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POLITICA

El día que Cristina Kirchner amenazó a los gobernadores con “ahogar las provincias”

Un episodio donde la expresidenta arremetió contra las provincias petroleras en defensa de la Ley Galuccio, marca paralelismos con las actuales tensiones por la Ley Ómnibus.

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Hacia 2014, otro debate era el que rondaba las puertas del Congreso. Por aquel entonces, el CEO de YPF, Miguel Galuccio, presentó a las petroleras el proyecto de Ley de hidrocarburos, una iniciativa que sería duramente rechazada por los gobernadores provinciales y las petroleras privadas.

A pesar del panorama adverso, el proyecto fue defendido por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien amenazó a los mandatarios con retacear fondos si no adherían a la Ley Galuccio. En este contexto, uno de los gobernadores que estuvo en el ojo crítico fue Jorge Sapag, de Neuquén, a quien el Gobierno advirtió que le frenarían los planes de obra pública y que no habría margen para refinanciar su deuda con la Nación.

Guillermo Pereyra, senador nacional del Movimiento Popular Neuquino y jefe del sindicato de petroleros de esa región, también denunció que Cristina lo amenazó frenar las obras por mil millones en Añelo, la localidad donde se ubica el yacimiento de Vaca Muerta, un compromiso que asumió en el acuerdo con Chevrón.

“El gobernador me llamó, y yo le aclaré que estamos atrás del mismo fin. Si reclama lo que es de la provincia tendrá con él a todos los trabajadores para defender los intereses de todos los neuquinos”, señaló Pereyra. No obstante, Sapag no estaba sólo. A él se unía el mendocino Francisco “Paco” Pérez y el chubutense Martín Buzzi. Aunque menos explícitos, el resto de los mandatarios se sumó, por acción u omisión, a los dos proyectos alternativos que el neuquino le acercó a Carlos Zannini.

En su proyecto, Galuccio exigía una serie de concesiones a las que los gobernadores no estaban dispuestos a ceder: les impedía asociarse a las petroleras privadas, puso un tope de 12% a las regalías, de 3% a ingresos brutos y prohíbió cobrar sellos. En su contraataque, los mandatarios exigieron también reconsiderar el precio del combustible tomado para liquidar regalías, que no suele ser el valor internacional sino uno menor definido por el Gobierno.

Sin embargo, el debate por el acarreo fue el más problemático. Por un lado, para Galuccio, si las provincias, que son dueñas del recurso, también se encargan de traer inversores y ponerle condiciones, YPF perdería terreno con las empresas privadas. Por otro lado, para Cristina Kirchner, si Galuccio no lograba manejar a gusto las inversiones no existía soberanía energética posible.

En una comparativa con la actualidad, el debate por la denominada Ley Ómnibus genera algunos paralelismos con lo ocurrido en 2014. 

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Ante la dilatación de la aprobación de la iniciativa, el presidente Javier Milei advirtió que si los gobernadores no brindan su apoyo se complicará el envío de fondos nacionales a los distritos. “Si la ley no se aprueba, va a ser peor para todos, en especial para las provincias”, fue la frase que pronunció el mandatario ante sus ministros. Especialmente el del Interior, Guillermo Francos, que es el encargado de la relación con los gobernadores y, a su vez, de negociar el apoyo de la normativa.

Si bien Francos mantuvo reuniones vía Zoom, con los líderes provinciales de Córdoba, Santa Fe y de la Ciudad de Buenos Aires, para obtener el pleno apoyo dentro de la Cámara baja, las dudas de los gobernadores y el rechazo a la quita de retenciones para el campo, por parte del Ejecutivo nacional no lograron cerrar filas. 

Sin embargo, esta no fue la única vez que el actual presidente apuntó contra los gobernadores para lograr la aprobación de su ambicioso proyecto, el cual persigue imponer el ajuste fiscal y cuya meta principal es conseguir el déficit cero. “No estoy dispuesto a negociar nada. Hay algunas mejoras. Aceptamos que hubiera mejoras, pero no negociamos”, defiende el mandatario.

