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El pájaro canta hasta morir: la historia de un amor prohibido que provocó la ira de su creadora y que pasó del éxito a un estrepitoso fracaso

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La noticia de la muerte de Richard Chamberlain ocurrida ayer, apenas dos días antes de que el actor cumpliera los 91 años, inevitablemente hará que una parte del público recuerde a uno de los grandes éxitos de la carrera del interprete fallecido en Hawái, dónde vivía desde que grabó aquel suceso: la miniserie El pájaro canta hasta morir. Más allá de haber tenido una larga carrera en la TV y el cine, la obra de Chamberlain quedó asociada para siempre a la del sacerdote Ralph de Bricassart enamorado de la joven australiana en el centro de la ficción adaptada de una novela de Colleen McCullough.

La figura romántica de 1983 no fue el típico galán de telenovela, sino un seductor y ambicioso sacerdote católico de origen irlandés, enamorado de una mujer 20 años más joven. Ambientada en la aristocracia rural australiana del 1900, El pájaro canta hasta morir conquistó al público del mundo entero con su historia de amor verdadero y paternidad clandestina entre el futuro cardenal del Vaticano y la hija de un encumbrado linaje familiar. Protagonizada por Richard Chamberlain y Rachel Ward, la segunda miniserie más exitosa de todos los tiempos puso al monacal voto de castidad en el centro de la escena, revitalizó la carrera profesional del mítico Dr. Kildare y generó una secuela que fracasó estrepitosamente. Transformada en un global éxito de ventas, Colleen McCullough, autora del libro original en que se basó la saga, terminó odiando ambas adaptaciones audiovisuales.

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Éxtasis y sacrificio

Existe un pájaro que canta una sola vez en su vida, pero lo hace con más emoción y dulzura que cualquier otro ser vivo sobre la tierra. Desde que abandona su nido, esta ave pasa sus días buscando un árbol espino. Cuando lo encuentra, elige la espina más larga y puntiaguda y, sin dudarlo, ensarta en ella su cuerpo. En ese instante de agonía es cuando emite su famoso canto. Una bella melodía que estremece el alma humana y hace que Dios, en su trono celestial, sonría. Según esta vieja leyenda atribuida a los celtas, todo aquello que es bueno trae aparejado mucho dolor porque la concreción del deseo viene de la mano de la muerte.

No está claro si la escritora australiana Colleen McCullough conocía o inventó esta historia, pero desde que la utilizó como disparador para su novela El pájaro canta hasta morir, el mundo entero pasó a darla por cierta. Corrían los años 70 y su colega en Yale, Erich Segal, había alcanzado un enorme suceso con Love Story. En base a esa repercusión, hizo una encuesta entre sus alumnos para descubrir qué les había gustado de la novela. “El romance, los personajes y la trama, pero sobre todo esa idea de que el éxtasis y el sacrificio son inseparables uno del otro”, enumeró McCullough.

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Decidida a replicar el éxito, la profesora, bibliotecaria, periodista y neurocientífica tomó la premisa del amor imposible y condenado; y la instaló en el escenario australiano que tan bien conocía. El resultado, una épica ambientada en entornos de la aristocracia rural, atraviesa la vida de tres generaciones de la familia Cleary entre 1915 y 1969. Pero se detiene, muy específicamente, en la irrefrenable atracción que une y separa a la joven Meggy con el atractivo y ambicioso sacerdote irlandés Ralph de Bricassart, veinte años mayor que ella. Una relación sentimental trágica y furtiva, que a lo largo del tiempo pasa por diferentes estadíos: maestro y discípula, amigos y finalmente amantes, con el nacimiento de un hijo que ella le oculta hasta el cierre de la novela.

El pájaro canta hasta morir llegó a las librerías australianas en abril de 1977. La crítica especializada le cayó duro, pero el público adhirió masivamente a esta historia de pasiones hondas e inconfesables. Tanto que, a 47 años de su publicación, sigue siendo el libro de ficción más vendido de la historia de la literatura australiana. Publicado en los EE.UU. arrasó los rankings y en menos de un año, ganó traducciones a más de 20 idiomas, superando los 30 millones de lectores en todo el mundo. Interesado en la controversia religiosa que planteaba, Hollywood se hizo con los derechos para su adaptación cinematográfica.

