INTERNACIONAL
Claudia Piñeiro y una escort en el corazón del poder: hipocresía y doble moral en “La muerte ajena”

Narradora, dramaturga, guionista, colaboradora en diferentes medios gráficos y figura clave de los grandes debates argentinos, Claudia Piñeiro nació en el Gran Buenos Aires en el año 1960. Su obra es reconocida y ha sido premiada en la Argentina y en el mundo y fue traducida a varias lenguas. Las tramas de sus ficciones combinan la narrativa policial con una mirada crítica de la sociedad y la política y su participación activa en la discusión pública fue progresivamente teniendo más lugar en sus ficciones. Varias de sus novelas fueron llevadas al cine. Algunos de los títulos de sus libros son Las viudas de los jueves, Tuya, Elena sabe, Las grietas de Jara, Betibú, Un comunista en calzoncillos, Una suerte pequeña, Las maldiciones, Catedrales, El tiempo de las moscas.
Su nueva novela se llama La muerte ajena (Alfaguara) y ya desde la imagen de tapa nos avisa algo central de lo que será el desarrollo de la historia. Una mujer cae desde un balcón. ¿Se tiró? ¿La empujaron? ¿La obligaron a arrojarse al vacío? Esa mujer que cae desde un quinto piso en Recoleta en el comienzo de la novela es escort y está relacionada con la política. Pronto sabremos también que tiene un vínculo familiar con una periodista de radio e investigadora muy conocida.
Como en otras novelas de Claudia, diferentes voces darán sus versiones de los hechos a través de testimonios orales pero también escritos y en forma de novela. El trabajo sexual y la llamada prostitución VIP, su relación con el poder, los servicios de inteligencia, la hipocresía social, el tratamiento de los medios y las tensiones entre lo público y lo privado son algunos de los temas principales. Otro de los ejes de La muerte ajena tiene que ver con el resentimiento y los vínculos familiares dañados y, también, con el modo en que ese daño original puede perseguirnos toda la vida.
— Uno de los grandes temas de la novela es el de los vínculos dañados, algo que todo adulto conoce y a veces hasta ha vivido, con adultos que no tienen idea de hasta qué punto sus decisiones terminan marcando la vida de los más chicos.
— Sí, tenés razón, porque la historia precisamente es la de dos hermanas que no se conocen y eso es, de alguna manera, por cómo actuaron los adultos. O sea, el padre abandona a la primera mujer y forma una nueva familia: la primera hija es una periodista y la segunda es una escort. Pero, justamente, no se conocen un poco por los fracasos de los adultos, porque podrían haber tenido una relación igual. Y, sin embargo, ahí hay una ruptura que tiene que ver con las acciones de los adultos.

— Me gusta esa palabra que usás, fracaso. Porque la palabra fracaso también es otro de los temas de esta novela. Hay mucha gente fracasada en su deseo.
— O que se siente fracasada y no lo puede reconocer. Porque hay ahí como un rencor de “por qué a mí no me va tan bien como yo merecería”. Un poco me parece que tiene que ver con eso de tener una expectativa que no se concreta y de no poder conformarte con aquello a lo que sí accediste.
— Pensaba en el resentimiento y también en el periodismo y la literatura, que son dos esferas que conocés muy bien. Y recordaba ese cuento de Henry James, “La próxima vez”, un cuento sobre dos escritores -que son cuñados, a la vez- y que mientras ella tiene éxito y popularidad, él no consigue salir de un pequeño círculo de admiradores ni triunfar comercialmente. Y resulta que ambos preferirían estar en la piel y el talento del otro. Como si, efectivamente, no hubiera manera de conformarse.
— Me hace pensar lo que estás diciendo porque, qué interesante, vos estás hablando de deseos no conformados y la novela también habla de la falta de deseo. Entonces, hay una falta de deseo y, a su vez, esos pequeños deseos son un poco miserables, en un punto. Desear ser más que el otro y no lograrlo te deja una frustración. Pero, a su vez, el deseo que tiene que ver con lo más vital que es el deseo sexual, el deseo del amor, de los afectos, está bastante apagado en los personajes de la novela.
— Y eso es central también para el razonamiento que hace uno de los personajes y que es la justificación de por qué recurre a una escort. Como su mujer ya es grande y pasó por la menopausia, ya no desea como antes, dice. Porque se puede amar mucho, pero aparentemente hay un momento en que, viste, las mujeres se apagan (risas).
— Sí, sí. Y eso habilita a los señores –que no se apagaron– a buscar mujeres no apagadas, sería la excusa.
— Ahora que hablamos de este personaje, que también da su versión de los hechos ya que es el dueño del departamento de Recoleta de donde cae la chica, quería preguntarte cómo es poner palabras en boca de los personajes que hablan en primera persona y que dicen cosas con las que vos estás completamente en desacuerdo. ¿Cómo se lleva una Claudia con la otra?
— Yo creo que tenemos la obligación de poder ponernos en los zapatos de cualquier personaje y hablar desde ese lugar. Hay algunos que cuestan mucho más. Rosa Montero me había dicho: “Tendrías que escribir otra parte más con la voz del hombre que consume trabajo sexual de mujeres”. Pero era imposible para mí hacer una parte entera. Sí podía traer su voz a través de un recurso que es la novela que escribe un escritor y que lo tiene de protagonista. Y que contara ahí por qué a pesar de tener una familia, una mujer, etcétera, igual necesitaba estar con una trabajadora sexual. Y qué significaba para él eso en su vida. Todo eso sí lo podía poner en pequeños párrafos, pero pensar en sostener esa voz en toda una sección como hice con las otras voces me costaba muchísimo. Hay voces que son mucho más incómodas.
— Pensaba en este señor Sánchez Pardo, que también define la vida de sus hijos. Porque no son solo el padre y las madres de las chicas quienes hacen daño: Sánchez Pardo también ha tenido una influencia bastante negativa en los suyos.
— Muy manipulador, ¿no? Y, además, con vínculos con lo peor de la Argentina. Con algunos resabios de lo que fue la dictadura, que permean también hasta ahora. O sea, relaciones con los servicios de inteligencia, con determinados espionajes y cosas que vienen de otras épocas y que encuentran otras formas de manifestarse ahora.
— Vos decís que la mayoría de nosotros desconocemos todo eso, ¿no? No se sabe tanto o recién lo empezamos a ver a partir de noticias que se convierten en escándalos.
— Yo creo que sospechamos, no tenemos la confirmación. Si vos le preguntás a cualquier persona qué piensa de los últimos escándalos en los cuales estuvieron involucradas mujeres de trabajo sexual y algún político, todo el mundo se imagina que ahí atrás hay una red, que en esa red muchas veces están metidos los servicios de inteligencia y que, a lo mejor, esa mujer estuvo hasta plantada por un servicio de inteligencia para tomar información, para espiar, para lo que sea. Hay como un imaginario común de que eso puede suceder pero no hay nadie que después nos lo confirme. Yo misma, cuando quise hacer la investigación de esto, no encontré confirmaciones totales. Encontrás, no sé, alguna causa que tiene que ver con una agencia de modelos que avanzó hasta tal punto. Si hay dinero involucrado es más fácil que avancen, si no, es más difícil. Entonces, atrás de muchos de los escándalos que hemos escuchado en los últimos tiempos está esta sospecha pero la Justicia se da un poco contra la pared. Fijate Natacha Jaitt, que denunció tantas cosas de agencias de modelos, de servicios de inteligencia, y eso no avanzó. No sabemos mucho más de lo que pasó. La nombro a ella como podría nombrar tantos otros casos en Argentina.

— Recién pensaba en historias y en libros que hablan del tema de la trata, pero acá es otra cosa porque estamos hablando, entre comillas, de una elección por parte de la mujer.
— Claro, acá no hay trata por más que no sea una elección. No hay trata en el sentido de que no son mujeres secuestradas y traficadas, como sería en el caso de la trata de personas. Justamente lo que se discute entre abolicionistas y no abolicionistas con respecto al trabajo sexual es cuánto hay de elección genuina. Vos escuchás a las abolicionistas y te dicen bueno, pero nadie elegiría ser prostituta o escort si pudiera elegir otra cosa. Y después escuchás a las trabajadoras sexuales y te dicen: no, yo lo elijo porque recibo un dinero que no podría de ninguna otra manera recibir. Y, finalmente, la dignidad parece que solamente se juega en el trabajo sexual pero, por ejemplo, si una mujer tiene que ir a limpiar baños, no sé, a la Estación Retiro, no te parece que ahí hay indignidad en hacerlo. O si te pagan 2 pesos por un trabajo de 14 horas tampoco hay indignidad. En cambio, si tenés relaciones sexuales con un tipo y te paga, ahí hay indignidad. Hay ahí algo un poco…
— Injusto.
— Injusto. Hipócrita, también, ¿no?
— Moralista.
— Moralista. Entonces, a mí me gusta escuchar las dos campanas y, un poco como la protagonista, no sé bien dónde pararme. Sí sé que es una situación incómoda y que, mientras no tomo una resolución, hablo de trabajo sexual y no de prostitución, porque me parece que mientras no tenga una certeza de que esto no debería existir –que no la tengo– para mí son trabajadoras sexuales que han elegido de alguna manera eso. Porque algunas te dicen: bueno, tampoco una mujer elige libremente ir a limpiar casas. O un minero ir a trabajar en una mina, a lo mejor. No le queda más remedio que hacer ese trabajo y bueno, tiene un ingreso por ese trabajo. ¿Cuán libres somos cuando elegimos los trabajos? Sin embargo, los trabajos que se juzgan son solo los que tienen que ver con la sexualidad.
— ¿Cuándo nació La muerte ajena y cómo?
— A mí se me empiezan a instalar imágenes en la cabeza y esas imágenes me quedan por un tiempo y si se quedan y los personajes empiezan a moverse digo: acá puede haber una novela. Y la verdad es que esta imagen se me había instalado bastante desde un caso reciente, el de una chica brasileña que era escort y que había venido supuestamente a estudiar a la Argentina y que cayó por la ventana después de una noche donde hubo drogas en un departamento en Recoleta. La novela no tiene nada que ver con eso pero sí hay relación con esa imagen de pensar en esta chica cayendo. Después, me acuerdo que vi varias veces en los noticieros a su padre, que vino desde Brasil, y esa confusión de decir: yo no entiendo qué pasó porque, para mí, mi hija había venido a estudiar. Me interesaba mucho esta situación de las mujeres que caen por ventanas en Argentina, que no es ni la primera ni será la última, lamentablemente, y esta nueva situación de chicas jóvenes que están muy relacionadas con el trabajo sexual también por una falta de futuro. Por una falta de futuro en cuanto a no poder pensar que, cuando te independices, vas a poder tener una vida parecida a la que tenías con tus padres. O sea, comprarte un departamento es prácticamente imposible. A veces estudiar es muy difícil si tenés que pagar una universidad. Hay un montón de cuestiones que para nuestra generación era más fácil acceder y, después de la pandemia, quedó más aún esta sensación de cómo me puedo forjarme un futuro si no puedo tener dinero rápidamente para conseguir determinadas cosas. Me parece que los varones se inclinaron más hacia el juego online y las criptomonedas y las chicas hacia este tipo de trabajos relacionados con lo sexual, que puede ser trabajar como escort pero también poner fotos en Onlyfans o darles la voz a las personas que ponen fotos o escribir los textos de lo que aparece en Onlyfans. Trabajos que tienen que ver con estas situaciones, que generan un dinero bastante rápido y fácil y que también tiene esa cosa del engaño, de decir un poco como el que apuesta: gano y me retiro. Y después sentís que de esa forma el ingreso es más rápido, es más fácil, es más…
— Y entonces te cuesta salir del casino.
— Y.. te cuesta salir. Por eso el personaje es el de una chica que quiere ir de viaje de egresados y el padre le dice que no se lo puede pagar y entonces ella empieza con el tema de ser escort porque se propone pagarse el viaje. Viene justo una compañera, le dice: “che, por qué no hacés esto” y ella dice: bueno, me pago el viaje de egresados y ya está.
— Esto no ocurre solo acá, por otra parte.
— No, no, por eso te digo, lo tomé de algunos testimonios. De algunas conversaciones, por ejemplo, con una chica en España, que también se enojó con el padre por algo y dijo: yo voy a conseguir plata así y pensó que era por poco tiempo y después se fue quedando y en cualquier trabajo que le ofrecían, incluso de lo que estaba estudiando en la universidad, le pagaban menos que lo que ella conseguía con el trabajo sexual.

