POLITICA
El armador bonaerense de Javier Milei fue aportante de la fórmula Cristina Kirchner – Amado Boudou
Según consta en la documentación brindada por la Cámara Nacional Electoral, el subsecretario de Integración Socio-Urbana de la Nación, Sebastián Pareja realizó un aporte económico a la fórmula presidencial de Cristina Fernández de Kirchner y Amado Boudou en 2011. El dato se desprende del informe final de la elección primaria, conforme a lo exigido por el artículo 37 de la ley 26.571.
El 4 de agosto de ese año, Pareja efectuó un aporte de mil pesos (unos 240 dólares para la época) a la campaña de la agrupación política Frente para la Victoria, bajo la lista «Celeste y Blanca K». En ese entonces, el responsable económico del espacio era Guillermo Horacio Blancq Fernández, quien, vaya paradoja, actualmente cumple funciones en la Asociación de Concesionarios de Automotores de la República Argentina (ACARA), un organismo que Javier Milei ha prometido eliminar, aunque con éxito relativo.
El aporte de Pareja no fue de los más altos ni los más bajos, sino que se ubicó en un nivel promedio dentro del listado de financistas de la fórmula oficialista, en el que también figuran exfuncionarios como Alicia Kirchner, Florencio Randazzo, Alberto Sileoni, Lino Barañao y Débora Giorgi. Entre los aportantes también se encuentra Paula Abal Medina, candidata a vicepresidenta de Juan Grabois en 2023 e hija de Nilda Garré y Juan Manuel Abal Medina.
El vínculo de Sebastián Pareja con el kirchnerismo no termina allí. En 2006, logró una planta permanente en el Honorable Senado de la Nación casualmente cuando Daniel Scioli, en su rol de vicepresidente, presidía la cámara alta durante el gobierno de Néstor Kirchner (2003 – 2007). Este dato cobra relevancia considerando su actual rol como armador político de La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires, el espacio que hoy gobierna el país bajo la conducción de Javier Milei.
Denuncias por apropiación de tierras
El escándalo en torno a Pareja no se limita a sus antecedentes políticos. En los últimos meses, el referente de LLA en la provincia de Buenos Aires ha sido involucrado en una causa judicial por apropiación ilegal de tierras privadas. Según audios filtrados de la investigación por REALPOLITIK, Pareja habría participado en maniobras irregulares con el objetivo de recaudar fondos para la «caja política» del espacio libertario.
Las grabaciones incluyen conversaciones entre Antonio Insaurralde, asesor jurídico e inmobiliario de Pareja, y distintos actores involucrados en la compra y venta de terrenos usurpados. En ellas, Insaurralde menciona acuerdos, presiones y arreglos financieros que comprometen directamente al subsecretario de Integración Socio-Urbana de la Nación.
Uno de los denunciantes, Daniel de Olivera, aseguró que «este no es un negocio de 250 mil dólares, sino de muchísimo más dinero». De acuerdo con sus declaraciones, Pareja y su entorno no solo se apropiaban de tierras usurpadas, sino que las vendían a personas de bajos recursos, generando «una guerra de pobres contra pobres». Entre las propiedades mencionadas se encuentran terrenos en Tandil valuados en 30 millones de dólares, un predio de 220 lotes en Magdalena y otros 200 en San Vicente. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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Viejas riñas porteñas
Hay que ubicar las cosas en su contexto. Lo que a los ojos del siglo XXI puede parecernos un show bárbaro y bestial, en otras épocas fue un entretenimiento frecuente e incluso una verdadera pasión de multitudes. Me refiero a un divertimento que imperaba en Buenos Aires en tiempos de la colonia y hasta mucho después de la independencia: la riña de gallos.
Hoy es absolutamente ilegal tirar dos aves al centro de un círculo, apostar dinero por una de ellas y verlas lastimarse hasta que alguna de las dos dé con el pico en el suelo. Pero no lo era cuando Buenos Aires era una aldea en crecimiento. Los reñideros estaban presentes en casi todos los barrios porteños y allí asistían, gustosos, miembros de todas las clases sociales.
Es que, por más que nos duela reconocerlo por la pena que nos dan estos pobres animales, las riñas eran una verdadera expresión popular. Un visitante inglés que habitó la urbe para 1820 escribió en una de sus crónicas: “Junto a las puertas de las casas de la gente pobre hay siempre un gallo atado a la pata, lo que demuestra que las riñas deben ser diversión muy difundida”.
Pero claro que esta es una competencia que no se inventó en Buenos Aires. Viene de bien lejos en tiempo y espacio: hay registros desde la antigua Grecia, en el 500 A.C. De ahí las riñas pasaron a la antigua Roma, llegaron al territorio español y fueron los españoles, cuando trajeron las aves de corral al territorio americano, los que instalaron aquí su emplumado pasatiempo.
En 1767 se inauguró el primer reñidero porteño, de José de Alvarado, en el entonces llamado Hueco de Monserrat, por la zona donde hoy se levanta el edificio de Desarrollo Social. Más adelante en el siglo XIX hubo muchos más. Entre los más destacados, se puede mencionar uno ubicado en la actual esquina de Chile y México, otro en Venezuela al 700 y hasta se abrió uno, muy concurrido, en la mismísima calle Florida. Algunos eran más bien precarios, pero otros tenían gradas y hasta palcos para que el público siguiera con comodidad las alternativas de la lucha, plena de espolones yendo y viniendo y picotazos a repetición.
Además de las cantidades de dinero que corrían en las apuestas, la actividad se ampliaba mediante la creación de criaderos y hasta escuelas de pelea para gallos. Tal como pasa hoy con diversos juegos populares, esto era, para algunos, un pingüe negocio.
El historiador Oscar Troncoso recuerda el nombre de algunos gallos que fueron legendarios por su valentía: rememora a ‘el Belgrano’, animal al que apodaron ‘el asesino de Balvanera’, pues así era de feroz; otros ejemplares destacados fueron el ‘Tigre Overo’ y el ‘Gaucho Cenizo’, que se convirtió en mito aquella jornada en la que el pobre continuó peleando después de perder ambos ojos. Pero también estaban las aves que rehuían al combate, como ‘Naranjo Barbucha’, que en su primera contienda se escapó del circo para correr a esconderse atrás de un árbol en otro de los reñideros célebres, el de Gandulfo, ubicado en Montes de Oca y Suárez, en Barracas.
Tan popular era la cosa que, en mayo de 1861, el Jefe de Policía Rafael Trelles emitió el Reglamento Oficial para la Riña de Gallos. Haciendo una lectura de esta legislación, es difícil creer que se cumpliera a rajatabla. Por ejemplo, había una norma que decía que el público “no podrá proferir palabras obscenas dentro del circo”. Con el fervor de la lucha y habiendo dinero en juego, imposible que no se escaparan decenas de improperios.
Por fortuna para los gallos, para el año 1891 se prohibían sus riñas en la ciudad de Buenos Aires. Empezaba a tener influencia la Sociedad Protectora de Animales, que promovió esta medida. Pero, clandestinamente, la movida no se detenía. De hecho, el drama teatral El Reñidero, de Sergio De Cecco, transcurre precisamente en uno de estos escenarios, en Palermo, en 1905. Lo que sí, como muestra la obra, ya era un espectáculo más marginal, para guapos, malevos y matones de algún turbio caudillo político. Pero ese ya es otro cantar.
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