POLITICA
“Ha muerto una forma de entender la prensa como pilar de la democracia”
Aquel periodismo diseñado para ser el contrapeso de las democracias liberales, aquella labor que servía para contrarrestar los abusos del poder político, económico y financiero, hoy no existe más. Quien lo afirma es Teodoro León Gross (Málaga, 1966) en La muerte del periodismo. Cómo una política sin contrapoder degrada la democracia (Deusto), un ensayo que se ha convertido en materia de debate, como ocurrió en el reciente Hay Festival Segovia, donde el profesor, escritor y periodista español moderó un encuentro con grandes nombres de la profesión. Gross ha escrito en los tres diarios más importantes de su país: El País, El Mundo y ABC, donde hoy publica.
Doctor en Periodismo y profesor en la Universidad de Málaga, ganó además un espacio como comentarista político en la radio española: primero en la Cadena SER y, hoy, en el programa de Carlos Herrera, en la cadena COPE. Ha publicado, entre otros libros, El artículo de opinión (Ariel, 1996) y El periodismo débil (Almuzara, 2006). A pesar del título apocalíptico de su reciente estudio, considera que la inteligencia artificial ofrece oportunidades para repensar el periodismo, una institución cuyo declive se profundiza desde 2016, estima. ¿Qué ocurrió entonces? Un Donald Trump en campaña se manifestó inmune a las críticas de la prensa e inició una lucha frontal contra los grandes medios que, en tiempos de ideas extremas y fanatismos, fue minando la credibilidad del “cuarto poder”.
Sin conocer de cerca la realidad argentina, puedo decir que el decreto de Milei que restringe el acceso a la información pública será muy lesivo
Para León Gross, el periodismo ha perdido la capacidad de marcar la agenda y establecer las prioridades de la opinión pública. La idea de que representa uno de los pilares de las democracias modernas se ha eclipsado, y esto abre un interrogante de cara al futuro: ¿podrá recuperar aquel rol tal como lo ejercía o ya nada será como antes? “Especular sobre el futuro siempre es arriesgado –dice Gross–. Vivimos un proceso de transformación que, con la inteligencia artificial, no sabemos a dónde nos lleva. Hemos visto en el debate de Donald Trump y Kamala Harris que los periodistas intervenían para decir que alguna declaración era falsa. El problema hoy no son los periodistas, sino el periodismo como institución. Lo que ha muerto es una forma de entender la prensa como pilar básico de la democracia liberal, que forma parte del sistema de checks and balances, de contrapesos del sistema. Era un elemento fundamental. Quizá lo de “cuarto poder” puede sonar retórico, pero era un instrumento con mucha influencia en el sistema. Los periódicos eran los tótems del sistema de medios. Pero en 2016 percibimos con toda claridad su muerte, con la aparición de Trump en la escena.
—¿Cuál es la secuencia? ¿El periodismo muere porque las democracias se debilitan? ¿O se debilitan las democracias porque muere el periodismo?
— Es paralelo. La democracia y el periodismo han estado siempre amenazados y siempre sufriendo erosiones. También han experimentado momentos de revitalización, pero esas sacudidas han sido constantes. Se suele cometer el error de identificar el momento en que el periodismo perdió pie con la llegada de internet. Es un error. En toda la historia, seguramente los dos momentos más extraordinarios que han cambiado el mundo han sido la imprenta e internet. Quizá podamos decir, en una lectura optimista de la historia, que a la llegada de la imprenta le siguieron las guerras de religión y una conflictividad de siglos, y que a la llegada de internet le están siguiendo unos años de convulsión.
—Entonces, ¿cuándo comienza a debilitarse el periodismo?
—Philip Meyer dice, en su libro The Vanishing Newspaper. Saving Journalism in the Information Age, que los periódicos venían, desde antes de internet, debilitados por la codicia de los editores. En los años ochenta y noventa, los editores habían sido seducidos por la industria del espectáculo, por un sector en el que ellos eran parte débil. Es el momento en el que ese sistema tradicional de periódicos, normalmente de empresas familiares atomizadas, con una identidad potente, empiezan a ser adquiridos por los grandes grupos de la comunicación. Se empiezan a detectar mecanismos propios de la industria del entretenimiento, la espectacularización, el sensacionalismo. Luego viene internet y de ahí vamos al clickbaiet, que será un fenómeno posterior también muy asociado a las redes sociales, que cambia por completo la manera de informarse en el valor de la verdad. Estos tres momentos, muy seguidos, matan al periodismo tradicional o lo dejan en un estado maltrecho. Esto se produce con las democracias sacudidas y muy violentadas tras la crisis económica de 2008, que deja muy poca confianza en el sistema. Todo esto provoca que en la segunda década del siglo XXI aparezcan con mucha fuerza los populismos, que se realimentan con esta debilidad del periodismo.
