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“El loco de los médanos”: la odisea del hombre que levantó uno de los balnearios más elegidos de la costa atlántica en un lugar imposible

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El 19 de agosto de 1931, Carlos Idaho Gesell, empresario argentino de origen alemán, compró 1648 hectáreas de arena frente al océano Atlántico. En ese espacio completamente deshabitado, dominado por el viento y las dunas, el hombre decidió iniciar una plantación de pinos. Los que creían que su empresa era imposible, que eran muchos, comenzaron a llamar a Gesell “el loco de los médanos”. Sin embargo, tras años de sacrificio, constancia, prueba y error, el empresario se salió con la suya.

Hoy, en esos parajes costeros ubicados a unos 375 kilómetros al sur de Buenos Aires, no solo se mecen, multiplicados, aquellos ejemplares arbóreos, sino que además se levanta allí una ciudad, Villa Gesell, que es una de las más concurridas y activas de los veranos bonaerenses. La bella villa turística frente al mar es el legado de aquel loco que no cejó en su afán de domar los médanos para erigir allí bosques, viviendas y futuro.

Mariela Siste conoce en profundidad la biografía de Carlos Gesell y el origen de la ciudad. Ella es guía del Museo y Archivo Histórico Municipal de Villa Gesell y cuenta a LA NACION cómo se forjó este balneario, fundado el 14 de diciembre de 1931, cuando todavía en el lugar no había más que un paisaje hostil de acceso casi imposible. “Gesell era un hombre que nunca bajaba los brazos”, define la guía que, como toda residente de esta ciudad, siente admiración por el creador de su patria chica.

Mariela Siste, guía del Museo Histórico de Villa Gesell, conoce en profundidad la vida y obra de Carlos Gesell, el fundador de esa ciudad balnearia

Los Gesell en la Argentina

–Mariela, ¿Cómo comenzó la relación entre la familia Gesell y la Argentina?

–Esa historia comienza allá por 1887, con la llegada de don Silvio Gesell al país. Él era un joven alemán, el séptimo de nueve hermanos, que lo enviaron acá, donde vino para comercializar material quirúrgico para odontólogos. Con su esposa Anna Böttger tuvo cuatro hijos, entre ellos, Carlos. Gesell padre inició aquí un negocio que para la década del ‘20 quedaría a cargo de sus hijos varones, que, con el nombre de Casa Gesell, lo orientarían hacia la fabricación y venta de artículos para bebés.

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Carlos Gesell en tiempos de juventudSilvio Gesell inauguró en Buenos Aires un comercio de venta de instrumentos quirúrgicos para odontólogos

—¿Carlos Gesell nació en la Argentina?

–Sí, nació el 11 de marzo de 1891 en la casa paterna, en Buenos Aires, que quedaba en Parguay al 3030. Mientras estaba frente al negocio, su papá estudió mucho economía y fue considerado un gran economista. Escribió el libro El orden económico natural. Años antes de esa publicación, para dar a conocer sus ideas en Europa, se había mudado con toda la familia a la Suiza Francesa, donde sus hijos hicieron la escuela primaria. Pero la familia retornó a la Argentina unos años después, cuando murió uno de los hermanos de Silvio, que se había quedado al frente del negocio en Buenos Aires.

—¿Ahí Carlos se hizo cargo del negocio familiar?

–No, cuando volvieron a la Argentina, Carlos tuvo que hacer el servicio militar. Y después, para 1916, fue enviado a los Estados Unidos por la empresa familiar. Allí estuvo en Chicago y tuvo mucho contacto con las fábricas Ford, donde se interesó por la producción en línea. Hay incluso cartas de Carlos para Henry Ford donde le daba ideas para los frenos de los autos, y demás.

Carlos Gesell en compañía de sus padres Anna y Silvio

Un inventor en Estados Unidos

—¿Carlos tenía algún título para hacer esas recomendaciones?

–Era inventor. Era un autodidacta y un estudioso absoluto. Hay doscientas patentes de sus invenciones. De lo más variado. Hay un dibujo de Don Carlos donde cuenta cómo calefaccionar un inodoro y otro sobre cómo usar la energía cinética que produce la rotación de la tierra…

—¿Cuánto tiempo estuvo en los Estados Unidos?

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–Diez años. Entre 1916 y 1926. El tiempo que vivió allí es el de su mayor producción de inventos, fueron años superproductivos. Para 1921, él viajó de Estados Unidos a Alemania a visitar a sus padres, que se habían instalado en un pueblo llamado Eden. Allí conoció a Marta Tomys, que fue su primera esposa. Se casaron a las tres semanas de conocerse y se establecieron en Minneapolis. Ellos tuvieron seis hijos.