— ¿Qué cambió en vos luego de de mirar detenidamente este oficio, este modo de ganarse la vida, de antes a después de haber escrito sobre el asunto y de haberte puesto en los zapatos de los otros, como decías?
— Y, un poco entender esta nueva modalidad, esta cosa de que hay muchas chicas cercanas, digamos… Porque algunos te dicen: bueno, a la prostitución llegás por una situación en la que no tenés para comer.
— Por desesperación, claro.
— Y no, la verdad es que hoy en día no es tan así; cada vez veo más situaciones de personas que lo que no tienen es una imagen de futuro. O sea, como no hay una imagen de futuro, no hay una proyección de qué puedo ser o cómo puedo conseguir determinadas cosas que quiero y entonces éste es un recurs,. También tenemos menos pruritos con respecto a algunas cosas. Entonces, no sé, una chica me decía: ¿por qué si yo voy a una fiesta, bailo con un tipo, y me termino acostando aunque no me guste tanto pero eso me puede dar plata no lo voy a hacer? Bueno, eso también tiene que ver con que nos hemos liberado bastante con respecto a poder tener relaciones si tenés ganas, si no tenés ganas, con quien sea.
— Digamos que esta novela trata sobre una mujer que es escort pero también esta forma de ganarse la vida no está restringida a las mujeres.
— Claro. Pero esta novela tiene que ver con el poder y el poder sigue siendo de los hombres. Entonces, los hombres de esta novela manipulan mujeres. También podrían tener relaciones con hombres, también podría ser una mujer que tiene relación con un chico escort. Pero como tiene que ver con el poder y la manipulación de personas que están en una situación de vulnerabilidad, de algún modo entonces ahí la relación es más de los hombres poderosos con mujeres que prestan estos servicios y después las necesitan para otra cosa, por ejemplo, para ponerlas en una lista política o para que ayuden con determinados trabajos dentro del lugar de poder que vos manejás.
— Hay algo del orden de la hipocresía que es muy fuerte en la novela. Personajes que dicen una cosa públicamente y que hacen otra cosa de manera privada. Algo que existió siempre pero que la novela lo hace muy evidente es esto mismo, figuras públicas vinculadas con la política que aparecen dictando cátedra de moral y diciendo cosas en las que ni siquiera creen y, finalmente, viviendo una doble vida, porque se trata de una doble vida.
— Sí, vos sabés que, de entre mis novelas, ésta es la que tiene más referencias a la realidad. Aunque, por supuesto, vuelvo a decir: nada es real. Como te dije antes, me apareció la imagen a partir de un hecho real, aunque después yo inventé toda la historia. También hay otras cosas de la novela que tienen que ver con la realidad y yo las tomo y hago lo que Mauricio Kartun llama el ready-made, como el famoso mingitorio de Duchamp. Agarro el mingitorio, lo pongo acá y con ese artefacto hago otra cosa. Bueno, agarro un hecho, lo pongo acá y hago otra cosa. Y la realidad es que la periodista de mi novela, cuando todavía era periodista gráfica hace una investigación con su jefa y ganan un premio muy importante y la investigación que hacen es sobre una chica que iba a los canales de televisión de esa época, como podían ser el programa de Neustadt o de Grondona, iba vestida de traje sastre, toda arregladita, y hablaba de un partido político que había fundado y que tenía como objetivo defender a los militares, defender las cosas más conservadoras, hablaba mucho de cómo tenía que ser la familia..
— Los valores.
— La moral y los valores, etcétera. Y un día le hacen una cámara oculta y se revela que esta chica manejaba un prostíbulo. Eso también pasó en la realidad. Hace varios años, no sé si vos te acordás que Rolando Graña hizo una cámara oculta con una chica que había fundado un partido político junto con Cecilia Pando y había aparecido como novia de Astiz en uno de los juicios. A partir del escándalo por el prostíbulo, esa chica se fue de ese partido político. Todo esto también sirve para pensar cosas del periodismo. Porque, en ese momento, también se habló mucho de si estaba bien o no estaba bien hacer esa…
— Lo de las cámaras ocultas.
— Sí, si estaba bien revelar que esta mujer ejercía la prostitución y por qué hacerlo. Bueno, quizás porque esta mujer estaba dándonos cátedra a todos de cómo tenemos que vivir, etcétera, etcétera. Pero son discusiones que se abren dentro del periodismo. Y, vuelvo a decir, por supuesto que una persona que se dedica al trabajo sexual puede ser diputada, senadora, tener un partido político, lo que quiera, si le interesa la política, si se ocupa de aprender para hacerlo, si estudia o hace trabajo de campo. Porque no todos los diputados o senadores han ido a la universidad, pero por lo menos tienen una trayectoria. Distinto es el caso de estas chicas, con un señor que necesita a una mujer para un determinado lugar y pone a una chica que conoce de este trabajo y que, además, es una persona muy manipulable.

— En tu novela también aparece algo vinculado con una relación de pareja, la de Verónica, la periodista, con Pablo, que es escritor. A veces uno puede vivir con alguien durante muchísimo tiempo y un día advertir que el otro de pronto no es esa persona que uno creyó que era. Que muchas veces los gestos de generosidad hacia uno también pueden esconder tremendo resentimiento.
— Bueno, vos sabés que a mí siempre me gustó muchísimo una escena que hay en una película que se llama Gente como uno, ¿te acordás? con Mary Tyler Moore.
— Sí, la primera película de Robert Redford, donde también trabajaba Donald Sutherland.
— Buenísima esa película. Era la historia de una pareja que tenía dos hijos y hay un accidente con un bote y en el accidente muere uno de sus hijos. Y a partir de ahí la madre se pone muy agresiva con el hijo sobreviviente y el padre, de alguna manera, no estaba tan involucrado en la familia pero empieza como a tomar el rol de sostener a ese otro chico, eso es lo que yo recuerdo. Y hay una escena en la cual él le dice a la mujer, que es realmente cruel, le dice algo así como: nosotros somos ese tipo de parejas que, si no nos hubiera pasado lo que nos pasó, nunca nos habríamos conocido. Y era un matrimonio estable, de muchos años; esos hijos tenían cerca de 20 años y estaba todo perfecto. Y me parece que eso pasa a veces con las parejas de años, que si no hay una determinada circunstancia que pone cosas en juego todo podría seguir como hasta entonces sin que te termines de conocer del todo.
— En la novela aparece también la decepción del engaño, ya no con otra persona, que es otro tema. Digamos, hacer algo que tiene tanto que ver con el otro sin mencionarlo, sin decirlo, y que finalmente lo estés haciendo para satisfacción personal y por tu propio narcisismo, ¿no?
— Sí, sí.
— Es durísimo.
— A mí esa parte de la novela me interesó mucho. Esa competencia que hay entre ellos, de alguna manera encubierta.

— Él usa la historia personal de ella para una ficción.
— Es casi como violentarte, ¿no? Porque es que se metan en tu vida privada. Vamos a contar un poquito: hay una pareja en la que él es escritor y ella es la periodista protagonista de esta novela y un día se entera de que él está escribiendo sobre ella. Pero también es inquietante esa competencia que no se notaba. Él estaba frustrado, le tenía envidia. Viste que nosotros tenemos influencias de lo que leemos, de lo que vemos, de lo que escuchamos, o sea, permanentemente para escribir escribís influenciado por un montón de cosas. Y a mí me influenció mucho cuando estaba escribiendo esta novela la película Anatomía de una caída. Ahí eran dos escritores.
— Que también cuando pasa algo trágico, se conocen.
— También cuando pasa algo se conocen, sí. Y, además, él tenía adentro una bronca que no la podía sacar hasta que la sacó y ella se sorprendió.
— Sí, qué impresionante eso. Vos ves mucho cine y muchas series.
— Sí, me parece que el cine y las series son formas interesantes de contarnos historias. Y sobre todo si son de la belleza y la magnitud de esa película, por ejemplo.
— Además sos guionista y muchas de tus obras terminan finalmente siendo filmadas como películas o series. ¿Esto quiere decir que cuando escribís ya te estás imaginando una posible adaptación de las novelas?
— No, no. Yo soy visual, entonces sí es cierto que cuando escribo veo las imágenes. Martín Kohan, por ejemplo, dice que él cuando escribe arranca una novela por el sonido de la primera oración. O por lo menos yo le escuché decir eso. Hay otros que tienen otros sentidos más desarrollados. Pero en mi caso son imágenes. Como te digo, esta novela era una imagen de esta mujer cayendo y yo después busco las palabras para contar esa imagen que tengo en la cabeza. Pero no es que yo pienso: esto va a ser una película o una serie. Nunca lo pensé en esos términos. Siempre pienso: esto es una novela. Imaginate que al principio ni siquiera sabés si la novela que escribís te la van a publicar o no. Así que pensar “esto va a ser una película” es imposible. Pero hoy que ya tengo muchas novelas que fueron películas o series tampoco lo tengo como el objetivo de eso que estoy haciendo. El objetivo es que sea la mejor novela que yo pueda escribir. Y lo demás viene o no viene. Pero no está en el acto de la escritura.

