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The spokesperson for deceased Russian opposition leader Alexei Navalny says his body has been turned over to the custody of his mother.
Spokeswoman Kira Yarmysh announced that Navalny’s body has been turned over by the Russian government after days of pleading from Lyudmila Navalnaya, the late activist’s mother.
«Alexey’s body was handed over to his mother,» Yarmysh announced via social media on Saturday. «Many thanks to all those who demanded this with us. Lyudmila Ivanovna is still in Salekhard.»
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ALEXEI NAVALNY’S MOTHER DEMANDS PUTIN HAND OVER SON’S BODY ‘SO THAT I CAN BURY HIM HUMANELY’
In this grab taken from video provided by the Navalny Team, Russian Opposition Leader Alexei Navalny’s mother Lyudmila Navalnaya speaks during a video statement from the Arctic city of Salekhard, 1937 km (1211 miles) northeast of Moscow, Russia. The mother of Russia’s top opposition leader Alexei Navalny says that investigators conducting a probe into her son’s death have resorted to blackmail to try to persuade her to agree to his secret burial outside the public eye.(Navalny Team via AP)
«The funeral is still pending. We do not know if the authorities will interfere to carry it out as the family wants and as Alexey deserves,» Yarmysh continued. «We will inform you as soon as there is news.»
The transfer of Navalny’s body follows a long string of accusations from his loved ones that the Russian government has tried to intimidate and blackmail them into agreeing to a «private funeral» out of the public eye.
Navalnaya made her initial plea for her son’s body while speaking outside a penal colony in Kharp in northern Russia, where prison officials say Navalny died last Friday after collapsing following a walk. The prominent Putin critic was serving a sentence there on charges he has argued were politically motivated.
ALEXEI NAVALNY’S WIFE SAYS ‘PUTIN KILLED THE FATHER OF MY CHILDREN’
Russian opposition leader Alexei Navalny appears via a video link from the Arctic penal colony where he is serving a 19-year sentence, provided by the Russian Federal Penitentiary Service during a hearing of Russia’s Supreme Court, in Moscow, Russia.(AP/Alexander Zemlianichenko)
«I am addressing you, Vladimir Putin. The solution to the issue depends only on you. Let me finally see my son,» she added. «I demand that Alexei’s body be immediately handed over so that I can bury him humanely.»
Navalny’s wife Yulia Navalnaya added later on social media, «Give back Alexei’s body and let him be buried with dignity, don’t stop people from saying goodbye to him.»
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She alleged in another video on Monday that her husband was poisoned and Russian that officials were holding onto his body until all traces of the nerve agent disappeared.
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People lay flowers paying their respects to Alexei Navalny at the at the Wall of Sorrow memorial to victims of political repression in Moscow, Russia.(AP/Dmitry Serebryakov)
Navalny’s body reportedly was found with «signs of bruising,» while government officials told his mother last week that Navalny died of «sudden death syndrome,» according to Reuters.
World leaders including President Biden are blaming Putin after Russia announced Navalny’s death at a penal colony in Siberia on Friday, but the Kremlin is now calling those statements «obnoxious,» the news agency adds.
El 7 de noviembre de 1944, a las 10.20 de la mañana, Richard Sorge fue ahorcado en la prisión de Sugamo. Frente al patíbulo, había un altar budista. De acuerdo a todos los testimonios “se mantuvo sereno y tranquilo”. Minutos antes, la misma suerte había corrido su amigo y colaborador en la red de espías Hotsumi Ozaki.
Curiosamente, ese día, era el 27° aniversario de la Revolución bolchevique, la causa a la que Sorge había ofrendado casi toda su vida. Pero cuyos jerarcas del momento, con Stalin a la cabeza se desentendieron de su suerte.
Ian Fleming, el creador de James Bond, consideró a Sorge como “el más formidable espía de todos los tiempos”. Un hombre que, en plena Segunda Guerra Mundial, tenía acceso a los más altos mandos de los gobiernos más temibles: el de Hitler en Alemania, el de Stalin en la URSS (para el que espiaba) y el de los ministros del Imperio japonés.
Sorge fue quien le avisó a Stalin que Hitler iba a quebrar sin complejo alguno el pacto de no agresión Molotov-von Ribbentrop firmado en 1939 y que iba a invadir la URSS. Había conseguido la información de una fuente inobjetable como todas las que manejaba: el agregado militar alemán en Tokio.
Stalin no le creyó (le atribuyen ironías como “¿por qué voy a atender a los avisos de un pervertido que organiza fiestas en Tokio”). Y el 22 de junio de 1941, el ejército alemán lanzó su demoledora ofensiva –la Operación Barbarroja– que en pocas semanas lo llevó hasta las puertas de Moscú.
