POLITICA
Friedrich Merz, el conservador que desafía el legado de Merkel en una Alemania en crisis
BERLÍN – Friedrich Merz no es muy adepto a andarse con rodeos. Cuando el jefe de los conservadores alemanes saltó por primera vez en paracaídas, fue en Córcega, con la Legión Extranjera. Un salto en tándem a 4000 metros, con un minuto de caída libre sobre la bahía de Calvi. El ejercicio marcaba el comienzo de un week-end de senderismo en montaña con la Legión en el que también participaba su amigo Tom Enders, el expresidente de Airbus.
“Friedrich no conocía para nada la Legión. Para convencerlo, le vendí el descubrimiento del ideal republicano francés”, relata Jean-Philippe Lambert, un exlegionario, abogado de negocios en Mayer Brown.
Veinte años más tarde es un salto de otra magnitud que espera a Friedrich Merz. El de instalarse en el sillón de canciller de Alemania, la primera economía de la Unión Europea (UE) y, por el momento, el “hombre enfermo” del bloque. Esa esperada victoria corona un camino absolutamente inhabitual. Pero no solo porque el dirigente de 69 años nunca ejerció funciones ejecutivas. No fue ministro, ni alcalde o presidente de land.
Merz es la historia de una doble revancha. La de un alumno del fondo de la clase y la del eterno rival de Angela Merkel. Mientras el canciller saliente, el socialdemócrata Olaf Scholz era excelente en la escuela, Friedrich Merz tuvo una escolaridad difícil. El chico era conocido por su falta de respeto hacia los profesores, sus malas notas y sus bromas pesadas.
Madame Bouillon, la profesora de francés, comentó la amarga experiencia. Llena de energía, abrió un día la puerta de la clase sin saber que alguien había aflojado las bisagras. Llevada por el peso de la puerta, la pobre mujer hizo una entrada magistral, aterrizando de panza sobre la hoja de madera como si fuera una plancha de surf, mientras la clase estallaba de risa. En la escuela “la historia todavía es una leyenda”, cuentan los periodistas Jutta Falke-Ischinger y Daniel Goffart en Friedrich Merz: die biographie.
Adepto de los partidos de cartas en horas de clase, Merz repitió y cambió de escuela. Harto, su padre Joachim había decidido, incluso, que fuera albañil. Solo continuó los estudios gracias a su madre, que quería darle una última oportunidad. La aprovechó y cambió de trayectoria.
Experiencia de “big business”
Pero Merz es también una de las resurrecciones más espectaculares de la vida política alemana. Elegido en 1989 en el Parlamento Europeo y después en el Bundestag, el joven conoció una rápida ascensión antes de ser marginado por Merkel, que le sacó su puesto en 2002, reemplazándolo como jefe de los diputados demócratacristianos (CDU). Decepcionado, abandonó progresivamente la vida política para consagrarse al sector privado y ganar dinero.
Durante ese período formó parte del consejo de administración de numerosas empresas como el Commerzbank, el HSBC Deutschland, Stadler Rail o Axa, acumulando una experiencia de “big business” poco común en la clase política alemana. En 2016, cuando se convirtió en presidente del consejo de BlackRock Alemania, Merz era considerado como un “has been” de la política. Tanto que, cuando volvió dos años después, tras el anuncio de la partida de Merkel, tuvo que precisar la ortografía de su nombre en la primera conferencia de prensa.
Friedrich Merz es un “anti-Merkel” tanto en el estilo como en las ideas. La excanciller sabía controlar sus cóleras y tragar sus humillaciones. Este gigante enjuto de 1,98 metros de altura puede ser impulsivo e incluso hiriente.
“Necesito tener un contacto emocional con la gente con la cual trabajo”, explicó a uno de sus biógrafos. Merkel gobernó en el centro. El autor de “Osar el capitalismo” es multimillonario y volvió a posicionar a su partido en la derecha, reafirmando la idea de una “cultura de referencia” alemana.
