INTERNACIONAL
Cómo fueron los funerales de Juan Pablo II y Benedicto XVI

El papa Francisco, fallecido el lunes pasado en el Vaticano a los 88 años, fue despedido con un funeral que marcó un antes y un después en la historia de la Iglesia Católica. Jorge Mario Bergoglio dejó instrucciones claras para que su entierro reflejara los valores de sencillez y humildad que promovió durante su papado. Este cambio, que él mismo impulsó al aprobar nuevas normas litúrgicas, buscó alejarse de los rituales opulentos que caracterizaron los funerales de sus predecesores.
En abril del año pasado, el Sumo Pontífice aprobó una nueva edición del libro litúrgico para las exequias papales, conocido como el “Ordo Exsequiarum Romani Pontificis” (Rito de las exequias del Romano Pontífice). Este documento, publicado en noviembre pasado, establece directrices que simplifican los ritos funerarios de los pontífices, con el objetivo de destacar su papel como pastores y discípulos de Cristo, en lugar de figuras de poder terrenal.

Uno de los cambios más notables en las exequias papales fue la eliminación del uso de tres ataúdes, una práctica que había sido parte de los funerales de los pontífices durante siglos. Esta tradición, que simbolizaba la dignidad y el poder del papa, será reemplazada por un único ataúd, en línea con la visión de Francisco de un entierro más sencillo y acorde con los valores cristianos.
Esta decisión es parte de un esfuerzo más amplio por despojar a los funerales papales de elementos que puedan interpretarse como símbolos de riqueza o poder. En lugar de ello, se busca enfatizar el papel del papa como líder espiritual y pastor de la Iglesia Católica, siguiendo el ejemplo de Cristo.
La decisión de Francisco de reformar las exequias papales no solo reflejó su visión personal de la Iglesia, sino que también estableció un precedente para futuros pontífices. El impacto de estas reformas va más allá del simbolismo. Al simplificar los funerales papales, Francisco envía un mensaje poderoso sobre la naturaleza de la Iglesia y su misión en el mundo.
Sin embargo, el funeral de este domingo del primer papa latinoamericano llevó a recordar al de sus dos últimos antecesores que, por diferentes motivos, también quedaron en el recuerdo.
El 2 de abril de 2005, a las 21:37 horas, el Vaticano anunció oficialmente la muerte de Juan Pablo II, marcando el inicio de un periodo de “sede vacante” tras el fallecimiento del pontífice a los 84 años. Este suceso no solo significó el fin de un pontificado de 27 años, sino que también dio paso a un evento sin precedentes en el siglo XXI: el primer funeral de un Papa en esta nueva era. El entierro de Karol Józef Wojtyła, conocido como “el Papa bueno”, se convirtió en un acontecimiento de relevancia mundial, reuniendo a líderes de más de 80 países y representantes de ocho casas reales.
El estado de salud de Juan Pablo II había generado preocupación en las semanas previas a su fallecimiento. En sus últimas apariciones públicas, el deterioro físico del pontífice era evidente, al punto de que ya no podía articular palabras. Su muerte marcó el inicio de un complejo protocolo fúnebre en la Santa Sede, que no se había activado en casi tres décadas. Este proceso incluyó la organización de un funeral de Estado que congregó a miles de personas en la Plaza de San Pedro, en el corazón del Vaticano.
Entre el 2 y el 8 de abril -día del funeral- más de tres millones de fieles llegaron a la capital italiana para despedirse de Juan Pablo II.
El día del funeral se estima que en la plaza hubo cerca de medio millón de personas, y otro medio millón siguió el histórico evento por las pantallas ubicadas en diferentes partes de la ciudad.
El pontificado de Juan Pablo II dejó una huella imborrable en la historia contemporánea. Durante su mandato, el Papa polaco desempeñó un papel crucial en algunos de los cambios políticos más significativos de la segunda mitad del siglo XX. Su influencia fue especialmente notable en la caída del comunismo en Europa del Este, donde su apoyo al movimiento Solidaridad en su natal Polonia fue determinante. Este legado político y espiritual quedó reflejado en la magnitud de su funeral, que fue descrito como un homenaje global a su figura.
