INTERNACIONAL
Un libro en dos mil palabras: “El proceso”, de Kafka, una acusación sin causa y un descenso sin fin

Algunos libros no se leen, se habitan. Nos envuelven con una atmósfera, una lógica propia que altera nuestras coordenadas más elementales. Tal es el caso de El proceso, novela inacabada de Franz Kafka publicada póstumamente en 1925, que narra el lento e inexorable hundimiento de Josef K., un empleado de banco que es arrestado una mañana sin saber por qué. Desde entonces, el protagonista intenta sin éxito comprender y defenderse ante un tribunal que nunca ve, en un proceso cuyo sentido y lógica escapan a toda razón. Esta es la historia que te vamos a contar-CON SPOILERS– en unas 2.000 palabras.
El proceso
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En la primera edición de El proceso, en 1925, Max Brod -el amigo de Kafka que publicó su obra pese a los pedidos en contrario del autor- comentaba que el manuscrito no llevaba título. Sin embargo, contaba que Kafka -que había muerto un año antes- siempre se refirió al texto con esa denominación. Por regla general, Kafka se decidía por un título definitivo una vez concluida la obra. El proceso, entonces, podría haber sido sólo un título provisional.
Kafka, nacido en Praga en 1883, creó una obra única y perturbadora, donde la culpa y el absurdo son fuerzas que gobiernan al individuo. El proceso se ha interpretado como una alegoría, una crítica al poder burocrático o un retrato de la ansiedad existencial. Pero, más allá de las interpretaciones, lo que queda es una narración que nos atrapa desde la primera línea. La historia no tiene redención, sino una deriva: el proceso comienza, y de ahí en adelante, todo es descenso.
Vamos al texto:
“Alguien tenía que haber calumniado a Josef K., pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo“. Así comienza la historia. Es su cumpleaños número treinta, vive en una pensión, trabaja como procurador en un banco. Pero ese día, en vez del desayuno que le lleva la cocinera Anna, entran dos hombres desconocidos. Uno se llama Franz. Visten de negro. No son policías ni muestran credenciales. Solo le dicen que está detenido, aunque puede seguir con su rutina. K. no entiende nada. Pregunta por la acusación. La respuesta es siempre la misma: “No estamos autorizados a decírselo”.

Franz y su compañero Willem lo escoltan, no lo agreden. Lo llevan ante un inspector que se presenta en una habitación de la pensión convertida en improvisado despacho. El inspector repite que todo está en marcha: “El proceso se acaba de iniciar y usted conocerá todo en el momento oportuno”. Pero no hay explicación, ni delito, ni instancia clara. K. se siente ofendido y ridículo. No es encerrado ni conducido ante un juez. Simplemente le dicen que el proceso ha comenzado y que será convocado. Esa es la nueva condición de su existencia.
Esa misma noche, K. se disculpa ante su casera, Frau Grubach, y luego va a la habitación de la señorita Bürstner, una vecina. Le cuenta lo sucedido, la escena del arresto, la presencia de los extraños. Bürstner, incrédula, escucha con interés. K., excitado, recrea el episodio, la imita, se agita, mueve los muebles como si interpretara una obra. Termina besándola. A la mañana siguiente, un tal Capitán Lanz, amigo de la casera, lo reprende por haber importunado a la señorita. K. lo ignora. El proceso ya ha entrado en su cuerpo.
Lo más inquietante: no lo trasladan ni lo encierran. El arresto no implica reclusión. K. puede continuar con su vida, ir al trabajo, hablar con su casera. –”Entonces estar detenido no es tan malo”, dice K. Pero todo está teñido de una nueva inquietud. El proceso ha comenzado y su sombra lo acompañará siempre.
Una semana después, recibe una citación. Debe presentarse un domingo en un lugar impreciso. Encuentra finalmente la sala: un desván miserable, atestado de personas. El juez instructor le llama la atención por su retraso. K. responde con un largo alegato donde denuncia el carácter arbitrario del tribunal: “Fui detenido hace diez días, me río de lo que motivó mi detención, pero eso no es algo para tratarlo aquí. Me asaltaron por la mañana temprano, cuando aún estaba en la cama. Es muy posible ––no se puede excluir por lo que ha dicho el juez instructor–– que tuvieran la orden de detener a un pintor, tan inocente como yo, pero me eligieron a mí”.