Frente de la Casa Gesell, ubicada en Diagonal Norte al 300, en la ciudad de Buenos Aires

Casa Gesell

—¿Por qué Carlos Gesell volvió a la Argentina?

–En 1926, Don Carlos recibió una carta de su papá pidiendo que regresara a la Argentina porque la fábrica no estaba en el mejor momento. Él volvió a Buenos Aires y se asoció como gerente industrial con Ernesto, su hermano mayor, que estaba a cargo y se convirtió en gerente comercial.

—¿Entonces Casa Gesell se dedicó a producir artículos para bebés?

–Sí, cuando Carlos se asoció a la empresa hay dos cuestiones por las que cambian de rubro. Una porque el propio padre les envió una publicidad de un negocio que vendía productos para bebés en Berlín y les dijo que era un rubro que funcionaba muy bien en Alemania, que lo probaran en Buenos Aires. Por otro lado, Carlos se dio cuenta de que en Buenos Aires la mayoría de las mamás llevaban a los hijos a upa y que los carritos eran importados y no todo el mundo tenía acceso a ellos.

La Casa Gesell se convirtió en un comercio icónico para los productos para bebés

—¿Empezaron a producir cochecitos acá?

–Como Carlos era inventor, compraba carros en Alemania, Inglaterra o Estados Unidos y los mejoraba. Patentaba esas mejoras y los empezaba a producir. La fábrica estaba en Punta Chica. Él trajo de Alemania hombres que habían sido empleados de Mercedes Benz y algunos que habían trabajado en la construcción del Graf Zeppelín. Trajo también ebanistas para la fabricación de muebles. Así, Casa Gesell se convirtió en un ícono del rubro para bebés.

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Nace una idea

Casa Gesell se convirtió rápidamente en un negocio próspero. De los cochecitos y cunitas que producían originalmente, el comercio se fue extendiendo a otros artículos para los bebés, como sillas altas, hamacas y andadores. Y también se abrieron más sucursales. La casa central estaba en Diagonal Norte al 600, pero el negocio abrió otros locales en Flores y más tarde, en Belgrano.

Publicidad de la Casa Gesell en la revista Aconcagua para la Navidad de 1931

De modo que, para 1930, Carlos Gesell era, a poco de cumplir sus 40 años, un hombre de negocios exitoso que bien podría haberse dormido en los laureles de su emporio comercial. Pero su espíritu inquieto y un sino azaroso se conjugaron para que el empresario cambiara de rumbo, abandonara Buenos Aires y dejara para siempre su huella en la arena de la costa atlántica bonaerense. Literalmente.

Como explica Mariela Siste, gracias a su posición económicamente sólida, Gesell estaba “en ese grupo de gente que podía darse el lujo de irse de vacaciones”. Así, continua la guía, “quiso el destino que Gesell se tomara unas vacaciones en Mar del Plata en ese verano que iba del ‘30 al ’31″. Allí se hospedó en el Hotel Dorá, propiedad de don Héctor Manuel Guerrero, quien era dueño de dos estancias por la zona y pariente de Felicitas Guerrero, la que en su momento había sido la dueña de todo el territorio que hoy ocupan General Madariaga, Pinamar y Gesell, entre otras localidades.

En sucesivas charlas en el lobby del hotel, Carlos Gesell escuchaba a Manuel Guerrero hablar de un proyecto realizado en la costa por un Belga, que dio origen, aunque fallido, al balneario de Ostende. El empresario también se enteró de que había hectáreas de arena a la venta en la misma zona, unos 30 kilómetros al norte del Faro Querandí. Y algo en él se encendió…

El día del comienzo de la construcción de la casa de las cuatro puertas fue tomado como la fecha de inauguración de Villa Gesell

Gesell conoce su lugar en el mundo

“Los terrenos costeros que hoy conforman el Partido de la Costa, Pinamar y Gesell eran ‘fondos de las estancias’, no tenían valor para los estancieros -explica Siste-.Allá por 1917, cuando la provincia cotejó terrenos y escrituras se dio cuenta que había sobrantes. Los estancieros, o tenían que devolverlos o tenían que comprarlos. Los hermanos Alejandro y Federico Leloir devolvieron unas 3100 hectáreas”.