— En la Argentina, el presidente Javier Milei limitó vía decreto la ley de acceso a la información pública por la cual el Estado no está obligado a dar información del ámbito de la vida privada de los funcionarios públicos ni de todo aquello que sea preparatorio de una decisión estatal. ¿Cómo evalúa esta decisión?
—Sin conocer de cerca la realidad argentina, puedo decir que esto es una catástrofe que traerá consecuencias muy lesivas. En España tenemos algún problema semejante, aunque distinto. Siempre hemos mirado hacia los países nórdicos, donde la transparencia informativa es absoluta. Hasta el último gasto que haga un concejal, ya sea que vaya a comer con alguien o haga un regalo o emprenda un viaje, eso tiene que ser transparente. Es evidente que el dinero público debe estar sometido a un escrutinio absoluto por parte de la sociedad y que el periodismo, un instrumento fundamental para la buena salud de la democracia, tiene que ejercer esa función notarial, verificadora. Crear zonas de sombra, espacios opacos, eso es siempre una garantía inequívoca de corrupción y de degradación. Allí la tentación para la deshonestidad es evidente.
Tendemos a mirar Twitter, ahora X, Facebook o Instagram como si fueran una proyección de la realidad, y no lo son
— En su libro señala que Trump es un héroe silencioso a los ojos de la clase política, aunque muchos no se atrevan a admitirlo, porque nadie avanzó tanto como él sobre los medios informativos. Uno de sus admiradores, destaca, es Milei. Lo llamativo es que hay una demonización de la casta y del periodismo, pero ¿no es una especie de trampa debilitar al periodismo? ¿No es ese un modo de darle más poder a la casta?
— Absolutamente. Lo que Trump representa es algo que estábamos intuyendo desde hacía años y que ahora vemos con mucha claridad. Pero en 2016 la campaña de Trump es la primera que constata perfectamente que los medios de comunicación ya no le van a hacer mella, no lo van a dañar. De hecho, lo benefician. “Los medios son el enemigo del pueblo”, les dice a los ciudadanos. Quiere transmitir que los medios son parte del establishment de Washington y engañan al ciudadano porque están al servicio de esa casta. Trump plantea una campaña, bien asesorado por Steve Bannon, en la que asume perfectamente que la verdad no es tan importante. Fíjate que la noticia más importante de la campaña electoral fue que el Papa apoyaba a Trump. Aunque era una noticia falsa, funcionó muy bien. ¿Por qué? Porque los periódicos, los grandes medios, ya no marcan la agenda.
—¿De qué modo las redes sociales debilitan la vida democrática?
— Muchas veces tendemos a mirar Twitter, ahora X, Facebook o Instagram como si fueran una proyección de la realidad. Y no lo son. Allí hay un algoritmo que va determinando comunidades identitarias, que van favoreciendo que tú sigas a determinadas personas y que te sigan determinadas personas. Va creando comunidades eficiente los titulares negativos funcionan mejor que los positivos, que la ira y el miedo son grandes motores. Son comunidades en las que es muy fácil que se introduzca un ítem informativo y se repita, se repita, se repita. Es la cámara de eco. Una de las grandes catástrofes para nuestras sociedades y para nuestras democracias es que no haya un relato informativo para toda la sociedad, totalizador, sino que funcione mediante burbujas aisladas. Así se produce el sesgo de confirmación que constantemente te está diciendo “Nosotros somos los buenos y tenemos razón; ellos son los malos y no tienen razón”. Entonces se va alimentando una sospecha y una animadversión extraordinaria hacia el otro y generándose esa polarización que está envenenando las democracias.
—Percibo que hay sectores de la población a la que no le importa nada lo que ocurre en la política. ¿Cree que el periodismo es cada vez menos fuente de información y resulta suplantado por TikTok u otros refritos informativos?
