POLITICA
El mayor fracaso automotriz. El auto que prometía ser un éxito, pero casi hunde a su creador: la historia del Ford Edsel
A mediados del siglo pasado, la industria automotriz alcanzó su época dorada, un apogeo donde la innovación y el glamour transformaron a los automóviles en mucho más que simples máquinas de transporte: se convirtieron en símbolos de estatus, estilo y ambición. Fue una era de esplendor donde nacieron auténticas leyendas sobre ruedas. El Chevrolet Corvette, el primer deportivo estadounidense, irrumpió como un héroe épico, cargado de elegancia y audacia, mientras el Cadillac Serie 62 se alzaba como un manifiesto rodante de opulencia, un monumento al lujo. Y en un gesto casi irónico del destino, el humilde Volkswagen Beetle conquistó el mundo con su sencillez, demostrando que la verdadera grandeza no siempre se mide en tamaño ni en extravagancia. Al otro lado del planeta, en Japón, marcas como Toyota y Honda comenzaban a escribir su propia historia. Silenciosas pero decididas, sentaban las bases para un futuro donde se erigirían como titanes globales, redefiniendo las reglas del juego.
Sin embargo, en medio de tanto esplendor, resulta casi incomprensible cómo una de las marcas más exitosas de la industria pudo lanzar lo que muchos consideran el peor automóvil de todos los tiempos: el Ford Edsel. Bill Gates, en su libro The Road Ahead (1995), donde reflexiona sobre tecnología, innovación y los errores empresariales, destacó este caso como un ejemplo perfecto de cómo incluso una empresa tan grande y poderosa como Ford puede equivocarse al no comprender las necesidades del mercado. Una contradicción fascinante en plena era dorada de la industria, un recordatorio irónico de que incluso en la cima de la innovación siempre hay espacio para un toque de tragicomedia. Así se forjó la historia del Edsel.
Los niños prodigio
En 1945, Henry Ford, fundador de la Ford Motor Company, se retiró oficialmente de la gestión activa de la empresa, poniendo fin a un largo y complicado proceso de sucesión dentro de su familia. Desde finales de la década de 1930, Henry había comenzado a delegar responsabilidades debido a sus problemas de salud, confiando gran parte del control operativo a su hijo, Edsel Bryant Ford, quien desde 1919 ejercía como presidente de la compañía. Sin embargo, la relación entre ambos era tensa principalmente porque Henry se negaba a ceder el poder por completo.
El panorama cambió drásticamente en 1943, cuando Edsel (antes de cumplir los 50) falleció de un cáncer de estómago, dejando un vacío en el liderazgo. Ante esta crisis, Henry, con 79 años y con una salud y juicio en declive, debió retomar temporalmente el mando de la empresa que había fundado en 1903. Finalmente, en 1945, Henry Ford abandonó definitivamente la dirección y entregó las riendas a su nieto, Henry Ford II, hijo de Edsel. Este relevo generacional marcó el inicio de una nueva era para Ford Motor Company, encaminándola hacia la modernización y el futuro.
Para sacar a flote la compañía, Henry Ford II decidió rodearse de las mentes más afiladas de su tiempo: un grupo de exmilitares de la Segunda Guerra Mundial que habían hecho maravillas en el Departamento de Estadísticas de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Eran maestros del análisis cuantitativo, genios de la planificación estratégica y absolutamente brillantes en los números. El grupo estaba liderado por Tex Thornton, un coronel experto en control estadístico, y contaba con figuras destacadas como Robert McNamara, quien más tarde se convertiría en el presidente de Ford en 1960 y, posteriormente, en Secretario de Defensa de los Estados Unidos. Este equipo, bautizado con el apodo de Whiz Kids (algo así como “niños prodigio”), solo les faltaba un pequeño detalle: no tenían la más mínima idea de autos.
La gran apuesta
A finales de los 40, con el objetivo de desafiar el dominio absoluto de General Motors en el mercado, el grupo comenzó a desarrollar un nuevo modelo pensado para posicionarse entre la línea más económica y la más lujosa de la marca. ¿El objetivo? Atraer a una clase media próspera, con suficiente poder adquisitivo para aspirar a algo más sofisticado, pero que aún no alcanzaba los coches de alta gama.
Conscientes de sus propias limitaciones pero respaldados por su inteligencia, los expertos apostaron por un enfoque basado en datos: estudios de mercado, encuestas, investigaciones… todo con el objetivo de tomar decisiones informadas. Una idea que probablemente habría horrorizado al fundador de la empresa, Henry Ford, que en su tiempo supo decir: “Si hubiera preguntado a los clientes qué querían, habrían pedido caballos más rápidos”.