En primera instancia, la superproducción se autopercibía como la nueva Lo que el viento se llevó. De ahí, tal vez, las idas y vueltas que fue sufriendo el proyecto y la cantidad de nombres que se barajaron. En distintos momentos, Christopher Reeve, Robert Redford y Ryan O’Neal sonaron para el sacerdote Bricassart; y Michelle Pfeiffer, Jane Seymour, Olivia Newton-John y Kim Basinger como Meggy. Detrás de cámara, ni Herbert Ross ni Peter Weir ni Arthur Hiller lograron enderezar el barco. Al borde de la desesperación, Warner estaba por cancelarlo todo, hasta que apareció en escena el productor ejecutivo David L. Wolper.

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Humanizar el sacerdocio

Gracias a esta exitosa miniserie, se revitalizó la carrera profesional del mítico Dr. Kildare

“El libro estaba muy bien, pero el formato era inadecuado -sentenció Wolper. No había que ir al cine, teníamos que quedarnos en la TV. El pájaro… debía ser una miniserie”. Wolper hablaba con conocimiento de causa. Venía de sacudir la pantalla chica global con las dos partes de Raíces (1977 y 1979) y tenía muy en claro qué hacer con el material. Al frente de la producción, tomó un puñado de decisiones que resultaron definitorias. Primero, descartó las locaciones australianas y se propuso rodarlo todo en el sur de California y en la isla Kawai, una de las principales del archipiélago de Hawái. En segundo lugar, contrató como consultor al sacerdote jesuita Terrance Sweeney, voz disidente dentro de la Iglesia Católica por estar en contra del celibato y a favor de la incorporación de mujeres como sacerdotisas. “No hay ninguna contradicción entre ser cura y estar casado. Nosotros también somos seres humanos, hombres que podemos enamorarnos. La prohibición del matrimonio es una violación a los derechos humanos”, declaró Sweeney apenas se sumó al equipo.

Para la época, la relación clandestina (paternidad incluida) entre una mujer joven y un hombre mayor, que tranquilamente podría haber sido su padre, aseguraba la repercusión pública. Que ese hombre llegara a ser un poderoso cardenal del Vaticano, garantizaba el escándalo y el escarnio eclesiástico. Es cierto que la ficción no buscaba abrir ningún debate social o teológico, sólo pretendía contar una historia de amor trágico y contradictorio, a nivel emocional y espiritual. “Sweeney nos marcó el tono justo que el programa necesitaba para evitar el rechazo y humanizar el sacerdocio -aseguró Wolper. Y lo hizo a la perfección”. Además, el religioso (que en 1986 renunció a la Compañía de Jesús para contraer matrimonio) también resultó fundamental a la hora de elegir al protagonista.

Richard Chamberlain y Christopher Plummere, en una escena de la exitosa miniserie

Después de una década encasillado como el Dr. Kildare, Richard Chamberlain estaba empezando a despegarse del papel que le había dado fama e inmerecido ostracismo. Su trabajo en las miniseries Centennial y Shōgun (cuya reversión moderna puede verse ahora mismo en Disney+ y Star+), llamó la atención de Wolper, que lo convocó. Al principio, productor y actor chocaron en la forma de encarar al padre Bricassart. “Para mí, era un personaje mucho más fuerte y decidido de cómo querían mostrarlo -contó Chamberlain. Bricassart no era el típico galán de telenovela. No tenía el corazón partido en dos, ¡sino en tres! Tenía una genuina vocación religiosa y estaba honestamente entregado a la labor de Dios, pero el poder y el glamour de la Iglesia lo tentaban mucho más que la espiritualidad. Y se había enamorado realmente de Meggie, nunca impostó ese sentimiento”.

