INTERNACIONAL
“La casa está en orden”: Horacio Jaunarena cuenta la transición democrática desde adentro

No todas las decisiones políticas surgen de grandes despachos ni se toman bajo las luces de los salones oficiales. En la Semana Santa de 1987, Horacio Jaunarena cuenta que, durante el levantamiento de los militares “carapintadas” liderados por Aldo Rico, la tensión podía cortarse con cuchillo. Una anécdota impacta por su crudeza y su humanidad: “El panorama dentro del cuartel difícilmente podrá borrarse de mi memoria. Al calor asfixiante, rápidamente se sumó el olor nauseabundo de cuerpos destrozados. Los cadáveres habían sido dejados en el mismo lugar donde las muertes se habían producido… Muchos de ellos habían sido muertos en las primeras horas de los enfrentamientos, de manera que estaban allí, expuestos al sol y a las moscas, desde hacía ya más de veinticuatro horas”.
La casa está en orden
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Ese escenario evoca, en parte, el clima de Argentina entre 1983 y 1989, la etapa que ocupa el centro del libro La casa está en orden de Horacio Jaunarena, quien fuera Ministro de Defensa de Raúl Alfonsín.
El libro -que tuvo una edición original en 2011 y ahora se reedita también en formato digital- funciona no solo como memorias ministeriales sino como “un testimonio honesto y objetivo de su propia gestión y, al mismo tiempo, un cuadro de las vicisitudes que atravesó la Argentina en su transición a la democracia”, como escribió Luis Gregorich -que murió en 2020- en el prólogo original. Esta edición incorpora también, a modo de un segundo prólogo, el texto que el politólogo Guillermo O’Donnell -que murió en noviembre de 2011- escribió para la presentación de la primera versión.
La obra sitúa al país en un punto límite: una nación que se recuperaba, de a poco, tras la dictadura, con unas Fuerzas Armadas vencidas en Malvinas y desacreditadas socialmente. El propio Alfonsín identificó el núcleo del problema durante un discurso inolvidable, pronunciado en 1985 en la Cena de Camaradería de las Fuerzas Armadas: “Durante los últimos cincuenta años y en todos sus sectores, el país ha vivido cultivando crecientes proclividades a la acción directa, al atajo antijurídico, a la violencia explícita o implícita (…) Si se me pidiera que definiera el componente clave del proceso histórico que nos llevó a nuestro actual estado de postración, yo lo caracterizaría como una progresiva pérdida de nuestro sentido de la juridicidad”.
Muchas preguntas estaban en el aire: ¿El nuevo gobierno civil sería capaz de controlar a los militares? ¿Cuántos culpables serían juzgados y condenados? ¿Cuál sería el papel de las Fuerzas Armadas en la reconstrucción democrática? Jaunarena explica esta incertidumbre recurriendo a la historia latinoamericana, donde “el ejemplo que daban otros países latinoamericanos que salían de dictaduras militares consistía, por lo general, en leyes de olvido o impunidad que blindaban políticamente a las Fuerzas Armadas” .
Frente a ese patrón, Argentina sorprendió al mundo al impulsar una política inédita: “El rápido juicio y condena de las Juntas Militares, recién destronadas por elecciones libres, resultaron inéditos en el mundo, al menos con esas características”.
Entre las ideas principales del libro emerge la necesidad de construir políticas de Estado estables y sustentables en consenso, evitando lo que Jaunarena define como “proyectos espasmódicos e intentos refundacionales”: “En lugar de proyectos espasmódicos e intentos refundacionales, se requieren pactos para la larga duración, desintegrada por la vocación autoritaria”, escribe.
Este reclamo se inscribe en una historia nacional marcada por el “desorden feudal y el caudillismo gregario” y apunta a que los verdaderos cambios deben trascender los gobiernos de turno y no depender de un partido o figura.