El entonces cardenal Joseph Ratzinger, quien más tarde sería elegido como Benedicto XVI, ofició el funeral de su predecesor. En su homilía, que quedó grabada en la memoria colectiva, destacó la figura de Juan Pablo II como un líder espiritual de alcance global.
El evento no solo atrajo a cientos de miles de fieles, sino que también contó con la presencia de líderes políticos y religiosos de todo el mundo. Entre los asistentes se encontraban los Reyes Juan Carlos y Sofía de España, así como la Reina Margarita de Dinamarca, quienes representaron a las casas reales europeas.
La diversidad de los asistentes subrayó el impacto universal del pontífice, cuya labor trascendió las fronteras del catolicismo para influir en la política y la sociedad global.
El funeral de Juan Pablo II no solo fue un acto de despedida, sino también un evento cargado de simbolismo. La ceremonia se llevó a cabo en la Plaza de San Pedro, un lugar emblemático para la Iglesia Católica. La multitud que se congregó allí reflejaba la diversidad de los fieles que el Papa había inspirado durante su pontificado. Desde líderes mundiales hasta ciudadanos comunes, todos se unieron en un último adiós al hombre que había guiado a la Iglesia durante casi tres décadas.
Durante el funeral, celebrado en la explanada de la basílica de San Pedro, la multitud pedía su canonización inmediata, gritando en italiano: “¡Santo súbito!” (“¡Santo ya!”).
La ceremonia fue retransmitida por todo el mundo, como en Cracovia, su ciudad natal en Polonia, donde 800.000 personas la siguieron en pantallas gigantes.

El impacto de este evento se sintió más allá de las fronteras del Vaticano. La cobertura mediática global permitió que millones de personas en todo el mundo siguieran el funeral en tiempo real, convirtiéndolo en uno de los eventos más vistos de la historia. Este nivel de atención mediática subrayó la importancia de Juan Pablo II como una figura no solo religiosa, sino también cultural y política.
El entierro de Juan Pablo II marcó un precedente para los funerales papales en el siglo XXI. La magnitud del evento, tanto en términos de asistencia como de impacto mediático, estableció un estándar para futuros pontífices. Este funeral fue un reflejo del papel central que el Papa había desempeñado en la escena internacional, así como de la profunda conexión que había establecido con los fieles de todo el mundo.
A 20 años de aquel histórico evento, el recuerdo del funeral de Juan Pablo II sigue vivo como un testimonio de su legado. Su figura continúa siendo un símbolo de unidad y esperanza para millones de personas, y su funeral permanece como un ejemplo de cómo un líder espiritual puede trascender las barreras religiosas y políticas para dejar una marca indeleble en la historia.
El 31 de diciembre de 2022, a las 9.34, el papa emérito Benedicto XVI murió en su residencia del monasterio Mater Ecclesiae en el Vaticano. A diferencia de los otros pontífices, su fallecimiento no fue anunciado en la Plaza de San Pedro, sino por Matteo Bruni, director de la Oficina de Prensa del Vaticano.
Posteriormente, su cuerpo fue colocado en la capilla del monasterio en el que vivió tras su renuncia.
El funeral de Benedicto XVI, celebrado en la plaza de San Pedro del Vaticano el 5 de enero de 2003, no solo representó un momento solemne para la Iglesia católica, sino también un evento cargado de simbolismo histórico. Presidida por el papa Francisco, la ceremonia evocó inevitablemente el recuerdo de las exequias de Juan Pablo II, realizadas en el mismo lugar en abril de 2005.
La atmósfera que rodeó el funeral de Benedicto XVI fue notablemente distinta a la que se vivió tras la muerte de Karol Wojtyla. En 2005, la Iglesia católica enfrentaba la incertidumbre de un cónclave inminente y la expectativa global por la elección de un nuevo pontífice. En contraste, la despedida de Benedicto XVI se desarrolló en un contexto más sereno, reflejo de su carácter reservado y de su decisión de renunciar al papado en 2013, un acto sin precedentes en la historia moderna de la Iglesia. De hecho, solo asistieron delegaciones oficiales de Italia y Alemania, su país natal.