— Se estaba filmando El tiempo de las moscas. ¿Para cuándo se la espera?
— Se terminó de filmar y está en post producción. Va a ser una serie creo que de seis capítulos de Netflix.
— ¿Y va a incluir Tuya?
— Incluye Tuya como un capítulo. Es decir que dentro de El tiempo de las moscas hay un capítulo que va hacia el pasado y te cuenta la historia de Tuya.
— Son dos novelas que escribiste con mucha diferencia de tiempo entre una y otra. Tuya fue tu primera novela.
— Mi primera novela, de 2005. Es la primera que se publicó, pero en Colihue. Después se publicó en Alfaguara entonces mucha gente la conoció recién cuando se publicó en ese sello. Pero era del mismo año que Las viudas de los jueves. Salió a principio del 2005, Las viudas de los jueves a fines del 2005.
— Ah, esa parte de la historia no me acordaba.
— Sí, la había escrito antes. A mí publicar esa primera novela me llevó mucho tiempo. Había sido finalista del Premio Planeta, cuando ganó Guillermo Martínez con Crímenes imperceptibles.
— ¿Ah, sí?
— Entonces, bueno, esperé porque como hay diez finalistas, a veces publican alguna novela más, además del ganador. Hasta que la publicó Colihue pasó bastante tiempo. Entonces, cuando salió publicada yo ya estaba presentando Las viudas de los jueves en el concurso de Clarín y salió a fin de año. Las dos novelas salieron en el 2005.
— ¿Y alguna vez te imaginás cómo habría sido la Claudia Piñeiro escritora que conocemos si no hubieras ganado ese premio?
— Y, la verdad que ese premio a mí me abrió muchísimas puertas. O sea, también reconozco que no todos los que ganaron el Premio Clarín escribieron tantas novelas después o les pasaron tantas cosas. Hay una novela, hay una persona y hay un premio. Pero, sin dudas, ese premio a mí me abrió un montón de puertas y el hecho de salir en la tapa de los diarios y que todo el mundo sabe que está esa novela no le pasa a un escritor a quien nadie conoce, como me pasó a mí. Quiero decir, a mí no me conocía nadie, saqué una novela y todo el mundo se enteró de que esa novela existía. Después, cuando la fueron a leer habrá habido un boca a boca, habrán pasado otras cosas, alguien quiso hacer una película, qué sé yo. Pero esa primera puerta, que es una gran puerta, eso me lo dio el premio.
— Solés recomendar a los autores que manden sus novelas a los premios.
— Soy de recomendarle mucho a los que te escriben y te dicen: no sé cómo hacer para publicar. Entonces es muy difícil decirle: llevalo a tal editorial porque la verdad que las editoriales publican poco. De lo que publican, muchos ya son los autores que tienen. Con los que no son autores que ya son de la casa a veces asumen pocos riesgos también. Porque ahí hay un negocio. Publicar una novela que no sabés si alguien la va a leer, si la van a vender, etcétera, no es tan fácil. Entonces hay mucha frustración porque a lo mejor son textos que están muy bien pero no encuentran su camino. Y como yo el camino lo encontré a través de los premios, recomiendo mucho porque incluso, por ejemplo, cuando Tuya no ganó el Premio Planeta, cuando yo después la presentaba en las editoriales y decía que fue finalista del Premio Planeta ya tenés…
— Lo observaban de otro modo.
— Claro. Ya tenés ahí un curriculum gracias a que fuiste finalista de un premio. El primer libro que me publicaron fue un libro para chicos que mandé a un concurso en España, de la editorial EDB de Barcelona y no ganó pero fue finalista y me lo publicaron igual. Entonces yo por eso le tengo mucha fe a esto porque no hay muchos otros caminos. O, suponete, cuando Tuya fue finalista del Planeta una vez me escribe alguien y me dice: mirá, yo fui lector de ese premio y tengo un amigo que es director y le conté de tu novela y le gustaría filmarla. Después no se concretó pero quiero decir, hubo un lector, hubo alguien a quie le interesaba y que se la recomendó a otro.
— Es un circuito. Pero es un circuito que requiere también que los autores se muevan, ¿no? Es decir, hay algo que son como trabajos adicionales. Así como es un trabajo adicional hacer la prensa de un libro que ya se publicó, es un trabajo, por supuesto, escribir el texto, pero también buscar el recorrido.
— Sí, hay que buscar el recorrido. También ahí a veces lo que me da pena es que no todo el mundo tiene que saberlo, pero hay premios que no vas a ganar nunca y entonces eso también genera mucha frustración. Hay premios que ya sabemos que están arreglados. Por eso, cuando le recomiendo a alguien que mande a un premio le digo: mandá a éste, éste y éste. Contame de qué se trata tu novela y entonces también hay una cuestión que tiene que ver con quiénes son los jurados. Qué tipo de editorial es. Hay determinados libros que vos sabés que en tal lado no van a encajar pero pueden encajar en este otro lugar. Pero, sobre todo, me da pena a veces gente que está esperando una respuesta de un premio que vos sabés que está amañado, como dicen los españoles, y decís: qué pena porque esto también hace que la gente se frustre. Que se gaste energía y mucho dinero. Bueno, ahora lo mandás online pero antes era hacer copias y mandarlas por correo y todo lo demás.
— Estás hablando de cómo le contestás a la gente, a los lectores que te escriben, y uno ve cómo respondés en tus redes sociales y ve en las ferias el tiempo que te tomás con cada lector. ¿Cuántas horas tienen tus días Claudia?
— Tremendo. Yo soy muy activa en todas las cosas. Demasiado. Estoy como muy pendiente, como tipo workaholic en todos los aspectos de mi vida…
— ¿Pero pensás que eso finalmente ayuda al vínculo con los lectores? Mencionabas antes a Rosa Montero, que también es una persona muy activa con lo que viene después de la publicación de sus libros. Hay algo, me parece, que es que vos tenés muy presente que hay un lector del otro lado.
— Sí, no quiero que quede mal lo que digo, pero yo tengo en cuenta al otro. Yo sé que hay otra persona ahí. Para mí no es un número de un libro que se vendió, es una persona. Entonces, a mí me pasa que en las redes hay determinados mensajes que no puedo dejar de contestar. En general trato de a todo el mundo ponerle una carita, un corazoncito, lo que sea, un gracias, pero hay algunos, suponete, si te escribe una chica y te dice: sabés que yo nunca leía y a partir de tus novelas ahora soy re lectora. Y a mí me da que le tengo que contestar a esa chica.
— Por supuesto.
— Es una chica jovencita que a lo mejor te dice eso y que gracias a que pasó eso va a leer a otros autores. Va a leer a muchos autores. Pero entonces vos le contestás y la alegría del otro es tan grande que a mí me reconforta mucho. Pero me parece casi como que es, no te digo una obligación, pero sí una responsabilidad. Hay gente que te dice: mi abuela está enferma pero yo voy y le leo tu libro. O mi mamá compra los libros, se los pasa a mi abuela, me los pasa a mí. O sea, ese tipo de anécdotas que te cuentan que son muy personales y que tienen que ver con una cofradía de lectores, o sentirse bien. En estos días me escribió una persona que no conozco y me dice: sabés que me fui de viaje sola por primera vez en mi vida, sin mi familia, y estaba sola y muy mal y me llevé tu libro y me hiciste compañía todo el viaje. Entonces, ¿cómo no le voy a contestar? Esos mensajes son para agradecer. Es para agradecer esa cofradía que se arma con los lectores.
— Tenés lectores, lectoras, que también te llaman o que te cuentan cosas con las que puntualmente se han sentido identificados también con algunos temas. Eso también es como muy potente. Cuando te llaman y te dicen: a mí me pasó algo así.
— Sí. Y también hay que tener mucha responsabilidad en qué contestás en algunos casos. Porque pueden ser cosas muy personales. A veces tenés algo para decir y otras veces, no. Hay que ser muy responsable. No sabés en qué condiciones psicológicas está la persona del otro lado. Si vos sos mi amiga y venís y me contás que tenés un problema, yo sé qué te puedo decir y qué no, pero a través de un mensaje de Instagram vos no sabés exactamente en qué condiciones está la persona y tenés que ser muy cuidadosa, ¿no?
— ¿Y cómo te cuidás, cómo te preservás? Porque es mucha la gente que te busca.
— Sí. Bueno, por ejemplo, con El reino fue muy impactante porque mucha gente tenía problemas importantes.
— Estamos hablando de la serie que escribiste con Marcelo Piñeyro.
— Con la serie, si. Entonces, muchos chicos me escribieron para contarme que habían sido sometidos a esas terapias de conversión. Cuando sos gay y te quieren hacer creer que no lo sos y que tenés algo malo y bueno, esas cosas.
— Que te van a sacar el demonio del cuerpo.
— Claro. Entonces, ahí más que nada lo que trato es de abrazar a esa persona porque yo tampoco sé de ese tema. Yo no sé qué tenés que hacer. Si te dicen: me tuve que pelear con mi familia por esto, yo en mi fuero íntimo digo “bueno, qué suerte que se peleó con la familia por una cosa así”, pero a su vez pensás que a lo mejor esta persona está sola, a lo mejor no tiene para comer. Son situaciones muy complicadas. Entonces, me parece que lo mejor que podemos hacer es abrazar a esa persona para que no se sienta sola, ¿no?
— Quiero volver un segundo a La muerte ajena y preguntarte si hubo algún momento en particular que te haya conmovido mucho. Si te pasa que hay momentos, mientras estás escribiendo, que te conmovés mucho. No solo a partir de la indignación, estoy hablando de la emoción.
— Sí. Me pasó mucho con Una suerte pequeña. Sabés que no tanto cuando la escribí, pero cuando la corregía lloraba. Yo decía: pero cómo puedo estar llorando si esto ya lo escribí yo. Pero bueno, era una novela sobre el dolor. Y acá también hay varias cosas que a mí me llegan mucho. Yo no tengo hermanas pero me interesa mucho el vínculo de las hermanas y esta cosa de una que quiere y la otra que no, y ese rechazo. Y, después, la culpa que le queda a la que no quiso. Todo eso me pega bastante, sí. Te diría que, de esta novela, ese vínculo es lo que más me afecta.
— También tuviste un padre.
— Eso también, por eso se la dedico a él. En la novela hay un padre que parecía ausente y que no era ausente. Bueno, mi papá siempre vivió en mi casa, no es que nos abandonó. Pero por momentos a veces parecía ausente y después te enterabas de que estaba muy presente. Y un poco así es el padre de esta chica que pensaba que él la había abandonado totalmente y, mientras tanto, el padre estaba pendiente de ella. Y, de algún modo, por eso me pareció que era una novela que tenía que dedicársela a mi papá.
— El padre estaba muy pendiente todo el tiempo mientras ella no lo sabía y mientras ella creía que no.
— Sí, sí. Incluso, bueno, estaba pendiente de sus logros profesionales, ¿no? Que es una cosa que yo viví mucho con mi papá. Yo me enteré tarde por los vecinos que él hablaba de mí. Los vecinos me decían: tu papá venía y me decía cómo te iba en el colegio, o no sé qué, o no sé cuánto. Y uno me dijo, creo que ya te conté esto, que mi papá decía que si yo no fuera mujer podría llegar a ser presidenta de la Argentina. ¿Te acordás?
— (Risas) Sí, me lo dijiste. Y yo te dije: te esperamos.
— Era la época en la que no había presidentas mujeres. A mí no me lo decía, pero se ve que a otros sí se los decía. De todos modos, una cosa que yo le valoro muchísimo a mi papá es que siempre me alentó para hacer lo que yo quisiera a pesar, a pesar lo digo entre comillas, de ser mujer, en el sentido de que no por ser mujer eligiera solamente las cosas típicas para las mujeres. Por ejemplo, mis amigas iban a Corte y confección y él me decía: ¿por qué tenés que ir? Vos tenés que estudiar algo que te permita tener dinero y con ese dinero comprarte la ropa. Pero a vos no te interesa cortar ropa y hacerte vestiditos. Entonces, ¿por qué vas a ir a Corte y confección?
— Por eso estudiaste Ciencias Económicas.
— Será por eso que estudié Económicas.