Es fundamental en la obra la vitalidad del principio democrático: “Esto es la democracia, y el valor de la democracia debe asentarse, aunque sea muy peligroso” , dijo el politólogo Guillermo O’Donnell en la presentación de la primera versión de este libro, en 2011. Esa convicción fue puesta a prueba tanto por la presión de los sectores militares como por el fuego cruzado de las internas de la propia Unión Cívica Radical (UCR) y la hostilidad de grupos de izquierda y derecha.
El impacto fue duradero: “El resultado de eso fue que terminado el gobierno de Alfonsín no había ya duda de la legalidad con la que actuaban las Fuerzas Armadas, y tampoco de que el concepto de derechos humanos había sido asentado firmemente en nuestro país”, dijo entonces O’Donnell.
La búsqueda de equilibrio entre castigo y reconciliación atraviesa cada capítulo. “El gran objetivo de encontrar, en la Argentina democrática, un lugar adecuado y funcional para las Fuerzas Armadas, sin escatimar el castigo a los culpables, pero también sin venganzas ni persecuciones innecesarias”, como escribió en el prólogo Luis Gregorich..
La casa está en orden revisa con detalle episodios que marcaron a fuego la joven democracia, como la sanción de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, así como los alzamientos carapintadas y el asalto al cuartel de La Tablada. Jaunarena demuestra que el ciclo histórico argentino no siguió guión preescrito. Sobre la crisis de Semana Santa, Jaunerena defiende explícitamente una frase que, dice, ha pasado a la historia con una carga negativa porque fue sacada de contexto y usada con mala fe: “Compatriotas, Felices Pascuas. Los hombres amotinados han depuesto su actitud. Como consecuencia, serán detenidos y sometidos a la Justicia. Se trata de un conjunto de hombres, algunos de ellos héroes de la Guerra de las Malvinas, que tomaron esta posición equivocada… Para evitar derramamientos de sangre, di instrucciones a los mandos del Ejército para que no se procediera a la represión, y hoy podemos todos dar gracias a Dios: la casa está en orden y no hay sangre en la Argentina”. Fue lo que le dijo Raúl Alfonsín a una multitud que había salido a poner el pecho para defender la democracia.

Jaunarena niega con fuerza que esa frase implicara un pacto oculto: “No existe, ni puede existir, un solo documento, ni un solo testimonio que así lo sugiera… Sí existieron muchas operaciones de inteligencia y de prensa –que en varios casos actuaron en conjunto– que instalaron, por cierto con éxito, esa idea”.
El testimonio de Jaunarena se suma a una escasa tradición argentina de memorias públicas. “Los dirigentes políticos se suceden en los cargos sin tener en cuenta experiencias previas… Unas pocas excepciones se limitan a confirmar la regla” , escribe Gregorich en el prólogo.
En las últimas páginas, Jaunarena deja en claro que el proceso democrático exige memoria activa y compromiso con el futuro: Para eso, cita a Raúl Alfonsín, en aquella cena de las Fuerzas Armadas: “Hemos producido hechos inéditos y auspiciosos que sirvieron para mostrar que esta vez la verdad, la justicia y la defensa de la dignidad humana no son esperanzas abstractas. Ahora es necesario que marchemos juntos desde el corazón mismo de la sociedad hacia la reconciliación definitiva de los argentinos, con un sentido enaltecedor de justicia basado en la ética social”.

Durante la redacción del libro, su hija María “destinó largas horas al estilo de escritura de este libro y logró convertirlo en un testimonio de lectura ágil”, cuenta. Una colaboración familiar, un detalle doméstico, que sirve de contrapunto humano a las horas críticas en la historia argentina.
◆ Horacio Jaunarena (Pergamino, 1942) fue Ministro de Defensa de la Nación en las presidencias de Raúl Alfonsín, Fernando De la Rúa y Eduardo Duhalde.
◆ Ejerció su función durante las sublevaciones carapintadas lideradas por Aldo Rico en 1987 y 1988, y por Mohamed Alí Seineldín en 1988.
◆ Ocupaba el cargo de ministro cuando el Movimiento Todos por la Patria (MTP) protagonizó el asalto al cuartel de La Tablada en 1989.
◆ Su mayor aporte documental es el libro La casa está en orden.