Temible orador, no dudó en calificar a Olaf Scholz de “plomero del poder” en el Bundestag. Pero a veces puede derrapar. Merz ofendió a muchos alemanes acusando a los refugiados ucranianos de practicar un “turismo social” o describiendo a los hijos de inmigrantes como de “pequeños pachás”.
A fines de enero pasado, reaccionando al ataque de un afgano que provocó dos muertos, sorprendió al país votando junto a la extrema derecha una moción en favor del endurecimiento de la política migratoria. Una ruptura del tabú del llamado “cordón sanitario”, que puso a centenares de miles de personas en la calle a protestar.
¿Qué quiere decir “ser de Sauerland”?
Merz es también la cara de cierta Alemania. La de las pequeñas ciudades, con casitas elegantes y tradiciones centenarias. El líder de los conservadores alemanes (CDU/CSU) es casado, tiene tres hijos y viene de Sauerland, una región de pequeñas montañas arboladas, situada entre Kassel, Colonia y Dortmund, en Renania del Norte-Westfalia.
“Aquí nadie espera que los otros nos ayuden. Uno se arremanga y hace. Los sauerlandeses son pragmáticos. Tenemos los pies en la tierra y sabemos que todo lo que es distribuido a través de las prestaciones sociales tiene que haber sido obligatoriamente ganado por alguien”, señala Matthias Kerkhoff, diputado CDU de la región.
Merz pasó su juventud en Brilon, una pequeña ciudad de 26.000 habitantes, a donde vuelve cada 15 días a visitar a sus padres. La historia familiar se confunde con la del país. Llamado bajo bandera a los 17 años, su padre Joachim -que hoy tiene 101- hizo la guerra y pasó cuatro años y medio en un campo soviético, antes de volver. Friedrich desciende de una familia de protestantes franceses por su madre, los Sauvigny. Su abuelo materno, Josef Paul Sauvigny, fue durante mucho tiempo alcalde de Brilon y miembro del partido católico, antes de incorporarse al nazismo en 1933.
Merz nunca dejó realmente la región y hoy es diputado de la circunscripción. A fines de enero fue ahí donde decidió acoger a Markus Soder, el líder de la CSU, el partido hermano de Baviera. En la gran sala de fiestas, ese día pronunció un discurso que gustó:
“No hay prosperidad sin esfuerzos. No hay futuro para Alemania con la prejubilación, la semana de cuatro días laborales y un equilibrio entre vida profesional y privada. Eso lo hacen quienes pueden permitírselo”, dijo.
Los grandes desafíos que enfrenta Merz
Para Merz, la economía será el gran desafío. Pero no será el único. Primero tendrá que conseguir una coalición para poder ser nombrado canciller por el Parlamento. Después reconstruir el “business model” de Alemania. Fragilizado por el fin del gas ruso barato y la competencia de China, el país atraviesa una crisis estructural, acercándose a los tres millones de desempleados y podría vivir en 2025 su tercer año de recesión.
El tercer desafío será geoestratégico. Merz deberá dotar al país de capacidades de defensa creíbles, en momentos en que Estados Unidos anuncia el retiro de sus tropas de Europa.
Creado tras el inicio de la guerra de Ucrania, el fondo especial de 100.000 millones de euros de la Bundeswehr (Fuerzas Armadas) se está agotando. En 2028 habrá que cubrir un agujero de entre 30.000 y 40.000 millones de euros para invertir el equivalente del 2% del PBI en defensa.
Por otra parte, Merz tendrá que ser capaz de relanzar la pareja franco-alemana, verdadero motor de la construcción europea, sobre todo en las actuales circunstancias, cuando el bloque necesita decidir su destino inmediato sin el paraguas protector de Washington. Atlantista y europeo convencido, Merz se inscribe en la tradición de Helmut Khol y tiene intenciones de devolver a su país el puesto de privilegio que siempre tuvo en Bruselas.
El cuarto desafío es político. Como estaba previsto, la extrema derecha acaba de duplicar su cifra de votos en estas legislativas. Obsesionado con la próxima cita electoral de 2029, Merz sabe que solo tiene cuatro años para evitar que los neonazis lleguen al poder.