La apuesta de Ford Motor Company era colosal. Querían crear un automóvil que lo tuviera todo: potencia, velocidad, con un diseño moderno que ofreciera lujo y comodidad, pero manteniendo un precio accesible. Para este ambicioso proyecto la compañía destinó 250 millones de dólares y asignó cinco plantas exclusivamente para desarrollarlo.
A la par, la campaña de marketing del Ford Edsel fue grandiosa, y tan extravagante que parecía salida directamente de Hollywood. Para empezar, el nombre. Luego de mucha deliberación (y un desfile de 6000 opciones), finalmente decidieron llamarlo Edsel, en honor al hijo del fundador y padre del entonces presidente de la compañía. Aunque el nombre estaba cargado de herencia, no despertó la emoción del público.
El lanzamiento
El lanzamiento fue un espectáculo sin precedentes. La publicidad jugó con el misterio y el futurismo, revelando todo… menos el auto. Incluso crearon un programa de televisión, “The Edsel Show” que hizo su debut en la cadena CBS. Con una puesta en escena nunca antes vista, el programa reunió a leyendas del espectáculo como Frank Sinatra, Bing Crosby y Louis Armstrong, todo para mantener al público al borde de sus asientos. Poco se sabía del auto, y ni siquiera los concesionarios habían visto su diseño. ¿Intriga? Toda. ¿Expectativas? Demasiadas.
Finalmente, el 4 de septiembre de 1957 fue el gran día y un eslogan decía: “He aquí el Edsel, nunca se ha visto un automóvil como este”. Ford esperaba que la campaña rompiera récords, con ventas de hasta 600 unidades diarias. Y, en cierto modo, lo logró… a medias. Más de tres millones de personas acudieron a los concesionarios, pero la mayoría solo fue a mirar. El día con más ventas apenas superó las 300 unidades. Un desastre monumental.
¿Qué salió mal?
El Edsel tenía tantos problemas que es difícil saber por dónde empezar. Para la mayoría de los clientes, el auto era simplemente feo. La parrilla vertical fue el foco de comparaciones poco halagadoras: en el mejor de los casos, recordaba al collar de un caballo. Es por eso que muchos sostienen que si bien hubo varios factores que incidieron en el fracaso del Edsel, uno de los más importantes fue el excesivo secretismo con el que Ford manejó el diseño del coche. La compañía lanzó el modelo sin tener una idea clara de si realmente agradaría al público, confiando únicamente en los resultados de estudios de mercado en lugar de buscar una conexión directa con las preferencias reales de los consumidores.
A su vez, el nombre tampoco inspiraba confianza. El precio, entre 2500 y 3800 dólares, era mucho más alto de lo que se había prometido, compitiendo con coches de lujo.
Y para aquellos valientes que se atrevieron a comprarlo, la experiencia fue aún peor. El Edsel estaba plagado de fallas: la modernísima transmisión automática, operada desde el volante, fallaba constantemente. La caja de cambios se trababa, la dirección era poco fiable, las puertas no cerraban bien, el capó no abría, y la pintura se descascaraba como si tuviera años. Los botones eran tan duros que parecían diseñados para probar la paciencia de Hércules. En resumen, el Edsel era feo, caro y defectuoso.
Como si hasta aquí los problemas no fueran suficientes, el Edsel tenía un insaciable apetito de combustible. Su consumo era desmesurado: nunca bajaba de 20 litros por cada 100 kilómetros, y en ciudad superaba fácilmente los 30 litros, convirtiéndose en una pesadilla para los bolsillos de los usuarios.
La situación era tan desastrosa que en Ford llegaron a sospechar de sabotaje interno. A esa altura, los problemas eran tantos y tan variados que no parecía descabellado pensar que alguien, quizás desde dentro, estaba conspirando contra el proyecto. Las dudas sobre los propios trabajadores se colaron en las reuniones, como si la tragedia del Edsel no pudiera ser fruto de otra cosa que no fuera mala fe.
En 1958, con las ventas por el suelo y una reputación en ruinas, Ford intentó rectificar. Redujeron la cantidad de modelos disponibles, sustituyeron las piezas más problemáticas y eliminaron algunas de las “innovaciones tecnológicas” que resultaron ser un fiasco, como el famoso sistema de cambio de marchas. Pero los cambios llegaron tarde, y el Edsel ya había ganado su lugar como una de las mayores catástrofes de la industria automotriz.
Los cambios llegaron tarde y no fueron suficientes. En dos años, Ford logró vender unas 116.000 unidades, casi todas las que habían producido, pero lejos del umbral de rentabilidad, fijado en más del doble de esa cifra. El proyecto estaba tan condenado que, por cada Edsel vendido, Ford perdía alrededor de 3000 dólares. Era un desastre económico en cámara lenta.