INTERNACIONAL
Líderes regionales felicitan a Rodrigo Paz por su triunfo en el balotaje de Bolivia

La elección de Rodrigo Paz Pereira como presidente de Bolivia en la segunda vuelta presidencial suscitó un amplio respaldo de líderes y personalidades políticas de América Latina y Estados Unidos, que celebraron el desarrollo democrático y manifestaron expectativas ante el futuro del país.
El secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, felicitó a Rodrigo Paz por su victoria y celebró que se ponga fin a 20 años de “mala gestión” del país por parte de los gobiernos de izquierda.
“Estados Unidos felicita al presidente electo Rodrigo Paz por su elección como presidente de Bolivia. También felicitamos al pueblo boliviano en este momento histórico para su país”, afirmó Rubio.
“Tras dos décadas de mala gestión, la elección del presidente electo Paz representa una oportunidad transformadora para ambas naciones”, agregó.
El secretario de Estado aseguró que “Estados Unidos está dispuesto a colaborar con Bolivia en prioridades compartidas, como el fin de la inmigración ilegal, la mejora del acceso a los mercados para la inversión bilateral y la lucha contra las organizaciones criminales transnacionales para fortalecer la seguridad regional”.
El presidente de Argentina, Javier Milei, felicitó a Paz Pereira y remarcó el final de dos décadas de hegemonía del socialismo en la nación andina.
“Felicitaciones al presidente electo de Bolivia, Rodrigo Paz Pereira, por su victoria en las elecciones de este domingo y a todo el pueblo boliviano por su compromiso con la democracia y el deseo de renovación”, sostuvo Milei en su mensaje.
“Es un día histórico para Bolivia, dejando atrás 20 años del fracasado modelo del ‘socialismo del siglo XXI’ que tanto daño le ha hecho a nuestra región. Bolivia va a ingresar nuevamente al mundo libre, con un rumbo orientado a la apertura económica, al combate a la corrupción y a la inseguridad, y al fin de la era del despilfarro del Estado”, agregó.

La Cancillería argentina se sumó a los saludos oficiales a través de un comunicado, destacando la jornada electoral como un ejemplo de “libertad, democracia y respeto a las instituciones republicanas”. El texto reconoció el “compromiso del pueblo boliviano” y deseó éxito a la nueva administración.
El Gobierno de Paraguay también felicitó al líder del Partido Demócrata Cristiano (PDC) y “reafirmó el “compromiso de trabajar de manera conjunta con el Gobierno electo para fortalecer aún mas las relaciones bilaterales entre Paraguay y Bolivia”.
El presidente de Panamá, José Raúl Mulino, informó que se comunicó telefónicamente con Rodrigo Paz Pereira para felicitarlo por su victoria en la segunda vuelta presidencial.
“Acabo de hablar con el presidente electo de Bolivia Rodrigo Paz para felicitarlo por su triunfo, esperando poder estrechar lazos de amistad y cooperación durante su mandato. Felicidades y éxitos!!”, escribió Mulino en su cuenta de la red social X.

El presidente de Chile, Gabriel Boric, felicitó al centrista Rodrigo Paz Pereira y reafirmó el su “compromiso” con el trabajo entre ambos países. “Felicito al Presidente electo de Bolivia, Rodrigo Paz, por su triunfo en las elecciones y a todo el pueblo boliviano por su participación democrática en las urnas”, escribió Boric por medio de un comunicado en sus redes sociales.
“Reafirmamos nuestro compromiso con el fortalecimiento de la cooperación y el trabajo conjunto entre países hermanos por el beneficio de nuestros pueblos”, añadió.
El secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), Albert Ramdin, también felicitó a Rodrigo Paz por su triunfo presidencial y ofreció cooperación para “promover la paz y la prosperidad”.
“Felicito a Rodrigo Paz por su victoria en las elecciones, y a todo el pueblo boliviano por una segunda vuelta ejemplar. La OEA está lista para continuar trabajando junto al Estado Plurinacional de Bolivia y sus nuevas autoridades democráticamente electas, en pos de la paz y la prosperidad para todo el país y el Hemisferio”, expresó Ramdin en la red social X.