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La visión de Chamberlain coincidió con la de Sweeney, que convenció a Wolper. “Se llevó a Richard a un noviciado en Los Ángeles por un par de noches; y cuando regresó era el Bricassart perfecto”, reconoció el productor. En base a la química que mostraban al actuar juntos, Rachel Ward fue elegida como Meggy Cleary, junto a un reparto multiestelar liderado por Barbara Stanwick, Christopher Plummer, Jean Simmons, Ken Howard y Piper Laurie. El pájaro canta hasta morir (The Thorn Birds) se emitió por la cadena ABC del 27 al 30 de marzo de 1983. Al día de hoy, sigue siendo la segunda miniserie más vista de la historia de los EE.UU., sólo superada por Raíces. Obtuvo seis Emmy y cuatro Globo de Oro, incluyendo uno para Chamberlain, que vio resurgir su carrera profesional tal como le pasaría a John Travolta con Pulp Fiction. El mundo entero quedó enamorado del programa, salvo Colleen McCullough. “Estaba todo mal. El director no tenía idea de lo que estaba haciendo, la guionista era una evangélica bautista que no entendía el catolicismo y no me gustó la actuación de Chamberlain”, sentenció la autora.

Los años perdidos

Una década después de su estreno, la miniserie mantenía un alto y constante nivel de ventas en VHS. Para celebrar el aniversario, ABC volvió a emitirla en horario central y el rating voló por las nubes. Wolper se dio cuenta de que había un público ávido por los avatares sentimentales de Bricassart y Meggy, así que convenció a la cadena de TV para retomar la trama. Como la primera parte terminaba con la muerte del sacerdote, era imposible pensar en una secuela que reuniera a los protagonistas, así que buscó un vacío temporal que se lo permitiera. Y lo encontró. “Después de que hicieran el amor en la playa, la miniserie original saltaba una década al futuro, para mostrar el encuentro entre el padre y el hijo. Ahora vamos a contar qué pasó en el medio”, adelantó Wolper.

Esos años, que coincidían con la Segunda Guerra Mundial, tampoco habían sido incluidos en la novela. Y como Colleen McCullough se negó a escribirlos, Wolper le pasó el encargo al australiano David Stevens, que estaba atravesando un momento de cierta notoriedad gracias a la obra de teatro Nosotros dos. Pero el resultado dejó insatisfecho a Chamberlain, que terminó rechazando la oferta. “No trataba bien al padre Ralph. Lo cargaba de una autocompasión que no se correspondía con su naturaleza”, declaró la estrella. Y detrás del actor, ABC se retiró del proyecto.

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Wolper no renunció a su idea. Interesó a CBS y le pidió a Stevens que reescribiera el guion las veces que fuera necesario, hasta que Chamberlain diera el sí. La última versión ubicó a Bricassart en Roma, trabajando activamente para dar refugio a los judíos perseguidos por los nazis. “Como la Iglesia no estaba de acuerdo con ese accionar, castigó al padre Ralph enviándolo de nuevo a Australia -comentó Chamberlain. Y allí se reencontró con Meggie, justo cuando empezaba a sentirse libre de su recuerdo. Por supuesto, seguía sin saber que el hijo de ella era su hijo”.

Richard Chamberlain y Amanda Donohoe, en la producción que intentó seguir los exitosos pasos de la versión original,  El pájaro canta hasta morir: Los años perdidos , pero no lo logró

Del reparto original, sólo Chamberlain formó parte de El pájaro canta hasta morir: Los años perdidos (The Thorn Birds: The Missing Years), acompañado por la actriz británica en ascenso Amanda Donohoe (Meggie) y la participación especial de Maximilian Schell. Dividida en dos capítulos de 90 minutos cada uno, la miniserie se emitió en los EE.UU. el domingo 9 y el martes 11 de febrero de 1996. El fracaso fue estrepitoso e instantáneo. El público la odió y la crítica la demolió. Para la revista Variety, “es una farsa que frustra al espectador. Lo que antes se sentía impactante y lascivo, hoy se ve dócil y domesticado. No sólo palidece en comparación con la original, también contradice directamente los acontecimientos del libro y la miniserie”.

Hasta su muerte en 2010, Wolper defendió la segunda parte, a capa y espada. “Era una historia diferente, estamos de acuerdo, pero tenía a los mismos personajes y profundizaba las situaciones originales de maneras que la primera miniserie no pudo reflejar. Y estaba filmada en hermosos escenarios naturales de Australia. No entiendo por qué no gustó”, decía a quien quisiera oírlo. Años más tarde, McCullough dio su propia versión de los hechos. “Nunca estuve de acuerdo con Los años perdidos –dijo en la TV nacional de Australia-. No quería que se haga y le mandé todas las maldiciones que pude. Y parece que funcionó porque salió horrible”.

