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Conversaciones con Dino Saluzzi: del mate cocido y la música de su “querido tata”, en los carnavales de Salta, a los escenarios de toda Europa

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El apellido Saluzzi trae consigo una connotación que está relacionada a un hecho musical que se hace en familia, con la tutela de un miembro del clan que oficia de guía. Se llama Timoteo, aunque nadie lo reconoce por ese nombre. Todos lo llaman Dino. Nació hace 89 años en Campo Santo, Salta. Su voz fue y sigue siendo el bandoneón y su música comienza en los cerros y puede terminar en cualquier parte del mundo. Sus grabaciones para el sello alemán ECM Records (más de una docena de discos), dan cuenta de esto. También lo hace Dino Saluzzi, con palabras que elije para presentarse.

“Mi padre [Cayetano Saluzzi] trabajaba en una plantación de azúcar y, en su tiempo libre, tocaba el bandoneón y estudiaba partituras de tango y de música folclórica. No había libros, ni escuelas, ni radio… nada. Sin embargo, mi padre supo transmitirme una educación musical; música que, después, cuando estudiaba, me di cuenta de que ya la conocía, no desde el punto de vista de la razón o de la racionalidad, sino de una manera diferente, de una manera extraña, la que produce la música”.

Dino es dueño de un humor bastante particular, quizás difícil de entender para quien apenas comienza a tratar con él. Ha escrito música bella, ha compartido una manera de tocar el bandoneón única, muy por fuera de los cánones del tango (aunque lo tocó durante años y formó parte de orquestas típicas), y ha generado cofradías musicales con artistas de las más diversas latitudes, sin dejar de nutrirse de un entorno musical cercano: sus hermanos, su hijo, su sobrino (Celso, Félix, José María, Matías). La música de raíz folklórica, la de cámara y el jazz contemporáneo quedaron ligados por los puentes que ha sabido tender Dino.

Sostiene un espíritu irrenunciable a ciertas ideas de cómo debe ser transmitida la música. Y poca paciencia frente a la irreverencia que otros tienen, al desafiarlas. Todo el que ha tratado con Dino en algún momento se habrá sentido interpelado por este artista. Aquello que se hace sin querer o sin saber que no se debe hacer. Una vez, un fotógrafo llegó a una entrevista y le preguntó qué día sería su próximo show, mientras se percataba cómo el rostro de Dino comenzaba a transformarse. “Nosotros no hacemos ‘shows’ -fue la respuesta-. Lo que pasa es que la gente está muy confundida”. Dino ofrece conciertos, no shows; eso ha hecho toda la vida. Y bastante nervioso se pondrá si el iluminador de una sala comienza a hacer juego de luces sobre los músicos y las partituras, durante uno de sus conciertos. La defensa de lo más puro de la música lo ha embarcado en una cruzada que, por momentos, ha enfrentado de un modo bastante solitario; sin embargo, nunca ha renunciado, quizá por la fuerte convicción de estar en lo cierto. Una ética musical a la que jamás renunciará.

Dino Saluzzi, Una vida en diez jornadas es un libro que resume diez conversaciones de este gran artista salteño con Javier Magistris. Se trata de un libro publicado por Mil Campanas que será presentado el 30 de este mes, a las 19, en la Biblioteca Nacional, con entrada libre y gratuita.

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Dino habla de todo lo que se le propone; reflexiona y trae nuevos recuerdos. Uno recurrente es de la infancia y del ingenio azucarero San Isidro, donde trabajaba su padre: “La vida de los ingenios azucareros es ingrata, dura, hostil; sin embargo, en ese contexto comprobé cómo en esas condiciones las personas pueden experimentar sentimientos positivos y vi allí a algunos que contribuían a una sociedad más armónica y justa. En este mundo, todos compartimos el sufrimiento, no importa en qué situación y condición nos encontremos individualmente”.

Claro que esa pátina de nostalgia hace que, a la distancia, las cosas no se vean tan mal. El punto de partida de su relación con la música puede ser un buen ejemplo. Dino recuerda los carnavales, que en el noroeste argentino representan una cuestión idiosincrática fortísima. “Carpas de Salta , las vuelvo a recordar. / Bandoneón y guitarra, / zambas para bailar”. Así comienza la tradicional zamba “carpera” en homenaje al famoso “Payo” Solá.

