INTERNACIONAL
El Museo Nacional de Catar brilla con arte latinoamericano del Malba y la Colección Costantini

Desde Doha, Catar. En medio del paisaje costero de la capital catarí y sobre el bello paseo marítimo Corniche que ofrece una de las imágenes más espectaculares de la ciudad -con el skyline de sus famosos rascacielos, que por las noches resaltan iluminados con variedad de colores- emerge una de las joyas culturales más singulares de Oriente Medio: el Museo Nacional de Qatar (NMoQ), una institución concebida para narrar la historia de un país en plena transformación y ofrecer al mundo una visión profundamente enraizada en su identidad.
Inaugurado el 28 de marzo de 2019, el NMoQ ostenta una estructura monumental y es a la vez un símbolo de modernidad que dialoga con el pasado. Desde este lunes 21 y hasta el 19 de julio de 2025, como parte del Año de Cultura Qatar-Argentina-Chile 2025, esta joya de la arquitectura moderna es sede de la muestra LATINOAMERICANO. Arte Moderno y Contemporáneo de las colecciones del Malba y Eduardo F. Costantini.
Diseñado por el arquitecto francés Jean Nouvel —ganador del Premio Pritzker—, el edificio se inspira en una formación mineral autóctona conocida como “rosa del desierto”, surgida por la acción conjunta del viento, el agua salina y la arena a lo largo de milenios. El resultado es un conjunto de discos entrelazados, de diversas curvaturas y tamaños, que se superponen creando una arquitectura desafiante y escultural. La estructura, que abarca 52 mil metros cuadrados, envuelve el restaurado Palacio del Jeque Abdullah bin Jassim Al Thani, corazón histórico del museo y antigua sede del gobierno qatarí.
El NMoQ fue concebido como una institución que articula la herencia cultural del país con su proyección hacia el porvenir. Su narrativa museográfica se despliega a lo largo de once galerías permanentes organizadas en tres grandes capítulos: los orígenes geológicos de la península, la vida cotidiana tradicional en el desierto y la costa, y la historia moderna del Estado de Qatar. El recorrido culmina en el Palacio del Jeque Abdullah, construido en 1906 y restaurado durante más de tres años para integrar esta experiencia museística inmersiva.
Cada una de las salas propone una experiencia multisensorial que combina imágenes de archivo, objetos patrimoniales, obras contemporáneas, sonidos, aromas y proyecciones a gran escala. Esta aproximación busca implicar no solo el intelecto del visitante, sino también sus emociones y sentidos, abriendo un diálogo entre el pasado remoto y el presente tecnológico.
Entre las piezas más destacadas de la colección figura la alfombra de perlas de Baroda, encargada por el maharajá de Baroda en 1865, que reúne más de un millón y medio de perlas junto a diamantes, rubíes, esmeraldas y zafiros, bordados en hilo de oro sobre seda y cuero de ciervo. Además, el museo alberga manuscritos, fotografías, joyas, vestimentas tradicionales, objetos arqueológicos y de la vida cotidiana, que dan cuenta no solo de la historia de Qatar, sino de la región en su conjunto.

La edificación del NMoQ no solo es una proeza estética y conceptual, sino también un hito en materia de sostenibilidad. Sus discos voladizos proporcionan sombra natural, y el uso de materiales locales y técnicas pasivas de climatización ha permitido que sea el primer museo en obtener tanto la certificación LEED Gold como una calificación de cuatro estrellas por el Sistema Global de Evaluación de la Sostenibilidad.
La disposición del museo emula una flor desértica que crece desde el suelo. Su color arena se funde con el entorno, y sus formas irregulares configuran espacios interiores únicos, imposibles de replicar en otro contexto. Nouvel describió su proyecto como “una estructura total”: arquitectónica, espacial y sensorial, donde el edificio mismo es parte del contenido que se exhibe.
El NMoQ se posiciona como un epicentro de diálogo intercultural, educación patrimonial e investigación académica. A través de sus centros de conservación, laboratorios científicos y programas educativos, contribuye a la preservación de la memoria colectiva del Golfo y al fortalecimiento de su identidad cultural. El complejo cuenta con un auditorio para 220 personas, galerías temporales, cafés, restaurante, tienda de regalos, salas para escuelas, áreas VIP y espacios para actividades al aire libre en su patio central, el *baraha*, donde se celebran eventos culturales y mercados tradicionales.

