Donald Trump protagonizó un regreso rutilante a la Casa Blanca, con una victoria arrasadora en todos los estados clave y con una mayoría en el Senado de Estados Unidos -probablemente en la cámara baja también- que le permitirá avanzar con su agenda conservadora en el Congreso.
Las encuestas a boca de urna indican que a la inmensa mayoría de los votantes le importó la economía, sobre todo el aumento de precios, y en el electorado no pesaron los antecedentes penales de Trump ni sus desafíos a la democracia ni a derechos como el aborto, sino el castigo al gobierno de Joe Biden y la esperanza de que Trump pueda restaurar la economía y hacer a Estados Unidos grande otra vez.
Kamala Harris perdió ante Trump de manera abrumadora, al igual que Hillary Clinton, la primera mujer en ser la candidata presidencial de su partido, en 2016. El ex presidente construyó una coalición de votantes más diversa que cualquier candidato republicano en 20 años, a pesar de llevar a cabo una campaña cargada de agresiones y de demonización de los inmigrantes.
Por su mensaje y quizás también por las debilidades de Harris, no solo ganó entre los hombres blancos, su gran bastión electoral, sino que también sumó muchas mujeres, jóvenes, afroamericanos y latinos.
Los hispanos, que alguna vez fueron baluarte de la base demócrata, acentuaron su giro a la derecha. Trump obtuvo el apoyo del 45% de los votantes latinos a nivel nacional, en comparación con el 53% que logró Harris, según encuestas boca de urna de NBC News. Ese apoyo a Trump es mucho mayor que en 2020, cuando obtuvo el 32% frente al 65% de Joe Biden.
Trump también avanzó entre los votantes negros. Según sondeos de CNN, el magnate cosechó el apoyo de alrededor del 13% de ese electorado mientras que en 2020 había conseguido un 8%.
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La estrategia del miedo
Robert Harding, profesor de Ciencias Políticas de Valdosta State University, en Georgia, uno de los estados clave de estas elecciones, dijo a Clarín que cree que una de las razones importantes de la victoria fue “la propagación del miedo”.
“Trump impulsó el miedo a la economía, a la inmigración e incluso el miedo a los demócratas, para motivar a su base. Hemos visto un cambio claro en el electorado en algunos de los estados más disputados”, explicó.
Karen Hult, profesora de Ciencias Políticas de Virginia Tech University, dijo a Clarín que “tres cosas parecen claves para la victoria de Donald Trump: 1) percepciones de la economía (preocupaciones sobre la inflación, los precios de bienes y servicios como alimentos, gasolina, atención médica y vivienda. 2) Una «mentalidad contra el oficialismo” también parece ser parte de la historia, tal vez análoga a lo que ha sucedido en el Reino Unido, Francia, Alemania, Japón, los Países Bajos, Polonia, Sudáfrica y Corea del Sur. 3) En los EE. UU., muchos evidentemente estaban preocupados por la frontera sur, percibían un «cambio cultural» y tal vez se sentían ignorados o no escuchados por el partido demócrata”.
Para Mark Jones, profesor de Ciencias Políticas de Rice University, en Texas, “estuvimos frente a una batalla de movilización. Al final, Trump tuvo más éxito para movilizar a los votantes, incluso en aquellos que no suelen votar o participar mucho de las elecciones”, según dijo a Clarín.
“El mensaje de Trump tuvo mucha llegada con aquellos que no suelen ir a votar. Y plantó esa idea de que él iba a ser mejor con la economía y fue efectivo transmitiendo que Kamala Harris iba a ser una amenaza al estilo de vida y al estilo de vida de la población anglosajona, pero también a la población trabajadora, cristiana y americana”, añadió.
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Un mensaje dramático
Para Jones, “al final lo que pegó muy fuerte es el mensaje de que un gobierno de Kamala Harris podía ser el fin de un Estados Unidos como estas poblaciones lo conocen. Fue un mensaje dramático que penetró. En cambio, la voz de Harris diciendo que había una amenaza para la democracia era un mensaje para las élites y no pudo movilizar a las masas”.
Ryan Carlin, profesor de Ciencias Políticas de Georgia State University, afirmó a Clarín que “las razones principales se asocian a una inflación que no se había experimentado en 40 años en la historia de Estados Unidos y eso es lo que influía en el día a día de los ciudadanos”.
Y agregó: “Otra cuestión innegable es la crisis de inmigración que se puede palpar en las calles del país. Y, por último, creo que se pudo ver cierto desgaste de la política de identidad que el partido demócrata ha intentado hacer en las últimas tres elecciones. Creo que estas tres cuestiones hicieron una tormenta perfecta para que gane un hombre autoritario para terminar con estos tres temas”.
El voto latino y el bolsillo
Harding también arriesga un elemento: “Para una pequeña minoría, creo que influyó el hecho de que Kamala haya sido una candidata mujer. Sabemos que algunos hombres negros y algunos hispanos tenían dificultades para aceptar una candidata mujer. Y en una carrera que estaba a un par de puntos porcentuales de diferencia en la mayoría de los estados, eso pudo haber marcado una diferencia crucial”.
Carlin coincide: “En Estados Unidos hay un porcentaje de población que cree que una mujer es una candidata débil y esta población cree que un líder débil expone al país a dificultades. Sobre todo, eso se escucha entre hispanos y afroamericanos”.
