POLITICA
Destapan otra caja negra de la política en la ANSES
Esto puede ser peor o igual que los fideicomisos tan largo tiempo ignorados salvo por los que están en el negocio, con beneficiarios multimillonarios y hasta algunos con certificado de buena conducta expedido por el propio Vaticano. ¿Hace falta decir Grabois? Los curros se protegen entre ellos y hacen la casta de la casta.
Millones de dólares incontrolados para ser bien contados en los bolsillos derechos de los que hablan desde la izquierda diciendo que defienden a los pobres. Y es cierto, defienden que siga habiendo pobres: es su negocio.
Turno de estas horas: los seguros. El que empezó a descubrir la bien oculta trama de la opereta ha sido Osvaldo Giordano, un funcionario honesto que Milei puso en la Anses por acuerdo con el ex gobernador Schiaretti a cambio de apoyo, que no se dio y por eso, se adujo, se lo acaba de echar. Duró dos meses y siete días.
Las suspicacias son inevitables: la mujer de Giordano, diputada, votó con sus comprovincianos cordobeses contra la ley ómnibus. Giordano acababa de abrir un cajón (cajón, por caja bien de las grandes) de esos que ya entre nosotros tienen poco o nada de Pandora: cajón que se abre, cajón que deja ver una caja política escondida, y no por poca plata, sino por millones que siguen sumándose a otros millones. Es la plata que el Estado paga por seguros y ART a ciertos productores de seguros bien conectados… con unos y otros.
Sin embargo, este que vamos a abrir posiblemente sea un cajoncito si es que hay ánimo de abrir otros. Comenzó en diciembre de 2021, cuando Alberto Fernández ordenó sorpresivamente que todos los seguros estatales tenían que pasar por Nación Seguros. ¿Quién se acuerda de este decreto sancionado, cuándo no, con la repugnante, por hipócrita, retórica de “proteger los bienes del Estado”? Tres meses después de esa resolución de compra directa sin licitación, se entendió qué quiso decir cuando Lisandro Cleri, hombre de Massa en la Anses, lo puso en práctica con Alberto Pagliano, hombre de Fernández en Nación Seguros. En realidad son tres los hombres de Fernández ahí: Pagliano, Carlos Soria y Gustavo García Argibay, que distribuye los negocios entre productores y compañías amigas.
Como al pasar, Fernández establece que participarán del negocio empresas privadas “en forma de coaseguro”. Enseguida volveremos sobre esto. ¿Hace falta recordar que Fernández empezó su carrera en el área de seguros bajo el menemismo? Fue el jefe del Instituto Nacional de Reaseguros, del que salió denunciado tras una investigación de Moreno Ocampo. Pagliano trabaja con él desde entonces. Juntos armaron, en el 93, Provincia Seguros.
El negocio “chico” que Giordano saca a la luz es de $ 20.000 millones. Eso es exactamente lo que le paga la Anses al Nación por año para asegurar la vida de jubilados y pensionados a los que les da créditos. ¿Extraño?: desde 2011 los venía otorgando sin este seguro.
Massa amplió y metió esos préstamos en el plan platita de su desesperada carrera electoral: hasta $ 600.000 a una tasa anual del 29%, el tercio de lo que cobraba el mercado y en 24, 36 o 48 cuotas. Los repartió sin límites, incluyendo a los que cobran pensiones no contributivas. Centenares de miles de créditos: captar votos con la excusa de fomentar el consumo.
Pero el contrato de la Anses con el Nación vino con sorpresas. Como para que hubiera negocio había que meter intermediarios privados, Nación subcontrató otras aseguradoras y, como puente entre los dos organismos estatales, a un broker, con una comisión tres veces mayor a la del mercado: 17%. Unos $ 300 millones mensuales y lo más importante: otra estación de peaje para la política.
Antes de hablar del broker, un párrafo más sobre el contrato. El tercer punto dice que si los costos superan los ingresos de las compañías, las primas “se ajustarán hasta equilibrar la relación”. O sea: asegura a las aseguradoras privadas que no perderán plata.
¿Y quién es el broker? Se llama Pablo Torres García y se hizo multimillonario haciendo negocios con los políticos y la plata del Estado. Es dueño de muchas cosas, como la bodega Rossel Boher y la empresa Cerro Bayo, en La Angostura, lugar de esquí políticamente concurrido. También metió millones de dólares en inversiones inmobiliarias en Tigre, con su amigo y protector Massa, que ha pasado fiestas de fin de año en la fulgurante casa-mansión Azul de Torres García frente al exclusivo balneario CR de Pinamar.