El actual presidente boliviano, Luis Arce, también felicitó a Rodrigo Paz Pereira.
“Felicito a Rodrigo Paz Pereira, el presidente electo en una histórica segunda vuelta electoral que se realizó por primera vez en Bolivia y le deseo el mejor de los éxitos a su gobierno”, escribió Arce en sus redes sociales.
Arce reconoció el trabajo del Tribunal Supremo Electoral “por el gran trabajo realizado y el resultado que se conoció de manera oportuna para dar certidumbre a la población”, y expresó su alto reconocimiento al pueblo boliviano, al que calificó como “el verdadero ganador de esta jornada”.

“Como gobierno estamos listos para trabajar la transición ordenada que en todo momento comprometimos”, dijo.
La ex presidenta Jeanine Áñez Chávez envió sus felicitaciones tanto a Rodrigo Paz como al vicepresidente electo Edmand Lara.
“Bolivia los eligió. Creo profundamente que cada nuevo ciclo en Bolivia es una oportunidad para sanar heridas, reencontrarnos y trabajar con esperanza por un país más justo y unido”. Áñez llamó a que la nueva gestión esté guiada “por la sabiduría, el diálogo y el amor por nuestra patria, que juntos podamos construir una Bolivia en paz y en libertad”.
La congresista estadounidense Maria Elvira Salazar celebró el resultado e hizo énfasis en el cambio de rumbo.
“¡Felicidades a Rodrigo Paz, presidente electo de Bolivia, por su victoria en esta histórica segunda vuelta! Bolivia se levanta después de años de socialismo, corrupción y promesas incumplidas. El pueblo eligió libertad, honestidad y un nuevo rumbo. Confío en que su gobierno vuelva a hacer de Bolivia un aliado clave en la lucha contra el narcotráfico y en la defensa de un hemisferio más seguro”, afirmó.

El político venezolano Henrique Capriles Radonski destacó la importancia de la jornada democrática para toda la región.
“Hacemos llegar nuestras felicitaciones al querido pueblo de Bolivia por esta jornada democrática y al presidente electo Rodrigo Paz. Cada voto expresado y respetado es una victoria de la democracia. Tiempos nuevos propicios para el reencuentro, progreso y oportunidades para todos los bolivianos. Que esta etapa sea marcada por el diálogo, la justicia, el crecimiento y la esperanza renovada para todos”.
Desde Brasil, el gobernador de San Pablo y ex ministro Tarcísio Gomes de Freitas subrayó la trascendencia regional del cambio.
“Un nuevo tiempo para Bolivia. La elección de Rodrigo Paz pone fin a casi 20 años de dominio de la izquierda en el poder, un período que dejó consecuencias profundas para el país. Bolivia enfrenta una crisis intensa, marcada por la alta inflación, escasez de moneda extranjera y falta de combustibles, desafíos aún mayores para una nación que ya posee el menor PIB per cápita de Sudamérica”.

Sobre el futuro, De Freitas aseguró: “Bolivia eligió un nuevo camino: el de la eficiencia en la gestión pública, el respeto a las instituciones y la defensa de valores que promuevan el trabajo, el crecimiento económico y la prosperidad. Es más una señal de que América Latina comienza a pasar la página del populismo y el radicalismo, dando lugar a líderes comprometidos con resultados, verdad y desarrollo”.
El presidente interino de Perú, José Jerí, felicitó por teléfono al presidente electo de Bolivia, Rodrigo Paz Pereira, luego de que se proclamara ganador este domingo de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.
Durante la llamada, ambos mandatarios acordaron restablecer la relación bilateral al más alto nivel y reponer a sus respectivos embajadores en Lima y La Paz “en el más breve plazo”, según informó la Presidencia de Perú en un comunicado.

El Gobierno de Ecuador felicitó a Rodrigo Paz por su triunfo y le deseó “éxito en el desempeño de su mandato en beneficio del hermano pueblo” boliviano.