Ahora es solo cuestión de tiempo determinar si el proyecto de Ley que promueve Javier Milei tendrá el mismo final que aquél que impuso Cristina Kirchner diez años atrás.

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El espectáculo político se renueva

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Hasta el siglo pasado se entendía que cuanto más visible un personaje más chance de ser electo, por lo que los políticos buscaban celebridad para acceder al poder. Michelle Obama muestra cómo en el siglo XXI el verdadero éxito es aprovechar la notoriedad política para hacer espectáculos.

La señora Obama no solo tiene más popularidad en las redes que Kamala Harris. En Instagram duplica a Donald Trump y superó a su marido Barack Obama incluso cuando era presidente. Y si esa popularidad no es transferible a las elecciones nacionales (preguntar a Kamala), es sumamente redituable en el mundo del espectáculo global.

La alianza de los Obama con Netflix comenzó con el documental American Factory (2019), sobre los cambios de la industria norteamericana frente a los chinos, que obtuvo múltiples premios incluido el Oscar a mejor documental

Al revés de esos presidentes que llegan al poder para tener sus medios y su programa de TV, los Obama aprovecharon su salida para legar algo más que una biblioteca, como es tradición en los Estados Unidos. Desde la productora Higher Ground consolidan una filmoteca en Netflix tan variada como para albergar una serie de citas de cincuentones que se llama The Later Daters, de reciente estreno internacional.

La alianza de los Obama con Netflix comenzó con el documental American Factory (2019), sobre los cambios de la industria norteamericana frente a los chinos, que obtuvo múltiples premios incluido el Oscar a mejor documental. Y se consolidó con la película que captura la presentación nacional de Becoming, la autobiografía de Michelle.

Mientras Barack Obama envejecía aceleradamente en los últimos años de poder, Michelle florecía, ganaba estilo y glamur y lo contaba en libros, entrevistas, conferencias multitudinarias

Estas películas coinciden con Campamento extraordinario, Trabajar: eso que hacemos todos los días, American Symphony, Paternidad, varios documentales de naturaleza y algunos infantiles en un propósito: hacer política desde el entretenimiento sin que se note.

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Los Obama entendieron que cambiaron los manuales de política y que lo que tiene más popularidad no es la controversia. Michelle aprendió de su amiga Oprah Winfrey que en las plataformas ganan las historias humanas con las que el público puede identificarse. Las dos eligen mensajes de superación personal con esa seguridad que les da saberse extraordinarios ejemplos de éxito y esplendor.

Mientras Barack Obama envejecía aceleradamente en los últimos años de poder, Michelle florecía, ganaba estilo y glamur y lo contaba en libros, entrevistas, conferencias multitudinarias. Una auténtica influencer de estos tiempos, que sabe que dirigir los destinos del país más poderoso del mundo no es tan importante como tener reinar en el mundo de las redes sociales y sus negocios asociados.

La política pop se actualiza. Buscar el centro de las pantallas es de políticos del siglo pasado. En estos tiempos, la gente verdaderamente influyente, la que convierte a sus seguidores en suscriptores, es aquella que cede el protagonismo a la comunidad que conforma su red. En las series de su productora, los Obama apenas hacen unos breves cameos. Pero están. Michelle no aparece en la serie de citas, pero desde su cuenta de Instagram dejó claro quién manda. Mirando algunas escenas dejó entrever sus recriminaciones a un señor que se pasó de picante en su cita con una señora de 62. Hasta sugirió que en una próxima temporada debería estar bajo la supervisión de Logan Ury, la psicóloga de Harvard que asiste a los postulantes para conseguir pareja.

Un final feliz para la dama y ridículo para el caballero en la serie del momento es más efectivo que la mejor campaña por la igualdad. A Netflix no le convendría que esas series se conviertan en alguno de esos bodrios de canal Encuentro que envejecieron tan mal y tan pronto.

El éxito de Michelle es, precisamente, que entendió el desgaste de la política y lo poderosa que es la conexión humana. Por eso pierde cuando retoma la campaña, y brilla en sus redes que explotan cuando baila, conversa, aconseja o se deja entrevistar. La popularidad no se transfiere pero, como el público, se renueva.

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