POLITICA
Viejas riñas porteñas
Hay que ubicar las cosas en su contexto. Lo que a los ojos del siglo XXI puede parecernos un show bárbaro y bestial, en otras épocas fue un entretenimiento frecuente e incluso una verdadera pasión de multitudes. Me refiero a un divertimento que imperaba en Buenos Aires en tiempos de la colonia y hasta mucho después de la independencia: la riña de gallos.
Hoy es absolutamente ilegal tirar dos aves al centro de un círculo, apostar dinero por una de ellas y verlas lastimarse hasta que alguna de las dos dé con el pico en el suelo. Pero no lo era cuando Buenos Aires era una aldea en crecimiento. Los reñideros estaban presentes en casi todos los barrios porteños y allí asistían, gustosos, miembros de todas las clases sociales.
Es que, por más que nos duela reconocerlo por la pena que nos dan estos pobres animales, las riñas eran una verdadera expresión popular. Un visitante inglés que habitó la urbe para 1820 escribió en una de sus crónicas: “Junto a las puertas de las casas de la gente pobre hay siempre un gallo atado a la pata, lo que demuestra que las riñas deben ser diversión muy difundida”.
Pero claro que esta es una competencia que no se inventó en Buenos Aires. Viene de bien lejos en tiempo y espacio: hay registros desde la antigua Grecia, en el 500 A.C. De ahí las riñas pasaron a la antigua Roma, llegaron al territorio español y fueron los españoles, cuando trajeron las aves de corral al territorio americano, los que instalaron aquí su emplumado pasatiempo.
En 1767 se inauguró el primer reñidero porteño, de José de Alvarado, en el entonces llamado Hueco de Monserrat, por la zona donde hoy se levanta el edificio de Desarrollo Social. Más adelante en el siglo XIX hubo muchos más. Entre los más destacados, se puede mencionar uno ubicado en la actual esquina de Chile y México, otro en Venezuela al 700 y hasta se abrió uno, muy concurrido, en la mismísima calle Florida. Algunos eran más bien precarios, pero otros tenían gradas y hasta palcos para que el público siguiera con comodidad las alternativas de la lucha, plena de espolones yendo y viniendo y picotazos a repetición.
Además de las cantidades de dinero que corrían en las apuestas, la actividad se ampliaba mediante la creación de criaderos y hasta escuelas de pelea para gallos. Tal como pasa hoy con diversos juegos populares, esto era, para algunos, un pingüe negocio.
El historiador Oscar Troncoso recuerda el nombre de algunos gallos que fueron legendarios por su valentía: rememora a ‘el Belgrano’, animal al que apodaron ‘el asesino de Balvanera’, pues así era de feroz; otros ejemplares destacados fueron el ‘Tigre Overo’ y el ‘Gaucho Cenizo’, que se convirtió en mito aquella jornada en la que el pobre continuó peleando después de perder ambos ojos. Pero también estaban las aves que rehuían al combate, como ‘Naranjo Barbucha’, que en su primera contienda se escapó del circo para correr a esconderse atrás de un árbol en otro de los reñideros célebres, el de Gandulfo, ubicado en Montes de Oca y Suárez, en Barracas.
Tan popular era la cosa que, en mayo de 1861, el Jefe de Policía Rafael Trelles emitió el Reglamento Oficial para la Riña de Gallos. Haciendo una lectura de esta legislación, es difícil creer que se cumpliera a rajatabla. Por ejemplo, había una norma que decía que el público “no podrá proferir palabras obscenas dentro del circo”. Con el fervor de la lucha y habiendo dinero en juego, imposible que no se escaparan decenas de improperios.
Por fortuna para los gallos, para el año 1891 se prohibían sus riñas en la ciudad de Buenos Aires. Empezaba a tener influencia la Sociedad Protectora de Animales, que promovió esta medida. Pero, clandestinamente, la movida no se detenía. De hecho, el drama teatral El Reñidero, de Sergio De Cecco, transcurre precisamente en uno de estos escenarios, en Palermo, en 1905. Lo que sí, como muestra la obra, ya era un espectáculo más marginal, para guapos, malevos y matones de algún turbio caudillo político. Pero ese ya es otro cantar.
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