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Proponen instaurar un feriado nacional en homenaje al Papa Francisco

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En una iniciativa que ya genera debate en el Congreso, la diputada Roxana Monzón, junto al presidente del bloque de Unión por la Patria, Germán Martínez, y la vicepresidenta Cecilia Moreau, presentó un proyecto de ley para declarar feriado nacional el 21 de abril de cada año en homenaje al Papa Francisco. La propuesta, que cuenta con el respaldo de más de 50 legisladores de distintos espacios políticos, lleva el número de expediente 1751-D-2025 y plantea instituir la fecha como el «Paso a la Inmortalidad del Papa Francisco».

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El proyecto busca conmemorar el fallecimiento de Jorge Mario Bergoglio, el primer Papa argentino y latinoamericano, destacando su figura como un referente mundial de paz, humildad y compromiso social. En los fundamentos de la iniciativa, los autores destacan el legado de Francisco tras doce años de pontificado, caracterizado por una fuerte impronta pastoral y una transformación profunda en la Iglesia Católica.

«Desde su elección, imprimió un liderazgo distintivo, basado en la cercanía con los más humildes y en una apuesta decidida por una humanidad más justa e inclusiva», señala el texto presentado por Monzón. Además, resalta la proyección global de sus mensajes, que trascendieron las fronteras religiosas y posicionaron a Francisco como un faro ético en tiempos de crisis y desigualdad.

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La propuesta de declarar un feriado nacional busca, según explicaron sus impulsores, no solo recordar a Francisco en el aniversario de su muerte, sino también invitar a la reflexión sobre los valores de solidaridad, justicia y paz que promovió a lo largo de su vida.

Sin embargo, la idea no está exenta de controversias. Mientras algunos sectores destacan la intención de rendir homenaje a una figura histórica de alcance global, otros ya expresaron reparos respecto a la proliferación de feriados y la necesidad de priorizar debates legislativos más urgentes en un contexto económico y social delicado.

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Javier Milei regresa a la Argentina luego de participar en el funeral del papa Francisco

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El presidente Javier Milei emprendió el regreso a la Argentina, luego de haber participado del funeral del papa Francisco en Roma. Además, antes de viajar mantuvo una reunión con la primera ministra italiana, Giorgia Meloni.

El avión presidencial ARG01 despegó del aeropuerto de Fiumicino a las 20.14 hora local con destino a Gran Canaria, donde estaba prevista una escala técnica para reabastecimiento y luego volver a despegar rumbo a Buenos Aires. Se espera su arribo a Aeroparque alrededor de las 5 de mañana.

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Antes de emprender el regreso al país, el jefe de Estado mantuvo un almuerzo de trabajo con Meloni. Luego se dirigió hacia el aeropuerto de Fiumicino para abordar el avión presidencial.

Milei y Meloni se dieron un efusivo abrazo cuando se encontraron en el funeral del papa Francisco. (Foto: EFE).

Durante el funeral del papa Francisco, Milei encabezó la delegación argentina junto a su hermana Karina Milei, y estuvo ubicado junto a Meloni, que estuvo acompañada por el presidente de Italia, Sergio Mattarella.

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Milei y Meloni fueron objetivo de varios fotógrafos durante la jornada del sábado, ya que se dieron un efusivo abrazo cuando se encontraron. Los gestos y guiños entre ambos vienen de larga data, como el que la mandataria italiana tuvo en diciembre del año pasado, cuando concedió la ciudadanía italiana al presidente argentino.

La presencia de Milei y Meloni en primera fila simbolizó las dos nacionalidades más influyentes en la vida del papa Francisco: Argentina, su país natal, e Italia, su nación de ascendencia y sede del pontificado.

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Entre los invitados estuvieron el rey Felipe VI de España y la reina consorte Letizia, así como los reyes de Bélgica, los grandes duques de Luxemburgo, y el príncipe Guillermo, en representación al Reino Unido y el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.

Con Milei viajaron a Roma, además de su hermana Karina, el jefe de Gabinete, Guillermo Francos; el vocero Manuel Adorni; y los ministros de Relaciones Exteriores, Gerardo Werthein; de Capital Humano, Sandra Pettovello; y de Seguridad, Patricia Bullrich.