Pero Torres García ha sido, sobre todo, un mimado del Pro después de arrancar como productor en Provincia Seguros, con normas de obligatoriedad parecidas a la que instaló Fernández con su decreto. Nación y Provincia comparten este inacabable filón de las pólizas armadas para darle otra tajada de plata a los políticos. Negocio transversal, como el de los chocolate Rigau de la Legislatura, pero inmensamente más grande.
Torres García dice de sí mismo que su empresa “no tiene compromisos personales o institucionales” con nadie. Por supuesto, es exactamente al revés. Además de Massa, otro de sus padrinos es Nicky Caputo, el amigo y socio de Macri que no necesita presentación. Caputo ha manejado o tal vez aún maneje la caja política de la Ciudad desde hace 20 años.
Pero la relación de Macri con Torres García es opuesta a la de Caputo. Cuentan que Macri se fue de una fiesta de cumpleaños de Caputo porque se encontró con Torres García y también que reclamó que corrieran al broker de la pila de contratos que acumuló con el gobierno porteño.
¿Ocurrió? Uno de los socios de Torres García es el largamente ministro de Gobierno Bruno Screnci, otro miembro de la escudería Caputo. Del gabinete porteño pasó al banco Provincia. También estuvo en otro lugar que maneja mucha plata: la Corporación Puerto Madero. Muy nuestro: ¿cuánto funcionario sale de la función pública mucho más rico de cuando entró? Sí, no hace falta respuesta.
Torres García tuvo un fuerte encontronazo con otro ministro, el radical José Luis Giusti, que aceleró su crisis en la Ciudad y la pérdida del negocio con las ART en la UBA, al que Giusti lo había llevado.
Giordano husmea, se da cuenta y, ¿casualmente? empiezan sordos ruidos, que son coro, porque de lo que se trata es que es un sistema de túneles para lindos dividendos ya sabemos a cargo de quiénes. Volteó el contrato con el Nación por “innecesario” y le llovieron llamados para que metiera la marcha atrás. Lobbystas de todos los colores y uno impensado: el ex tenista Gastón Gaudio, el mismo que abrió para políticos las puertas de otros negocios, los de Qatar.
Como diría Fierro, los brokers sean unidos. Torres García integra el lote de elite que trabaja cartelizado para la política. Un puñado que concentra y se reparte miles y miles de pólizas del sector público: una montón incalculable de plata. Hay que anotar dos nombres más. Uno: Juan Manganaro, del Grupo Gaman, que maneja Provincia ART y consigue 15% de comisión, tres veces lo que dice la ley de ART. Y el otro Héctor Martínez Sosa, casualmente casado con una de las hermanas Cantero, secretarias de Alberto Fernández.
En 2018, estalló un escándalo de corrupción en Chubut, que involucró a Patagonia Broker, una empresa de Torres García con participación estatal. El gobernador Das Neves corrió a Torres García y colocó a Martínez Sosa, el amigo presidencial, en su lugar.
Cuentan empresarios que los llamaban desde la Rosada para que contrataran a Martínez Sosa, el mismo al que Fernández dice deberle dólares en sus declaraciones juradas. Hombre afortunado Fernández: su amigo publicista Albistur le presta departamento y su amigo Martínez Sosa, plata.
No es pasatiempo lo que la política, casta o no casta, ofrece con el caso Giordano, su investigación, su destapada de olla y su reemplazo, que habría que llamar despido. You are fired, a lo Trump.
Todo lo contrario: puede llegar a ser un episodio bisagra por el cansancio de la gente que váyase a saber si suma 56 por ciento o si no es más. Es sencillo de ver y hay, parecería, una atención a estas ventajitas, mejor dicho, ventajazas, multimillonarias de la política como pocas veces antes porque es también sencillo de entender: pobreza que se extiende como una mancha venenosa y marcha atrás en la vida para casi todos y todas por no decir todos y todas.
Si el esquema que Giordano dio de baja sigue de baja y no vuelve con alguna maniobra de esas que nunca faltan, entonces su reemplazo en la Anses fue castigo político. Pero si los intermediarios reaparecen con otro nombre o disfraz, entonces a Giordano lo echaron por cerrar una caja negra, eso que el gobierno dice, asegura, grita, amenaza y jura que vino a hacer.
POLITICA
“En Moscú me amenazaban con darme en adopción”: el drama de los 20.000 chicos ucranianos secuestrados por Putin
“En Moscú me tuvieron 45 días internado en un sanatorio infantil junto con mis dos hermanas más pequeñas, y nos amenazaban constantemente con darnos en adopción”, contó en una entrevista con LA NACION el ucraniano Matvy Mezhevoy, de 15 años, sobre su experiencia vivida hace poco más de dos años.
