internationally, but are American-built, owned and operated. The legislation would also seek to beef up the U.S.-flag international fleet by roughly 250 ships in 10 years. 

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«If we implement the EO and the SHIPS Act together, the government would create incentives to flag and build ships in the U.S. and provide capital to the shipbuilding industry so it could meet the increased demand with greater efficiency and lower costs,» Clark said. «This will not result in the U.S. surpassing China, Korea or Japan as shipbuilders, but it would provide the U.S. more resilience.»

The U.S. is drastically behind near-peer competitors like China in shipbuilding. China is responsible for more than 50% of global shipbuilding, according to the Center for Strategic and International Studies, compared to just 0.1% from the U.S. 

However, Trump has indicated interest in working with other nations on shipbuilding, and suggested working with Congress to pass legislation authorizing the purchase of ships from foreign countries when signing the orders. Specifics were not provided. 

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The ship CMA CGM Marco Polo sails up river in Savannah

The ship CMA CGM Marco Polo is seen heading up river in Savannah, Georgia, to the Port of Savannah on May, 26, 2021. (Stephen B. Morton, File/The Associated Press)

But doing so could upend a century-old law known as the Jones Act – a controversial law fundamental to the current U.S. shipbuilding environment that requires that only U.S. ships carry cargo between U.S. ports and stipulates that at least 75% of the crew members are American citizens. It also requires that these ships are built in the U.S. and that U.S. citizens own them.

Proponents of the Jones Act assert it is key to national security and prevents foreigners from gaining entry to the U.S. But experts claim the law has significantly hampered U.S. shipbuilding, and is undercutting competition while keeping shipbuilding costs high. 

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Efforts to repeal the legislation have failed amid bipartisan support in Congress. But some experts claim eradicating the law is a first step in changing the shipbuilding industry in the U.S. 

port california

Drone shot of a massive container ship arriving in the Port of Long Beach, California. (istock)

«Anyone who is serious about reviving the shipping industry should basically start by getting rid of the Jones Act,» Veronique de Rugy, a senior research fellow at the Mercatus Center at George Mason University, told Fox News Digital Thursday. «It’s not everything, but it’s a start.» 

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Colin Grabow, an associate director at the Cato Institute’s Center for Trade Policy Studies, said shipbuilding issues in the U.S. are multifaceted, but the Jones Act is a major part of the problem. Still, he doubts efforts to repeal it will prove successful. 

«I think the bar has been set so low, it is hard not to think that, absent the Jones Act, that we’d be doing any worse,» Grabow said. «And in fact, I think we’d do better. And why do I think we’d do better? It’s because… fundamentally, I think an industry that doesn’t have to compete will become uncompetitive. I think it’s just kind of axiomatic.» 

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