El recuerdo del papa Francisco

“Sí, claro que le pedí disculpas. Y me dijo ‘No te calentés, son errores de juventud’. Creo que fue un poquito más. Si yo no recuerdo mal, dijo: ‘De jóvenes todos hacemos boludeces’”, afirmó Milei en diálogo con Radio Mitre, y no pudo evitar reírse al rememorar el momento.

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Javier Milei visitó al papa Francisco en marzo de 2024 en el Vaticano (Foto: AFP)
Javier Milei visitó al papa Francisco en marzo de 2024 en el Vaticano (Foto: AFP)

Y agregó: “Tomé conciencia al llegar a ser presidente. La responsabilidad sobre 46 millones de seres humanos. Y es una responsabilidad que me hace trabajar de 06:00 a 22. Digamos a 22 o 24 de la noche. Y la realidad es que eso hace que imaginase la responsabilidad de una persona que sus fieles oscilan los 2 mil millones de seres humanos».

En este sentido, Milei volvió a calificar a Jorge Bergoglio como “el argentino más importante de la historia” y planteó que su muerte «es una pérdida enorme para los argentinos».

Algo hicimos mal, por algo nunca quiso venir a la Argentina. La pérdida de un ser humano siempre es algo dolorosísimo, es doloroso que haya partido el argentino más importante de la historia”, insistió.

Javier Milei, Papa Francisco, Gobierno

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“Señores, de pie”: Hace 40 años cambiaron la historia. Hoy vuelven a la sala donde ocurrió todo

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“Declárase abierto el acto”, anunció León Carlos Arslanian, que presidía el tribunal el lunes 22 de abril de 1985. El juicio a las juntas militares había empezado. “Nunca sentí tanta incertidumbre en mi vida como el fin de semana previo”, cuenta hoy Ricardo Gil Lavedra, que esa mañana de abril de hace 40 años, con anteojos grandes y bigotes largos, estaba sentado en el estrado a dos sillas de Arslanian frente a una sala de audiencias repleta.

La Policía había mandado a tapiar los gigantescos vitraux de atrás del estrado por miedo a que hubiera francotiradores al otro lado de la calle Uruguay, pero había muchas otras amenazas y los jueces lo tenían claro.

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El 22 de abril se cumplieron 40 años del día en el que Gil Lavedra, Ledesma, Arslanian y Valerga Aráoz empezaron a juzgar a las cúpulas de la dictadura en el Juicio a las Juntas; hoy los vitreaux están a la vista; entonces habían sido tapiados por miedo a que actuaran francotiradoresSantiago Filipuzzi –

Ahora, cuando se cumplen cuatro décadas del inicio de aquel juicio histórico, reunió a Arslanian, Gil Lavedra, Guillermo Ledesma y Jorge Valerga Aráoz en esa misma sala en la que ellos, con Jorge Torlasco y Andrés D’Alessio, fallecidos, llevaron adelante el juicio. Implementaron sobre la marcha un proceso inédito, escucharon los testimonios más aberrantes, resistieron amenazas y discutieron entre ellos hasta el hartazgo para obtener una condena sin precedentes a las cúpulas de la dictadura que hasta poco tiempo antes concentraban el poder. Y todo en tiempo récord.

1985: en estrado, los jueces Jorge Torlasco, Ricardo Gil Lavedra, Guillermo Ledesma, León Carlos Arslanian, Andrés D’Alessio y Jorge Valerga Aráoz; debajo, los fiscales Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo

La sala, revestida íntegramente en madera oscura, ya no se usa para juicios y se conserva casi sin cambios. Los mismos bancos, escritorios, sillones de los jueces. “Creo que han sacado el crucifijo que estaba arriba de donde dice ‘Afianzar la Justicia”, señala Valerga Aráoz. “Y acá esta silla no iba”, dice Ledesma, que, sobre el estrado que domina la sala, empuja uno de los sillones de los jueces para recrear un escenario idéntico al de hace 40 años. Los muebles pesan como si fueran de piedra maciza.