No obstante, no estuvo exento de complejidades, ya que su fallecimiento puso fin a una década de equilibrio entre dos figuras papales que convivieron en el Vaticano.
El papa Francisco, quien presidió la misa de réquiem, ofreció una homilía en la que centró sus palabras en reflexiones sobre Jesús crucificado y la labor pastoral, haciendo una alusión implícita a Benedicto XVI. En sus palabras, destacó “la conciencia del pastor que no puede llevar solo lo que, en realidad, nunca podría soportar solo y, por eso, es capaz de abandonarse a la oración y al cuidado del pueblo que le fue confiado”. Como cierre, expresó: “Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz”.
Durante los años de convivencia en el Vaticano, Francisco había descrito a Benedicto XVI como “un sabio abuelo” cuya presencia era una fuente de consejo y apoyo.
Ratzinger fue enterrado en las Grutas Vaticanas, en la tumba que antes ocupaban los restos de Juan Pablo II.
INTERNACIONAL
El vuelo que no iba a Nagasaki y las nubes que cambiaron todo: la bomba que marcó el fin de la Segunda Guerra

Unas nubes cambiaron el destino de cientos de miles de personas.
El cielo demasiado encapotado disuadió al piloto de que debía seguir el plan B. Temía no llegar a destino, que allí la situación climática se repitiera, el combustible se acabara y tuviera que tirar la bomba al mar.
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La misión se había adelantado dos días porque los reportes meteorológicos hablaban de tormentas y cielos cerrados. La visibilidad era fundamental.
Boxscar y los aviones escoltan viraron. Dejaron atrás Kokura y enfilaron hacia Nagasaki.
Era el 9 de agosto de 1945 y estaba por ser lanzada la segunda bomba atómica sobre Japón.
El mundo había ingresado en la era nuclear tres días antes, cuando el Enola Gay había dejado caer la bomba sobre Hiroshima. El hongo atómico se había tatuado en el cielo, la ciudad había conocido un nivel de destrucción nunca antes visto y 80.000 personas murieron en los primeros minutos.
Horas después, el presidente estadounidense Harry S. Truman, informó por radio: “Hace poco tiempo un avión americano ha lanzado una bomba sobre Hiroshima, inutilizándola para el enemigo. Los japoneses comenzaron la guerra por el aire en Pearl Harbor: han sido correspondidos sobradamente. Pero este no es el final, con esta bomba hemos añadido una dimensión nueva y revolucionaria a la destrucción”.
La histórica imagen de la tripulación del Enola Gay, tomada y difundida el 17 de agosto de 1945, pocos días después de que el bombardero B‑29 lanzara la bomba atómica sobre Hiroshima. (Foto: US Archive).
Kokura era plana y mezclaba zonas industriales y urbanas. Y tenía -como Hiroshima y Nagasaki- otra característica imprescindible para los altos mando norteamericanos: no había sido bombardeada hasta ese momento. Querían ciudades lo más prístinas posibles para que no hubiera confusión, para que quedara bien establecido el sideral poder destructor de las bombas nucleares. El terreno de Nagasaki era irregular -eso hizo que el daño se concentrara y no se esparciera-, predominaban las construcciones antiguas con mucha madera en las paredes y contaba con algunas fábricas importantes como Mitsubishi.
La segunda misión se había planificado de manera muy similar a la que había arrojado la bomba sobre Hiroshima. El avión que transportó a la bomba Fat Man hasta los cielos de Nagasaki se llamó Bockscar y era comandado por Charles Sweeney.
La operación Nagasaki: la segunda misión atómica de EE.UU. sobre Japón
A pesar de la meticulosidad previa, la operación debió sortear varios imprevistos. Ya todos, aunque nadie lo hubiera confirmado, sabían qué clase de bomba llevaba el avión. En el momento del despegue de uno de los aviones de apoyo, el que llevaba al personal de observación (científicos y encargados de tomar las imágenes), el piloto hizo bajar a uno de los tripulantes: en vez de paracaídas, en un error por los nervios, había tomado un segundo salvavidas.
