Javier Milei finalmente convalidó el veto a la ley de Financiamiento Universitario, sumándolo al ya ejercido a la mejora de jubilados. Su imagen cae constantemente en las encuestas, pero a pesar de todo sigue adelante despreciando la opinión de la sociedad argentina. Como contrapartida, fortalece la aprobación entre sus mandantes del poder financiero y del empresariado más concentrado de la Argentina. A la postre, la única que realmente le importa. ¿Implicará esto una catástrofe electoral en las intermedias del año próximo o, gracias a la complicidad de una Cristina Fernández de Kirchner desesperada por evitar terminar tras las rejas sin importar el costo, conseguirá polarizar esa elección apelando a la profundización de la grieta entre la ex presidenta y el cristinismo?

Sin dudas, es el juego que a ambos le conviene: Cristina como figura excluyente de la oposición, con una pésima imagen tanto dentro como fuera del peronismo, y el gobierno presentándose como la única garantía para evitar el retorno a un pasado que cada vez más argentinos añoran, aunque otros siguen denostando, con la activa manipulación de los medios de comunicación aliados y los virulentos mensajes del oficialismo.

Se ha señalado que, en cuanto a concepción y ejercicio del poder, La Libertad Avanza y el cristinismo son muy similares: tienen una concepción monárquica y hereditaria del sistema político, desprecian las instancias legislativas, y no dudan al momento de aniquilar todo intento de resistencia interna. Tal vez se diferencien en sus programas de gobierno y en las terminales que reconocen a nivel internacional, ya que coinciden en algunos empresarios top para quienes el cambio de signo político de los gobiernos no resulta un problema. Pero la Cristina actual, muy diferente a la que intentó arrasar con el gobierno de Alberto Fernández, ha incorporado muchos de los puntos programáticos del gobierno de Milei, tanto en temas de superávit como de destrucción de los derechos laborales. ¿Se trata de una simple lavada de cara para atraer a los crecientes descontentos que votaron en su momento al actual presidente, y hoy se han hundido con las políticas de la actual gestión, para luego volver a ser la Cristina de siempre, en caso de conseguir articular el descontento para 2027 y convertirse nuevamente en la gran electora, tal como pasó en 2019, o el temor de ir a la cárcel la lleva a presentar esta versión de leona herbívora hacia afuera, pero implacable hacia los propios?

Las coincidencias entre ella y Milei son fácilmente advertibles. La lógica sucesoria Néstor, Cristina y, más adelante, Máximo, encuentra su correlato en la pretendida saga entre Javier y Karina Milei. La concepción dinástica es indisimulable. También lo es la empatía entre la ex presidente y el actual primer mandatario: ambos desprecian la democracia y la república, y juzgan como debilidad la práctica del diálogo y los pesos y contrapesos propios de la república democrática. Naturalmente les favorece la debilidad de nuestro sistema político y la  baja calidad de los sujetos que han ejercido distintas funciones -ejecutivas, legislativas y judiciales- desde 1983: la gobernanza sólo parece estar garantizada en caso de que un líder carismático ejerza la primera magistratura, a punto tal que la propia sociedad terminó despreciando un diálogo democrático que, frecuentemente, incluyó dádivas, corrupción y beneficios personales en detrimento del bien común.

Los argentinos sabemos muy bien cómo terminan estas experiencias autocráticas, con la declinación y el repudio mayoritario hacia quienes, inicialmente, la sociedad observaba embelesada. Sólo se salvó Néstor Kirchner por su muerte súbita. En cambio, Raúl Alfonsín, Carlos Menem, CFK, Mauricio Macri o Alberto Fernández terminaron ridiculizados o restringidos a la aprobación de sus propias tribus.

Es tal el descreimiento social respecto de un sistema político que, a la postre, sólo consiguió estancar la economía argentina y hacer implosionar a la pirámide social que no hay mayores expectativas de salida que no pasen por la emergencia de nuevos líderes carismáticos. Cuando los políticos insisten en la necesidad de definir un programa para posibilitar nuevas alianzas o coaliciones políticas predican en el desierto. Nadie les cree. La sociedad sabe que sólo pretenden garantizar sus propios kioscos sin importarles las consecuencias de impliquen para una sociedad africanizada en términos estadísticos.

Con la “nueva Cristina” cada vez más sensible al programa de saqueo de la sociedad y un Milei que sólo atiende la opinión de los sectores más concentrados de la economía, la probabilidad de que la sociedad reitere un repudio similar a la política como en el caso de las elecciones de 2001 es cada vez más cierta. Tal vez la aplicación de la boleta única de papel permita postergar ese rechazo durante algún tiempo, aunque el “que se vayan todos” va ganando terreno a paso acelerado, a punto tal que el puñado de asistentes al lanzamiento del partido LLA a nivel nacional, en Parque Lezama, terminó coreando la consigna. Si bien estaba orientada a la “vieja política”, es justamente esa “vieja política” la clave para la aprobación legislativa del plan de destrucción social y económica de la Argentina que ensaya el gobierno actual.

De este modo, no deben sorprendernos los entendimientos y acuerdos subterráneos entre Wado de Pedro y Santiago Caputo, ya que la polarización es un plato del que comen ambos sectores pretendidamente antagónicos. Tampoco la debilidad y el triste papel que les toca jugar a otros referentes políticos, desde Mauricio Macri hasta radicales o peronistas de segundas y terceras líneas. La convalidación del veto a la ley de Financiamiento Universitario demostró que, para conservar aunque sea un maquillaje de liderazgo debe someterse a las políticas oficiales, por más que grite y patalee. Una triste actualidad para quien impuso esa lógica al radicalismo durante su gobierno, y que ahora ha sido desplazado a esa función de furgón de cola de LLA.

En síntesis, nada permite pronosticar un fortalecimiento de las instituciones republicanas y democráticas en el corto o mediano plazo. De hecho, eso nunca sucede en contextos de profunda crisis y deterioro de la estructura económica y social. La única opción parece transitar por un fortalecimiento de la disputa entre liderazgos absolutos y carismáticos. El problema es que, si la opción para tratar de revertir la catástrofe actual es el retorno de un pasado demolido en las urnas el año pasado, tal vez la anomia termine siendo la única alternativa posible. Y, ahí sí, todos nuestros problemas terminarán potenciándose y multiplicándose en el Estado de Naturaleza que parece dibujarse en nuestro horizonte. (www.REALPOLITIK.com.ar)

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