“Los sillones son tan grandes que teníamos abajo un banquito para los pies”, cuenta Gil Lavedra. “Ahora nos vienen bien”, le contestan por lo bajo y todos se ríen. “Es que antes los jueces eran gigaaaaaantes”, dice Arslanian.

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Los jueces, en los sillones inmensos en los que hicieron historiaSantiago Filipuzzi –

Pero el lugar que los excamaristas sienten realmente como su casa, es otro: una sala lateral, con acceso al estrado, que tiene solo una gran mesa decagonal y paredes cubiertas de libros; muchos ahí desde antes de 1985.

Guillermo Ledesma, Jorge Valerga Aráoz y León Carlos Arslanian, en la mismas sillas y en torno a la misma mesa de la sala que fue «la cocina» del juicio, donde discutían durante horas y tomaban las principales decisiones del proceso Santiago Filipuzzi –

“Esta era nuestra cocina. Donde se discutía todo -dice Valerga Aráoz-. Acá pasábamos días enteros”. Fueron, en total, 14 meses de convivencia desde que empezaron a planear cómo sería el proceso. Los jueces se juramentaron la transparencia sería total; que todo se resolvería entre esas cuatro paredes y que hablarían con los demás sobre cualquier llamada, pedido o advertencia del exterior. “Era imposible hacer una empresa de esta envergadura si vos no confiás ciegamente en el otro”, dice Gil Lavedra.

A diferencia del estrado, donde iban rotando según quién tuviera la presidencia, en la mesa de la sala de audiencias tenían asientos fijos. “¿Te das cuenta? Nos sentamos cada uno en su lugar”, dice Arslanian mientras se acomodan en torno a la mesa. Nadie duda cuál era la silla propia, pero discuten sobre dónde estaban los demás. Otra vez les sobra una silla. “Está bien. Acá se sentaba el secretario cuando venía a informarnos”, zanja el debate Gil Lavedra. La dinámica de la discusión sobre detalles de los recuerdos es siempre bastante parecida: debaten un buen rato, llegan a un acuerdo y no discuten más, pero alguno sigue pensando que no fue así.

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Ricardo Gil Lavedra: «Teníamos un pacto de honestidad total. Todo lo traíamos es esta mesa: llamadas, mensajes, lo que fuera, todos teníamos que saber todo»Santiago Filipuzzi –

“Creo que en el juicio nunca hubo una disidencia”, recuerda Valerga Aráoz. Una disidencia formal, porque discusiones hubo infinidad, pero el que no estaba de acuerdo terminaba cediendo en función de la mayoría. Hoy son conscientes de que hicieron juntos la mayor proeza de sus vidas y si ya entonces se ofrecían confianza total, ahora se sienten hermanos.

Arslanian se reclina en su silla y levanta la cabeza. “Tirábamos los papeles hechos un bollo, los borradores, a la lámpara que colgaba del techo, que era como una palangana”, cuenta. “Eran nuestros escapes para distendernos… Al que no le gustaban nada las bromas era a Andrés”, recuerda Gil Lavedra.

Y Ledesma agrega en tono de confesión: “A mí, las relaciones con D’Alessio me costaban…”. Ellos dos eran los más discutidores. Venían de una misma sala porque para el juicio se juntaron las dos salas de la cámara, de tres jueces cada una. El tercer juez de la Sala II, con D’Alessio y Ledesma, era Valerga Aráoz, que, según Arslanian, compensaba porque era “una especie de monje conciliador”.

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“Pero, ¿quién resolvió el tema cuando casi se agarran a piñas?… el malo de Ledesma”, dice el propio Ledesma, provocador. El cruce fue entre D’Alessio y Gil Lavedra, en el principio del juicio.

Fue un día en el que José María Olgeira, el abogado de Roberto Viola, se peleó en plena audiencia con Augusto Conte Mac Donell, padre de un joven desaparecido que estaba en el público. Arslanian, que presidía, ordenó detener al abogado y los jueces se retiraron a la sala de acuerdos. “Teníamos un tipo detenido. A los cinco minutos nos llegaban habeas corpus pidiendo por él, los otros abogados estaban como locos y discutíamos porque no teníamos idea de cómo salir –relata Gil Lavedra-. El que puso calma fue el Negro, que empezó a escribir una solución y nos fuimos serenando.”