El informe del avión meteorológico fue positivo. Pero cuando el Bockscar sobrevoló Kokura, Sweeney se encontró con un espeso manto de nubes cuando llegó a su destino. Intentó encontrar un hueco en el que la visibilidad hiciera posible el lanzamiento pero fue infructuoso. En ese instante Nagasaki se convirtió en el objetivo. Era el plan de contingencia. Pero un nuevo problema surgió. El avión mostró desperfectos. Perdía combustible. No se sabía si podría regresar. A Nagasaki también la cubrían las nubes. Cuando no quedaba demasiado tiempo, Sweeney descubrió una brecha.
La bomba atómica sobre Nagasaki mató 40 mil personas en el momento de la detonación. Y otras tantas murieron en los meses siguientes por efecto de la radiación. La fábrica Mitsubishi que proveía armamento fue destruida, al igual que el 40 % de las viviendas de la ciudad.
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Fat Man estaba hecha de plutonio 239. La ventaja era que se conseguía con mayor facilidad. Sin embargo era más complejo para ensamblar la bomba y mayor probabilidad de fallar. De hecho algunos científicos creen que solo se fisionó menos del 20 por ciento del material. No importó: su efecto fue devastador.
En uno de los aviones escolta iban los instrumentos de medición, que lanzados con pequeños paracaídas, buscaban establecer la magnitud de la explosión, el poderío de la bomba. El general Groves y Robert Oppenheimer habían enviado tres científicos desde Los Álamos a Tinian. Eran los representantes del Proyecto Manhattan en la base militar. Eran Luis Walter Álvarez, Lawrence Johnston y Harold Agnew. Uno de ellos tuvo una idea. Una improvisación en el detallado plan. Querían enviar un mensaje.

Dr. J. Robert Oppenheimer, físico atómico y cerebro del Projecto Manhattan, que llevó adelante el plan atómico contra Japón, durante la Segunda Guerra. (Foto: Departmento de Energy de EE.UU. via REUTERS)
Cuando se enteraron que la segunda bomba sería lanzada casi de inmediato, los físicos norteamericanos sostuvieron que eso terminaría de desconcertar a los japoneses. Que si ellos estuvieran del otro lado, y los comandantes les preguntaran qué posibilidades habría de un segundo ataque, ellos dirían que sería casi imposible, dado que esas bombas eran muy difíciles y muy costosas de construir, que esa dificultad les daría tiempo. Por lo tanto, el factor sorpresa, una vez más, sería importante.
Los tres científicos que estaban en la base del Pacífico no estaban preocupados por las vidas que se habían perdido en Hiroshima sino por las que podrían perderse en caso de continuar la contienda. Así que decidieron mandar un mensaje a un par, a un colega. A alguien que pudiera explicarles a los gobernantes japoneses qué era eso que les había caído del cielo.
La carta que los físicos estadounidenses enviaron a Japón: “A menos que se rindan, una lluvia de bombas atómicas caerá sobre el país”
Luis Walter Álvarez, luego Premio Nobel de Física, dictó una carta. Sus colegas Johnston y Agnew, la transcribieron y agregaron algunos párrafos. La misiva estaba dirigida a Ryokichi Sagane, un respetado físico japonés que ellos habían conocido en Estados Unidos unos años antes.
En la carta sin firma se presentaban como “tres colegas de Bekerley” y entre otras cosas decían: “Como científicos deploramos el uso que se ha dado a tan bello descubrimiento, pero podemos asegurar que a menos que Japón se rinda una lluvia de bombas atómicas caerá sobre el país”. Le rogaban a Sagane que utilizara sus conocimientos e influencias para convencer a las autoridades japonesas.
Adosaron la carta a uno de los instrumentos de medición y la dejaron caer hacia suelo japonés. La misiva fue encontrada unos pocos días después y estudiada por funcionarios nipones. Recién llegó a su destinatario el Dr. Sagane varios meses más tarde.
Varios años después de la guerra, los físicos volvieron a cruzarse. Sagane sacó el papel arrugado de su bolsillo y se lo extendió a Álvarez que lo leyó en silencio. Luego sacó una lapicera del bolsillo interno de su saco y, varios años después de que fuera escrita, la firmó.