Sus palabras son firmes, cada vez más enfáticas: “No hay ninguna duda de que detrás de las manifestaciones de este tribunal, en mi caso, pues, detrás de la detención y del interrogatorio de hoy, se encuentra una gran organización. Una organización que, no sólo da empleo a vigilantes corruptos, a necios supervisores y a jueces de instrucción, sino a una judicatura de rango supremo con su numeroso séquito de ordenanzas, escribientes, gendarmes y otros ayudantes”
El público, formado por gente de aspecto miserable, parece aprobar. Pero K. no obtiene respuestas. «Hoy se ha privado a sí mismo de la ventaja que supone el interrogatorio para todo detenido“, le reprocha el juez. K. abandona la sala frustrado: ”¡Pordioseros! Os regalo todos los interrogatorios“.

En la segunda visita, el tribunal ya no lo espera. Las salas están vacías. Recorre pasillos, encuentra a la esposa del ujier, quien coquetea con él. La escena es ambigua. Aparece un estudiante, la alza y se la lleva. La mujer lo mira y le dice: “No, ¿en qué piensa usted? Eso sería mi perdición”. El poder judicial también tiene sus jerarquías internas, sus transacciones. K. apenas las roza.
K. empieza a perder el control de su vida. Visita cada semana el tribunal, que se esconde en los pisos superiores de edificios ajenos, mal ventilados y llenos de funcionarios indiferentes.
Aunque el proceso domina la vida de K., también lo afectan sus relaciones personales. Una figura clave es la señorita Bürstner, la vecina a quien K. confiesa su arresto. Tras el primer encuentro, ella lo evita.
Más adelante, cuando K. acude con su tío Karl al abogado Huld, conoce a Leni, la enfermera del abogado, que está enfermo del corazón. Ella se presenta como una figura abierta, sensual, casi provocadora. Lo conduce a un cuarto, se entrega de inmediato. «––Venga ––dijo ella, y lo atrajo a sí. Le besó la frente y sus manos“.
Pero incluso ese gesto tiene algo ambiguo. Leni parece disfrutar su influencia sobre los acusados. Josef K. lo percibe: “––Para ella ––pensó K.–– no soy más que otro cliente del abogado”. En sus visitas posteriores, Leni se muestra cada vez más involucrada, lo cela, le da consejos, se infiltra en su proceso. Pero K. duda. No sabe si confiar en ella o si es parte del engranaje judicial. La intimidad también se vuelve sospecha.
El abogado recibe a K. en la cama.
Karl se preocupa por el prestigio del apellido, por la reputación. Pronto se desencanta de la pasividad de K. «––No te das cuenta de lo que está en juego ––le dice––. Te comportas como si fuera un juego de oficina». La tensión entre ambos se incrementa. Karl lo abandona, decepcionado, sin ayudar más. K. se queda solo, otra vez.
Pero K. desconfía de Huld. Cree que el abogado solo prolonga el proceso. La escena más inquietante ocurre cuando conoce al comerciante Block, otro cliente de Huld, que ha estado procesado durante cinco años. Block se ha convertido en una sombra, un siervo. Se arrastra, obedece, vive con miedo. Cuando K. lo visita, lo encuentra arrodillado, siendo humillado por el abogado. «––Este hombre ––dijo Huld– ya no es un cliente. Es mío“. K. ve en Block su posible futuro. Decide cortar con Huld.
La rutina del proceso
El tribunal no emite dictámenes ni convoca nuevas audiencias. Pero el proceso sigue. K. no sabe cómo. Alguien escribe su expediente. Hay funcionarios que lo visitan, escribientes en habitaciones ocultas.
Uno de los momentos más simbólicos ocurre en el banco donde trabaja. Al escuchar ruidos en un depósito, K. descubre a Franz y Willem, los dos empleados que lo detuvieron al inicio, siendo azotados por un guardián. Ellos le suplican: «––¡Ayúdenos, señor K., somos sus guardianes!“. El castigo, le explican, es por su queja formal contra ellos. Pero la escena se repite: al día siguiente, los vuelve a encontrar en la misma posición, como si el castigo no tuviera fin.
Esta repetición instala la idea de que la sanción no es una consecuencia, sino una estructura. Nadie sale. No hay redención ni aprendizaje. Solo ciclos. Kafka lo presenta sin subrayarlo, pero con brutal claridad.
Buscando otra vía, K. visita al pintor Titorelli, un artista oficial del tribunal. Vive en un altillo rodeado de niñas que lo espían. K. le pregunta si puede ayudarlo a obtener la absolución.