Acaba de lanzarse Dino Saluzzi, Una vida en diez jornadas, diez conversaciones que el músico mantuvo con Javier Magistris

Saluzzi sabé bien de ese espíritu: “Para nosotros los carnavales eran una panacea porque mi padre, que tocaba el bandoneón, podía ganar algún dinero más -explica Dino-. Mi papá solía tocar en la carpa de la vieja Tula. Ella ponía un toldo con chapas y ahí armaba la carpa. Justamente ahí la vía hacía una curva abierta. El tren pasaba frente a la fábrica de cemento, llegaba hasta la estación y partía hacia Buenos Aires, a lo desconocido: un mundo imaginario que jamás pensé conocer (…) Yo era chiquito, unos 6 años. Fue el inicio de todo. En ese clima de carpa, de diversión se jugaba con agua, espuma, serpentina y se tocaba y cantaba folklore, tango, pasodobles y rancheras. La vieja Tula pasaba regando el suelo con agua para evitar que se levantara el polvo. Eran dos los músicos, mi tata querido, mi gran maestro y mi tío José Eustaquio. Ellos tenían firmado un contacto por una jornada larguísima que empezaba a las 3 de la tarde y terminaba a las 4 de la madrugada. A las 6 de la tarde tenían que darle un jarro de mate cocido y bollos y a las diez de la noche una gallina hervida con papas. Pero a mí, después de jugar con otros chicos durante todo el día, me daban ganas de volver a casa y me quedaba dormido”.

La música de Saluzzi por momentos le pertenece al mundo y en ciertas ocasiones tiene un fuerte arraigo con su Salta natal. Fue de lo tradicional a la experimentación con total naturalidad. Grabó folklore con Los Chalchaleros, salió de gira y llegó hasta Japón con la orquesta de Enrique Mario Francini. Experimentó con su grupo familiar, se metió en los festivales de jazz y de música de cámara europeos, vivió en Alemania y en Suiza.

“¿Cuánto hay en usted ahora del paisaje y los personajes de su infancia?”, indaga Magistris. “Los sueño siempre como una recurrencia. Sueño y escucho. En Europa me aferraba a eso. Una de las cosas más terribles que puede sucederle a una persona es tener que irse de su lugar. Nadie se va porque quiere. En mi desesperación por ver perderse todo en la nada, en el olvido, llegué a pensar que el que no ha experimentado ni sentido todas esas cosas que son la base del sentimiento, y la razón, no es ni será feliz sin eso que somos verdaderamente. Todo está dicho por la gente simple. Sin embargo, nosotros asistimos a la muerte de ese mundo sin que se nos mueva un pelo ¿Qué extraño, no?”.

Si hay algún tipo de licencia en la música instrumental -esa que Dino ha encardo desde diversas formas-, su abstracción es la que otorga la excusa perfecta para sumergirse en el pensamiento de Saluzzi durante diez charlas. Ya al principio del libro se puede dar ese gran paso, o salto (aunque no sea al vacío) con reflexiones que se entreveran con la existencia (o no) del mal. Todo esto viene a cuento por una obra musical llamada El encuentro. Dino dice: “El mal existe por una decisión nuestra, pero en determinado momento, una persona al poner la cabeza en la almohada, debe reconocer sus errores. La buena intención y el deseo de una vida mejor pueden evitar el mal. El perdón, la fraternidad, la música, el amor, el recuerdo de todo lo vivido, con dolor o sin dolor, evitar la batalla estúpida de ser el mejor o el peor, en ese pienso cuando pienso en una vida mejor. El ejemplo más contundente lo da el funcionamiento de una orquesta. La obra tiene que sonar bien, pero para eso todos (desde el director hasta cada ejecutante individual) tienen que ceder su protagonismo para que se dé este fenómeno misterioso que llamamos arte”.