—Indudablemente el periodismo ha perdido conexión con la sociedad. Creo que hay un cierto hastío, una cierta fatiga democrática, porque cuando tú ves que el sistema no funciona de acuerdo a tus valores, te rebelas y tiendes a desdeñarlo, a despreciarlo. Este es un fenómeno que los propios líderes, como pueden ser Trump o Milei, seguramente persiguen. La demonización del otro es un problema. La democracia funciona sostenida en la tolerancia, en la aceptación del rival, en que tú no tienes toda la razón. En el momento en que se produce la negación del otro, en el momento en que se fomenta y se juega con el odio (haces un meme, caricaturizas al contrario en un video, por ejemplo), eso que un día puede ser anecdótico, en un proceso de flujo amplio pues evidentemente revienta.
Hay una fatiga democrática. Cuando ves que el sistema no funciona de acuerdo a tus valores, te rebelas y tiendes a despreciarlo
—A veces es un político que ataca a un rival, pero otras, como ocurre en la Argentina, es la voz de un miembro del gobierno contra algún periodista determinado, en una gran asimetría de poder. Si los medios de prensa están dejando de ser considerados poderosos, ¿por qué aún existen líderes que siguen obsesionados con el periodismo?
—Trump nos lo mostró muy bien. En el momento en que tú te das cuenta que el periodismo no te hace daño, le pierdes el respeto. Y una vez que le pierdes el respeto lo que haces es utilizar el propio periodismo como un adversario, que es un enemigo ya debilitado, porque no te puede hacer daño, pero tú los conviertes en un enemigo para realimentar tus posiciones. Con Trump vemos por primera vez que el hecho de tener a toda la prensa diciendo que es un peligro no tiene efecto negativo o tiene un efecto muy limitado. Empezamos a ver el efecto práctico de lo que ya intuíamos: que realmente el periódico ha perdido la capacidad de marcar la agenda y establecer las prioridades de la opinión pública.
—Quizá me equivoque, pero usted no es apocalíptico con el despliegue de la inteligencia artificial (IA) en el periodismo, incluso parece encontrar oportunidades en este escenario. ¿Por qué?
—No soy apocalíptico. Hay dos razones: una deductiva y otra estrictamente científica. La primera: porque estamos mal y por tanto hay que buscar oportunidades. El periodismo está en una posición débil y consiguientemente cualquier cosa que pueda convertirse en un instrumento que nos permita potencia de fuego, pues hay que verla con interés. No podemos estar peor, por tanto, probemos suerte. Ten en cuenta que la IA está determinada por lo ocurrido en los últimos meses con el éxito de ChatGPT, que da el salto e irrumpe en los teléfonos móviles. Los estudiantes lo empiezan a utilizar y aparece una visión apocalíptica, pero la IA lleva varias décadas en desarrollo. Lo que ocurre ahora es que la IA empieza a llegar verdaderamente a los ciudadanos. No es que hayan impuesto un monstruo en circulación. La otra razón es tecnológica: ya se está utilizando mucha IA en el periodismo. En algunos casos para bien y en otros para no tan bien.
—¿Cuáles? ¿Cuáles son las ventajas y las desventajas del uso de la IA en el periodismo?
—Una de las ventajas es el modo en el que se reproducen las grabaciones de voz con una precisión extraordinaria. Otra es que permite reconocer fácilmente si una fotografía está manipulada, si un video ha sido generado con IA, dónde y en qué momento se ha hecho una fotografía. Creo que hoy, cuando los periodistas estamos sometidos a fake news y a engaños, con la IA artificial vamos a poder ser mucho más eficientes. Desde hace un tiempo las pequeñas crónicas de los eventos deportivos se hacen con IA. ¿Para qué queremos dedicar recursos humanos para eso? Algunas personas van a perder el empleo, pero habrá muchas más oportunidades de empleo para quienes se preparen en esa nueva tecnología. Los empleos aburridos y tediosos van a desaparecer; los empleos creativos y de ingenio van a proliferar y van a tener en la IA un aliado y no un rival. En el último Festival de Periodismo de Perugia, una editora dijo que la IA no ha venido a salvar a los periodistas; en todo caso, a salvar el periodismo. Y en esta línea está Mattia Peretti, el director del probablemente mejor centro de estudios de IA, en la London School of Economics,
—¿Puede la IA entonces salvar el periodismo?
–Creo que un joven en formación al que le interesa el periodismo y que pensaba que iba camino de un negocio en proceso de destrucción, ahora tiene una ventana de oportunidad en la IA. Lo que es evidente es que el periodismo del futuro no va a ser el del pasado, así que más vale que dejemos de añorar lo que fue y empecemos a pensar y a buscar el buen periodismo del futuro.