Esos terrenos de médanos junto al mar fueron rematados entonces por la provincia y los adquirió un comerciante platense, llamado Eduardo Credaro, con la idea de vender la arena para la construcción, porque en aquellos tiempos ese producto llegaba desde Uruguay. Pero los planes se le complicaron porque para llegar con la arena a la estación de trenes de Juancho, a unos 20 kilómetros del lugar, había que atravesar tres kilómetros de dunas y luego pedir permiso para atravesar varias estancias.

Los hijos de Carlos Gesell en las playas del lugar que llevaría el nombre de su abuelo Silvio GesellCarlos Gesell y un grupo de trabajadores plantan las distintas especies que deberán impedir el desplazamiento de arena

Entonces, caído su negocio, Credaro decidió vender su terreno. Y de esto se enteró Gesell en una de sus conversaciones con Guerrero en el Dorá. “En 1961 Don Carlos escribió un memorial donde contaba que en mayo de 1931 había llegado a conocer el lugar y había quedado fascinado. El empresario anotaba entonces que había decidido comprar las arenas luego de descubrir que debajo había agua dulce y potable”, cuenta Siste.

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La casa de las cuatro puertas

–Mariela, ¿cuándo empezó oficialmente la historia de Villa Gesell?

–El 19 de agosto de 1931 Don Carlos compró 1648 hectáreas. En septiembre vino al lugar. Había contratado a gente de la zona, criollos que trabajaban allí. Llegó con bolsones con tierra, con plantines y empezó a trabajar. Ese fue el momento en que a Carlos Gesell comenzaron a llamarlo “el loco de los médanos”, porque nadie creía que pudiera conseguir algo acá.

El método de fijación de los médanos y de forestación de Villa Gesell le llevó a Carlos Gesell unos 10 años de trabajoLos hijos de Carlos Gesell pasaron varios veranos en la casa de las cuatro puertas, en los desérticos parajes de Villa Gesell

—¿Con qué fin compró las tierras Carlos Gesell?

–No lo sabemos con certeza, porque siempre una parte de la familia de Don Carlos sostuvo que compró con intención de plantar pinos marítimos para hacer los muebles de la Casa Gesell. Pero otra parte dice que quiso hacer una villa turística, pensando en las villas europeas, integradas a la naturaleza. En favor de esta última teoría, hay entrevistas al fundador hechas en los años ’50 y ’60 en que él decía que cuando llegó a esta zona de arena ya veía verdear los médanos y veía casitas de tejas…

–Pero las casitas con tejas tardaron años en llegar, ¿verdad?

–Sí. En septiembre de 1931 construyó primero un galpón a unos 1600 metros de la costa y en diciembre comenzó a construir, más cerca del mar, la primera casita, que hoy es sede del Museo y Patrimonio Histórico Nacional. Fue conocida por todos como “la casa de las cuatro puertas”, porque la construyó sobre un médano y todos los vientos empujaban la arena hacia esa casa. Por eso tenía una puerta orientada hacia cada punto cardinal.

Desayuno de Marta Tomys, primera esposa de Carlos Gesell, y los hijos de ambosCarlos Gesell y su segunda esposa, Emilia Luther, en la galería de la casa de las cuatro puertas de Villa Gesell

Las mujeres de Gesell

—¿Qué relación hay entre la construcción de la casa y la inauguración de Villa Gesell?

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–A pedido del fundador, se considera como la fecha de inauguración de la Villa el día en que se comenzó a construir esa primera casita, el 14 de diciembre de 1931.

–Una vez hecha la casa, ¿Gesell se fue a vivir allí con la familia?

–Con su primera esposa Marta y los chiquitos vivían en San Isidro y desde el ’32 hasta el ’35 venían en verano a esta casita. Carlos aprovechaba para trabajar con los peones en la fijacion de las dunas. Pero en el 1936 se separaron de común acuerdo. Marta se fue a vivir a Villa Elisa, en La Plata y él vendió su parte de la empresa familiar. En junio de 1937 se instaló definitivamente en esta misma casa junto a su segunda esposa, que fue Emilia Luther, a quien se la considera cofundadora de la ciudad.

Vista aérea de la casa de las cuatro puertas, la primera de Villa GesellCarlos Gesell y Emilia Luther en 1966

—¿Dónde conoció Carlos a Emilia?