— Recién mencionabas lo de ser presidenta y estamos viviendo momentos muy difíciles en términos políticos pero no solo en la Argentina, en general, como si todo aquello con lo que nos formamos estuviera cambiando de manera muy vertiginosa y, más allá de la tecnología, también se dieran tremendos cambios en el mundo de las ideas, por lo que se hace muy difícil seguir ese tren. ¿Sos optimista o te gana el pesimismo?
— No me gana el pesimismo. Tampoco te podría decir que soy re optimista. Pero no me gusta regodearme en la angustia, por decirlo de alguna manera. La sensación que tengo es: bueno, este es el momento en el que pasan estas cosas y vamos a resistir. Vamos a estar en contra de un montón de cosas. Yo, por lo menos, voy a estar en contra de muchas cosas con las que no estoy de acuerdo. Voy a hacer toda la resistencia posible. Pero no me voy a quedar en eso solamente porque últimamente me pasa también que converso con mucha gente que me habla de cosas buenas de la Argentina que no tienen que ver con el gobierno de turno, ni con éste ni con otros. Y que tiene que ver con los teatros que tenemos, por ejemplo. Bueno, con este gobierno cada vez tenemos menos de eso. Pero, quiero decir, tenemos una gran cultura que se viene sosteniendo en teatros, en libros, en cine y en una forma de ser de los argentinos que es también muy valorada desde afuera. Que tenemos las cabezas abiertas y un montón de cosas que, a lo largo de muchos gobiernos de ultraderecha, puede ser que decaigan pero en este momento están intactas. Entonces eso es donde me gusta apoyarme.
— Te aferrás a eso, claro.
— Habrá una cantidad de gente que elige un gobierno más conservador, de ultraderecha, etcétera, y hay un montón de gente que no y me aferro de esa otra gente que no. Y espero que pase la ola. Porque también esto es una cuestión histórica, ¿no? Nosotros hemos vivido distintos momentos históricos y ahora, si vos mirás el mundo, no es que somos los únicos a los que nos pasa esto sino que es una cuestión histórica que va a pasar, como tantas otras, y, mientras tanto, lo que hay que hacer es resistir de la mejor manera posible.
INTERNACIONAL
Juan José Becerra: “Como escritor, no llego ni a rozar la sombra de lo que quise alcanzar”

La primera sorpresa: Juan Becerra no acaba de publicar una novela sino dos. La segunda: las novelas no son independientes, o sí, se proponen como una lectura conjunta, es más, se venden juntas. Sin embargo las historias tienen sentido autónomo y hasta podrían inspirar un juego, el del orden de la lectura, ver cuál de las dos novelas elegimos leer primero. Una herencia Rayuela, podríamos decir.
Es periodista, es escritor, es guionista, es ensayista y es sin dudas uno de los grandes y celebrados autores argentinos: Juan José Becerra nació en Junín, provincia de Buenos Aires, en el año 1965. Es autor de ensayos como Grasa, La vaca, Fenómenos argentinos, novelas como Santo, El espectáculo del tiempo, El artista más grande del mundo, Felicidades y Amor. Editorial Seix Barral acaba de publicar las dos novelas breves de Juan que componen un díptico. Sus nombres son tan elementales como ambiciosos, Un hombre y Dos mujeres. Y aunque tienen diferentes narradores y puntos de vista se conectan con mucho más que la ilustración de las tapas y el Cadillac que puede verse partido por la mitad en una y otra nouvelle y que recién se completa viendo una tapa al lado de la otra: Un hombre a la izquierda, Dos mujeres, a la derecha.
Hay, también, otra conexión y es una escena puntual. Ocurre en una ruta; el protagonista de Un hombre conduce su auto, las protagonistas de Dos mujeres van caminando y se da una breve situación de encuentro, sobre todo entre dos de ellos. Esa clase de encuentros que pueden torcer destinos. O no.
El consumo, la insatisfacción, el rol del dinero, la comida, el confort, la familia y el paso del tiempo son temas centrales de ambas novelas aunque también hay temas propios de cada uno de los relatos, que a su manera se vinculan con las diferencias de género, “diferencias de especie”, dirá Becerra, cuando lleguemos a ese punto en la charla plena de guiños y risas que usted podrá leer enseguida, una conversación en la que el escritor hablará de su imperiosa necesidad de “lengua suelta” en su escritura y del modo en que considera un valor la emoción en la literatura y en el arte, en general. Esto ocurrirá cuando hable de un concepto que llama “literatura del afecto”, con un especial recuerdo a aquel Juan de 12 años enamorado de Marilina Ross y sufriente con el final de Piel Naranja, la novela de Alberto Migré.

Inesperadamente, hacia el final, sin risas, Becerra explicará lo que describe como decepción con la obra propia, aquella que soñó transformadora de realidades a través del. lenguaje. Y ahí llegará la frase sombría, despiadada: “Como escritor no llego ni siquiera a rozar la sombra de lo que quise alcanzar”.
— Venís jugando en los últimos tiempos, en tus últimas propuestas. En Amor jugás con la aparición de un Juan Becerra que escribe la historia de amor que tuvo lugar un siglo atrás, por ejemplo. Tal vez no es juego, pero percibo una búsqueda.
— No sé, quizás búsqueda es más seria como palabra para la pretensión que, por otro lado, no sé muy bien cuál es, porque yo no la asocio a un programa. Lo que veo, porque vos nombrás la novela anterior, es que siento como una incomodidad con el libro. No cuando leo libros de otros. Con esa relación no tengo ningún problema, es la de siempre. Pero cuando escribo un libro mío, el libro, como continente, empieza a generarme una inquietud. De hecho el libro anterior, Amor, estaba listo como para que saliera en un formato y yo lo pedí, lo abrí…
— ¿Lo expandiste?
— Alan Pauls me dice: Ah, hijo de puta, lo vanguardizaste. Porque lo abrí, le metí cosas, le agregué. Todo lo del principio del libro es como agregado. Pero para mí el asunto no es la voluntad vanguardista.
— ¿O sea que lo que ocurre un siglo después en la trama es lo que le agregaste?
— Claro. El libro era la novela que es toda la parte final, que es como un bloque, no sé, si hablamos de porcentajes, el 70, 80% del libro.
— Sí.
— Entonces eso ya estaba y así se iba a publicar. E iba a tener un título que iba a ser Otra novela de amor. Y a mí había algo que no me resultaba asimilable con la escritura del libro, con cierta voluntad de desborde que yo empiezo a sentir en los libros que escribo desde hace algunos años. En los últimos, te diría. Entonces, el libro me parecía como demasiado escultórico para el movimiento interior que yo pretendía.
— Dijiste “continente” antes, ¿no? Como que hay algo con el continente que no se estaría correspondiendo con el contenido.
— O sea, para decirlo en términos bien boludos y que no suene una frase pretenciosa: lo veo como represivo al libro con la lengua que contiene y yo creo que el asunto tiene que ver con una cosa muy antigua que empieza a pesar en mí como escritor, como persona que escribe, no como lector, y es que cuando escribo anhelo un poco de lengua suelta. De suciedad. De desborde.
— ¿Y cuánto tiene que ver eso con el Becerra periodista y guionista?
— No, yo creo que casi nada, te diría. Casi nada. Porque en eso soy muy obediente. Se trabaja en otro código. Entonces siempre hay como una especie de fantasma empleador, por más que uno se sienta libre haciendo lo que hace.
— Pero ponele que no en el guion, ¿y en las columnas por ejemplo? ¿Ahí no hay una soltura que a lo mejor se acerca a esto?
— Sí, pero no siento la presión del continente, digamos. Sí la siento en los libros que hago. Y en los últimos libros que hago, sobre todo, que digo: puta, qué mal que todo tenga que ir a parar a un libro cuando en realidad la lengua es una actividad incesante, aun cuando esté cristalizada en la escritura. Lo que me incomoda es la cristalización de la lengua en la escritura, siento que hay una pérdida. Y no es una pérdida en el sentido de la terminación, al contrario, es porque hay una terminación que siento la pérdida y entonces empiezo como a anhelar una literatura pre bibliófila, digamos.

— El relato.
— Hablar. Quiero decir, escribir con la libertad con la que uno habla y al mismo tiempo con todos los problemas que surgen cuando uno habla. Los errores de sintaxis. Las lagunas. Los malentendidos. O sea, la suciedad de la lengua y sobre todo, digamos, lo mejor que tiene eso que es la cosa orgánica de la lengua. Ese artificio que sale del cuerpo pero que tiene una relación con el cuerpo y que se pierde en la escritura cuando ya se fija. Boludeces, ¿no? Te lo avisé al principio.
— No, no son boludeces. Publicaste las novelas Un hombre y Dos mujeres, cuyas tapas componen una misma imagen que está partida en dos. Las novelas tienen puntos de vista diferentes y narradores diferentes. En Un hombre tenemos a un señor de mucho dinero, coleccionista y fanático de los autos, más precisamente de determinados autos y de determinada época; un hombre que se va encerrando adentro de una especie de fortaleza que construye para albergar esos autos. Al mismo tiempo empieza a salir a partir del contacto que entabla con otros hombres que son muy diferentes a él. En el caso de Dos mujeres, lo que tenemos es un personaje que alguna vez tuvo lo que llamaríamos una vida cómoda pero empezó a estar incómoda con eso y decidió abandonar a su familia y ese supuesto bienestar. Hay otra mujer que un día la ve y se fascina con el personaje y la empieza a escuchar. Hay vasos comunicantes entre ambas novelas, no solo la tapa. Hay incluso un momento de contacto entre los personajes de las novelas. No quiero avanzar mucho pero percibí esta idea de la insatisfacción que vos estás mencionando ahora.
— Sí. Creo que todos mis personajes se van a la mierda. En algún momento se van. Evidentemente es una fantasía que tiene que ver con cierta actividad mental mía. Digamos…
— No solo tuya.
— La de mucha gente. Y yo creo que acá ocurre lo mismo, o sea, son personajes que en algún momento cortan por lo sano la vida cotidiana en la que, bueno, se sostienen por algún tipo de confort, por algún tipo de calma, yo te diría un desentendimiento de las complicaciones materiales de la vida.
— Sí, el confort. Confort es la palabra.
— Están salvados. Están acomodados, más que salvados. Pero yo creo que los impulsos son diferentes. Son impulsos que son de especies diferentes, no de géneros diferentes. Y yo creo que ahí hay un abismo entre el hombre y la mujer. El hombre no sabe muy bien cuál es el impulso que lo arrastra a otro consumo. Es decir, es un tipo satisfecho, un acumulador de cosas, de dinero en primer lugar, y después, bueno, vamos a decir así, placeres. Y encuentra en la colección de autos un placer nuevo que lo podría llevar a otro, podrían ser relojes, podrían ser, no sé, lo que no tenga. Si uno hace la lista de lo que no tiene, te imaginás, no termina más. Sobre todo si lo puede solventar desde el punto de vista material y decir: bueno, esta lista la tacho, paso a otra. Pero es como medio bobo el programa porque es un programa masculino y tiene que ver con la acumulación. Si se desvía de ese programa es porque alcanza a ver, perforando lo que tabica su clase con el resto del mundo, una oferta vitalista, digamos, de vitalismo pobre, que tiene como un repertorio existencial mucho más rico que el del rico. O sea, ¿qué no puede resolver el rico desde el punto de vista material? El pobre es cada día casi un hecho artístico, en el sentido de que hay que poner en funcionamiento una maquinaria creativa para ver cómo se hace para que ese día no sea un día de sufrimiento. Entonces, las herramientas intuitivas que tiene un pobre son mucho más sofisticadas que la de un rico, que de última hace una transferencia bancaria y ya está. Entonces, él se fascina con ese mundo porque ve la selva. Ve la vida. Pero la encuentra medio de casualidad; en realidad, la encuentra por error. O por contigüidad geográfica. Del otro lado de su mansión…