Pese a que la paranoia de Stalin y sus asesores –responsables de múltiples masacres de su propia gente- los llevó a ese error, con millones de vidas como costo, Sorge igual siguió trabajando para su país. Y semanas más tarde, envió otro aviso, que esta vez sí fue atendido: “Japón no atacará”. No pudo hacer mucho más, lo detuvieron en octubre y su red fue desmantelada.
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John LeCarre lo definió como “un comediante en el sentido de Graham Greene, un artista en el sentido de Thomas Mann».
Alto, rubio, de ojos azules, bebedor y mujeriego, su vida derrochaba glamour. Pero era un superdotado, culto, políglota. Periodista excepcional, llegó a Tokio como corresponsal del Frankfurter Zeitung. Y detrás de esa tapadera, armó la red de espionaje que le permitió infiltrarse en los más altos niveles de Japón y de Alemania: era el hombre de confianza íntima del embajador Ott (y amante de su mujer).
Los orígenes
Sorge nació el 4 de octubre de 1895 en Bakú, la capital de Azerbaiyán, por entonces parte del imperio zarista. Su padre –ingeniero- era alemán y su madre, rusa. Cuando tenía tres años, se trasladaron a Alemania y con Richard muy joven, este se enroló como voluntario en las filas del ejército del Kaiser durante la Primera Guerra Mundial. Recibió la Cruz de Hierro “por el valor en combate”, también sufrió heridas y arrastró desde entonces, una leve cojera… que no le impidió llevar su vida de película.
Lector infatigable y estudiante relevante –se doctoró en Ciencias Políticas en la Universidad de Berlín- luego de la Gran Guerra quedó envuelto en el desencanto de toda la población de su país, especialmente los jóvenes. Algunos derivarían hacia el nazismo, otros hacia las ideas socialistas en expansión desde el triunfo de la Revolución rusa. Sorge se vinculó a la Internacional Comunista-Comitern después de un encuentro en Frankfurt, hacia 1924.
Trabajaba como periodista para medios influyentes de Alemania y era una tapadera perfecta: accedía a los círculos más altos en cualquier lugar que necesitara. Aunque al principio se movió por Gran Bretaña y los Países escandinavos, luego lo destinaron a Shanghai –iba como corresponsal de Soziologische Magazine- allí fue el primero en avisar que Japón iba a invadir China. También, avisó del pacto Anticomintern que Alemania y Japón sellaron en 1936, una alianza que sería fundamental para el estallido de la nueva guerra.
Para la Internacional Comunista era clave contar con un espía de primer nivel y la reputación periodística de Sorge había crecido en Alemania, aún con Hitler en el poder desde 1933. Y hasta recibió el carnet de afiliado al partido nazi: el número 2.751.466…
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Con la URSS envuelta en purgas, que liquidaron a todo su staff de oficiales y servicios secretos, y con Stalin cada vez más poderoso, aún así Sorge –observador lejano- no perdió su fe en el socialismo.
Enviado a Tokio como corresponsal de uno de los diarios más importantes de Alemania, el Frankfurter Zeitung- llevaba una vida doble, triple… múltiple. Se movilizaba en moto, leyó un millar de libros japoneses en las primeras semanas para empaparse de esa cultura, concurrió a todas las fiestas y recepciones. Se ganó la confianza del agregado militar alemán (y luego embajador) Ott, convivía con una mujer japonesa,, giraba con otras amantes –entre ellas, la mujer del propio Ott- y armó una formidable red de espías. Esta se inició con otro periodista: Ozaki Hotsumi, consejero del primer ministro Kone Fumimaro.
“La vida de Sorge como espía era bastante atípica. Era un gran bebedor y un mujeriego empedernido. A menudo se le podía ver deambulando por Tokio en su motocicleta, yendo de bar en bar con otros periodistas y retozando con una interminable retahíla de amantes. En realidad, con esta actitud desvió las posibles sospechas que su actividad como agente secreto pudieran levantar, permitiéndole trabajar sin ser molestado durante siete años. De hecho, su casa estaba a unas pocas calles de las oficinas de la policía japonés encargado de controlar a los grupos políticos. Trabajando así, Sorge podía enviar información vital para el Kremlin”, describe una de sus biografías.
La red de colaboradores incluía un operador de radio alemán, Max Clausen, un periodista croata (Branko Vukelic, corresponsal de la agencia Havas) y a un conocido pintor japonés, Yotoku Miyagi, afiliado –en la clandestinidad- al comunismo de su país.