PERIODISTA Y ACADÉMICO
PERFIL: Teodoro León Gross
Profesor, escritor y periodista, Teodoro León Gross es licenciado en Filología Hispánica y doctor en Periodismo. Nació en Málaga, España, en 1966.
Ha sido columnista en los diarios españoles El País y El Mundo; hoy publica en el ABC.
A lo largo de su trayectoria profesional, iniciada en Diario 16 y continuada en el grupo Vocento y en The Objective, ha sido comentarista político en los espacios líderes de la radio española: Hoy por Hoy, de la Cadena SER y, actualmente, en el programa Herrera en COPE.
Ha publicado, entre otros libros, El artículo de opinión (Ariel, 1996) y El periodismo débil (Almuzara, 2006). Es coautor de La prensa diaria en la UE (Asociación de Periodistas Europeos, 2003). Tiene una antología de columnas publicadas en el diario Sur; El camino del Sur (Comunicación y turismo S.L., 2006). Es autor, además, de numerosos trabajos académicos.
Es profesor titular de Periodismo en la Universidad de Málaga.
Acaba de publicar el libro La muerte del periodismo. Cómo una política sin contrapoder degrada la democracia (Deusto), en el que aborda la crisis que atraviesa la prensa en las democracias liberales, al perder potencia como contrapeso real de los gobiernos.
POLITICA
La tragedia y un recuerdo: “La noche que tocamos permanece viva en mi memoria”
Cromañón retumba con infinitas formas en nuestra sociedad, pero es muy particular para quienes habitan la noche de Buenos Aires. Así como “La izquierda de la noche” –la canción de Babasónicos– captura el alma de la oscuridad urbana (La noche te succiona, te enloquece y abandona. Te regala un sueño hecho de papel), en la historia de Cromañón se vuelve un espacio insondable, viscoso, la noche es un personaje más, atraviesa a la trama… a nuestras mentes.
Los Pérez García, Los Garfios y Ojos Locos compartieron escenario con Callejeros, la banda de Pato Fontanet, el 28, 29 y 30 de diciembre de 2004. Los Pérez García es un grupo que ha ganado notoriedad en tiempos recientes, pero transitó durante años el circuito under. Ellos abrieron el primero de esos famosos tres conciertos programados por Callejeros. Beto, su líder, reconoce que, al recordar esos momentos, las sensaciones se mezclan.
“Una vez los invitamos a tocar en Cemento, y de repente tuvieron un crecimiento exponencial. Se acordaron de ese gesto y nos devolvieron la invitación cuando ya eran muy exitosos. A pesar de todo lo que pasó después guardo buenos recuerdos de cuando fuimos a probar sonido: el lugar era maravilloso para tocar, nos trataron muy bien y fueron muy generosos con la banda. La noche que tocamos permanece viva en mi memoria. Recuerdo a Omar Chabán hablándole al público antes del concierto, y cuando me invitaron a cantar ‘Armar de nuevo’”.
Con la llegada de la serie Cromañón, que retrata la tragedia que dejó 194 muertos en 2004, esos recuerdos resurgieron en un remolino de adjetivos: “Es gratificante escuchar canciones nuestras en la serie, como ‘Trucos’ y ‘Buenas Noches’ o la versión que hizo Alan Madannes de ‘Ni tan diablo ni tan santo’. Fueron escritas en esa época. Es tan gratificante como doloroso y desconcertante revivir todo”.
La serie conecta con las raíces del rock barrial y desde allí resalta a Callejeros: lo muestra como el epítome de un fenómeno de culto, en un marcado desvío en el rumbo del género que Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota fundaron sin saberlo hace casi cincuenta años. Al igual que los Redondos, Callejeros se volvió un referente del rock independiente, capaces de llenar estadios y transformar sus recitales en rituales colectivos.
Este culto no solo estaba vinculado a la música, sino que también se alimentaba de la misma mística que glorificaron las hinchadas del fútbol argentino. Los seguidores viven como devotos alrededor de un respetado hermetismo de la banda, valoran la lealtad y el sentido de pertenencia –pilares de una épica urbana–, se inventan una nueva balsa con la que ir a naufragar.
Esa ruleta desbocada veía caer la bolilla en otras bandas del palo, como Jóvenes Pordioseros, El Bordo, Los Gardelitos y La 25, quienes veían en Callejeros un modelo a seguir. Diego Monk es el supervisor musical de la serie Cromañón. Trabaja en la industria desde hace más de tres décadas, ha transitado un irregular camino de negociaciones y descubrimientos, alegrías y decepciones; primero como compositor y luego como experto en derechos editoriales y fonográficos.