Desde su concepción, el museo fue el resultado de una construcción colectiva: durante más de una década, se organizaron reuniones con ciudadanos qataríes que aportaron sus relatos, fotografías y recuerdos, que hoy conforman el alma narrativa de la institución. Esta metodología participativa refuerza el compromiso del NMoQ con la autenticidad de los relatos y su conexión emocional con el público local.
La Directora del museo, Sheikha Amna bint Abdulaziz bin Jassim Al Thani, expresó que el NMoQ representa “un momento excepcional para conectar con personas de todo el mundo”. En ese sentido, la institución se alinea con la Visión Nacional Qatar 2030, cuyo objetivo es consolidar un país culturalmente diverso, sostenible y abierto al intercambio global.
Declarado como un ejemplo sobresaliente de valor universal por su arquitectura innovadora, su rol histórico y su contribución cultural, el museo integra elementos clave que lo hacen único: la recuperación patrimonial de un palacio histórico, el uso de materiales vernáculos y un diseño vanguardista que respeta la tradición. En este contexto, las obras de Frida Kahlo, Antonio Berni, Diego Rivera, Xul Solar y Remedios Varo entre otros, potencian su atractivo en la primera muestra a gran escala de arte latinoamericano en Asia occidental.
[Fotos: Qatar Creates]
INTERNACIONAL
Violent attack reignites BOWSER Act debate as Trump floats federal takeover of DC

NEWYou can now listen to Fox News articles!
A Senate Republican renewed his push to federalize Washington, D.C., following an attack on a former Department of Government Efficiency (DOGE) staffer and President Donald Trump’s threat to put the District under federal control.
Sen. Mike Lee, R-Utah, has long called for control of Washington to fall under Congress, going so far as to introduce the Bringing Oversight to Washington and Safety to Every Resident (BOWSER) Act, named after D.C. Mayor Muriel Bowser, in an effort to combat crime in the District.
REPUBLICAN BILL WOULD PUT ‘ANARCHIST JURISDICTIONS’ ON NOTICE, THREATEN FEDERAL FUNDING
President Donald Trump speaks to the media as he arrives at Glasgow Prestwick Airport on July 25, 2025, in Prestwick, Scotland. (Andrew Harnik/Getty Images)
The bill, which Lee introduced alongside Rep. Andy Ogles, R-Tenn., has not made it out of committee since being dropped in February. But Trump’s highlight of an attack against former DOGE staffer Edward Coristine, also known as «Big Balls,» has resurrected the discussion.
«The Constitution already federalizes D.C.,» Lee said on X. «We just need Congress to do its job — and reassert its lawmaking power over our nation’s capital city. My bill, the BOWSER Act, would do that.»
Fox News Digital reached out to Lee for further comment.
SENATE REPUBLICANS LAUNCH CRACKDOWN ON DC PERMITTING ILLEGAL IMMIGRANTS, NONCITIZENS TO VOTE IN ELECTIONS

Sen. Mike Lee, R-Utah., arrives for the Senate Republicans leadership election in the Capitol on Nov. 13, 2024. (Bill Clark/CQ-Roll Call, Inc via Getty Images)
Lee’s bill would effectively repeal the District of Columbia Home Rule Act, a law passed in the 1970s that established a city council and mayor and reduced the amount of oversight that Congress has over the city and its affairs.
But calls have grown by lawmakers over the years to increase Congress’ oversight of the city, largely centered on concerns over increased crime and criticisms of attempts to rewrite the District’s criminal code.
And Trump jumped into the discourse, too, threatening that if «D.C. doesn’t get its act together, and quickly, we will have no choice but to take Federal control of the City.»
«Perhaps it should have been done a long time ago, then this incredible young man, and so many others, would not have had to go through the horrors of Violent Crime,» Trump said on his social media platform, Truth Social. «If this continues, I am going to exert my powers, and FEDERALIZE this City.»
Fox News reached out to Bowser’s office for comment but did not immediately hear back.
‘SHOULD HAVE BEEN PREPARED’: GOP SENATORS FIGHT FOR UNIFIED MESSAGE ON TRUMP’S ‘BIG, BEAUTIFUL BILL’

DC Mayor Muriel Bowser speaks at a news conference on Capitol Hill in Washington on March 10, 2025. (AP Photo/Ben Curtis)
Zack Smith, a senior legal fellow at The Heritage Foundation and a former prosecutor, told Fox News Digital that in the past, the D.C. council has pushed «policies that have made it much more difficult for law enforcement, for prosecutors, to do their jobs and keep citizens safe.»
Bowser and the D.C. Council have, for several years, worked to update the District’s criminal code. However, changes to the code that would have severely lowered sentencing for a variety of crimes that were at first vetoed by Bowser were on the precipice of becoming law before Congress and former President Joe Biden overrode the reforms.
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Smith noted that Congress still has the authority to legislate the District, meaning that lawmakers and the federal government are «still the backstop,» and that both Trump and Lee were right to call for a «reevaluation of the District’s status.»
«That’s why Congress was able to step in and overturn that proposed radical rewrite of the Criminal Code,» he said. «And so what the BOWSER Act would actually do, if it repeals home rule, it would essentially change the way the local D.C. government functions. It might involve Congress and the Federal Government taking a more direct role.»
«I think there is broad and in some ways bipartisan consensus that the current system in D.C. is not working as it should,» he continued.
politics,doge,donald trump
INTERNACIONAL
Vicente Palermo y el desafío existencial de sus nuevos relatos