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Jones resalta el cambio “notable del voto latino”. “El problema de la campaña de Harris es que fue una campaña dirigida por élites y se enfocó en preocupaciones que no son las mismas que tiene la comunidad latina promedio. Las élites latinas son universitarios y tienen preocupaciones que no son las de la mayoría de los latinos en los Estados Unidos. Es decir, para la campaña de Harris los temas de mayor importancia fueron temas como el futuro de la democracia, el derecho al aborto y temas identitarios como la comunidad LGTBQ+”.
“Por el contrario, la campaña de Trump hizo su enfoque en dos temas concretos: uno fue la economía y el otro fue la seguridad en la frontera. Y al final el votante latino votó con el bolsillo. Para la mayoría de los latinos sus condiciones durante el mandato de Trump eran mejores que la de los últimos cuatro años en la gestión de Joe Biden. Harris durante la campaña nunca tuvo mucha llegada a los latinos, pero especialmente a los hombres latinos quienes votaron de una manera abrumadora a Trump”.
La experta Hult también apunta a las debilidades demócratas. “La vicepresidenta Harris no se había preparado para presentarse como la primera candidata; se la asoció fácilmente con un presidente impopular y con frecuencia no demostró que fuera o pudiera ser un agente creíble del cambio. Por ejemplo, la entrevista de View donde no pudo responder de inmediato si haría algo diferente que el presidente Biden o la falta de respuesta a la primera pregunta en el debate presidencial sobre el estado de la economía”.
Jones coincide en que “Harris no fue una buena candidata porque no tuvo la habilidad de llegar a la gente que necesitaba para ganar la elección. Harris ganó a los votantes de siempre del partido demócrata, pero en los estados más competitivos perdió. Solo ganó el voto duro demócrata pero no ganó el voto volátil, ni tampoco el independiente”.
La Unión Europea mira por ahora con prudencia los acontecimientos que llevaron a la caída del dictador sirio Bashar Al-Assad, aliado de Putin, enemigo europeo desde que Rusia lanzó la agresión militar contra Ucrania hace casi tres años. Este recordatorio es esencial para entender la postura de los europeos. El primer ministro polaco Donald Tusk, ex presidente del Consejo Europeo, escribió este lunes en la red social X que “los acontecimientos de Siria han hecho que el mundo se dé cuenta una vez más, o al menos debería darse cuenta, que incluso el más cruel régimen puede caer y que Rusia y sus aliados pueden ser derrotados”.
Durante el fin de semana las instituciones europeas aplaudieron la caída del autócrata sirio y la victoria de los grupos rebeldes, pero no fueron más allá porque temen que el futuro sirio caiga en manos de islamistas radicales y provoquen el temor de todos los temores europeos, una nueva oleada de refugiados sirios, esta vez los partidarios de Al-Assad, como la de finales de 2015 y principios de 2016, cuando más de un millón de sirios se refugió en Europa en pocos meses.
Kaja Kallas, nueva canciller europeas en sustitución del hispano-argentino Josep Borrell, dijo que “el proceso de reconstrucción de Siria será largo y difícil, y todas las partes deben comprometerse”.
La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, dijo por su parte que “Europa está preparada para apoyar el mantenimiento de la unidad nacional de un Estado sirio que proteja a todas las minorías. Este cambio histórico en la región ofrece oportunidades, pero también riesgos”.
Las palabras de Von der Leyen sobre la unidad nacional de Siria y el respeto a las minorías muestran ese temor europeo a una desestabilización mayor del país que provoque oleadas de migrantes.
Alemania y España apuntaron al futuro. La ministra de Exteriores alemana Annalena Baerbock dijo que Siria no debe caer “en manos de otros radicales”. Su homólogo español José Manuel Albares añadió que “debemos vigilar que el pueblo sirio pueda decidir la forma en la que quiere gobernarse en el futuro y por parte de quién”.
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Trece años de guerra civil
Las diplomacias europeas recordaban ese fin de semana que la caída de Bashar Al-Assad acaba con un régimen de 53 años después de 13 años de guerra civil en la que ha muerto más de medio millón personas y que ha destrozado las infraestructuras del país.
Italia y Austria recibieron la noticia entre la sorpresa y el ridículo. Sus ministros de Exteriores habían pedido hace dos semanas en Bruselas que los gobiernos europeos pudieran empezar a deportar ya a los refugiados sirios de 2015 y 2016 alegando que el país estaba en calma y Al-Assad tenía ya el control.
Europa mira los primeros movimientos de Rusia en la región tras la caída de Al-Assad, como la retirada de los buques militares rusos de la base de Tartus después de que los rebeldes tomaran la ciudad.
Los buques rusos no pueden cruzar los estrechos turcos (Turquía los puede cerrar a buques militares en tiempos de guerra, como ahora en Ucrania) y se enfrentan a un viaje mucho más largo circunnavegando toda Europa, si no encuentran algún puerto en el norte de África que los acepte.
Los europeos cortaron relaciones diplomáticas con Siria en 2011 después de que Al-Assad reprimiera violentamente las primeras revueltas contra su dictadura, que estallaron en el año de las primaveras árabes. Ahora se ven ante un líder, Mohammed Al-Jolani, con una larga trayectoria de militancia yihadista y que fue aliado del antiguo líder del ISIS, Al-Baghdadi, hasta que discutieron por tácticas y objetivos militares.
Lo que sí vieron los europeos estos últimos días fue la alegría de los sirios refugiados en Europa. Las manifestaciones de celebración se sucedieron en Bruselas, Berlín, Londres o Amberes.