El pintor le explica las tres formas de resolución posibles: la absolución verdadera (inexistente), la aparente (que lo mantiene bajo vigilancia) y la dilación indefinida. Esta última es la única accesible. Se le mantiene en libertad, pero el proceso sigue. “El proceso no se detiene, pero el acusado queda casi tan a salvo de una condena como si estuviera libre”, le explica Tirorelli. La culpa nunca desaparece.
Otro momento revelador ocurre cuando K. explora el desván donde se alojan las oficinas judiciales. Allí encuentra escribientes apilados, dormitorios improvisados, archivadores oscuros, sofocantes. Uno de ellos le explica que su expediente “debe ir bien” porque tiene poco volumen. K. pregunta por su contenido. Le responden: “––Los instructores lo leen, y si no entienden algo, añaden una nota”. No hay defensa ni acusación, solo texto acumulado, escrito sin sentido.
K. sube y baja escaleras, abre puertas, entra en salas de espera repletas. A veces le preguntan si es acusado o funcionario. Otras, lo confunden. La burocracia lo diluye todo: culpabilidad, jerarquías, hechos. Incluso el lenguaje se desvanece.
Hacia el final, K. se encuentra en la catedral con un sacerdote. Cree que está allí para acompañar a un cliente del banco. Pero el sacerdote lo llama: “––¡Josef K.!“. Le revela que es el capellán de la prisión: “––Tú eres Josef K ––dijo el sacerdote […] ––Estás acusado”.
K. intenta justificarse: “––Pero yo no soy culpable ––dijo K––. Es un error. ¿Cómo puede ser un hombre culpable, así, sin más?“. El sacerdote responde: ”––Eso es cierto ––dijo el sacerdote––, pero así suelen hablar los culpables“.
Entonces le cuenta una parábola: un hombre llega ante una puerta que da acceso a la Ley. Un guardián le impide entrar. El hombre espera años. Pregunta si podrá pasar. El guardián dice: «––Es posible, pero no ahora“. El hombre envejece, insiste, ofrece todo lo que tiene. Antes de morir, pregunta por qué nadie más ha pedido entrar. El guardián responde: “––Ningún otro podía haber recibido permiso para entrar por esta puerta, pues esta entrada estaba reservada sólo para ti. Yo me voy ahora y cierro la puerta”.
K. pregunta si el guardián lo engañó. El sacerdote dice: «––No debes aceptar todo como verdad. Debes aceptarlo como necesario». La necesidad reemplaza a la verdad. El orden ya no se basa en justicia, sino en cumplimiento.
La noche antes de cumplir 31 años, dos hombres vestidos de negro llegan a buscarlo. K. los esperaba. “Se levantó en seguida y contempló a los hombres con curiosidad. ––¿Les han enviado para recogerme? ––preguntó”. Lo conducen sin violencia, pero con firmeza. Caminan por las calles hasta llegar a las afueras.
Allí, uno de ellos saca un cuchillo. K. comprende lo que va a ocurrir. No se resiste. Piensa: «¿Dónde estaba el juez al que nunca había llegado?“.
El verdugo se lo pasa al otro, quien lo sostiene. El cuchillo cae. Kafka cierra así la novela: «––¡Como un perro! ––dijo, fue como si la vergüenza debiera sobrevivirle“.
Kafka nunca terminó esta novela. Pero eso es parte de su fuerza. El proceso no tiene resolución ni moraleja, porque el mundo que describe tampoco las tiene. Josef K. no es culpable de nada, pero eso no lo salva. Como escribió el propio Kafka: “La sentencia no se pronuncia de una vez, el procedimiento se va convirtiendo lentamente en sentencia”. Y una vez iniciado, es imposible escapar del proceso.
INTERNACIONAL
Jesse Ball resignifica a Charly García con aquello de “la mustia sensación de que el tiempo se echó a perder”

Con excelente traducción de Carlos Gandini, la editorial Sigilo acaba de publicar una nueva edición de Toque de queda de Jesse Ball y es una buena oportunidad para adentrarse en la obra de un autor original, diferente.
Toque de queda se desarrolla en una ciudad sin nombre gobernada por un régimen represivo donde la música y el arte están prohibidos, y el silencio se impone mediante el miedo. William Drysdale, que en su día fue un violinista de renombre, ahora trabaja escribiendo epitafios para aquellos que han desaparecido o esperan su ejecución. Su hija Molly, de ocho años, muda pero con una imaginación desbordante, se convierte en el corazón emocional de la novela. Cuando William rompe el estricto toque de queda de la ciudad para asistir a una reunión secreta de la resistencia, Molly se queda atrás y monta una oscura obra de títeres con un vecino: un relato alegórico de la historia de su familia y la opresión de la ciudad.