El matadero municipal se extendía en un inmenso rectángulo a las afueras de la diminuta ciudad. Sus muros le eran familiares porque acostumbraba aproximarse a ellos en sus caminatas diarias. Fue a la sombra de los mismos que Auguste Menard tomó ese día su decisión: dejaría de ser un contemporáneo. Radicalmente enfadado con el presente, el futuro le atraía todavía menos, en su estólida previsibilidad. No le quedaba, entonces, sino sumergirse en el pasado. No se trataba de viajar por el tiempo, odiaba la ciencia ficción. Dejar de ser un contemporáneo consistiría en construir las condiciones de su vida en un pasado o, en otras palabras, en forjarse un nuevo presente.
Una dura tarea. Debía lograr la proeza de que su mente se tornara plenamente contemporánea al pasado elegido, para que este se constituyera en su nuevo presente. Debería empezar forzosamente por decidir el punto en el sistema de coordenadas espacio-tiempo. Lazos de familia habían hecho que él dominara con soltura la lengua francesa; fundadas razones lo llevaron a escoger los años inmediatamente posteriores a la Comuna de París como su nuevo presente (cuando el levantamiento aplastado no era, todavía, un compendio de ingenuidades sino la raíz del futuro). De esa manera, Menard zafaba también de uno de los principales escollos percibidos: recrear las percepciones pictóricas europeas anteriores a Francisco de Goya estaba más allá de sus capacidades. Además, eso le permitiría disfrutar de los excelentes vinos españoles, del rioja sobre todo, como el Marques de Riscal, descubiertos en la Exposición de París de 1871 (sí, siempre había llamado su atención esa fecha, su proximidad con Thiers y los comuneros).
Pero no lo haría en el escenario de la Comuna sino en las ricas tierras viñateras de Bordeaux, lejos también de esta ciudad, más cerca de Pau, donde su padre, un austríaco que había consagrado su vida a los negocios, había edificado el inmenso solar en el que siempre había vivido.

De sus contados amigos se despidió diciéndoles que, puesto que habría de olvidarlos, no los extrañaría. Perplejos, se resistieron vacilantes al adiós.
Precisaba una mucama capaz de fungir como su único contacto con el mundo exterior. Examinó varias candidatas, pero las descartó porque todas hablaban con el fuerte acento meridional que había terminado de contaminar la región apenas 50 años atrás, obra de silenciosas migraciones internas. Cuando se presentó una muda, que además parecía en extremo despierta, Menard no dudó en contratarla.
Eliminó todos los vestigios de modernidad aún presentes en el interior de su casa. Reemplazó viejas fotografías por daguerrotipos, pistolas vetustas por trabucos arcaicos, un Pissarro de 1891 por una panoplia, y el acostumbrado artefacto en que se sentaba diariamente por una letrina. Un nuevo tipo de salero diseñado a principios del siglo XX, y que mucho apreciaba, conoció la misma suerte ingrata que la radio a galena. Se desprendió de su guarda ropas, por entero, y lo reemplazó por un puñado de indumentarias antiguas que la diligente criada silenciosa supo conseguir. Una vez hecho todo esto y mucho más, advirtió lo que ya sabía de antemano: había cumplido con una porción ínfima de su trabajo. Aquello que ahora le esperaba era lo más arduo: procesos mentales cuya complejidad intuía pero que nunca había recorrido.
Supo desde el comienzo que habría de resignarse a una fuerte incoherencia, porque ¿cómo construir las condiciones de su nuevo presente subjetivo sin apelar a materiales de su presente biológico, el único que había adquirido al nacer? A menos que su inmersión en el pasado significara un drástico embrutecimiento, cosa a la que no estaba dispuesto a resignarse, habría de hacer transacciones. Si quería, digamos, leer cotidianamente las ediciones de Le Figaro desde 1871, precisaría valerse de medios técnicos inexistentes en esa fecha. Si deseaba mantener a raya las enfermedades que asediaban su precaria salud física, debía contar con medicamentos que se crearían sólo bastante después de los tiempos de la guerra franco prusiana. Menard salió al cruce de esta fuerte impugnación diciéndose a sí mismo que, al fin y al cabo, los seres humanos se movían en una incoherencia semejante ya que vivían permanentemente, aunque por lo general sin saberlo, en el pasado y el presente al mismo tiempo. Lo que más le dolió fue quemar una parte sustancial de su biblioteca, que quedó reducida a unas decenas de libros, malamente incrementadas por unos cuántos más que pudo adquirir a intrigados libreros. Incineró inclusive ediciones recientes de autores antiguos, en la esperanza de hacer más rigurosa su recomposición mental.