El historiador británico Owen Matthews, autor de una de las más recientes y completas biografías de Sorge, señaló que éste “fue quizás el único hombre sobre la tierra que pudo ingresar, al tiempo, al círculo íntimo de Hitler, el primer ministro japonés Fuminaro Konoe y Stalin. Es muy difícil pensar en un espía tan bien conectado. Sorge no solo estaba a un grado de separación de todos los actores de la Segunda Guerra Mundial; además, tenía trato directo y constante con importantes funcionarios alemanes y fue muy competente a la hora de establecer una relación directa con el embajador y con mucha gente que confiaba en él”.
Matthews también apuntó: “Quizás sin proponérselo, su imagen de fiestero y mujeriego, al que se le veía recorriendo Tokio de bar en bar en motocicleta, ayudó a disimular durante años su labor como espía. La inteligencia estadounidense calculaba que durante el tiempo que residió en Tokio tuvo aventuras con, al menos, treinta mujeres. La facilidad con la que conseguía adaptarse de un entorno a otro, de un lugar, mujer o amigo al siguiente resultaba asombrosa. Hombres y mujeres por igual encontraban irresistible su carisma autodestructivo”.
La caída
A pesar de que Stalin desoyó su aviso de la invasión nazi, Sorge igual siguió trabajando para la URSS. Y el 14 de septiembre de 1941, envió otro mensaje, que sería crucial en el devenir de la guerra: “Japón no atacará a la Unión Soviética si los alemanes no logran tomar Moscú”.
Esta vez, Stalin aceptó el aviso. Ordenó que las tropas apostadas en Siberia retornaran a Moscú y fueron decisivas para contener el avance nazi sobre la capital, cuando ya divisaban las cúpulas del Kremlin. “En diciembre, quince divisiones de infantería, tres divisiones de caballería, mil quinientos tanques y unos mil setecientos aviones fueron reubicados”, precisa el historiador británico Owen Matthews. Para febrero de 1942 los soviéticos habían ganado la batalla y los alemanes estaban en retirada. Fue un gran triunfo para Sorge; sin embargo, para ese entonces su exitosa carrera como agente secreto también había concluido.
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También se escribió que Sorge alertó sobre el ataque japonés a Pearl Harbor, que provocaría el ingreso de Estados Unidos en la contienda. Pero esto no ha sido verificado. Y difícilmente se haya producido: cuando los japoneses destruyeron las costas en Hawaii, Sorge ya estaba detenido.
¿Cómo cayó? En una redada de la Kempeitai –la policía militar del ejército imperial- detuvieron al pintor Miyagi. Y este, en la mesa de torturas, confesó que Sorge comendaba una red de espías, informantes de la URSS. A Sorge se lo llevaron el 18 de octubre.
El desmantelamiento de la red recién fue publicado en la prensa de Tokio siete meses después, en mayo de 1942. Generó una crisis de confianza entre los servicios secretos y diplomáticos de Alemania y Japón. Y, de hecho, fue el final de la carrera para todos los jefes nazis asignados en Tokio, que le habían brindado su máxima confianza a Sorge con el embajador Eugen Ott y el siniestro jefe de la Gestapo, Josef Meisinger, conocido como “El carnicero de Varsovia”, a la cabeza.
En los tres años en los que Sorge estuvo encerrado en la prisión de Sugamo, Japón le propuso tres veces al régimen de Stalin el intercambio por prisioneros japoneses. La respuesta fue: “No conocemos a Richard Sorge”.
Pasarían otros veinte años hasta que finalmente la URSS, desaparecido ya el stalinismo aunque no el régimen comunista, admitiera los fabulosos servicios que Richard Sorge le había prestado a su país.
Homenajes
En 1950, Ishii Hanako-san, la amante japonesa de Sorge, pidió la exhumación de sus restos, que estaban en una fosa común del cementerio de la prisión. Los trasladó a una tumba en el cementerio de Tama, al oeste de Tokio, donde se encuentran desde entonces. Hanako-san escribió el epitafio: «Aquí descansa un valiente guerrero que consagró la vida a luchar contra la guerra y en favor de la paz en el mundo».
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Pero también hay una inscripción oficial en idiomas alemán, ruso y japonés: “Al héroe de la Unión Soviética, Richard Sorge, 1895-1944”.
Al concluir la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas de Estados Unidos que habían ocupado Japón encontraron los detalles del caso Sorge y en 1949 publicaron el “Informe Sorge” durante una conferencia en Tokio, causando un gran impacto.
Recién en 1964, la URSS admitió que Richard Sorge fue uno de sus espías y Nikita Jruschov, antes de su propia caída, le concedió el título de “Héroe de la Unión Soviética”. Además, le otorgó una pensión vitalicia a su compañera Ishii Hanako-san, quien murió en el 2000. La República Democrática Alemana le dedicó calles y monumentos, tanto en Berlin como en Dresden, varios de los cuales subsisten luego de la unificación.