–Ella era jefa de ventas de Casa Gesell. Una mujer muy moderna, fue la primera con licencia de conducir y le enseñó a Carlos a manejar. Hablaba cuatro idiomas y tenía una vida social muy activa. Lo que siempre destacamos en esto: si Carlos Gesell hizo todo lo que hizo fue porque tuvo dos mujeres increíbles. Él era tremendamente espartano consigo mismo y con los demás, era complicado en lo cotidiano.

“Yo de acá me voy”

–En ese momento, ¿en qué etapa de forestación estaba la zona?

–En realidad fueron 10 años los que le llevó dar en la tecla con el sistema para fijar los médanos. Traían plantines, pero el viento empujaba la arena y las plantas quedaban cubiertas. De hecho, en 1932 plantaron unas 120.000 varas de álamos y sauces y en una sudestada perdieron 100.000.

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La casa de las cuatro puertas, que hoy es Patrimonio Histórico Nacional, se construyó en la parte más alta de un médano de las costas de Villa Gesell

—¿Buscaba asesoramiento para esa tarea?

–Él se carteaba con viveros del mundo. Se enteró que había un alemán, Karl Bodesheim, que hacía este tipo de trabajos. Este hombre vino, trabajó de manera incansable durante dos años, hasta que un día le dijo: “Don Carlos, yo de acá me voy. No va a crecer nada. Le aconsejo que haga lo mismo. Desista”. Pero Carlos no le hizo caso. Obviamente, siguió.

—¿Cómo dio al fin con la fórmula para poder plantar?

–Recurrió a una planta autóctona, que es el esparto. Se dio cuenta que cuando hay una planta de esas la arena que es empujada por el viento queda entrampada en esa plantita. Trazaba cuadrículas delineadas con esparto, una pegada a la otra, y esto evitaba que la arena invadiese el interior. Traía tierra negra y sembraba muchas gramíneas, que como tienen raíces fuertes lo ayudaban a quitar la arena. Sabía que tenía que nutrir el suelo, así que usó una leguminosa que era un trébol forrajero pero, a finales de los ‘30, se enteró de otro ejemplar que es la acacia trinervis. Esta es una planta australiana que ayudó tanto con la forestación que es considerada la madre de toda la forestación de gesell.

Carlos Gesell no paró hasta no encontrar un método que lo ayudara a fijar los médanos de Villa Gesell para poder forestarLas plantaciones de arbustos sobre los médanos de Villa Gesell, en el año 1937

—¿Así empezó Gesell a “verdear los médanos”, como él mismo lo definió?

–Sí, y con otro método que fueron los tubos de cartón embreado. Eran tubos de unos 40 centímetros de alto sin tapa y sin base, donde ponían la misma proporción tierra y arena y el plantín o la semilla. Luego todos esos tubos eran puestos sobre colchones de tierra negra. Se regaba la tierra, obligando a la raíz a irse abajo en busca de la humedad y su alimento. De ese modo cuando la planta se pasaba al suelo se adaptaba rápidamente. Es un invento que está patentado.

Es así como, si hoy se observa una vista satelital de Gesell, lo que predomina entre las calles, en sus manzanas más o menos geométicas y en las afueras, es el color verde. La vegetación prendió definitivamente en la arena. Los pinos marítimos, las acacias, los eucaliptos y las palmeras, entre otros ejemplares, más el césped, el pasto dibujante y las ciperáceas tiñen de ese color aquellas hectáreas que, en la década del 30, eran puros médanos pelados por los que Carlos Gesell pagó unos $36.274. “Era un dinero interesante, pero no era tantísimo dinero como comprar tierras fértiles”, aclara Siste.

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El primer turista

–Hasta ahora se habló de naturaleza, pero nada de habitantes o turistas, ¿cuándo comienza a ser una ciudad balnearia?

–Se invirtió tanto dinero con la forestación y los sueldos, que para generar más dinero Don Carlos decidió construir una casa para alquilar que llamó La Golondrina. Eso porque él decía que los turistas, igual que las aves, vienen con los primeros calores y se van con los primeros fríos. Así que construyó una prefabricada y la publicó en el diario La Prensa de Buenos Aires. En febrero de 1941 llegó a Gesell Emilio Stark, empleado de Siemens, considerado el primer turista. Él pasó 15 días fabulosos acá con unos amigos, que eran todos pescadores. Al regresar, les contó de este balneario a otros amigos y surgió el eslogan que se usó un poquito más adelante: “Villa Gesell es el balneario que se recomienda de amigo a amigo”.

Emilio Stark, el primer turista de Villa Gesell, que llegó al lugar en el verano de 1941Turistas en la fachada de La Golondrina

—¿Ahí arrancó todo?