Acumuló una profusa cantidad de secretos y estrategias sobre un mundo que permanece invisible para la mayoría: el intrincado laberinto que es necesario recorrer para obtener los permisos que se requieren a la hora de utilizar canciones en los distintos formatos audiovisuales.
Armar la banda sonora de una serie es un oficio distinto al de ejecutar música, puede pensarse que tiene puntos de contacto con el de un artesano o un pescador. Hay que saber dónde buscar, elegir los materiales que servirán para construir una escena, diseñar cuándo es el momento más adecuado para lanzar la red, qué sonidos pueden capturar la esencia de lo que se quiere contar. En este caso también es muy importante tener paciencia.
Claro, la mirada de Monk va mucho más allá de la simple elección de canciones: aprendió que, en la ficción, la música acompaña, pero además construye mundos. “En Cromañón significó trabajar a tres bandas simultáneas: la música incidental, que debe ajustar su tono a cada escena; las canciones originales de la banda ficticia de la serie, Peces chinos; y la música de la época, una de las tareas más complejas. No se trata de simplemente recrear un sonido, sino de revivir una atmósfera que remite a un tiempo que ya no existe”, describe y asume que su labor implica rastrear los ecos de una era y cargarlos de emociones.
Ecos de una época
El compositor Hernán Segret, director de la banda que acompaña a Mex Urtizberea en las sesiones ¡Fa!, y Gabriel Pedernera, baterista de Eruca Sativa, fueron los encargados de componer las canciones y dirigir a Peces Chinos, la banda ficticia formada en la serie por un grupo de amigos de Villa Celina. La trama los caracteriza como seguidores de Callejeros y oriundos del mismo barrio que sus ídolos, un modo de evocar su presencia y saltar el tabú que representa usar su música en la serie.
El desafío, difícil, era hablar de Callejeros sin incluir sus canciones; la decisión de no incluirlas fue tomada desde el principio. “Había muchas razones, algunas legales; pero, sobre todo, esta historia está pensada desde la perspectiva de los sobrevivientes, de lo que padecieron y sufrieron”, explica Monk sobre la elección final.
La construcción de la banda sonora de Cromañón obligó a repasar toda la música que definió el período 2004-2008. La tarea, entonces, era capturar el sonido de la época, había que crear un paisaje que incluyera a las bandas principales y a aquellas que formaron parte del circuito musical en torno a Callejeros.
En la serie, Los Pérez García, Los Garfios y Ojos Locos son parte fundamental de los recuerdos más vívidos y, además, se integran a la trama con un peso que trasciende el marco ficcional. Para lograrlo, el equipo se acercó a El Camino es Cultural, una agrupación formada por sobrevivientes y familiares de las víctimas, donde Guillermina Pérez, amiga de Los Garfios y también sobreviviente, sugirió incluir a la banda de Campana en el proyecto.
“Diego nos explicó de qué se trataba la serie y nos preguntó si podían usar algún tema nuestro. Grabamos la canción ‘San Martín’ a petición suya. Desde el principio, el trato fue impecable, nos acompañaron en todo: desde los trámites hasta el estudio”, relata Walter Gómez, baterista de Los Garfios.
Para el grupo –sigue activo y este mes celebra sus 30 años con dos shows en el teatro Pedro Barbero de Campana, uno ayer y otro el viernes próximo– su participación en Cromañón es una gran oportunidad para reinterpretar su papel en la historia del rock argentino y, a la vez, en el corazón de la tragedia.
“Normalmente nos entrevistan a finales de año, pero esta noticia se difunde rápidamente. Esta serie tiene el potencial de invitar a la reflexión sobre lo ocurrido, sobre los riesgos de la nocturnidad y el abandono que sufren los jóvenes. Ojalá genere debate”, agrega Walter Gómez.
Cromañón adopta una perspectiva crítica sobre la representación femenina en el rock. En un ambiente históricamente dominado por hombres, las directoras Marialy Rivas y Fabiana Tiscornia, junto con los guionistas Josefina Licitra, Pablo Plotkin y Martín Vatenberg, decidieron hacer visible una problemática que siempre incomodó a los tótems del rock: la presencia protagónica de las mujeres.
“Entre 2004 y 2008 no había mucha representación femenina en el rock barrial. Decidimos rendir homenaje a María Gabriela Epumer, quizás la más outsider de todas. Incluimos su versión de ‘Quiero estar entre tus cosas’, de Daniel Melero, como una simbolización perfecta de esa postura”, repasa Monk.