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Ni Álvarez ni los otros dos científicos mostraron remordimiento ni pesar por las bombas. Constituyeron casi una excepción (otro caso notable fue el de Edward Teller, creador de la Bomba H) entre los especialistas del Proyecto Manhattan que se convirtieron casi de inmediato en pacifistas y abogaron por el desarme atómico, por desactivar el infierno que crearon con sus conocimientos y trabajo.
La visión de Álvarez y de sus compañeros, posiblemente, se sustentaba en su experiencia en el campo de batalla. Ellos salieron del laboratorio, vivieron en bases militares, participaron de misiones, vieron a los hombres morir en combate. Esas vivencias pueden haberlos convencido que la extensión de la guerra hubiera acarreado mayor número de muertos que los que produjeron las dos bombas atómicas.
Álvarez había estado en el lanzamiento de prueba del nuevo arma en el desierto californiano y en Hiroshima. El 9 de agosto se quedó en la base y fue Johnston en el avión. Así, Johnston se convirtió así en la única persona que fue testigo ocular de los tres lanzamientos atómicos de esa guerra. Un récord nada envidiable.
Los hibakusha. Los sobrevivientes a las explosiones atómicas. Los afectados por la radiación. Aquellos a los que la destrucción signó de por vida. Las secuelas físicas, las pérdidas materiales, la muerte de los familiares. Los que atravesaron el horror y sienten la necesidad de contarlo. Aunque muchos hayan necesitado demasiados años para poder expresarse, para poder evocar el cataclismo, para conseguir ponerle palabras a lo inhumano.
Entre ellos, entre los hibakusha, hay algunos que revisten un estado aún mayor de excepcionalidad. Son doblemente hibakushas: sobrevivieron a ambas explosiones atómicas.
Tsutomu Yamaguchi era un joven empleado de Mitsubishi. Había sido enviado a Hiroshima a realizar unas tareas. El tren que lo devolvería a Nagasaki partía a las 9 de la mañana del 6 de agosto. Camino a la estación se dio cuenta que había dejado documentación en el hotel. Regresó a buscarla y se separó de sus dos compañeros de viaje. Al regresar, una explosión de una potencia desconocida lo hizo volar por el aire. Luego de unos minutos de atontamiento se levantó. Vio el peor paisaje imaginable. Tenía algunas lastimaduras, le sangraba la cabeza pero no mucho más. Se escondió en un refugio antiaéreo. La tripulación del Enola Gay, el bombardero B-29 que lanzó la primera bomba atómica sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945. La imagen fue difundida pocos días después de la misión, en agosto de ese mismo año. (Foto: US Archive).
A la mañana siguiente, con la ciudad todavía cubierta por la bruma atómica, inició el camino de regreso a su casa. Una odisea de más de 250 kilómetros. Llegó a Nagasaki a la noche del 8 de agosto. Abrazó a su esposa y a su hijo pequeño. A la mañana siguiente se dirigió a la fábrica. A media mañana se reunió con su jefe. Intentaba convencerlo de lo sucedido. El jefe valoró darle licencia. Pensó que Yamaguchi se había vuelto loco. Era inconcebible suponer que una sola bomba podía arrasar una ciudad. Cuando el jefe estaba por echarlo de la oficina, la explosión.
Estados Unidos había lanzado la segunda bomba atómica. Una vez más, Tsutomu salió indemne. Entre los escombros se levantó con nuevos magullones y quemaduras para ir a buscar a su familia. Su esposa y el bebé tampoco habían sufrido daños. La familia pasó varios días en un refugio hasta que pudieron regresar a su casa. Yamaguchi sólo perdió parte de la audición de un oído y le quedó cierta debilidad en sus piernas; secuelas menores para haber soportado dos explosiones atómicas. Murió en el 2010. Tenía 94 años. Su hijo vivió bastante menos; murió de cáncer afectado por la radiación a fines del Siglo XX.