En este libro, a medida que la charla avanza, adquiere profundidad y, también, síntesis. Hay definiciones muy bellas y certeras en ese universo Saluzzi: “Escuchar la Sinfonía N°6 Patética De Tchaikovski lo deja a uno frente a la tragedia íntima de un hombre sin que hable explícitamente sobre quién la escribe. Lo que le pasa al creador, le pasa a todo el mundo. El arte es el único lugar donde todos somos iguales”.

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Bipolar, psiquiátrica, extorsionadora y alcohólica: las duras acusaciones de Alberto Fernández contra Fabiola Yañez en su declaración ante la Justicia

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En un escrito de 200 páginas, ante la Justicia, Alberto Fernández se refirió a Fabiola Yáñez como una mujer con trastorno bipolar, psiquiátrica, alcohólica y extorsionadora. Lo hizo en el mismo informe en el que se despegó de las acusaciones de violencia física al decir «el agredido fui yo, ella se ponía violenta».

Con esas durísimas acusaciones se despachó el ex presidente sobre su ex pareja en el marco de la causa la que se encuentra imputado por los delitos de lesiones, agravadas por haberse cometido en un contexto de violencia de género y contra su ex mujer, de quien dijo también que «armó la causa».

Las principales frases contra Yáñez las expresó en el texto que presentó a las 10 de la mañana en el juzgado de Julián Ercolini, juez al que buscó apartar en reiteradas ocasiones desde que se inició la investigación, que dio a conocer Clarín a principios de agosto del año pasado

Sin responder preguntas del juzgado ni de la fiscalía, el ex Jefe de Estado optó hacer su descargo a través de un extenso escrito en el que brindó detalles de la convivencia con Fabiola Yañez, replanteando con una versión antagónica a las acusaciones algunos de los hechos centrales de la investigación.

El diagnóstico de bipolaridad y el cuadro psiquiátrico de Yáñez

En su descargo ante el juez, Alberto Fernández hizo mención a un diagnóstico de bipolaridad de la ex primera dama. Así lo relató:

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”Recuperé mi optimismo: Fabiola habia decidido avanzar en un tratamiento. Por lo que, con premura llamé a Manes (Facundo) quien fue muy atento y diligente y rápidamente nos concedió la entrevista. Fabiola asistió a sus primeras consultas médicas y tras algunas reuniones, recibió su primer diagnóstico”, dijo Fernández.

De esta etapa, que fue cuando llevaban un período corto desde el inicio de la relación, recordó: “Ese día llegó a mi departamento visiblemente afectada y conmovida por la noticia. Se mostró abatida y, entre lágrimas, me entregó una carpeta que contenia un informe médico. En los últimos dos renglones del documento, se transcribía el diagnóstico de manera clara y concisa”.

Hasta donde puedo recordar, continuó relatando el ex presidente, “decía textualmente: trastorno de personalidad por bipolaridad, adicción al alcohol con sindromes de abstinencia». Las descripciones sobre el comportamiento de Yañez continuaron a lo largo del descargo. Y allí se refirió a la etapa en la que ya se encontraban radicados en Madrid.

En ese punto contó un episodio con la madre de la ex primera dama. Yañez había salido por la noche, y Fernández relató la siguiente escena: “Le pregunté si sabía algo de ella. ‘Está durmiendo’, me dijo con toda seguridad. Cuando le dije que no era así y que Fabiola no había regresado, se desplomó sobre una silla de la mesa del comedor y mientras tomaba su cabeza con sus manos en un gesto desesperado, decía y repetía ‘esto no da para más…esto no da más’, en alusión a las conductas de su hija y su consumo problemático”.

Fabiola Yañez, según los dichos del ex Jefe de Estado, “apareció cerca del mediodía». Y prosiguió: «Luego me enteré que había llamado a la custodia para que fueran a buscarla a un lugar que nadie registraba como habitual. Ella cargaba encima la resaca propia de quienes se alcoholizan en exceso”.

Dio más detalles sobre la situación: “Al llegar a la casa, caminó zigzagueante hasta el cuarto sin decir ninguna palabra ni atinar a dar ninguna explicación. Ese mismo día, cuando la noche caía en Madrid, hablamos y le transmiti mi decisión de que hasta allí habíamos llegado”. “Le pedí encarecidamente que volviera a un programa que la ayudara con sus trastornos psiquiátricos y que se pusiera en manos de especialistas que la ayudaran a superar sus problemas de adicción al alcohol”, agregó.