La lucha encarada por su padre, Yvgeny, de 41 años, para recuperar a sus tres hijos -incluso viajando a la capital rusa en una misión extremadamente riesgosa en tiempos de guerra para un exmecánico del Ejército ucraniano- permitió la reunificación familiar.
Matvy y sus hermanas, Sviatoslava, de 11 años, y Sasha, 9 años, son tres de los 19.046 chicos ucranianos cuyo secuestro por parte de Rusia está documentado por Naciones Unidas. De ese total, solo 388 lograron ser recuperados y unos 400 ya fueron dados en adopción a familias rusas. El resto, están repartidos en 43 orfanatos e instituciones gubernamentales dentro del territorio ruso. Incluso hay casos de algunos adolescentes que, completado su proceso de “rusificación”, fueron enviados como soldados “rusos” para combatir en Ucrania.
Por esos secuestros la Corte Penal Internacional emitió en marzo del año pasado una orden de arresto contra Putin. Pero la reacción del presidente ruso estuvo llena de perversidad, si se toma en cuenta que los chicos cuentan con familia en Ucrania. “Los niños son sagrados. Los sacamos de la zona de conflicto, salvando sus vidas y su salud”, explicó Putin.
Los cuatro miembros de la familia Mezhevoy, que ahora viven en Riga, la capital de Letonia, accedieron a contar por Zoom a LA NACION su dura experiencia, desde el secuestro hasta la reunificación, acompañados por la directora de cine británica Sarah McCarthy. Su documental After the Rain: Putin’s Stolen Children Come Home. (”Luego de la lluvia: Los chicos robados por Putin regresan a casa”) -que es candidato al Oscar como mejor película documental-, narra el difícil proceso de sanación interior de los Mezhevoy y de otros chicos recuperados.
Los chicos robados
Luego de su paso por el Ejército como mecánico entre 2016 y 2019, Yvgeny había puesto un negocio de comida rápida en su ciudad natal, Mariupol, una estratégica localidad portuaria sobre el Mar de Azov. Estaba divorciado desde 2016 cuando los chicos quedaron bajo su guarda, una tarea que asumió con evidente pasión. Durante el diálogo con LA NACION, en el que se ocupó de colocar estratégicamente una bandera ucraniana a sus espaldas, sus tres hijos interrumpían permanentemente la conversación colgándose de sus hombros o abrazándolo desde atrás con mucho afecto.
Después de la invasión rusa en febrero de 2022, hay una fecha que Yvgeny ya no olvida más: el 7 de abril de ese año.
“Hacía ya varias semanas que los rusos venían bombardeando y atacando la ciudad. Y ese día, como otras veces, corrimos con los chicos a escondernos en el sótano del Hospital N°4 I.K. Matsuka, que ya estaba totalmente destruido. Éramos más de 80 personas refugiadas allí. De pronto, bajaron al sótano los soldados rusos y nos pidieron los documentos. Como en mi pasaporte figura mi paso por el Ejército, me separaron de mis hijos y ya no los volví a ver”, recordó Yvgeny.
Mientras los siguientes 45 días a Yvgeny lo trasladaron por varios puestos militares rusos en difíciles condiciones de alimentación y maltratos como prisionero de guerra, sus chicos fueron llevados directamente al sanatorio “Polyani”, un enorme predio de 38 hectáreas en las afueras de Moscú, que en su página web se presenta como “centro de rehabilitación infantil para tratamientos prescritos por un médico”.
Yvgeny imaginaba entonces que sus chicos habían quedado bajo custodia de algún familiar o vecino de los que estaban en el sótano en el hospital. Pero cuando lo liberaron a fines de junio, sin darle mayores explicaciones, conoció la verdad.
“Un rayo de ira me atravesó cuando me enteré de que los rusos se habían llevado a mis chicos a un orfanato en Moscú. Me puse loco”, recordó Yvgeny. Además, no tenía posibilidades económicas ni prácticas de viajar a la capital rusa durante la guerra. Su pasado como militar del Ejército ucraniano estampado en su pasaporte era un riesgo muy cierto de frustrar su búsqueda y terminar nuevamente detenido en cualquier puesto de control.
En tanto, en Moscú, la vida de los chicos había sufrido un cambio abrupto. Del afecto y el estrecho cuidado de Yvgeny pasaron al trato impersonal de una institución enorme, donde había muchos otros chicos robados a sus padres ucranianos en su misma situación.
“En el Sanatorio Polyani nadie nos trataba de forma personal. Solo nos informaban a todos juntos sobre horarios y actividades: la hora de la comida, del baño, del recreo y del descanso”, contó Matvy. “Al principio, como los varones estaban separados de las mujeres, a mis hermanas las llevaron a otro piso. Pero yo pedí que nos pusieran juntos, y lo logré. Constantemente nos decían que nos iban a entregar en adopción a una familia rusa o que seríamos derivados a un orfanato”, recordó el adolescente.