Kazuko Sadamaru tenía 20 años y la guerra la había transformado en enfermera. Ella también fue doble hibakusha. El 6 de agosto, desde Nagasaki acompañaba en tren a unos heridos cuyo lugar de residencia era Hiroshima. Cuando la formación ingresaba en la ciudad, el destello cegador. El tren cimbreó. Al bajar, se encontraron con el paisaje más funesto. Al día siguiente regresó a Nagasaki. El 9 de agosto, la siguiente bomba. Allí vivió los peores días de su vida. Trabajando varios días seguidos, sin dormir, sin materiales para asistir a los heridos, sin saber contra qué luchaban. Ella con el paso de los meses tuvo problemas en la sangre y perdió casi todo el pelo. Pero se recuperó. Tuvo una hija y cuatro nietos. Hiroshima, arrasada por la potencia nuclear. (Foto: US National Archives Catalog).
El mundo tardó en enterarse de lo que había ocurrido en Nagasaki, su real dimensión. Los grandes medios prefirieron quedarse con la rendición japonesa, el fin de la guerra, el regreso a casa de los soldados aliados, el descubrimiento del horror de los campos de concentración nazis. Y cuando se sabía algo, se minimizaba.
En septiembre de 1945, un hombre con uniforme de coronel del ejército de Estados Unidos entró a Nagasaki. Japón ya se había rendido. La guerra había terminado. En la ciudad sus escasos habitantes parecían espectros. Era como si nada de lo anterior hubiera quedado en pie. Destrucción total. El paisaje más desolador posible.
Por ese tiempo Estados Unidos disfrutaba del éxito. Las bombas habían derribado las últimas defensas japonesas. Nada se sabía (al menos públicamente) de las consecuencias de las bombas. Todavía ni siquiera era sencillo determinar los daños instantáneos que había ocasionado, mensurarlos con precisión. Se sabía de su poder de devastación pero no mucho más. Los generales norteamericanos negaban consecuencias. Afirmaban que ya todo había pasado. No había secuela posible.
Mentían.
Nagasaki no tenía demasiada atención de los medios. Varios factores confluyeron: haber sido la segunda bomba y la vocación por silenciar las decenas de miles de muertes y, en especial, las secuelas de la radiación.
El hombre con ropa de coronel era periodista. Se llamaba George Weller. En su libreta de apuntes tomó nota de lo que vio. Un espectáculo atroz. Le costaba imaginar qué había provocado eso. Encontró un campo de prisioneros de guerra. Sus reclusos eran soldados americanos capturados por los japoneses. Todavía no sabían que la guerra había terminado. Weller les dio la noticia. Ellos le relataron el resplandor, el ruido atronador y la ola expansiva. El periodista escribió un informe estremecedor. Siguió recorriendo la ciudad, lo que quedaba de ella, y reportando. Envió sus notas. Hablaba también de enfermedades extrañas que parecían tener origen en la bomba. La radiación afectaba a las personas.
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Semanas después se enteró de que ninguna había llegado al diario. Los oficiales de Estados Unidos las habían retenido y destruido. No eran tiempos de dar malas noticias; eso era hacerle el juego al enemigo (ya derrotado). Las excusas que se suelen esgrimir para ejercer la censura.
Weller regresó a su país y vivió convencido que sus crónicas se habían perdido para siempre. Tras su muerte, una de sus hijas, encontró una copia en carbónico de ellas y las publicó.
Sesenta años después, el mundo conocía detalles de lo que había ocurrido en Nagasaki durante los días posteriores a su devastación, en ese paisaje que parecía haber sido olvidado por Dios.
Nagasaki, Segunda Guerra Mundial, Japón, bomba atomica
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Fetterman joins fiscal hawks to sound alarm as national debt nears staggering $37T

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The U.S. national debt is rapidly approaching $37 trillion with no signs of slowing down as President Donald Trump’s «big, beautiful bill» is projected to raise budget deficits by $2.4 trillion over a decade, according to the Congressional Budget Office (CBO) dynamic analysis.
Senators from both parties sounded the alarm on the staggering debt crisis in interviews with Fox News Digital on Capitol Hill.
«I’m very, very deeply concerned about that,» Sen. John Fetterman, D-Pa., said. «I think that’s gonna be part of the next big crisis, where we are gonna have to confront our national debt because it wasn’t that long ago that a trillion was unthinkable, and now that there’s 40 trillion approaching in our debt, we really have to address it, honestly.»
Trump signed his «one big beautiful bill» by Congress’ self-imposed July 4 deadline. It includes the fulfillment of Trump’s key campaign promises through the reconciliation process, including tax cuts and reforms to immigration, energy and Medicaid.
