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POLITICA

La desinformación menos pensada

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Al final resultó cierto que en 2019 hubo desinformación. Pero no eran las supuestas fake news que entretenían a periodistas y verificadores pero que la mayoría de la población nunca vio. La sociedad votó desinformada porque no tuvo la información imprescindible para decidir si le otorgaba sus destinos a la persona que finalmente ganó esa elección.

La loca fortuna hizo que esa persona tuviera que gobernar en uno de los momentos más críticos de la historia de la humanidad. Justo una pandemia inédita, que requería líderes con templanza y empatía y una gestión transparente para que toda la sociedad pudiera colaborar. En la tómbola a Argentina le tocó una administración que ascendió y se mantuvo con las malas artes de desinformar.

Cómo no iba a molestar al poder esa sociedad que desde sus redes sociales delataba el cinismo de sus dirigentes y elevaba sus quejas frente a la penuria económica y el récord de muertes en 2021

Defensorías, observatorios con el aval de investigadores estatales, usinas de operaciones oficiales se pusieron al servicio de un presidente que hizo campaña con falacias y disimulos. Y que se dedicaron a perseguir a ciudadanos en las redes sociales acusándolos de trolls y falsarios. Hoy, que se escucha el mismo discurso en funcionarios del régimen venezolano, se entiende que al desinformador nada le molesta más que la circulación libre de la información.

Cómo no iba a molestar al poder esa sociedad que desde sus redes sociales delataba el cinismo de sus dirigentes y elevaba sus quejas frente a la penuria económica y el récord de muertes en 2021. Justo el año en que esa comunidad en red impulsó la primera imputación del presidente por la celebración ilegal de una fiesta en la residencia presidencial. La misma red que aportó evidencias de los atropellos que sufrían ciudadanos en feudos provinciales que llevan años construyendo una máquina de desinformar.

Vamos entendiendo que la desinformación más peligrosa no es la que circula marginalmente en memes o publicaciones que con suerte ven unos miles de personas en Facebook. La desinformación maliciosa es la que usa el poder para justificar decisiones que afectan a una comunidad. Fue esa información que no teníamos para entender decisiones que el presidente decía que debía tomar por las buenas o por las malas. Que hoy sabemos era la fórmula con que manejaba su vida privada.

Que el culebrón del divorcio presidencial no distraiga la atención de la complicidad de secretarios, consultores y periodistas dedicados a informar poco y mal. Desinformar también es escatimar información que la ciudadanía tenía derecho a conocer.

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El inmenso daño que dejó una pésima gestión de la pandemia mostró el error de considerar privados los hechos de los funcionarios que tienen impacto público. Hoy salen periodistas a decir que sabían de las citas amatorias que ocurrían en dependencias públicas en horarios en que la agenda oficial aparecía desocupada. Tarde y mal constatamos que las conductas personales de quien toma decisiones estatales son información pública.

No hay ejemplos en la historia de gobiernos buenos de personas viles. La galería de presidentes argentinos está llena de líderes concupiscentes con tragedias familiares disimuladas. Esa miseria no es ajena a la que padece un país que alguna vez fue próspero y optimista.

Si algo podemos aprender de esta tragicomedia es que en el guion colaboraron, con auspicio del Estado, solícitos jefes de prensa y consultores dedicados a escribir discursos ejemplares para presidentes abyectos.

La desinformación no fue eso que perseguía la Defensoría del Público ni la agencia de noticias estatal sino la que venía del poder y, que lejos de verificar, magnificaban.

Queda para la posteridad la evidencia de los chupatintas del poder que, mientras señalaban cuentas de Twitter como trolls, daban argumentos para desinformar. Y escatimaban el control que hubiera protegido al presidente de su irresponsabilidad.

La autora es analista de medios

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POLITICA

Qué implica un acuerdo de reciprocidad de aranceles con Estados Unidos y la diferencia con uno de libre comercio

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Si hasta hace días Javier Milei afirmaba que su prioridad externa era la firma de un Acuerdo de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos, este sábado, viró su discurso ante la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) y dijo: «Argentina quiere ser el primer país del mundo en sumarse a este acuerdo de reciprocidad que pide la administración Trump en materia comercial». Añadió: “Si no estuviéramos restringidos por el Mercosur, Argentina ya estaría trabajando en un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos que sea mutuamente beneficioso”.

Una y otra son cosas distintas. Para empezar a entender el giro del mandatario argentino hay que remitirse a la nueva y disruptiva política comercial, proteccionista, de esta nueva presidencia de Donald Trump, que empezó el 20 de enero.