Desde las primeras páginas, nos adentramos en un mundo fracturado construido a partir de fragmentos de memoria y silencio. Su narrativa toda se resiste a la linealidad y a las convenciones; distorsiona el tiempo, mezcla escenas y nos aleja de la comodidad de la simple ecuación “causa y efecto”. Lo que Ball consigue con esta forma fragmentada no es simplemente un juego estético, sino un espejo del caos interno de sus personajes. La vida en ese lugar imaginado no se desarrolla de forma ordenada, sino que avanza caótica, ensombrecida por el dolor y la incertidumbre. Los momentos llegan fuera de secuencia, no para confundirnos, sino para situarnos en el ritmo del trauma. Aquí, el tiempo es elástico. Los recuerdos se funden con el presente. El dolor se repite sin cesar. Cada fragmento forma parte de un mosaico más amplio, incompleto pero resonante, y el lector se convierte en un participante activo, que va armando con las piezas un rompecabezas a partir de los silencios y las sugerencias. Ball le pide mucho a sus lectores. Y eso se agradece.

Así como en la mente, la novela se acomoda al funcionamiento real del pensamiento y la memoria. No hay pausas entre capítulos y perdemos un poco el norte narrativo. En su lugar, Ball nos ofrece una forma de sentir el tiempo como lo hacen sus personajes: fluido, inestable e inquietante. Capta profundamente la naturaleza subjetiva de la memoria: cómo, en momentos de profundo dolor o reflexión, nuestra mente no reproduce los acontecimientos en orden cronológico, sino que da vueltas, salta y se detiene en fragmentos, como en un sueño recurrente.
La urgencia emocional de la novela es por momentos surrealista. Incluso las escenas más banales vibran con tensión, con la certeza de que algo invisible siempre está presionando. Hay un temor silencioso que impregna Toque de queda, una sensación de que lo ordinario puede desmoronarse en cualquier momento y lo cotidiano se vuelve extravagante, demoledor, o simplemente extraño.
En su obra, Ball escribe sobre la soledad y muchas veces responde a la frase de la canción de Charly García “la mustia sensación de que el tiempo se echó a perder”: la conversación que no se tuvo, la mano que no se tomó, el momento que se perdió. No es melodramático. Es simplemente cierto. Esa verdad duele.

Los dos personajes principales de la novela están habitados por la soledad. La soledad de William, el padre de Molly, tiene varias capas: es el dolor de un viudo, el silencio de un hombre que antes estaba lleno de vida y la impotencia de un padre que intenta proteger a su hija de un mundo brutal. Aunque está profundamente dedicado a Molly, está emocionalmente aislado, resignado, y cauteloso. Su silenciosa rebelión al romper el toque de queda es tanto un acto de desesperación como de esperanza, un gesto solitario contra un sistema abrumador. La soledad de William no es ruidosa, es una quietud, un peso, una presencia constante en su vida interior. Y Molly, la hija de ocho años de William, es muda, pero su silencio es rico en expresiones. Muy inteligente y creativa, procesa el mundo a través del juego, los símbolos y la imaginación. Su soledad es diferente a la de su padre: está llena de nostalgia e inventiva. Extraña a su madre, siente el dolor de su padre y, sin embargo, encuentra formas de conectar a través de historias y títeres. Su soledad está llena de color y vida, pero sigue siendo una soledad nacida de la pérdida y el silencio.
Sin embargo, a pesar de su melancolía, Ball salpica su narrativa con momentos de bondad, encuentros que parecen pequeñas misericordias. Una mirada compartida. La palabra de un desconocido. Estas escenas nunca son exageradas, pero tienen el peso emocional de los discursos de una novela. En el mundo de Ball, una sola mirada puede redimir una vida. Y ese minimalismo es clave. No llena la página de adornos. En cambio, nos da espacio para sentir. Las frases son cortas, sí, pero se abren a un vasto territorio emocional. Donde otros escritores explican, Ball sugiere. Y no es solo una elección estilística, es una invitación. Obliga al lector a inclinarse y hurgar, a habitar los silencios, a reconstruir las emociones no expresadas.