Alberto Fernández, en Comodoro Py. Foto: Guillermo Rodríiguez Adami.

La “extorsionadora” que «armó todo»

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Pese a estar acusado de lesiones graves contra Yáñez, Alberto Fernández dijo que “jamás ejercí violencia contra ella” y declaró que el agredido había sido él. En el ensayo de su defensa, también acusó a la ex primera dama de haber “armado todo” para “extorsionarlo”.

“Los interrogantes también caben por otras actitudes que deja al descubierto Fabiola Yañez. Ahora sabemos que ocultamente grababa conversaciones conmigo: se fotografiaba con golpes o representándolos; que sacaba fotos en nuestra alcoba incluso mientras yo dormía”, comentó.

Al respecto, añadió: “¿Es posible que pensemos que Fabiola Yañez, atrapada en sus trastornos psicológicos y adictivos haya tramado una historia con el único fin de extorsionarme?”.

Esto significa, amplió Fernández, que Fabiola Yañez «por las dudas se fotografiaba las lesiones que se infligía como consecuencia de su estado de embriaguez. ¿Su duda era eventualmente usarlas en mi contra para ocasionarme un daño? Tal vez allí esté la respuesta de lo que ha hecho”.

El ex presidente Alberto Fernández. Foto. Guillermo Rodríguez Adami.El ex presidente Alberto Fernández. Foto. Guillermo Rodríguez Adami.

La réplica del ex presidente a las fotografías

Sobre las imágenes que constan en la causa que exponen a la ex primera dama con moretones en unos de sus brazos y en el ojo, Alberto Fernández dijo: “Debo advertir que nunca vi las fotos que llegaron al teléfono de María Cantero. Solo sé que son capturas de pantallas, y que por no contar con el metadato (fecha, horario y equipo que las tomó) carecen de toda validez probatoria”.

Después habló de las imágenes que Yáñez le envió a María Cantero, ex secretaria privada de Fernández: “También advertí que en los chats (mensajes) capturados en la pantalla y que ese día Fabiola Yañez envió a María Cantero, no aparecen con el doble tilde azul que indica que yo los pueda haber leído”. Y replicó al juez: “¿Por qué todas estas cuestiones fueron soslayadas por el fiscal y el juez a la hora de llamarme a prestar esta declaración?”

También detalló que cuando estos hechos salieron a la luz, Fabiola Yañez “me insistía en que no tenía idea qué contenían los chats que había enviado a María Cantero. No recordaba en qué circunstancias había ocurrido esa charla”.

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En noviembre -siempre en la versión de Alberto Fernández-, “me llamó a altas horas de la madrugada madrileña, en absoluto estado de ebriedad y en medio de amenazas de diferente indole, me dijo que la culpable de todo lo que ocurría era María Cantero. Nunca entendió por qué esos chats quedaron guardados en el teléfono de quien fuera mi secretaria”.

La foto de la Fiesta de Olivos

Finalmente, el ex Jefe de Estado habló de la foto de la Fiesta de Olivos. Primero dijo que los medios de comunicación tergiversaron sus dichos señalando que había acusado a Fabiola Yañez. «Yo me hice cargo siempre, dije que la responsabilidad política era mía”, sostuvo.

En cuanto a la ex primera dama, añadió: “Debo concluir que, con el estado psiquiátrico que arrastra desde siempre, esos chats fueron producto del odio que me guarda y que le generó la difusión de la fotografía que daba cuenta de la cena celebrada en Olivos el 14 de julio de 2020 con motivo de su cumpleaños”.

”Siempre creyó que el gobierno que yo presidía la había dejado en estado de indefensión. Jamás entendió que aquél gobierno y yo eran los destinatarios de las críticas que circulaban en medios de comunicación y redes sociales”. Entonces, agregó que “la consecuencia de todo el odio que acumuló hacia mi desde ese día en que la «foto de Olivos» se difundió, es lo único que explica este disparatado proceso”.

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