–Ya en los 40 es la formación de este pueblo. Además de los criollos empezaron a llegar muchos centroeuropeos, que venían a Buenos Aires escapando de la guerra y se enteraban de este lugar. Tantos eran los extranjeros que una vecina contó que en una reunión se contabilizaron 10 idiomas diferentes. A partir de ese momento empezó a desarrollarse este pueblo, siempre desde la idea del bien de todos, porque cuando surgía una necesidad o un inconveniente, se reunían los pioneros, hablaban con Don Carlos y entre todos iban solucionando el problema.

¿Y cómo eran entonces los accesos a Gesell?

–Hasta 1943, si venías de Buenos Aires por la ruta 2, en Las Armas bajabas por la ruta 74 y antes de llegar a Madariaga llegabas a Juancho. De ahí tenías que pedir permiso a los dueños de campos para llegar. Después de muchas idas y venidas, Don Carlos logró que se abriera el camino de ingreso, que sería la rotonda de acceso de Gesell, a unos 14 kilómetros al oeste, que empalmaba con la ruta provincial 11. Era todo de tierra y por zonas bajas, así que cuando llovía torrencialmente era intransitable.

El camino entre Juancho y Villa Gesell solía volverse un barrial con cada lluviaCarlos Gesell construyó una segunda casa para vivir en el año 1951

La evolución de la ciudad

—¿Desde cuándo el lugar se llamó Villa Gesell?

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–Cuando Silvio Gesell murió, el 11 de marzo de 1930, Don Carlos cumplió 39 años. El compró este lugar en el ‘31 y pensó en ponerle Villa Gesell en homenaje a su padre. Sin embargo, logró que le pusieran ese nombre oficialmente al pueblo recién en 1947. Él siempre decía que era más fácil domar un médano que conmover a un burócrata.

—¿Cómo fue evolucionando la ciudad?

–En los ’30 fueron los trabajos de fijación y forestación; en los ’40 empezaron a llegar los primeros pobladores. En los ‘50, desde la nación se hacía referencia a Villa Gesell como el balneario más europeo, por esta carga de extranjeros que teníamos.

Avenida 3 y 104 de Villa Gesell, en la década del '40

—¿Y los 60?

–En los 60, Villa Gesell fue considerada el paraíso de la juventud por la cantidad de jóvenes que había. Todo se inició en el ‘63 con la llegada del director Rodolfo Kuhn que vino a filmar acá Los inconstantes, una película que conmocionó a la sociedad porque hablaba de temas tabú. Después llegó Moris con sus amigos, los beatnik, que cantaron por primera vez un rock en castellano, llegaron los hipies, aquellos de la Cofradía de la Flor Solar, de Bellas Artes de La Plata… todos venían a Gesell. Los campings se completaban y los chicos pedían permiso en las casas de familia para poner sus tiendas.

—En ese tiempo también hubo un plan para el desarrollo urbano de la ciudad, ¿en qué consistía?

–Si, se implementó un plan regulador que decía que para seguir vendiendo terrenos, Carlos tenía que tener construido el 75 por ciento de lo fraccionado. Entonces, inmediatamente, él inventó una manera de vender terrenos, el Plan Galopante… estableció que a quien comprara un terreno y construyera en un plazo de seis meses se le bonificaba el 50 por ciento del valor del terreno. Fue tan increíble la venta de lotes que para el ’72 y ’73 Gesell fue la localidad del país con mayor índice de construcción. Se construía a razón de una casa por día.

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Afiche promocional de Los inconstantes, la película de Rodolfo Kuhn que dio a conocer Villa Gesell a nivel nacionalCámping en los médanos de Villa Gesell, a fines de los años '60

El mayor reconocimiento

—¿Carlos Gesell tuvo su reconocimiento en vida por la ciudad que había levantado de la nada?

–Sí, los 70 fueron los años de reconocimiento a aquel grupo de fundadores. El premio que más enorgulleció a Carlos Gesell fue cuando recibió la Cruz al Mérito del Primer Orden, que es el mayor reconocimiento que el Gobierno alemán otorga a los hijos de alemanes que en el extranjero hicieron grandes obras. Y me parece que el broche de oro en la vida de Don Carlos fue cuando, el 1 de julio del ’78 este lugar que parecía en un enorme desierto en los años 30 se convirtió en una ciudad autónoma, que dejó de pertenecer a General Madariaga y ya caminaba sola.

—¿Don Carlos siguió viviendo en su casa de siempre?