— Son sus vecinos, sí, sí.
— Digamos, al lado de qué mansión no hay una pobreza. Entonces él encuentra ahí su programa vital y empieza como a vivir muchas vidas. Empieza a cambiar de disfraces, que es un poco también la fantasía del que se va. O sea, quiero ser uno, después quiero ser otro, después quiero ser otro más, porque lo que no se tolera en el programa de la vida cotidiana es ser una sola cosa. Y la mujer es otro mundo para mí, es un mundo como mucho más sabio. No es que encuentra algo: se va porque se tiene que ir y hay algo en su corazón que le indica el plan de fuga, que es mucho más inteligente, mucho más natural, mucho más animal.
— A mí me impresiona mucho en Dos mujeres el modo en que lo que aparece eso que llamás “el programa de fuga”, que contempla cuidados. Un programa que contempla que no haya sufrimiento por esa partida.
— Es típico de las mujeres.
— Eso me impresionó y me conmovió mucho. La imagen que se va y mira a la distancia para asegurarse que sigue todo bien, ¿no? No me necesitan tanto. O sea, con lo que les enseñé se arreglan para sobrevivir sin mí.
— Por eso digo que es como una salida animal, bestial, en el mejor sentido, física, de esa red de acero en la que está atrapada la mujer y que son como los hilos que tejen el confort. Y es un poco también la esclavitud. La cristalización de aquello con lo que uno se identifica. O sea, yo tengo que hacer un esfuerzo muy grande para pensar qué cosa tienen las mujeres en la cabeza pero para mí siempre fue un hecho fascinante ese saber que opera en la cabeza de las mujeres, que no tiene nada que ver con la del varón. Te digo esto porque la última vez que vine, vos me dijiste que yo era como demasiado…
— (Risas) Machista.
— Del otro bando. Y me quedó el rencor típico del machista. (Risas)
— Y por eso fuiste y escribiste esto. No, en serio: acá hay algo en el personaje de la mujer que deja el confort y decide vivir con lo mínimo. Es fantástico cómo está logrado ese proceso, Juan.
— Es que nadie quiere vivir con lo mínimo. Es rarísimo eso. Es decir, vos planificas vivir con lo mínimo. Entonces, primero lo que se borra de ahí, del programa, es la autoexigencia. Y la histeria que implica la autoexigencia. Una cosa y después otra. Ella no necesita nada. Lo que necesita lo encuentra porque el mundo está lleno de cosas que sobran, al mismo tiempo está lleno de cosas que faltan. Y lo que tiene es una sabiduría muy como biológica, en el sentido de que a mí me interesa también ver hasta dónde pueden responder biológicamente los personajes. Pienso en las personas, en realidad, cuando escribo. Y el hecho de que una mujer diga: bueno, mis hijos no me necesitan más, y que la formulación de esa sabiduría sea irrefutable, sea insobornable, porque ella sabe que los hijos no la necesitan más.
— Vos hablabas antes de especie. Ella dice que por naturaleza no la necesitan más porque aprendieron lo que tenían que saber para arreglarse solos.
— ¿Pero por qué una madre le tiene que hacer la comida a un boludo de 20 años, me podés explicar?
— Porque nos gusta (risas). Porque en algún punto nos gusta.
— No te veo a vos.
— ¿Diciendo: “arreglate solo” o cocinándole?
— No, no, no. Pero me parece que lo que tiene es un poco como… no es una decisión dañina, quiero decir, porque ella, la mujer, entra en los cuidados de transición de un mundo al otro, del mundo en el que lo tiene todo (entre comillas) al mundo en el que no necesita nada. Y con esa nada le alcanza para vivir. Ella lo que hace también es decidir de una manera muy, muy meticulosa la transición para no dejar…

— Para no dañar.
— Para no dañar, digamos ¿no?
— Sí, sí.
— Es decir: eso es una madre. Una madre que responde al rótulo cultural que se le exige.
— Cuando te leía pensaba –y alguna vez escribí también sobre el asunto–, muchas veces, cuando a uno le toca viajar solo, dejando justamente todo lo que te acompaña día a día, que no es solo la casa sino las personas, la familia, muchas veces existe esa fantasía de esfumarse. Y, de hecho, conocemos historias de gente que un día se fue por un rato y no volvió más.
— Claro. Sí, sí, sí.
— Existe esa fantasía de: ¿y qué pasaría? ¿Cómo seguiría todo sin mí? Pero no porque me muero sino porque me fui.
— Mirá, el otro día me contaron una anécdota de una mujer existente en la vida material que dijo la famosa frase masculina: che, voy a comprar cigarrillos y vuelvo. Y era una mujer, una madre. Desapareció del mapa. Bueno, es la fantasía de Wakefield (N. de la R.: el relato clásico del autor estadounidense Nathaniel Hawthorne).
— Totalmente, sí.
— Primero, hay varios recursos de ausencia, ¿no? Por ejemplo, hacerse el muerto. Desaparecer, en el sentido de qué le pasaría al mundo, no al mundo en general sino al mundo en el que vivo sin mí.
— Leía el otro día que un marido de Olivia Newton-John hizo eso en 2005.
— ¿En serio? ¿La dejó a Olivia?
— Estaban en el barco y de pronto él desapareció y durante años creyeron que estaba muerto y en realidad tenía deudas y se había esfumado.
— Bueno, yo creo que es una fantasía que en algún momento supongo que todo el mundo la debe tener, la de cómo sigue la vida sin mí. Pero ahí lo que pasa es que también están las diferentes posiciones frente a eso. Vos podés tomar esa decisión conservando la posición de contemplador de lo que abandonás para ver cómo funciona la máquina sin esa pieza que le falta.
— Una máquina que armaste vos, por otra parte.
— Pero funcionaría igual: las máquinas se reemplazan. Se rompe una pieza y se reemplaza con otra. Sería bastante triste ver esa política del reemplazo que funciona sin uno, no sé si triste, qué sé yo, pero me parece que sí. O sea, es interesante experimentar eso. Poder verlo.
— Bueno, vos por lo pronto lo escribiste. Pensaba que tu novela anterior se llamó Amor, título tan simple y tan ambicioso, al mismo tiempo, ¿no? Y ahora, algo parecido: Un hombre. Dos mujeres.
— Sí, los rótulos parecen muy megalómanos pero yo creo que me animo a situarlos en la tapa de los libros por lo que tiene de insuficiente el trabajo que puedo hacer respecto de esas referencias, de esos asuntos. Son como campos para desplegar sobre todo la ignorancia propia, ¿no?
— Antes mencionabas que el título de Amor cambió. ¿Cuando empezás a trabajar no tenés título para las novelas?
— Le pongo título al documento de Word. No me acuerdo, creo que uno se llamaba El coleccionista de autos y lo de las chicas no me acuerdo cómo se llamaba, algo vinculado a la noche, como si te dijese una cosa medio rembrandtiana, no sé, ponele Ronda nocturna. Pero no exactamente así.
— Leía las novelas y pensaba en Saer, sobre todo por la caminata en Dos Mujeres, pero en Un hombre, esa manera de referenciar al personaje todo el tiempo de otro modo (“el empresario”, “el coleccionista”) me hizo pensar: en algún momento va a ser “el matemático”.
— El asesino. El parrillero.
— Por eso, todo el tiempo aparece así, como cambiando la imagen de la figura. Y en el caso de las mujeres esa caminata. Esas calles, esos cruces inexistentes, inventados. Sos muy lector de Saer pero tu prosa no es heredera de la prosa de Saer.
— No. Yo fui, soy un admirador de Saer y mi vínculo con su lectura desde el primer momento fue un vínculo de fascinación. No tanto de emulación porque yo creo que siempre fui, desde muy joven, un lector medio retobado. Como medio hinchapelotas. Como medio; y esto le falta algo. Quiero decir, por encima de la admiración. O sea, al margen de que me fascinaran, Saer es uno de los escritores que más adoro, pero yo digo: puta, le falta un poco de humor. Por decir algo, ¿no?