Pero le faltaba sortear un nuevo obstáculo; sabía él que, quien vive en el presente, tiene por delante un futuro abierto, y su voluntad puede incidir en el curso de los acontecimientos. Esto no sucede con quien vive en el pasado, ya que sus futuros en verdad no lo son, ya están determinados, por definición no dispone de opciones a su arbitrio. ¿Se trataría, el suyo, entonces, de un vivir en un pseudo presente, un presente ajeno a la condición humana? A esta poderosa refutación de su emprendimiento, Menard se respondió que esa libertad está a disposición de apenas una por millón, quizás por cien millones, de personas, los hombres extraordinarios, y él no pretendía para sí sino el pasado y el futuro de un hombre común, ya que no se sentía otra cosa. No pretendía tener la menor influencia sobre los hechos futuros en circunstancia alguna, ni traspasar el límite de una sabiduría moral estrictamente contemplativa. Su objeción, por tanto, estaba salvada.
Con todo, la muralla más formidable que se interponía entre Menard y su nuevo presente, era otra: la persistencia soberana del recuerdo. Que los hombres sabían olvidar era una constatación más bien deprimente en todo tiempo y lugar, pero él no precisaba de esa forma de olvido, sino de una mucho más radical. No precisaba borrar la memoria de los hechos, precisaba apagar los propios hechos. No necesitaba eliminar el recuerdo de las atrocidades de la batalla de Solferino, sino a la batalla misma.
Pero el aprendizaje del olvido no habría de consistir meramente en un ejercicio lineal, destinado a devorar una larga sucesión de hechos, sino también en un apagar de las huellas que los acontecimientos habían impreso en la percepción y el significado de acontecimientos anteriores. Era para Menard inaceptable sentar sus reales en 1871 y mantener una lectura de la Revolucion Francesa influida por las grandes contribuciones historiográficas desde fines del siglo XIX. O juzgar los primeros pasos del colonialismo europeo en África a la luz de la confrontación interinperialista de la Gran Guerra.

Recorrer ese camino resultó, sin embargo, menos penoso de lo que había sospechado. A medida en que más se enfrascaba en su nuevo mundo más eficientemente funcionaba el aparato cognitivo que destruía secuencias enteras de acontecimientos y las reemplazaba por otras; poco a poco, el olvido como fatigoso ejercicio volitivo fue dando paso a una práctica más impensada, que al cabo descansó completamente en esferas no conscientes de su campo mental. Cuando esto ocurrió, y el avance del olvido se tornó incontenible, ya no percibia, naturalmente, lo lejos que había llegado. Se había olvidado de olvidar, puesto que su mente olvidaba sola, y todo lo que había olvidado descansaba, más bien yacía en estratos abisales de su cerebro, desde los que no podía emitir ni siquiera la señal del esfuerzo atroz realizado para hundirlo en ellos. Jugó a su favor, en lo que se refiere a su vida personal, que ésta, sostenida en una sólida fortuna familiar, estaba casi completamente desprovista de episodios que pudieran tener algún interés ni para él mismo; personalmente no tenia nada que olvidar, en otras palabras.
Cuando su nuevo presente entró en régimen, no persistían en el talud su mente ni los vestigios de su mundo anterior y, blindado por un aislamiento sin fisuras, disfrutó algunos años de paz. Decididamente encontraba ese presente más confortable, aunque, víctima de su propio éxito, Menard ya no podía compararlo con ningún otro. Esa precaria felicidad no podía durar por siempre, porque se edificaba en base a una paradoja: la reducción de su vida privada a una reclusión absoluta amplificaba el impacto de las noticias del mundo exterior del pasado-presente, que le llegaban por medio de los periódicos de época y algunas otras fuentes que su perspicaz servidora supo conseguir, o inventar.
Un día se descubrió a sí mismo vomitando; tras Cuba y Filipinas, se le antojaba incontenible el ascenso de los Estados Unidos en el concierto internacional y con ello inexorable la extinción del mundo del espíritu en el que había creído vivir. Fue un punto de inflexión; la atmósfera decadente de la Belle Epoque, y la creciente degradación de la familia imperial rusa – en la que Menard había cifrado confusas esperanzas –, completaron un cuadro que se llenaba cada vez más de hechos abrumadores. Lo invadió una repugnancia que lo deprimió profundamente. Estuvo meses envuelto en un recóndito desasosiego, arrojado a un laberinto del que, finalmente, encontró la salida saltando sus paredes.
Se daba cuenta de que jamás en su vida había tomado una decisión tan importante. Ésta lo impulsaba hacia un mundo desconocido, y para llegar a él, habría de internarse por senderos nunca pisados. Dejaría de ser un contemporáneo.
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