Esos primeros días era vital para ellos demostrar que el juicio no se les iba a ir de las manos.

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Guillermo Ledesma: «Los acusados no mostraban el menor rastro de arrepentimiento. Soberbia total»Santiago Filipuzzi –

Los encargados de ejecutar el plan criminal y tenían el poder de mando seguían en los cuarteles. Eran los mismos tipos que habían secuestrado, torturado… El riesgo era muy grande. De hecho, las circunstancias nos dieron la razón. Apareció Semana Santa [por el levantamiento militar de 1987]…”, dice Arslanian. “Por eso, no podíamos aplicar la matriz y los tiempos de la justicia federal porque el juicio iba a languidecer”. Para cumplir su cronograma, los jueces hacían audiencias hasta las 3 de la mañana si era necesario.

De izq. a der.: Armando Lambruschini, Leopoldo Galtieri, Orlando Agosti, Jorge Videla, Rubens Graffigna, Isaac Anaya, Basilio Lami Dozo, Eduardo Viola y Emilio Massera, miembros de las Juntas Militares, en el histórico juicio (1985)Télam

Cuando empezó el proceso, Arslanian les dijo una frase que recuerdan siempre. “Que teníamos que actuar como un trueno entre las hojas. Trataba de infundirnos, a mí mismo y a mis queridos compañeros, la fuerza, la convicción.”

El clima era muy adverso. Incluso los jueces amigos les trasmitían desconfianza. “A mí me vino a ver el presidente de la Corte Suprema, José Severo Caballero –dice Arslanian-. Me dijo: ‘No sé si es el momento, piensen, esto es muy difícil… Puede ser una suspensión, alguna nulidad, algo que, digamos, ponga paños fríos’. Como diciéndonos que no se hiciera el juicio”. Valerga Aráoz asiente: “A mí me dijo lo mismo en una quinta, delante de otra gente”.

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Jorge Valerga Araoz: «Pasábamos horas discutiendo entre nosotros hasta llegar a un acuerdo. Creo que no hubo una sola disidencia en todo el juicio»Santiago Filipuzzi –

Gil Lavedra añade que al principio tampoco contaban con un gran apoyo social. “Se fue gestando a medida que se fue conociendo la verdad. La enorme mayoría de la población desconocía lo ocurrido. El velo se empezó a correr con el informe de la Conadep y con el juicio. Cuando empezaron los testimonios de las víctimas no había nada que discutir. Ahí estaba la verdad”, relata. Torturas, violaciones, secuestros, asesinatos. Fueron más de 800 testigos.

Ledesma dice que incluso él se enteró en plena audiencia de “muchas cosas que eran subterráneas”. Y dice: “Yo pensé que algo había, pero no pensé que llegaban a este grado… tan aberrante”. En cuanto a los acusados, recuerda que no mostraron el menor rastro de arrepentimiento: “Soberbia total”.

Los excamaristas destacan el rol del expresidente Raúl Alfonsín como el “padre” del juicio y de la Conadep, comisión de notables creada por él para reunir las denuncias, como la base del proceso. “Sin la Conadep este juicio no se hacía porque juntó la prueba, y después Julio la extrajo de ahí”. Julio es Strassera, el fiscal del juicio, a quien los camaristas le reconocen un enorme mérito. Junto con Luis Moreno Ocampo, su fiscal adjunto, eligieron los “casos paradigmáticos” que presentaron al tribunal y promovieron las condenas.

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Los fiscales Strassera y Moreno Ocampo, escuchan a un testigoRedacción

“La Conadep fue la primera comisión de la verdad del mundo. Hacer lo que hizo, en nueve meses, fue extraordinario”, dice Gil Lavedra. Recuerda que los defensores se quejaban y decían el trabajo de la Conadep era prueba que no habían podido controlar, pero se esmera en aclarar que la sentencia se basó en testimonios que se escucharon todos en el juicio.