— ¿Lo ves solemne?
— Y lo veo como un poquito agrandado, obviamente tiene con qué. Pero quizás haya como un porte de seriedad que le quitaría la comedia que incluso él mismo pudo haberle dado a su propia literatura porque no era que le faltaba chispa.
— No, en absoluto.
— Pero, digo, no se entregaba a esa cosa y eso para mí me resultaba como muy del orden de la cosa policial, de lo que uno puede hacer con lo propio. Pero es cuestión de gustos y es cuestión, también, del ejercicio de la libertad personal hasta dónde uno la quiera llevar, si es que la quiere utilizar o si es que le sirve para escribir lo suyo. El reproche no era tanto a Saer sino era decirme a mí: mirá, vas a escribir una primera novela, ojo con lo que hacés. O sea, cualquier cosa menos literatura edípica. Ese fue mi primer juramento. Cualquier cosa menos solemnidad.
— ¿Qué extrañás de esa primera etapa de Becerra escritor?
— Bueno, la fe en el lenguaje. Una fe desproporcionada en el lenguaje. Que el lenguaje iba a solucionarme todos los problemas, a mí, al mundo, a las personas que yo quería. Tenía la solución y esa solución era el lenguaje. Ahora, te imaginarás que por la edad que tengo estoy totalmente decepcionado. Lo que digo es: puta, esto no sirve para nada, para qué me metí en esto. Como escritor, no llego ni siquiera a rozar la sombra de lo que quise alcanzar. Pero la decepción tiene mucho que ver también con la ilusión del origen. Pero mi fascinación inicial era con el lenguaje.
— ¿Estás insatisfecho? A ver, quiero decirlo bien, ya que estamos hablando del lenguaje. Porque sos un autor al que le va bien: tenés lectores y sos celebrado por la crítica, algo que no siempre pasa al mismo tiempo. Lo que puede pasar es que, de pronto, uno diga: todo bien, pero yo no estoy conforme.
— Mirá, no te quiero exagerar, Hinde, voy a poner una cifra pero para no exagerarte. Estoy desilusionado en un 100%. Te juro, a veces parece joda cuando lo digo. No me creen. Hay mucha gente que no me cree, me dicen: ay, no, pará. Pero el tema es lo que uno siente cuando está escribiendo. Y yo siento: soy un desastre. Me pasa lo mismo cuando digo cómo soy viviendo. Otro desastre. Capaz que no es tan así, pero la sensación es esa. Es una sensación de inutilidad. Primero, lo que empiezo a ver con los años es el recorte que yo empleo del supuesto campo infinito del lenguaje. Es una proporción muy pequeña de los usos del lenguaje lo que una persona puede hacer.
— ¿De los recursos? ¿Del vocabulario? ¿De los temas?
— De la parte que me toca y todo eso que decís. De mi repertorio. De cuál es mi lenguaje y cuáles son mis asuntos respecto de lo disponible. Es infinitesimal la proporción. Entonces es muy desilusionante y no tiene tanto que ver con la sensación de repetirme…
— Bueno, no, porque de hecho hay obras que a uno como lector le encantan y que lo que quiere es justamente que el autor siga pronunciando aquello sobre lo que va.
— Sí. Yo lo traduzco a falta de poder. No tengo poder. Es muy pequeño el poder que yo…
— Para cambiar el mundo con tu literatura (risas).
— Para hacer un libro como la gente. Arranquemos por el principio.
— ¿Estos libros eran libros separados o siempre fueron dos libros en paralelo?
— No, siempre fueron dos libros separados con una escena que por una cuestión de amnesia se repetía en algún momento y dije: bueno, la produzco como una verdadera escena común, que estaba ya, y separo los libros. Porque en principio la idea de la editorial era juntarlos, porque no tiene mucho sentido decir: son dos novelas cortas. Podés poner Un hombre, una mujer, o Tres mujeres como puso Musil, y ya tenés resuelto el asunto. Pero para mí se quedaba corto, o sea, yo me quedaba corto con la sensación que tengo del libro como continente y que no da abasto a lo que le pide el lenguaje que hay en su interior. Y como había ese cruce como de cadenas causales, bueno, que haya una encrucijada en la que los personajes sigan su camino con la melancolía de que podrían haberse detenido en el otro libro, como pasa habitualmente con nosotros cuando nos detenemos o seguimos de largo en situaciones en las que decimos: qué hago. Me parecía que había como una inserción del carácter vital de la literatura o de la vida a la que la literatura le puede dar cierta prestación artística y decir: che, mirá, están separados los libros porque las vidas de las personas están separadas. Y así como podrían reunirse con la vida de otras personas que pasan de largo en nuestra vida, podrían haberse quedado ahí. Entonces, me parece que, como maqueta de lo que sería una literatura con aspiraciones a, no sé, intentar extraer algo de la vida material, el chiste se daba con los libros separados y no con los libros juntos.
— ¿Vos viste la película coreana Vidas pasadas? La de la escritora coreana que llegó a Canadá de chica y que se separó del que era su gran amigo, a quien vuelve a ver.
— No.
— Ah. Porque ahí aparece otro de los temas que también siempre lo tengo en la cabeza que es: “qué habría sido de nosotros si…”. Que es esto de lo que estás hablando. Bah, lo tengo yo en la cabeza, todos lo tenemos en la cabeza.
— Todos lo tenemos en la cabeza. Aparte, viste cómo es, te detuviste y decís: pero por qué no seguí. Y seguiste y decís…
— Bueno, en Un hombre, eso, sigue de largo. En Dos mujeres se ve cómo se ve eso que él hace. Él dice algo así como: no puedo, sigo de largo, y del otro lado ellas ven cómo sigue de largo y al toque, como si se arrepintiera.
— Pero tarde, ¿no? Típico del hombre.
— Pero lo que me interesa es que hay como una forma Becerra del teleteatro en esa escena.
— Bueno, sí, mi formación literaria viene de Alberto Migré.
— Por eso. Me gusta, me gusta.
— Mirá, yo recuerdo un hecho por supuesto muy anterior a leer a Puig. Muy anterior. Que Puig también es otro de mis escritores, así como Saer.
— Y cómo no, por favor.
— Me fascina. Aparte es un escritor de pueblo. Yo que soy de un pueblo, más o menos un pueblo, digamos, comprendí siempre el código de Puig. No lo admiré como si fuese, no sé, el Wharhol de la literatura. No, lo admiré como un telenovelista. O un cinenovelista, en su caso. Pero yo tengo el recuerdo del primer relato de amor del que me sentí muy atraído, muy atrapado, y yo tendría 12 años. Fue con Piel naranja, la novela con Arnaldo André y Marilina Ross. Yo estaba totalmente enamorado de Marilina Ross pero de una manera, con 12 años… Y ese amor que termina en tragedia, esa vuelta de tuerca.

— Sufrimos mucho.
— No sé vos, yo sufrí muchísimo.
— Muchos sufrimos tremendamente con esa novela y ese final.
— Y la plataforma en la que sucedía eso era lo que yo llamaría la literatura del afecto. Que yo quizás en los primeros libros lo he querido reprimir porque “a ver si todavía a mi libro lo lee Beatriz Sarlo y no le gusta”. Que era un poco lo que lel pasaba al escritor de mi generación. Yo tardé un poquito en…
— En soltarte ahí.
— Sí. Pero estaba seguro, seguro, que iba hacia la literatura del afecto.
— Bueno, Amor tiene mucho eso y a mí me gustó mucho también por eso. Explicame un poco la idea de “literatura del afecto”.
— Lo llamo así en el sentido de creo que hay que sentir algo cuando uno escribe. No sé si tiene mucha onda pensar. Entonces, los puntos de reunión entre el ejercicio de escribir y lo sensual, el hecho afectivo, para mí es muy importante que ocurran. Es decir, no me veo escribiendo sin puntos de reunión entre estos dos campos aparentemente dislocados que son, o que se encastran de manera forzada. Para mí se encastran de una manera muy natural. Escribir de algún modo tiene que darme algo del orden de lo afectivo.
— ¿Por qué decís afectivo y no emocional?
— Bueno, sí, es lo mismo. Digamos que se pueden intercambiar esas palabras. Sí, emocional, cómo no. Me interesa porque como lector por supuesto me interesan las ideas, pero…
— Pero también te gusta conmoverte cuando leés.
— Es que creo que es lo que más me gusta. Lo que más me gusta son esos momentos del libro en los que no sé muy bien qué hacer. Por ejemplo, si seguir o quedarme en el libro. Me pasa con un cuadro. Me pasa con cualquier cosa. Con una película. En el sentido de: puta, me la pusieron. Estos tipos, el que hizo eso o la persona, el hombre o la mujer que hizo eso con su obra, con su objeto.
— La escena es ésta. (N. de la R.: hago la mímica de cerrar un libro y quedarme con el libro cerrado entre las manos, mirando hacia la nada)
— Esto me está liquidando. Sí, cerrás el libro. No podés seguir. Decís: esa lectura está pasando en un orden que no es el de la lectura, es otro orden. Como que perforó el compartimiento. O sea, perforó lo que divide la vida del arte. Entonces se produce una especie de anegación, de inundación, de filtración. Y lo sentís, no es que lo pensás. Por supuesto, después, cuando te preguntan qué pasó en ese momento del libro que tanto te fascinó, empezás a utilizar recursos más racionales para poder explicar lo que te pasó.
— Tratás de analizar.
— Pero lo que te pasó es: bueno che, esto me tocó. No sé cómo decirlo.
— A mí la verdad que lo que más me gusta de esa literatura que vos bien decís “esto me toca o esto me tocó” es cuando eso ocurre con textos contenidos, o con textos que van en otra dirección. Cuando vos no lo ves como el efecto que se buscó.
— Vos decís cuando aparece como que se le escapa al autor.
— Sí. Que de alguna manera eso se escapó y el relato vuelve en todo caso después a un tono. Que puede ser un tono muy serio o puede ser un tono más jocoso. Pero que hay un momento en donde eso, no lo sabría explicar, tendría que buscar ejemplos. Pero en estas dos novelas hay momentos así.
— Es que para mí la emoción es un valor en la literatura y en el arte. Porque te deja medio boludo. Te deja medio pelotudo. Te deja como que no sabés muy bien dónde estás. Hay como una confusión de dimensiones que no sabés dónde estás, no sabés cómo te llamás. El otro día leí la mejor respuesta sobre quién es uno, digamos. Ante la pregunta de “quién te parece que sos”, viste que entonces uno empieza a describirse. Pero hay que tener ganas, realmente. Y la mejor respuesta a esa pregunta que escuché fue cuando David Lynch se la hizo a Harry Dean Stanton, no sé si la viste.
— No.
— Lynch le preguntó: y vos cómo te consideras, quién pensás que sos. Y el otro le dijo: Nada, no hay yo.
— Bueno, en un actor decir eso…
— Pero aparte es como dar en la tecla. Y yo digo: pero en qué momento vos podés decir eso. En los momentos en los que te sentís identificado con la imagen que das o que los demás reciben de vos, por esa confusión que hay de que Fulano es tal cosa y Fulano es tal otra. O podés responder en el momento en el que verdaderamente sentís que estás perdido. Entonces, en ese momento emotivo de la lectura no sé dónde estás, pero no estás en lo que sos siempre.