“Ecuador reitera su compromiso de seguir trabajando junto a Bolivia para fortalecer los lazos de cooperación, integración y amistad entre nuestros países, en beneficio de la estabilidad y el desarrollo de la región andina y de América Latina”, señaló el Ejecutivo por medio de un comunicado publicado por el Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana.
El Gobierno ecuatoriano también extendió sus felicitaciones al pueblo boliviano “por la realización exitosa y democrática del proceso electoral” llevado a cabo este domingo.
El presidente ejecutivo del Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe (CAF), Sergio Diaz-Granados, también felicitó a Paz por su triunfo.
“Celebro la jornada democrática vivida en Bolivia y felicito a Rodrigo Paz por su elección como presidente. Desde CAF trabajaremos de manera coordinada con su gobierno para impulsar iniciativas que mejoren la calidad de vida y fortalezcan el desarrollo del país”, señaló Diaz-Granados en la red social X.
Las reacciones de los gobiernos y referentes de la región coincidieron en la importancia de mantener el diálogo, la recomposición de las instituciones y el reto de afrontar la crisis social y económica que enfrenta Bolivia. El triunfo de Paz se presenta así como el inicio de un ciclo político seguido de cerca por actores internacionales y por toda la sociedad boliviana.
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INTERNACIONAL
Nuevo gobierno en Bolivia: un giro en la economía boliviana, forzado por una crisis estructural

Bolivia se encamina a un nuevo ciclo económico tras 20 años de estatismo en el poder, un cambio reflejado en el actual proceso electoral e impulsado por la necesidad de resolver la crisis en el país, que a septiembre acumula una inflación de 18,33 % y cuya deuda externa hasta agosto llega a 13.741,7 millones de dólares, un 23% del PBI.
El cambio del modelo económico defendido por los Gobiernos del hoy oficialista Movimiento al Socialismo (MAS) es inminente, pues así lo requiere la urgencia del día a día, algo que fue propuesto -aunque con distintos matices- por ambos candidatos en la contienda electoral que concluyó ayer. El giro implica no solo reducir el Estado sino además acudir a financiadores como el FMI, evitado históricamente por el MAS.
El Gobierno de Luis Arce, que entregará la Presidencia el próximo 8 de noviembre, tuvo desde 2020, cuando llegó al poder de la mano de Evo Morales, un fuerte protagonismo estatal, que continuó hasta los comicios actuales pese a que sus detractores afirman que está agotado. Arce aseguró recientemente que dejará una “economía estable”, con control inflacionario y sostenibilidad fiscal, pese a un contexto externo adverso y a lo que las actuales autoridades nacionales denuncian como un “sabotaje político” desde el Legislativo.
Los críticos del Gobierno no coinciden con esto y mencionan, por ejemplo, el déficit comercial de 579,8 millones de dólares acumulado entre enero y agosto, o la inflación de 18,33 % en los primeros nueve meses del año que supera el 7,5 % proyectado para todo 2025. El saldo de la deuda externa hasta agosto es de 13.741,7 millones de dólares, el 23,1 % del PIB del país, y las reservas internacionales netas (RIN) llegaron a 3.275 millones hasta septiembre.
El reporte del descenso de las reservas a principios de 2023 coincidió con la persistente falta de dólares en la economía boliviana, a lo que se suman los recurrentes problemas de abastecimiento de combustibles por los que en los últimos días nuevamente se formaron largas filas de vehículos que buscan gasolina o diésel.
Aunque el gobierno saliente proyectó para este año un crecimiento económico de 3,51 %, pero organismos como el Banco Mundial (BM) auguran a Bolivia un decrecimiento de 0,50 %.
El gerente general del Instituto Boliviano de Comercio Exterior, Gary Rodríguez, recordó que en 2006 “se proclamó el fin” de la llamada “época neoliberal” que en su momento permitió “sacar a Bolivia” de la “hiperinflación y la recesión” experimentadas a principios de la década de los años 1980.