Toque de queda es una exploración tranquila pero resonante de la vida bajo la tiranía, donde se impone el silencio y la soledad, y la imaginación se convierte tanto en refugio como en resistencia. A través de las vidas silenciosas de William y Molly, Ball examina cómo los individuos afrontan la pérdida, no solo de sus seres queridos, sino también de la libertad, la expresión y la verdad. Su relación se convierte en un santuario en un mundo despojado de sentido, y sus pequeños actos de creatividad se erigen como un silencioso desafío contra la maquinaria del control. Con su lenguaje sobrio y su atmósfera inquietante, Toque de queda nos recuerda que, incluso en los momentos más oscuros, el espíritu humano busca conexión y que las historias, por frágiles que sean, constituyen el puente entre la memoria y el presente, entre la soledad y la compañía, entre la libertad interior y la opresión exterior.
INTERNACIONAL
Trump signs rescissions package, closes out week with trip to Scotland

Trump sends message to Obama: He ‘owes me BIG’
President Donald Trump discusses a Supreme Court ruling on presidential immunity amid his accusations against former President Barack Obama for pushing a faulty Trump-Russia collusion narrative.
NEWYou can now listen to Fox News articles!
President Donald Trump arrived in Scotland late Friday for a working trip where he is expected to meet with British Prime Minister Keir Starmer amid ongoing trade negotiations between the U.S. and the U.K., as well as visit several of his properties there.
«We’re meeting with the prime minister tonight,» Trump told reporters Friday before departing for Scotland. «We’re going to be talking about the trade deal that we made, and maybe even improve it.»
«We want to talk about certain aspects, which is going to be good for both countries,» Trump said. «More fine-tuning. Also, we’re going to do a little celebrating together, because, you know, we got along very well. U.K.’s been trying to make a deal with us for like, 12 years, and haven’t been able to do it. We got it done, and he’s doing a very good job, this prime minister. Good guy.»
TRUMP HEADS TO SCOTLAND TO TALK GOLF, POLITICS AND TRADE
President Donald Trump waves as he arrives at Glasgow Prestwick Airport on July 25, 2025, in Prestwick, Scotland.
In May, the U.S. and the U.K. announced the two countries had agreed to a major trade deal, which marked the first historic trade negotiation signed following Liberation Day, when Trump announced widespread tariffs for multiple countries April 2 at a range of rates.
Trump, who is slated to remain in Scotland until Tuesday, is also scheduled to visit his golf courses in Turnberry and Aberdeen while abroad.
Here’s also what happened this week:
Federal Reserve visit
Trump visited the Federal Reserve headquarters Thursday, as he has ramped up digs at Federal Reserve Chairman Jerome Powell.
Trump accompanied other administration officials for a tour of the headquarters, following $2.5 billion in renovations to the building. The massive project has attracted scrutiny from lawmakers and members of the Trump administration, including the president, who suggested the huge renovation could amount to a fireable offense.
«I think he’s terrible … I didn’t see him as a guy that needed a palace to live in,» Trump said July 16. «But the one thing I would have never guessed is that he would be spending two and a half billion dollars to build a little extension onto the Fed.»
FOUR KEY TAKEAWAYS FROM TRUMP’S VISIT TO THE FEDERAL RESERVE WITH POWELL

President Donald Trump speaks with Federal Reserve chair Jerome Powell (right) as he visits the Federal Reserve in Washington, July 24, 2025.
On Thursday, the two briefly sparred over the cost of the renovation, but Trump told reporters afterward that the two had a «good meeting» and that there was «no tension.» Trump also shut down speculation he might oust Powell, claiming such a move would be unnecessary.
The Federal Reserve, the United States central bank, oversees the nation’s monetary policy and regulates financial institutions.
Trump historically has railed against Powell, calling him names like «numskull» and «too late.» Likewise, Trump has expressed ire toward Powell for ignoring requests to lower interest rates.
«Well, I’d love him to lower interest rates, but other than that, what can I tell you?» Trump said Thursday.
Rescissions package signing
Trump signed into law Thursday his roughly $9 billion rescissions package to claw back already approved federal funds for foreign aid and public broadcasting.
The rescissions measure revoked nearly $8 billion in funding Congress already approved for the U.S. Agency for International Development (USAID), a formerly independent agency that provided impoverished countries aid and offered development assistance.
The rescissions package also rescinds more than $1 billion from the Corporation for Public Broadcasting (CPB), which provides federal funding for NPR and PBS.