Lucy Patané es otra de las artistas que aporta su voz a la banda sonora, su interpretación de “Noche de paz” honra la fuerza de la versión original de Sumo y le da un nuevo matiz.
“Una parte considerable de la música de la serie se fue definiendo durante la escritura –señala Pablo Plotkin, director de la revista Rolling Stone durante dos décadas–. La idea era retratar la energía de la época y el espíritu del rock barrial en un sentido amplio. Muchas canciones estuvieron ahí desde las primeras versiones de los guiones. Nico tocando ‘Cuándo podrás amar’, de Las Pelotas, en su habitación, o ‘Brilla tu luz para mí’, de Sumo, cuando se toman la pepa en Nochebuena… ‘Triste canción de amor’ apareció rápido también, aunque antes barajamos un tema de Gardelitos que no quedó por tema de derechos. Y ahora ‘Triste canción de amor’ es lo que le queda rebotando en la cabeza a todo el mundo después de ver la serie”.
“Los Pérez García también eran muy importantes para el público que vivió Cromañón, y no solo por ser teloneros de la primera fecha –agrega Plotkin–. Después hay cosas menos apegadas al contexto histórico, como ‘La noche eterna’ (El Mató a un Policía Motorizado); creo que es uno de los grandes aciertos de la musicalización. Es una banda que apareció en la escena pública después de Cromañón, justamente, y que no tiene una conexión directa con el público mayoritario del rock barrial. Sin embargo, encarna algo esencial de la juventud urbana argentina pos 2001. No es casual que el director Bruno Stagnaro haya convocado a Santiago Motorizado, su cantante, para la versión remasterizada de la serie Okupas para Netflix. Hay algo en su poética y en su sonido que conecta al vacío con un nuevo comienzo”.
Un capítulo aparte es el de Ojos Locos, la banda que teloneó a Callejeros la noche del incendio en Once. La tragedia golpeó de lleno a la banda: perdieron a seis amigos, al padre del guitarrista y dos de sus integrantes se salvaron milagrosamente. En la serie puede escucharse su canción “Demasiado lomo”.
Juego de herederos
Obtener los permisos para usar una canción es una tarea ardua y burocrática, comparable con la que implica realizar un trámite sucesorio. Cada pieza que quiera utilizarse en una película, serie o comercial debe obtener primero el permiso de todos los derechohabientes de la obra, los autores o compositores y los dueños de los fonogramas (es decir, las compañías discográficas que editaron las canciones).
Monk se refiere al asunto con la sequedad de una respuesta legal: “Debe formularse un contrato por el cual se acuerdan las condiciones bajo las cuales las canciones aparecerán en ese audiovisual. No puede oponerse nada que no se haya firmado, porque los autores o los sellos pueden reclamar legalmente”.
La aparición de las plataformas digitales ha transformado por completo la industria musical y audiovisual. En la Argentina, la legislación permitía el acceso a los repertorios registrados en Sadaic, el ente recaudador de los autores e intérpretes, algo similar a lo que ocurre con la radio. Sin embargo, este panorama ha cambiado con los grises que ha traído el arribo de las plataformas.
Antes, la música se montaba casi en tiempo real, acompañaba el desarrollo de la narrativa, como un canal de difusión del que se sacaba música. Ahora, las series llegan terminadas, como películas, con un final ya definido. Esto exige que el tránsito musical esté planificado desde el principio. Adrián Sosa, baterista de Bajofondo y Head of Music para América Latina de Amazon, fue quien defendió la elección de la musicalización para la serie.
“Fue muy cuidadoso con todo el trabajo en equipo que realizamos”, destaca Monk y subraya el apoyo de Sosa a la visión de un enfoque musical que se adaptara a las nuevas dinámicas de producción televisiva. Esta transformación, señala Monk, está reconfigurando el papel de la música en la forma en que se producen y se narran las series hoy en día.
Un episodio insoslayable en la historia de la música popular argentina es interpretado con las herramientas actuales, aspira a que las zonas más ríspidas de Cromañón muevan a la reflexión, al debate y compongan un homenaje para las víctimas. En este contexto caleidoscópico, quizás ninguna canción capture con tanta precisión la magnitud de la tragedia como “Lo que perdí”, la balada escrita para la serie por Santiago Motorizado. “Y te escuché decir / lo que perdí sigue ahí / hay una sombra frente a mí / lo que perdí sigue ahí”.
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