A mediados de este mes, el republicano anunció que impondrá aranceles recíprocos y prácticas comerciales a los países que comercien con Estados Unidos. Además, en lo que es considerado por sus propios socios como una nueva “guerra comercial”, le impuso el 10% de aranceles a China; el 25% a sus vecinos y socios, Canadá y México, y el 25% a todo el acero y al aluminio que entra a su país, en lo que sí afecta a empresas de Argentina como Techint y Aluar.

Un acuerdo de libre comercio como el que el Mercosur venía negociando con la Unión Europea es un pacto entre dos o más países para eliminar barreras comerciales y promover el intercambio de bienes y servicios, que pueden llegar incluso a tener aranceles cero. El bloque que integran de manera fundante Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay -Venezuela está suspendida y Bolivia estaba en camino de entrar- no le permite a ningún país firmar un TLC si no es con todos los miembros, por lo que Milei ha lanzado algunas amenazas con irse del Mercosur si una negociación con Estados Unidos lo tentara más.

Sin embargo, la misma política proteccionista no lo llega a poner en ese dilema por ahora. A partir de la reciprocidad que impone Trump, el Departamento de Comercio debería empezar a examinar los aranceles que los otros países aplican a Estados Unidos para luego ellos aplicar esos mismos.

Expertos consultados por Clarín afirman que detrás de ese planteo existe una primera duda y es la de cómo Estados Unidos va armar las posiciones arancelarias con cada uno de los más de 190 países del mundo. Sólo por mencionarlo, su Sistema Generalizado de Preferencias (SGP) abarca unas 3.500 posiciones arancelarias con la eliminación de aranceles.

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Es probable, afirman otras fuentes consultadas, que en el gobierno argentino le hayan dicho a Milei que técnicamente es imposible firmar un TLC clásico con Estados Unidos, contrariamente a lo que dijeron, inesperadamente, en las últimas horas, dirigentes de la American Chamber de Argentina. Y por eso, el mandatario habla ahora en la misma sintonía de Trump, con quien se comparó varias veces este sábado, y comenzó a hablar de reciprocidad en los aranceles con los que Trump busca revertir el déficit comercial de su país.

Entre los otros problemas que se presentan, surge uno central: los mercados de Argentina y Estados Unidos no son complementarios, son competitivos. Sobre una balanza comercial de U$S 16.300 millones en 2024, la Argentina tienen un déficit de U$S 2.200 millones.

Argentina produce básicamente productos primarios. Estados Unidos también. Estados Unidos, además de bienes primarios, produce muchos bienes (industrializados y primarios) que la Argentina no produce. Entonces, un acuerdo con los Estados Unidos es complejo para la Argentina, cuyo fuerte es la agricultura, aunque ahora también crezca el negocio de la minería y la energía. Pero las de Estados Unidos también.

Durante la gestión en Cancillería de Diana Mondino y su ex secretario de Comercio Internacional, Marcelo Cima, se firmó un importante acuerdo para el comercio de minerales críticos, como litio y acero, que pedían la Rosada y Economía. Se desconoce si la cancillería Gerardo Werthein lo continúa. La secretaria de la General, Karina Milei, le había pedido al embajador Luis María Kreckler -en reemplazo temporal de Cima- un plan para llegar a un TLC con EE.UU. a pedido del Presidente. El Gobierno debería explicar ahora cómo se trabajará en un plan basado en la Reciprocidad.

El sistema comercial actual global se basa en el principio de la «nación más favorecida» (MFN), donde los aranceles reducidos para un miembro de la Organización Mundial del Comercio (OMC) se aplican a todos los demás. Las naciones pueden reducir los aranceles por debajo del nivel de MFN para socios específicos cuando entran en un acuerdo de libre comercio. Es la llamada tarifa aplicada.

No está claro lo que va a hacer el gobierno de Trump con este esquema del que es critico desde el primer gobierno del republicano y hay hasta filosofía económica al respecto como la de su ex jefe de Comercio, Robert Lighthizer. Se estima que su propuesta de reciprocidad es una idea de negociación de Trump. Una más.

Lo que varios analistas consideraron que podría ocurrir y eso sí es positivo para la Argentina es que Estados Unidos empiece a pensar en el hecho de que como muchos -y sobre todo para el trumpismo- proponga avanzar en un acuerdo plurilateral donde estén sus aliados. Y eso sería volver a un GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio), que fue previo a la OMC y por el que no existía la cláusula de nación más favorecida.

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¿Qué significa el principio de NMF? Que si un país le da un beneficio comercial a otro, se lo tiene que dar a todos. Estados Unidos no quiere eso. Estados Unidos lo que quiere es reciprocidad. Entonces quiere volver al GATT: le da un beneficio a un país y ese otro país le da el beneficio a EE.UU. En una especie de acuerdo plurilateral. La pregunta es si alguien en la actual administración argentina entiende ello.

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