Finalmente, en 1959, Ford tomó la única decisión sensata: aceptar la derrota. Con ello, pusieron fin al Edsel, dejando tras de sí un agujero financiero de 350 millones de dólares, una cifra que ajustada a la inflación supera los 3.200 millones de dólares actuales. Una ironía devastadora: Ford habría perdido menos dinero regalando 100.000 coches Mercury, su modelo de lujo, a modo de promoción (En 1959, el precio promedio de un Mercury oscilaba entre $2.500 y $3.800).
“El fracaso del Ford Edsel demuestra que puedes construir un producto técnicamente sólido y respaldarlo con un enorme presupuesto de marketing, pero si no cumple con lo que el mercado realmente quiere, el proyecto está destinado al fracaso”, reflexionó Bill Gates en su libro “The Road Ahead”, publicado en 1995.
Hoy quedan varios ejemplares del Edsel en manos de coleccionistas, el auto pasó a la historia como uno de los mayores fracasos empresariales, un emblema de todo lo que puede salir mal cuando la ambición, la falta de dirección y la desconexión con el cliente se combinan.
POLITICA
Ritondo respondió a las denuncias en su contra por emprendimientos inmobiliarios
Luego del bajo perfil que cultivó desde que fue denunciado por supuestos delitos de enriquecimiento ilícito, encubrimiento, abuso de autoridad y violación de los deberes de funcionario público por una trama de sociedades offshore y una serie de propiedades que tendría sin declarar, el jefe de la bancada de Pro en Diputados, Cristian Ritondo, se despegó de las acusaciones este jueves. Dijo que no solo se desempeña en el ámbito público, sino también en el privado, como desarrollador inmobiliario, en un negocio familiar de años.
De vuelta en la escena pública debido a que esta semana se retomó la actividad legislativa después del receso de verano, Ritondo respondió por su situación judicial, que se complicó cuando ElDiarioAR publicó una investigación en conjunto con el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP) de la que se desprendió que su esposa, Romina Aldana Diago, tendría sociedades implicadas en la compra de propiedades en Miami valuadas en US$2,6 millones, cuando su marido ocupaba cargos públicos.
Tras conocerse la información, el jefe de la bancada amarilla en la Cámara baja fue denunciado por el abogado Jeremías Rodríguez, que a su vez luego amplió su presentación por 14 desarrollos inmobiliarios con 373 unidades funcionales ubicadas tanto en la ciudad de Buenos Aires, como en Pinamar, que pertenecerían al diputado nacional y ascenderían a un valor de venta de más de US$55 millones.
En línea con lo que había manifestado a LA NACION cuando esto saltó a la luz, en diciembre del año pasado, Ritondo volvió a manifestarse en el mismo sentido este jueves en Radio Mitre. “Tengo absolutamente todo en orden, tanto en lo personal como en mis empresas, yo estoy muy tranquilo”, aseguró el diputado, que es asimismo jefe de Pro en la provincia de Buenos Aires.
En base a lo que contó esta mañana para intentar apartarse de cualquier sospecha, tiene una empresa desarrolladora desde hace “más de 30 años” y pasó a ser responsable de esa compañía en el momento en que su padre murió, en 2008.
“Todo lo que sacan lo sacan de las páginas de mi propia empresa, no hay ningún problema, está absolutamente declarado. Tengo toda la tranquilidad del mundo y por supuesto tengo una actividad privada que es la de desarrollador inmobiliario”, aseveró.
Las sociedades offshore de su esposa, también denunciada en la causa, fueron encontradas en medio de la investigación periodística. Diago aparece en documentos públicos y confidenciales de una red de empresas en las Islas Vírgenes Británicas, Delaware y Florida vinculadas a la adquisición de departamentos en Miami y Hallandale, en el sur del estado.
El expediente ahora tramita en el Juzgado Correccional y Criminal Federal N°2 de Comodoro Py, a cargo del juez Sebastián Ramos y el fiscal Eduardo Taiano.
Noticia en desarrollo
-
CHIMENTOS1 día ago
Julieta Prandi contó lo que nunca antes sobre Poné a Francella: “Pasé situaciones incómodas”
-
POLITICA2 días ago
Ola de calor: casi 50.000 usuarios se quedaron sin luz en el AMBA y hubo apagones en el interior
-
POLITICA1 día ago
José Luis Espert, polémico sobre la inseguridad: «A los chorros hay que llenarlos de agujeros y colgarlos en una plaza pública»
-
POLITICA2 días ago
El Gobierno denunció a Cristina Kirchner por cobrar en sus jubilaciones el plus por zona austral mientras reside en la Ciudad
-
POLITICA2 días ago
«Lanus en la oscuridad: Cortes de luz eternos y gestión cuestionada de Julián Álvarez»
-
POLITICA3 días ago
Guillermo Francos cargó contra Kicillof tras el doble crimen de Florencio Varela: «La Provincia está incendiada por la inseguridad»