“La necesidad de resolver la crisis que vive hoy el país abre la posibilidad de cambiar el modelo del Estado plurinacional, luego de 20 años de experimentar un ‘proceso de cambio’ que funcionó mientras el país se benefició del auge económico mundial, por los altos precios para las materias primas que exportaba”, dijo Rodríguez a EFE. Uno de esos productos fue el gas natural, pero la declinación de su producción en los últimos años “convirtió a Bolivia en un importador nato de diésel y gasolina, con la complicación de que, al exportar cada vez menos” gas, importar más líquidos y “reducirse las reservas netas al mínimo, no tenía ya los suficientes dólares para hacerlo, trastocándolo todo”, indicó.
Rodríguez consideró que el ganador del balotaje recibe un país “con alta inflación y recesión económica”, es decir, con “estanflación”, por lo que consideró que uno de los temas prioritarios para el próximo Gobierno será “normalizar la provisión de combustibles”. Lo siguiente debe ser “conseguir dólares para cumplir con el servicio de la deuda y las necesidades de importación, controlar la inflación para evitar una eclosión social e incentivar la creación de empleos de emergencia”, agregó.
A su juicio, también será importante “un cambio de visión y actitud en la población”, pues “mucha gente se ha acostumbrado a vivir del Estado por casi 20 años”, o a esperar que el gobierno solucione sus necesidades. “Este cambio tendría que ver con que el Estado dé las condiciones necesarias para que los ciudadanos sean los verdaderos actores del desarrollo y un cambio que tenga que ver con el funcionamiento del mercado, y no del Estado, como ocurrió por 20 años”.
INTERNACIONAL
Tabernero y verdugo por herencia familiar: la historia de Albert Pierrepoint, el hombre que colgó a los nazis

Un oficio tan necesario como ingrato
Era de un barrio obrero de Clayton, Lancashire, donde el trabajo duro y la rutina marcaban el pulso de la vida. Apenas tuvo uso de razón, Albert Pierrepoint se enteró que su familia guardaba un secreto singular: la horca. Su padre, Henry, había sido verdugo oficial. También su tío, Thomas.
En la casa, el tema se trataba a media voz, con esa mezcla de vergüenza y orgullo que acompaña a los oficios oscuros. Para Albert, la figura del padre era la de un hombre severo, respetado por algunos y odiado por otros, que desaparecía de casa durante unos días y volvía con el silencio de quien carga un oficio que no se cuenta.
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El pequeño Albert creció con la idea de que la ejecución de un preso condenado a muerte no era un acto extraordinario, sino un trabajo. Un oficio tan necesario como ingrato. Mientras otros chicos soñaban con ser futbolistas o soldados, él escuchaba historias de medidas de soga, de la obligación de ser rápido y preciso.
Años más tarde, escribiría que desde los once años ya sabía lo que quería ser: el verdugo de Inglaterra. No por morbo ni sadismo, sino porque creía que era el oficio que le daba continuidad a su sangre. En su lógica, la horca era un deber familiar, casi una herencia. En la mesa familiar, entre cucharadas de sopa y pan duro, Albert aprendió que la muerte también podía ser un empleo.
Pierrepoint con sus instrumentos de trabajo.
En 1932, Albert Pierrepoint se presentó ante las autoridades del Home Office para ser verdugo. No había oposición: el apellido abría la puerta. Era la tercera generación de Pierrepoints para la horca.
El oficio no se aprendía en libros
Había que pasar por un curso práctico en la prisión de Pentonville: cálculos de caída, uso de la soga, manejo del condenado. Todo debía ser exacto. Un error podía significar un espectáculo sangriento, algo inadmisible para el sistema británico, que buscaba mostrar la horca como un acto casi quirúrgico.
Albert demostró destreza. Tenía la obsesión de la precisión: medía la altura, el peso, calculaba la longitud de la cuerda para que la muerte llegara en segundos, sin mutilaciones ni escenas grotescas. Su lema era claro: “Rápido, limpio, sin espectáculo”.
Al mismo tiempo, llevaba una vida normal. De día trabajaba como empleado, más tarde abriría un pub en Lancashire, donde charlaba con vecinos y clientes, servía cerveza y era visto como un hombre cordial. Nadie, salvo los más cercanos, sabía que de tanto en tanto desaparecía un par de días para cumplir con un encargo que no admitía preguntas.