León Carlos Arslanian: “El juicio corría muchos peligros. Los encargados de ejecutar el plan criminal y tenían el poder de mando seguían en los cuarteles. Eran los mismos tipos que habían secuestrado, torturado…»Santiago Filipuzzi –

La sentencia fue por 709 casos. El juicio duró siete meses y medio. Jorge Rafael Videla y Emilio Massera fueron condenados a prisión perpetua. También se condenó a Viola, Armando Lambruschini y Orlando Ramón Agosti, que perdieron además su rango militar. Los otros cuatro acusados fueron absueltos (Omar Graffigna, Leopoldo Galtieri, Jorge Isaac Anaya y Basilio Lami Dozo).

En 1986, poco después del juicio, empezaron los movimientos militares y el Congreso sancionó en 1987 la ley de Obediencia Debida, que la Corte convalidó. En ese momento, ellos empezaban a juzgar los crímenes del I Cuerpo de Ejército y de la ESMA. Los dos procesos se cerraron.

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Los cuatro jueces destacan hoy, como uno de los méritos del juicio que llevaron adelante, que ya no se discuten los crímenes aberrantes de la dictadura. Sí tienen algunas diferencias en sus miradas de lo que vino después.

Gil Lavedra dice: “Hoy hay una corriente que no llega a ser negacionista, porque nadie discute que los hechos ocurrieron, pero sí pretende quitarles su verdadera importancia y poner de resalto los delitos de las organizaciones armadas en la década del 70, que nadie discute que fueron gravísimos y tendrían que haber sido juzgados. Fue el plan criminal lo que evitó que eso sucediera”. Y, más explícito, afirma: “El último video del 24 de marzo [difundido por el Gobierno] reproduce la línea de defensa que tenían los excomandantes”.

Los excamaristas conservaron un vínculo personal que no se enfrió con los años. Se reúnen a comer periódicamente. Se conocen muy bien y cuentan que se sienten como hermanos.Santiago Filipuzzi –

Ledesma está convencido de que a Milei “no le importa nada el tema [de los derechos humanos]”. Y afirma: “Yo quiero decir que estoy totalmente en desacuerdo con los juicios seguidos después de la nulidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final”, reabiertos durante el kirchnerismo, y dice que en esos procesos “se cometieron infinidad de prevaricatos y se pusieron unas penas enormes”.

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“Yo en lo que sí estoy de acuerdo es en que se investiguen los hechos de la subversión –dice Valerga Aráoz-. Era la opinión de Alfonsín, que también había ordenado la investigación de las organizaciones subversivas y así se condenó a prisión perpetua a Firmenich y a otros más.” Mario Firmenich fue indultado por Carlos Menem, que lo mismo hizo con los condenados en el Juicio a las Juntas.

Los excamaristas conocen las diferencias de sus miradas sobre cómo evolucionaron los procesos sobre los crímenes de los ’70. “Tampoco discrepamos tanto”, dice Gil Lavedra.

Valerga Aráoz y Arslanian, en la sala de acuerdosSantiago Filipuzzi –

En cuanto a la actualidad coinciden, con sus matices, en cuestionar las designaciones en la Corte por decreto y en criticar el funcionamiento de gran parte de la Justicia.

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Poco después del Juicio a las Juntas, los cuatro dejaron los tribunales y desde entonces ejercen como abogados. Por sus estudios pasaron como clientes –y siguen pasando- personajes de la vida pública y grandes empresarios. Arslanian, peronista, y Gil Lavedra, radical, fueron además ministros de distintos gobiernos. Gil Lavedra fue también diputado y hoy preside el Colegio Público de la Abogacía de la Capital. Los cuatro siguen conociendo de primera mano el funcionamiento de los tribunales.

Se ha ido produciendo una relación promiscua entre el Poder Judicial y el poder político –dice Arslanian-. Desde hace mucho tiempo se ha invadido a la Justicia y se la va debilitando. Se van generando puentes de unión complejas”.

Gil Lavedra asiente: “No solo los poderes políticos, sino también los económicos. Y hay una muy fuerte desconfianza pública sobre la imparcialidad de los jueces. Es muy importante recuperar esa confianza. Celebro en este sentido que en materia penal se esté avanzando con el sistema acusatorio”.

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“La Justicia no respeta principios fundamentales. Tiene códigos para cada causa. La Justicia actual no es Justicia”, sentencia Ledesma. En este grupo cada uno tiene un rol y “El Negro” es siempre el más terminante. Los demás lo escuchan y sonríen. Después de 40 años no podrían conocerse mejor.


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