— Te corriste por un momento de lo que sos.
— Sí.
— Te hago la última pregunta porque me quedé pensando. Si Juan Becerra se fuera, si abandonara su vida habitual y se convirtiera en otra persona, ¿qué vida te imaginás para vos?
— Yo me imagino caminando. Es como lo único que me imagino. Me imagino caminado al ritmo que camino cuando camino solo, por lo general me gusta mucho caminar solo. Viendo cosas. Encontrando como una velocidad personal que no es la de todos los días porque la velocidad de todos los días uno ya la perdió. Es la velocidad de la que hablaba Barthes, la velocidad fascista del biorritmo del poder. Te empuja. Medio que te meten el dedo en el orto y uno tiene que ir a mil kilómetros por hora. Y eso es totalmente antinatural para cualquiera. Quiero decir, ser lento o ser rápido, que son cosas como de la cultura, que es lo que impone la velocidad, no tiene nada que ver con la velocidad de cada uno. Y me gustaría caminar hacia el campo, digamos, ¿no? O sea, un poco me iría caminando a Junín (risas).
— Pensé, pensé que iba por ahí.
— A qué, no sé.
— Volverías, digamos.
— Claro. A qué, no sé. Pero caminaría para aquel lugar, para el Oeste.
INTERNACIONAL
Trump border wall materials sold by Biden may soon find their way back to the feds, auctioneer claims

NEWYou can now listen to Fox News articles!
FIRST ON FOX: The global government-surplus auction house that listed unused components of President Donald Trump’s border wall under the Biden administration told Fox News Digital on Friday that it plans to coordinate with the Trump administration to return some of the materials to the federal government.
In January 2021, President Joe Biden set in motion the chain of events that would eventually lead to the sale of unconstructed border wall components and implements.
«Like every nation, the United States has a right and a duty to secure its borders and protect its people against threats. But building a massive wall that spans the entire southern border is not a serious policy solution,» Biden said in an executive order halting construction.
Until Friday, the ultimate fate of the unused border wall materials – originally estimated to be worth between $260 million and $350 million – remained largely unclear. A contentious court battle in Texas last December resulted in a 30-day freeze on the auctions, but little has publicly transpired since.
BORDER WALL CONSTRUCTION SURGES AHEAD AS ILLEGAL CROSSINGS PLUMMET TO HISTORIC LOWS
Piles of unused border fence sit at one of the border wall construction staging areas on the Johnson Ranch near Columbus, New Mexico, on April 12, 2021. (Getty)
In a statement to Fox News Digital, GovPlanet – an auction clearinghouse for public-sector and government surplus – announced Friday they have reached a breakthrough deal with the Trump administration.
«GovPlanet has reached an agreement, working with the Office of the Border Czar, to return border wall materials that were previously deemed surplus and sourced by the federal government to GovPlanet via existing contracts,» said the company, a subsidiary of an Illinois-founded, British Columbia-based international operation called Ritchie Brothers Auctioneers-RB Global.
«A third-party firm that has been contracted for construction of the border wall will take receipt of the materials over the next 90 days,» GovPlanet added.
GovPlanet officials said they were pleased to work with the administration to return the materials «at-cost» to the feds and «protect the millions of dollars that U.S. taxpayers had already invested in this initiative.»
«We are expediting the transfer of these materials to support the administration’s border protection plans. We value our longstanding partnership with the U.S. government and look forward to continuing to support America’s federal agencies.»
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Asked about the claim from the auction house, a White House official told Fox News Digital the Trump administration is «grateful for all third parties who are interested in helping keep America’s borders safe and secure.»
After Biden’s order freezing construction, which ultimately led to the erstwhile auctions, Sens. Deb Fischer, R-Neb., and Joni Ernst, R-Iowa, said taxpayer money was being spent by the Pentagon to guard the materials as they languished in the New Mexico desert.
A 2023 release from Fischer cited a $130,000-per-day figure for the storage and security of the panels in New Mexico and Arizona.
A provision in the annual 2024 National Defense Authorization Act (NDAA) required the Pentagon to submit a plan for transfer or sale of the materials.
About 60% of the border wall components were transferred to southwestern states like Texas and California as well as U.S. Customs and Border Protection.
Texas Lt. Gov. Dan Patrick told Fox News at the time that Texas purchased about $12 million from an auction.
Tens of thousands of bollards, panels and components, including structural tubing, were later put up for auction on GovPlanet.
Dozens of lots of materials were listed for auction by August 2023, according to the New York Post. The paper cited a $154,200 payday for 729 «hollow beams,» in one example.
Screenshots on ABC-15 Phoenix’s website showed 33-foot by 8-foot steel wall panels being sold for $1 apiece in sets of five.
Ernst lambasted the administration upon the news, saying that materials purchased with hard-earned taxpayer funds were being sold for «pennies on the dollar.»
By that time, a total of $498,000 had been paid for the overall materials, according to Newsweek. The outlet cited the U.S. Army Corps of Engineers in confirming the implements were being marketed in accordance with federal acquisition regulations.
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But, the trail began to go cold after that hot summer, as Lt. Gov. Patrick informed Hearst Newspapers in December he had been told that any further sales would be frozen until after Trump’s second inauguration.
Texas Land Commissioner Dawn Buckingham argued in court that the Biden administration was ignoring prior court orders by selling off the components, according to the Houston Chronicle.
GovPlanet appeared to de-list the items around that time.
In a Dec. 27 ruling, Texas federal Judge Drew Tipton barred the selling of wall materials for 30 days, according to Law & Crime.
The outlet added, citing Texas Attorney General Ken Paxton, that Tipton further asked the Biden administration to explain whether it violated a prior ruling in Texas’ favor that required certain funds be spent on border wall construction.
Texas had claimed Biden’s auctions were netting buyers wall components at a rate that would have added up to about a half-mile per day, if constructed as Trump originally intended.
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There appeared to have been little movement on the sales since the 30-day moratorium expired in January, until Fox News Digital contacted GovPlanet on Friday.
Several reports said the federal government no longer owns the border wall components the Biden administration set for auction, and that GovPlanet/RBGlobal legally possesses them.
Art del Cueto, a Border Patrol union official, told ABC-15 that the stock cited in reports on the sales could «pretty much be utilized.»
«They could put down footing, pick it back up and use it,» he said.
«When you have to start with the new administration, wanting to rebuild it, what are we going to have to do, you’re going to have to use more taxpayer-funded money, which is insane to me,» del Cueto added.
Fox News Digital reached out to Patrick’s office and DHS for comment.
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INTERNACIONAL
El enemigo público número uno de Francia y Canadá cuyo nombre fue sinónimo de asesinatos, fugas y violencia

Jacques Mesrine
Era el 2 de noviembre de 1979 y la Porte de Clignancourt hervía de tráfico. El Renault Estafette policial, de color blanco, aguardaba detenido en la esquina, como si su conductor esperara una señal. Adentro, en silencio, un comando de la Brigade de Recherche et d’Intervention sostenía los fusiles con las culatas apoyadas en las rodillas. Faltaban segundos. Y en esos segundos se condensaban casi dos décadas de persecuciones, fugas, atracos, asesinatos y titulares que habían convertido a Jacques Mesrine en el enemigo público número uno de Francia y también de Canadá.
Mesrine robó y mató en dos continentes, se había fugado de cárceles consideradas inexpugnables, desafiado a jueces en sus propios despachos y burlado la vigilancia en pleno tribunal. Lo habían buscado en París, Montreal, Quebec, Caracas y en cada camino intermedio. Su nombre ya era sinónimo de fuga, audacia y violencia. Pero también era un espejo incómodo para un país que, al condenarlo, parecía al mismo tiempo fascinado por él. Aquella mañana de noviembre, mientras su BMW 528i gris se acercaba al cruce, Mesrine no lo sabía, pero la Francia que lo había convertido en leyenda estaba a punto de eliminarlo.
Jacques Mesrine nació el 28 de diciembre de 1936 en Clichy-la-Garenne, un suburbio industrial al noroeste de París. Su padre, Albert, trabajaba como empleado en una fábrica, hombre de carácter reservado; su madre, Fernande Boulogne, era costurera, más severa que cariñosa, preocupada por la respetabilidad de la familia. Jacques creció en una casa donde la autoridad era clara y la infancia tenía límites marcados por la austeridad de una clase media que aspiraba al orden más que a la aventura.
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En 1956, con 19 años, ingresó en el ejército francés y fue enviado como paracaidista a Argelia en plena guerra colonial. Ese conflicto fue brutal… para los argelinos. Era una lucha de emboscadas, allanamientos, interrogatorios y represión. Mesrine, como otros jóvenes soldados, fue testigo y partícipe de ejecuciones sumarias y torturas. Argelia le enseñó a mirar la vida y la muerte con un desapego que no lo abandonaría jamás.
Regresó a Francia en 1959. El país, que vivía el clima político tenso de la Quinta República de De Gaulle, no recibía a los veteranos con honores. Sus empleos fueron inestables: vendedor, camarero, decorador de interiores. Se aburría. Caminó despacio hacia el bajo mundo, como quien no quiere la cosa. En los cafés de Pigalle y Montmartre, conoció a viejos camaradas de armas que también buscaban algo más rentable y divertido que la vida como empleados.
Conoció a ladrones, falsificadores y contrabandistas y comenzó con robos menores
Sus objetivos fueron coches de lujo y joyerías pequeñas. Jean-Lucien Raid, conocido ladrón de bancos, le dio una mano. Vio en él algunas condiciones que no eran comunes en el hampa, cierta ética si cabe la palabra: cumplía lo pactado, repartía el botín sin trampas, se ponía al frente cuando las cosas no salían bien, no explotaba mujeres, no traficaba droga. Jacques Mesrine.
La policía lo conoció como un ladrón de golpes rápidos, sin sangre en la mayoría de los casos, planificados y con ejecución impecable. Iniciaban los años 60 cuando lo detuvieron por primera vez. De la cárcel salió con más conocimientos y más contactos.
En esa época, la mafia corsa mandaba en París y Marsella. Controlaban el juego, la prostitución, los asaltos y una parte importante de la ruta de heroína que salía de Marsella rumbo a Norteamérica, la célebre “French Connection”. Los clanes corsos operaban con jerarquías rígidas y con un sentido de la “familia” que mezclaba lealtades, dinero y silencios comprados.
Mesrine, ladrón reconocido
Comenzó a frecuentar este nuevo ambiente. Sin embargo, no era un hombre que encajara: no aceptaba recibir órdenes. Podía colaborar, pero no someterse. No participó en ninguna operación de drogas (no era un moralista; creía que llamaba más la atención de la Policía que el robo de bancos). Y veía la explotación de mujeres como un negocio que generaba enemigos por todos lados. En fin, fue un colaborador ocasional de los corsos. No se integró. Era un lobo independiente.
Este desencuentro con los corsos, más que cerrarle puertas, lo empujó a mirar hacia afuera: Canadá, Venezuela y otros destinos donde podía moverse sin estar atado a nadie.
En 1965, Jacques había concluido su primer matrimonio con Lydia de Souza. Conoció entonces a Jeanne Schneider. Ella trabajaba en un club nocturno de Pigalle, donde alternaba con clientes. Él quedó atraído por su astucia y su capacidad de sostenerle la mirada sin vacilar. Tres años después la pareja decidió dejar Francia. La Policía lo tenía en la mira y podía terminar mal.
Canadá ofrecía un cambio de escenario: anonimato
En Montreal, Jeanne y Jacques se presentaron como un matrimonio en busca de trabajo y fueron contratados por el industrial Georges Deslauriers, un empresario de éxito, con una discapacidad física que lo mantenía en su mansión de Mont‑Saint‑Hilaire. Mesrine hizo de chofer y ocasional ayudante, Jeanne de ama de llaves. En esos roles, duraron unos meses. La ruptura llegó por un incidente menor: una discusión entre Mesrine y el jardinero de la propiedad escaló hasta el punto de tensar la relación con Deslauriers.