Así comenzó su doble vida
Tabernero afable de lunes a viernes, y, de vez en cuando, ejecutor del Estado británico. Un hombre que podía conversar sobre fútbol en la barra del pub y, horas después, calcular con calma la caída de un condenado.
Albert Pierrepoint no se veía a sí mismo como un verdugo sanguinario, sino como un profesional de la precisión. La técnica era todo: se trataba de calcular la caída justa para romper el cuello de un solo tirón. Muy corta, el condenado se asfixiaba lentamente; demasiado larga, y la cabeza podía separarse del cuerpo. Pierrepoint no toleraba fallos. Medía peso, altura, complexión, y con esas variables determinaba la longitud exacta de la soga. Llevaba un cuaderno meticuloso donde anotaba cada caso, como un contador de la muerte. Pierrepoint en su taberna.
Era rápido. Abría la trampilla en cuestión de segundos desde que entraba al patíbulo. Se jactaba de poder completar una ejecución en siete segundos: desde que tocaba el brazo del condenado hasta que el cuerpo colgaba sin vida. El secreto, decía, era no prolongar nada. Ni palabras, ni gestos. Solo el acto técnico.
Su estilo lo convirtió en el verdugo de referencia del Reino Unido. Cuando había una ejecución complicada o un caso de alto perfil, llamaban a Pierrepoint. En la posguerra, llegaría a sumar más de 400 ejecuciones en su haber. Mientras tanto, seguía siendo el dueño simpático del pub, el vecino que escuchaba historias y servía tragos.
Pierrepoint, el arma silenciosa del Estado británico
Con la guerra, Pierrepoint pasó de ejecutar criminales comunes a convertirse en arma silenciosa del Estado. Entre 1940 y 1945 fue llamado una y otra vez, había espías alemanes capturados en suelo británico, acusados de infiltración o sabotaje. Cada uno terminaba en la horca con Pierrepoint.
En 1945, lo enviaron a Alemania, a la prisión de Hamelin, donde estaban recluidos decenas de criminales de guerra nazis. Fue allí donde su método se puso a prueba al máximo. En cuestión de semanas, ajustició a más de 200 personas: oficiales de las SS, guardias de campos de concentración, médicos que habían experimentado con prisioneros. Pierrepoint, tras su retiro.
La rutina era macabra: uno tras otro, en fila, cada condenado subía las escaleras, recibía la cuerda al cuello, y en segundos quedaba colgando. Pierrepoint se movía con la misma frialdad que en su pub al servir una cerveza.
Entre los más célebres ajusticiados estuvieron Josef Kramer, el “carnicero de Belsen”, e Irma Grese, la guardiana de Ravensbrück y Auschwitz, apodada “la bella bestia”. Para el verdugo inglés, no había diferencias: hombre o mujer, soldado o criminal civil, todos recibían el mismo trato técnico.
En esos días, Pierrepoint dejó de ser un ejecutor británico más y se convirtió en una figura internacional. Los periódicos hablaban del “hombre que colgó a los nazis”. Pero él nunca buscó gloria. Lo veía como un trabajo.
Un caso que conmocionó a la opinión pública británica
En 1950, Albert Pierrepoint recibió una orden como tantas otras: ejecutar a un joven galés de 25 años llamado Timothy Evans, acusado de haber asesinado a su esposa y a su hijita en Londres. El caso había conmocionado a la opinión pública. Evans era un hombre con pocas luces, de carácter débil, fácil de manipular. Había confesado el crimen bajo presión policial y después se desdijo, acusando a su vecino, un tal John Christie. La justicia no le creyó. El jurado lo encontró culpable y la sentencia fue la horca. El 9 de marzo de 1950, en la prisión de Pentonville, Pierrepoint cumplió la orden. Pero tres años después, el caso estalló de nuevo. John Christie, el vecino al que Evans había señalado, fue descubierto como asesino serial. Había estrangulado a varias mujeres en la misma casa de Notting Hill. El horror confirmaba lo que Evans había dicho: el verdadero culpable no era él.