MAGA COUNTRY VOTERS SOUND ALARM OVER ‘RIDICULOUS’ NATIONAL DEBT AMID DEBATE OVER TRUMP-BACKED BILL
The U.S. national debt is more than $36 trillion. (Fox News Digital)
But conservative fiscal hawks, including Rep. Thomas Massie, R-Ky., who voted no and regularly sports a national debt clock badge, threatened to derail its passage as they spoke out against its contribution to the national debt.
DEMOCRAT-CONTROLLED BUDGET OFFICE WRONGLY ANALYZED TRUMP’S BIG BILL, MISSED RECORD SAVINGS, WHITE HOUSE SAYS
Sen. Katie Britt, R-Ala., a Trump ally and advocate for the bill, told Fox News Digital, «The time for tough conversations is now.»
She said the United States must continue to look for waste, fraud and abuse—a nod to former Trump-ally turned online foe, Elon Musk, who spearheaded efforts to cut government spending via the Department of Government Efficiency (DOGE) earlier this year, before a well-documented fallout between Trump.
«When you think of things like Social Security and Medicare, people say that they could be insolvent within the next eight years,» arguing that interest on the U.S. debt and mandatory spending on programs, like Medicaid, are taking up a big portion of the pie.

Elon Musk led the Trump administration’s effort to cut waste, fraud and abuse in government spending. ( Francis Chung/Politico/Bloomberg via Getty Images)
«We’ve got to make sure that we are more responsible with taxpayer dollars,» Britt added.
Meanwhile, freshman Sen. Bernie Moreno, R-Ohio, described the U.S. debt crisis as a «moral failing that we leave this country to our kids and grandkids with this kind of level of debt.»
«$37 trillion of debt is unimaginable, right? We’ve got to balance our budget. We need to do it right now. If we don’t do it, what’s going to happen is interest [rates] are going to go up. Inflation is not going to be under control. It’s real simple,» Sen. Rick Scott, R-Fla., told Fox News Digital.
Sen. Ron Johnson, R-Wisc., agreed, «We need to focus on spending, spending, spending. I’ve been beating this drum really since I got here, but particularly with this administration, since January 1st, trying to return to a reasonable pre-pandemic level spending.»

Demonstrators carry cardboard caskets in front of the U.S. Capitol in protest of President Donald Trump’s tax breaks and spending cuts package on Monday, June 30, 2025, in Washington, D.C. (AP Photo/Julia Demaree Nikhinson)
While Republicans have led the charge on eliminating waste, fraud and abuse in government spending, Sen. Ed Markey, D-Mass., said the number one priority should be reversing «all these massive tax breaks of billionaires and millionaires in America.»
Trump’s megabill included an extension of the 2017 Tax Cuts and Jobs Act (TCJA), as well as new tax breaks on tipped wages and overtime.
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Markey added, «We can save trillions and trillions of dollars that are going to be wasted in our country by giving these massive taxpayers by the trillions to the wealthiest. We also have to re-examine our defense budget. We actually don’t need a whole new generation of nuclear weapons.»
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Zelenskyy says peace deal will not include giving territory to Moscow ahead of Trump-Putin summit

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Ukrainian President Volodymyr Zelenskyy said Saturday that Ukraine will not give up any territory to Russia in efforts to reach a peace deal ahead of talks between President Donald Trump and Russian President Vladimir Putin next week.
Ukrainian President Volodymyr Zelenskyy said Ukraine will not «gift» land to Russia ahead of a Trump-Putin summit next week aimed at seeking a peace deal between the countries. (Antonio Masiello/Getty Image)
In a video posted on his social media accounts on Saturday, Zelenskyy addressed the war with Russia and said while he is ready for the conflict to end, Ukraine will not «gift» land to Moscow in the process.
«The answer to the Ukrainian territorial question already is in the Constitution of Ukraine. No one will deviate from this—and no one will be able to. Ukrainians will not gift their land to the occupier,» Zelenskyy said.
His remarks come after Trump talked about the upcoming summit at the White House on Friday, stating that a deal to end the war could include «swapping of territories.»
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