Mesrine armado.
Pocas semanas después, el 12 de enero de 1969, Mesrine y Schneider secuestraron a Deslauriers, trasladándolo a un lugar apartado y exigiendo un rescate de 200.000 dólares. El cautiverio no duró mucho: el empresario logró escapar. Eran mejores ladrones que secuestradores. La prensa de Montreal los apodó los “Bonnie y Clyde franceses”. Ellos cruzaron la frontera hacia los Estados Unidos. En el camino, se alojaron en un motel. La propietaria, Evelyne Lebouthillier, apareció muerta en circunstancias que la Policía vinculó con la pareja.
El 30 de junio de 1969, Mesrine y Schneider fueron arrestados en el estado de Arkansas gracias a los informes proporcionados por la Policía de Quebec. Los extraditaron a Canadá. En enero de 1971, fueron absueltos por falta de pruebas en el caso Lebouthillier, pero con el secuestro de Deslauriers no les fue tan bien: Jacques recibió 10 años de prisión y Jeanne 5. Ella fue enviada a una cárcel de Montreal y Mesrine a Saint‑Vincent‑de‑Paul, en Laval, Quebec. Jeanne fue liberada a mediados de los años 70. El resto de su vida transcurrió con discreción.
Jean‑Paul Mercier y una fuga histórica
Jean‑Paul Mercier era un asaltante de bancos canadiense que se relacionó en prisión con Mesrine. La conexión Mesrine‑Mercier sería determinante, y no solo para su estancia en prisión: estaba a punto de convertirse en una sociedad que daría forma a una de las fugas más comentadas de la historia criminal canadiense. Jean‑Paul conocía la prisión de memoria y sabía que las rutinas podían ser aprovechadas. Ambos fueron asignados a trabajos en la carpintería del penal. ¡Tenían a disposición materiales, herramientas y vigilancia muy relajada!
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Allí, mientras cortaban madera y reparaban mobiliario, comenzaron a planificar. Con ayuda de otros cuatro internos de confianza, empezaron a ocultar limas y cuchillas que podían transformarse en armas. El 21 de agosto de 1972, durante el cambio de guardia al mediodía, en un momento en que la vigilancia era mínima, Mesrine y Mercier, junto con sus cómplices, controlaron a varios custodios de la carpintería, los desarmaron y tomaron sus pistolas. Avanzaron hacia el patio. La sorpresa limitó la cantidad de disparos de guardias desprevenidos. Llegaron a la puerta principal. Los guardias externos fueron neutralizados, les sacaron las llaves y salieron. Los esperaba un automóvil.
Apenas diez días después, con los ojos de Canadá puestos sobre sus movimientos, Mesrine y Mercier regresaron a la misma prisión para rescatar a sus compañeros. Dispararon contra los muros y los puestos de vigilancia. Dos guardias resultaron heridos y Mercier recibió impactos en la pierna y el brazo. La operación fracasó para ellos y huyeron.
Tras la fuga del 21 de agosto de 1972 y el ataque fallido al penal del 3 de septiembre, Mesrine y Mercier siguieron juntos un tiempo, alternando escondites en zonas rurales de Quebec y golpes rápidos a bancos y comercios.
Los asesinatos de Mesrine
El Servicio de Policía de Montreal y la Sûreté du Québec se empeñaron en capturarlos. El 10 de septiembre de 1972, los prófugos fueron hasta una zona boscosa cerca de Saint‑Louis‑de‑Blandford, para practicar tiro al blanco. En un automóvil, llevaban armas. El ruido de las detonaciones alertó a guardabosques locales que se acercaron a investigar. Los guardabosques eran Médéric Côté, de 62 años, y Ernest Saint‑Pierre, de 50 años. Mesrine mató a tiros a Côté y Mercier le disparó y mató a Saint‑Pierre.
En diciembre de 1972, atraparon a Mercier en Montreal (moriría cumpliendo su condena). Mesrine continuó prófugo. En ese contexto, aparece Jocelyne Deraiche, una joven canadiense vinculada a círculos mafiosos. A mediados de 1973, cuando la presión era extrema, la pareja cruzó hacia Estados Unidos con documentos falsos y apoyo de contrabandistas. Luego entraron en Caracas, Venezuela, donde secuestraron y robaron bancos. Cuando tuvieron el dinero suficiente, regresaron a Francia.
París era para Mesrine terreno conocido
En lugar de instalarse con bajo perfil buscó cultivar su imagen pública de criminal con códigos, lo que reiteró en numerosas entrevistas. La publicación de su libro L’Instinct de Mort reforzó ese personaje.
Sylvia Jeanjacquot, de unos 20 años, trabajaba en clubes nocturnos. Mesrine la sedujo con promesas de una vida aventurera, aunque implicaba estar junto a un hombre que vivía rozando la muerte o la cárcel. Desde entonces, Sylvia pasó a ser su pareja inseparable. Mesrine y Sylvia Jeanjacquot, su última compañera.
La Brigade de Recherche et d’Intervention (BRI) era la unidad más temida por los delincuentes de París. Su jefe, el comisario Robert Broussard, era conocido en todos los cafés y antros de Pigalle. En septiembre de 1973, la BRI ubicó su escondite, un departamento alquilado con nombre falso en la avenida de la Salpêtrière. Rodearon el edificio y el propio Broussard golpeó la puerta. Mesrine pidió ver su credencial, provocándolo. Abrió. Tenía un cigarro en la boca y levantó una botella de champagne. Broussard dijo más tarde: “Fue una rendición teatral”. Sobre la mesa del living, además del champagne y unas copas, había una pistola 9 milímetros.
20 años de prisión
La causa por robos, portación de arma y agresión a policías, se demoró meses. La Cour d’assises de Paris, con la presidencia del juez Charles Petit, lo condenó a 20 años de prisión. Durante el juicio, mantuvo su actitud provocadora: en un momento, extrajo una llave y la arrojó hacia los periodistas diciendo que era la llave que un guardia corrupto usaba para abrir sus esposas, insinuando que el sistema judicial y penitenciario estaba podrido desde adentro.
Con la sentencia firme, fue trasladado al penal de La Santé, en el distrito 14 de París, la prisión más emblemática de Francia, conocida por su régimen estricto, sus celdas de aislamiento y su arquitectura concebida para impedir fugas. Mesrine entró allí con la etiqueta de preso peligroso y con la vigilancia puesta sobre cada uno de sus movimientos. Muy fanfarrón, Mesrine decía: “Ninguna prisión es inviolable, depende de quién esté adentro”. Esperó.
En 1978, compartía pabellón con François Besse, otro fugitivo legendario, especialista en fugas y robos. Los dos pasaron semanas estudiando las rutinas carcelarias. La clave estuvo en los parloirs, las salas de visita entre presos y abogados. Mesrine tenía entonces como abogado a Georges Kiejman, que desconocía el plan de fuga, pero que Jacques llamaba a cada rato para poder analizar accesos y tiempos de vigilancia. Con la complicidad de los corsos desde afuera y guardias sobornados, lograron introducir armas y cuerdas.
La nueva fuga
El 8 de mayo de 1978, Mesrine y Besse, mientras iban hacia el parloir, dominaron a un guardia, inmovilizaron a otro custodio, se vistieron con la ropa de ellos. Fueron hasta un sector de mantenimiento y subieron a los techos. Con cuerdas, descendieron por la fachada exterior, donde los esperaba un vehículo. Todo fue a plena luz del día y rápido.
Los dos prófugos nunca permanecieron más de dos noches en un mismo lugar, cambiaban coches robados o alquilados con documentación falsa y mantenían el contacto con una red de apoyo proveniente tanto de los corsos como de viejos cómplices.
Semanas después de la fuga, robaron el Crédit Lyonnais de la Rue de la Convention. Luego asaltaron el Casino de Deauville. En estos golpes, la prensa desempeñó un papel clave: los diarios publicaban titulares con su nombre y Mesrine alimentaba su imagen de bandido público número uno. Concedió entrevistas, en especial a Libération y Paris Match, en las que denunciaba un sistema carcelario brutal.
Un golpe riesgoso
El juez Charles Petit, de la Cour d’assises de Paris, que lo había condenado a 20 años de prisión, fue el siguiente blanco de Mesrine. Ahora, prófugo y con prensa, decidió vengarse. Quería secuestrarlo. No buscaba dinero sino un golpe simbólico contra la justicia francesa.
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La operación comenzó a gestarse a fines de 1978. François Besse, su socio en fugas y robos, rechazó el plan: no veía ningún beneficio práctico y entendía que el riesgo era enorme. Mesrine entonces recurrió a dos hombres de confianza: Jean‑Luc Coupé y Christian Kopf, viejos conocidos que no tenían la pericia de Besse. Los tres realizaron seguimientos de la rutina del juez.
La noche elegida, Mesrine y sus cómplices esperaron cerca de la residencia de Petit. El juez no apareció: había modificado su agenda por precaución. Jacques decidió entonces entrar en la propiedad. Tomó a la familia del juez como rehén, aunque por breve tiempo. El plan ya estaba comprometido: el objetivo no estaba en el lugar y la Policía estaba atenta. Cuando se iban, se encontraron con patrullas policiales. Se tirotearon. Jean‑Luc Coupé y Christian Kopf fueron arrestados. Mesrine escapó. El intento de secuestro del juez fue un fracaso. Dijeron luego que la orden de atrapar a Mesrine como sea vino del presidente Valéry Giscard d´Estaing.
Las 15:15 del 2 de noviembre de 1979
Mesrine manejaba un BMW 528i y se detuvo detrás de un camión con plataforma cubierta de lona, esperando que el semáforo se pusiera en verde. Se había colocado el cinturón de seguridad. De golpe se levantó la lona del camión. Lo último que Mesrine vio fue a cuatro agentes abriendo fuego desde el camión. El auto acribillado de Mesrine.
De las aproximadamente treinta balas disparadas con tres carabinas Ruger y una metralleta Uzi, dieciocho dieron en el «Enemigo Público n.º 1». Utilizaron balas explosivas semiblindadas, que causan heridas irreparables en el cuerpo al fragmentarse al impactar. Un policía que llegó a pie remató con un tiro en la sien. Esto ocurrió en la Puerta de Clignancourt, en el distrito XVIII de París, no lejos de la Calle de Belliard, donde vivía Mesrine.
La mayoría de los policías que participaron en esta emboscada admitió posteriormente que tenían órdenes de matar a Mesrine. Solo el jefe de policía, Robert Broussard, a cargo de toda la operación, dio la versión oficial: «Recibió una advertencia, pero intentó tirar las granadas que tenía en el píso del coche y los hombres le dispararon; punto».
Los policías también dispararon contra la acompañante de Mesrine, Sylvia Jeanjacquot. Sylvia recibió siete balazos en la cabeza pero sobrevivió. Perdió un ojo y fue operada varias veces.
La Policía permitió fotografiar y filmar el cadáver de Jacques Mesrine en el asiento del automóvil. La leyenda había terminado.
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