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El escándalo fue mayúsculo. En Gran Bretaña se discutía si la pena de muerte era infalible. El caso Evans demostraba lo contrario: un inocente colgado por error judicial. Y en el centro, sin quererlo, estaba Pierrepoint: el hombre que hizo cumplir una sentencia que nunca debió cumplirse. Ese episodio empezó a cambiar la percepción pública del verdugo. Ya no era solo el hombre rápido y eficaz que había colgado a nazis y criminales. Ahora era también el símbolo de un sistema capaz de matar a un inocente.
La horca para un amigo
Los clientes del pub de Albert le tenían aprecio. Entre los más habituales parroquianos estaba James Henry “Tish” Corbitt, un hombre de carácter bohemio, que pasaba noches enteras en el bar cantando canciones populares. Se hicieron amigos: compartían tragos, chistes y confidencias.
En aquél mismo año de 1950, la amistad se quebró. Corbitt mató a su amante en un ataque de celos, después de una borrachera. Fue arrestado, juzgado y condenado a muerte. Y el verdugo asignado no era otro que Pierrepoint. El 28 de noviembre de 1950, en la prisión de Strangeways (Manchester), se produjo el encuentro imposible. Pierrepoint entró en la celda del condenado. Corbitt lo miró y dijo: “Hello, Alf”. Así lo llamaba en el pub, con confianza. Y Pierrepoint respondió: “Hello, Tish”. Saludo de amigos. El verdugo ajustó la soga al cuello de su amigo y abrió la trampilla. En segundos, Corbitt estaba muerto.
Para Pierrepoint, esa ejecución fue distinta a todas. En sus memorias escribió que ese día comprendió que la pena capital no tenía sentido. Para él, su amigo había matado en un arrebato, en una noche de borrachera, sin premeditación, sin plan. Consideraba que no era un monstruo, ni un criminal de carrera. Era un hombre común que había perdido el control. Y él mismo, Albert, había tenido que colgarlo. En 1974, Albert Pierrepoint rompió el silencio con un libro: “Executioner: Pierrepoint”.
Ese episodio le dejó claro que la horca no disuadía nada, no corregía nada. Solo sumaba más dolor. Era la rutina convertida en tragedia personal. El verdugo se había convertido, sin quererlo, en testigo de la inutilidad de su propio oficio.
En 1956, Albert Pierrepoint dejó su oficio
No fue un gesto dramático, ni un acto de rebeldía: fue una renuncia silenciosa, cargada de desgaste. Llevaba sobre los hombros el peso de un oficio que exigía frialdad, pero dejaba cicatrices invisibles.
El motivo inmediato de su salida fue más prosaico: una pelea con el Estado británico por los honorarios. El gobierno lo trataba como a un empleado menor, cuando él se consideraba un profesional especializado. Le pagaban mal, tarde, y sin reconocimiento. Pierrepoint se cansó.
Pero detrás de ese pretexto administrativo estaba la verdad: el verdugo ya no creía en la horca. Los casos de Timothy Evans y de Tish Corbitt lo habían marcado para siempre.
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En 1965, el Reino Unido abolió la pena capital para delitos comunes. Para entonces, Pierrepoint era visto como el último gran verdugo inglés, el hombre que había cerrado una era. Dejó el oficio y volvió a su pub en Lancashire. Para los parroquianos, seguía siendo “Alf”, el tabernero amable. Pocos sabían que esas mismas manos habían accionado la trampilla cientos de veces.
En 1974, Albert Pierrepoint rompió el silencio con un libro: “Executioner: Pierrepoint”. Lo escribió sin adornos: la pena de muerte no servía. No disuadía, no corregía, no impedía que los crímenes se repitieran. Después del libro volvió a su rutina. Se retiró del pub, se mudó a un hogar de ancianos en Southport. Vivió discretamente, con pocas entrevistas y sin protagonismos. Murió en 1992, a los 87 años.
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