Al ser consultado cómo se sintió frente a esa amenaza de ser dado en adopción, Matvy solo bajó la cabeza y dijo: “No sé…” (”Iá nie snaiu”).
La ayuda de una organización de voluntarios rusos le permitió a Yvgeny, no sin muchos riesgos y demoras, localizar y llegar al sanatorio donde estaban secuestrados sus hijos. Una de las líderes de esa organización, Nadezhda Rossinskaya, fue arrestada en febrero pasado en Belgorod, Rusia, por cargos criminales de “socavar la seguridad del Estado”, lo que podría costarle siete años en prisión.
Esa organización, le sugirió a Yvgeny que para intentar reencontrarse con sus hijos podía escribir directamente una carta al presidente Putin en la que se identificara como padre de los niños y pidiera la reunificación. La organización presentó entonces la misiva a la Comisionada Presidencial para los Derechos de los niños en Rusia, Maria Lvova-Belova, y así logró la información sobre la localización de los chicos en el Sanatorio Polyani, a 30 kilómetros del centro de Moscú.
Ya en el hospital, acompañado por miembros de la organización, a Yvgeny comenzaron a pedirle un sinnúmero de documentos, que él no tenía, para poder demostrar su vínculo con los chicos. Pasaban las horas mientras se sucedían los nuevos requerimientos y llamadas telefónicas de las autoridades del sanatorio a funcionarios gubernamentales para tomar una decisión.
“Mientras estaba completando otro de los montones de formularios que me hicieron firmar durante horas, en determinado momento escuché la voz de mi hija menor, Sasha, en un corredor. Entonces, tiré la lapicera al suelo y salí corriendo a abrazarla”, recordó emocionado Yvgeny.
“No me puedo olvidar de ese momento en que corrimos a abrazar a papá los tres en el corredor”, dijo Matvy. “No podía creer que él estuviera ahí, en Moscú, y que nos hubiera encontrado”.
Finalmente, incluso Matvy, como hijo mayor, tuvo que firmar un formulario donde reconocía que Yvgeny era su padre y que los tres hermanos deseaban ser devueltos a su familia.
Luego, la misma organización de voluntarios rusos, los ayudó a salir. No pudieron volver a Ucrania porque el negocio de comidas y la casa familiar de Mariupol habían sido saqueados y destruidos por las tropas rusas, por lo que les ofrecieron emigrar a Riga, Letonia, donde viven actualmente.
Fue allí que la directora de cine británica Sarah McCarthy conoció el año pasado la historia de los Mezhevoy que, junto a otras familias de niños robados por Rusia, habían sido invitados por la Asociación Estonia de Asistencia y Terapia con Perros (Eatkü) a un “retiro” de diez días en medio de un bosque estonio con playa sobre el Mar Báltico, para intentar recuperar la paz interior perdida durante su separación como familia.
“Es mi tercer documental sobre el uso que hace Putin del secuestro de niños como un arma de guerra. Lo hice también como un homenaje a mi madre ucraniana y todos los sufrimientos que vivió su país”, contó McCarthy a LA NACION.
La película fue presentada ya en varias salas de todo el mundo, y en Buenos Aires hubo días atrás una exhibición para la prensa en el Palacio Libertad, auspiciada por las embajadas de Polonia, Ucrania y Reino Unido. El documental se enfoca especialmente en el camino de sanación recorrido por Sasha, la menor de la familia Mezhevoy, y otra chica secuestrada, Veronika Vlasova, de 15 años, cuya madre dio testimonio sobre su caso en abril del año pasado ante el Consejo de Seguridad de la ONU. Entre juegos, contacto con la naturaleza y una terapia asistida con perros y caballos, chicos y padres comienzan a recuperar el enorme poder sanador de lo que debería ser la vida cotidiana de una familia ucraniana.
“Busqué mostrar en el documental la ternura, la alegría y la belleza que todos anhelamos en medio de la incertidumbre y el horror que provoca la guerra. Probablemente solo eso. Ya todos conocemos las atrocidades vividas estos años en Ucrania y no necesitaba volver a mostrarlas. Pero hay un gran deseo de rescatar lo que se perdió”, dijo McCarthy.
Hacia el final del documental y de los diez días de retiro familiar, cada participante fue invitado por los terapistas estonios a recoger en el bosque en una pequeña cajita algo que simbolice las cosas que más apreciaron de la experiencia. La respuesta espontánea de Sasha conmueve por su ternura. “¡Cómo voy a poder hacer entrar en una cajita a mi familia! ¡Es imposible!”.
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