–No, en el 51 construyó una segunda casa a metros de la primera y se mudó ahí en el ’52. Allí, en 1979 sufrió un infarto. Fue llevado al hospital alemán de Buenos Aires, donde murió el 6 de junio. El 7 de junio se erigió una capilla ardiente en el living de su chalet para su despedida y el 8 de junio fue enterrado en el cementerio de Villa Gesell. Al año siguiente murió su esposa, Emilia Lutter.

Carlos Gesell exhibe en su pecho la Cruz al Mérito del Primer Orden, que le entregó el gobierno alemán por su labor en la creación de Villa GesellCarlos Gesell y Emilia Luther en 1978

–Hay algo constante en esta historia que es el tesón, la constancia de Don Carlos Gesell para llevar adelante su objetivo de sembrar en el desierto, incluso cuando parecía imposible, ¿usted comparte esa idea?

–Exacto, eso era muy de esa generación. Don Carlos nunca bajó los brazos. Hubo una única vez en que casi los baja, porque llegaba a sus oídos lo que decían de él. Él mismo lo contó: “En un punto pensé que estaba loco, entonces, me dije a mí mismo: ‘Voy a subir a un médano y voy a hacer doscientos pasos en alguna dirección. En cualquiera. Si encuentro algo verde, voy a continuar con el proyecto’”. Él dice que encontró una adasmia incana, una planta autóctona, que es rastrera, muy pequeña y difícil de encontrar. Si la encontró o no, no sé, pero es lo que él siempre contaba. Particularmente creo que como era un hombre que nunca bajó los brazos se hubiese mentido a sí mismo y hubiera seguido con este proyecto aunque no hubiese encontrado nada.

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Trabajadores de La Plata rechazan la privatización del Banco Nación

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La Confederación General del Trabajo (CGT) Regional La Plata expresó su firme rechazo a la reciente decisión del Gobierno Nacional de convertir al Banco de la Nación Argentina en una sociedad anónima, señalando que este cambio es un paso previo hacia su privatización. A través de un comunicado firmado por sus co-secretarios generales, Julio Castro, Héctor Nieves y Antonio Di Tomasso, la central sindical denunció la inconstitucionalidad del decreto presidencial y advirtió sobre las graves consecuencias que esto podría acarrear para los trabajadores y el sistema financiero del país.

Un decreto inconstitucional y sin justificación

Según la CGT Regional La Plata, el presidente Javier Milei decretó de manera unilateral la transformación jurídica del Banco Nación, sacándolo de la órbita del Estado sin que existiera una necesidad o urgencia que justificara tal medida. Además, destacaron que la decisión contradice la propia Ley de Bases impulsada por el Gobierno, en la que el Banco Nación fue excluido de los entes susceptibles de privatización.

“Este nuevo ataque contra el Estado y las empresas públicas desconoce la voluntad del Congreso y atenta contra el rol estratégico del Banco Nación en la economía del país”, expresaron los dirigentes sindicales.

El riesgo de la privatización y sus efectos en la economía

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La transformación del Banco Nación en Sociedad Anónima abre la puerta a su eventual privatización, lo que genera preocupación en distintos sectores. Desde la CGT advierten que la privatización del banco podría poner en peligro el acceso al crédito para las pequeñas y medianas empresas (PyMEs), el sector agropecuario y los trabajadores, quienes dependen de las líneas de financiamiento que la entidad ofrece con tasas subsidiadas.

En contraposición, el Gobierno sostiene que la medida busca modernizar la gestión del banco, mejorar su eficiencia operativa y facilitar el ingreso de capital privado. Sin embargo, los trabajadores consideran que esta decisión responde a un modelo de ajuste que busca debilitar el rol del Estado en la economía y beneficiar a grupos económicos concentrados.

Llamado a la derogación del decreto

Ante este panorama, la CGT Regional La Plata expresó su solidaridad con los trabajadores del Banco Nación y con la Asociación Bancaria, gremio que nuclea a los empleados del sector financiero. “Nos sumamos al reclamo por la derogación del decreto y exigimos que el Congreso de la Nación revierta esta medida que nunca debió haber sido tomada”, afirmaron.

Bajo las consignas «NO A LA SOCIEDAD ANÓNIMA, NO A LA PRIVATIZACIÓN», los trabajadores de La Plata se suman a la creciente oposición contra esta medida, alertando sobre sus posibles efectos negativos en la economía y el futuro del sistema financiero argentino. (www.REALPOLITIK.com.ar)

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