TRUMP SIGNS $9B RESCISSIONS PACKAGE INTO LAW, REVOKING FUNDING FOR FOREIGN AID, NPR

Liberals reacted strongly to Congress’ recent vote to strip federal funding from NPR and PBS. (Saul Loeb/AFP via Getty Images)
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Israel reanuda el lanzamiento de ayuda sobre Gaza en medio de una grave crisis humanitaria

En medio de una creciente presión internacional para permitir el ingreso de asistencia humanitaria a la Franja de Gaza, Israel reanudó este sábado el lanzamiento aéreo de alimentos y suministros básicos. El Ejército informó que arrojó siete paquetes con harina, azúcar y comida enlatada, como parte del esfuerzo por «facilitar la entrada de ayuda» al territorio palestino.
La iniciativa también incluirá la participación del Reino Unido y Emiratos Árabes Unidos, que anunciaron su disposición para sumarse de inmediato a los envíos.
Sin embargo, la ONU y organizaciones humanitarias insisten en que esta modalidad no resuelve el problema de fondo. «El lanzamiento aéreo no pondrá fin al hambre. Es costoso, ineficaz y puede incluso matar a civiles hambrientos», escribió en la red X Philippe Lazzarini, director de la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA).
Este sábado, la Defensa Civil de Gaza denunció la muerte de al menos 40 personas por bombardeos israelíes en distintos puntos del enclave, incluyendo Ciudad de Gaza, Jan Yunis y un campamento en el centro del territorio. Además, tres personas murieron por disparos del Ejército cuando esperaban recibir ayuda, una de ellas alcanzada al acercarse a un punto de distribución ubicado cerca de un puesto militar israelí.
Testigos aseguraron que miles de personas se habían congregado en ese lugar con la esperanza de conseguir alimentos. «El Ejército abrió fuego cuando la gente intentó acercarse», dijo Abou Samir Hamoudeh, de 42 años, a la agencia AFP.
En paralelo, un barco con activistas propalestinos fue interceptado por fuerzas israelíes cuando se aproximaba a la costa de Gaza. Se trata del «Handala», una embarcación fletada por el movimiento internacional Flotilla por la Libertad, que había partido desde Sicilia con cargamento de medicamentos, alimentos y material médico. Israel confirmó que su marina impidió el ingreso del barco y que todos los pasajeros están a salvo.
Desde el inicio de la guerra, el 7 de octubre de 2023, Israel mantiene un bloqueo casi total sobre Gaza. A principios de marzo, ese cerco se endureció aún más, agravando la crisis por la falta de alimentos, medicamentos y otros bienes esenciales. Recién a fines de mayo se autorizaron algunas flexibilizaciones.
Este viernes, Francia, Alemania y Reino Unido reclamaron a Israel que levante de inmediato las restricciones a la entrada de ayuda humanitaria. En tanto, el Ejército israelí dijo que establecerá corredores humanitarios para permitir el paso seguro de los convoyes de alimentos y medicinas organizados por la ONU.
La guerra fue desencadenada por el brutal ataque de Hamas contra territorio israelí, que dejó 1.219 muertos, en su mayoría civiles, según cifras oficiales. En represalia, Israel lanzó una ofensiva militar sobre Gaza que ya provocó al menos 59.733 muertes, también en su mayoría civiles, según el Ministerio de Salud de ese territorio, cuyas cifras son consideradas creíbles por la ONU.
Los médicos de Gaza atienden cada día chicos y adultos desnutridos. Los hospitales suman cada día muertos por esa causa o por enfermedades evitables y simples pero que no pueden ser tratadas por falta de medicamentos. El mundo alza la voz ante la creciente crisis humanitaria en el enclave palestino, luego de más de 20 meses de guerra. Pero la ayuda que los habitantes necesitan desesperadamente no llega a tiempo y los esfuerzos para hacerla entrar se enfrentan a numerosos obstáculos.
Las agencias de la ONU y las organizaciones humanitarias denuncian las restricciones impuestas por Israel, el problema acuciante de la seguridad en un territorio constantemente bombardeado, y la aplicación de un mecanismo auspiciado por Estados Unidos y el Estado hebreo que hace caso omiso del sistema humanitario tradicional.
Israel acusa a las organizaciones internacionales de haber fracasado, y asegura que el anterior sistema coordinado por la ONU permitía al movimiento ultraislámico Hamas saquear los camiones de ayuda.
Sobre el terreno, más de 100 organizaciones humanitarias alertaron esta semana del riesgo de hambre masiva en el enclave palestino. Tanto la ONU como las ONGs se niegan a cooperar con la Fundación Humanitaria de Gaza (GHF) ya que consideran que fue concebida para servir principalmente los objetivos militares israelíes.
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