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POLITICA

La UCR suspendió a los diputados que apoyaron el veto de Milei a la movilidad jubilatoria

El Tribunal de Ética del partido investiga el cambio de posición de cuatro legisladores, que dejan de integrar el bloque radical en la Cámara baja hasta que se decida sobre su situación.

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Luego del cambio de opinión sobre la necesidad de otorgar un aumento a los jubilados a través de la reforma de la Ley de Movilidad que aprobó el Congreso y que luego el presidente Javier Milei vetó, la Unión Cívica Radical (UCR) suspendió a los diputados que avalaron el accionar del libertario.

Se trata de los diputados Mariano Campero, Martín Arjol, Luis Picat y Pablo Cervi, quiñes serán investigados por el Tribunal de Ética del partido, por lo que permanecerán afuera del bloque dentro de la Cámara baja hasta que se concluya que hacer con ellos.

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El giro en el rumbo de los representantes radicales ayudó al mandatario a sostener el rechazo a un aumento del 8,1%, que representaba unos 15 mil pesos de suba en las jubilaciones mínimas que otorga la Nación, bajo la excusa de sostener el equilibrio fiscal que Milei tanto pregona.

Ante ello, la mesa directiva de la Convención Nacional, que comandan Gastón Manes y Hernán Rossi, tomó la decisión de dejar en suspenso la afiliación partidaria de cuatro de los cinco legisladores díscolos. Ya que José Tournier, pese a integrar el bloque de la UCR en Diputados, no cuenta con una ficha de afiliación en el partido centenario.

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En la misma situación se encuentran los representantes Roxana Reyes y Gerardo Cipolini, quienes se ausentaron durante el debate permitiéndole a la oposición no obtener la mayoría necesaria de diputados para rechazar el veto presidencial ante la reforma de la ley de movilidad jubilatoria.

“Al tratarse el veto presidencial, cuatro Diputados Nacionales afiliados a la UCR e integrantes de nuestro Bloque se apartaron de lo que ellos mismos habían sostenido en la primera votación y acompañaron el veto presidencial, incurriendo en una grave inconducta partidaria, y generando un grave daño a la credibilidad y honor de nuestro partido”, indica la resolución emitida por el partido.

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Para finalizar expresando que “aún más graves fueron los argumentos esgrimidos durante la sesión y en los medios de comunicación, en el sentido de que se habían equivocado en los cálculos, y que su brusco cambio de opinión se fundaba en la necesidad de garantizar el equilibrio fiscal”.

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POLITICA

Viejas riñas porteñas

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Hay que ubicar las cosas en su contexto. Lo que a los ojos del siglo XXI puede parecernos un show bárbaro y bestial, en otras épocas fue un entretenimiento frecuente e incluso una verdadera pasión de multitudes. Me refiero a un divertimento que imperaba en Buenos Aires en tiempos de la colonia y hasta mucho después de la independencia: la riña de gallos.

Hoy es absolutamente ilegal tirar dos aves al centro de un círculo, apostar dinero por una de ellas y verlas lastimarse hasta que alguna de las dos dé con el pico en el suelo. Pero no lo era cuando Buenos Aires era una aldea en crecimiento. Los reñideros estaban presentes en casi todos los barrios porteños y allí asistían, gustosos, miembros de todas las clases sociales.

Es que, por más que nos duela reconocerlo por la pena que nos dan estos pobres animales, las riñas eran una verdadera expresión popular. Un visitante inglés que habitó la urbe para 1820 escribió en una de sus crónicas: “Junto a las puertas de las casas de la gente pobre hay siempre un gallo atado a la pata, lo que demuestra que las riñas deben ser diversión muy difundida”.

Pero claro que esta es una competencia que no se inventó en Buenos Aires. Viene de bien lejos en tiempo y espacio: hay registros desde la antigua Grecia, en el 500 A.C. De ahí las riñas pasaron a la antigua Roma, llegaron al territorio español y fueron los españoles, cuando trajeron las aves de corral al territorio americano, los que instalaron aquí su emplumado pasatiempo.

En 1767 se inauguró el primer reñidero porteño, de José de Alvarado, en el entonces llamado Hueco de Monserrat, por la zona donde hoy se levanta el edificio de Desarrollo Social. Más adelante en el siglo XIX hubo muchos más. Entre los más destacados, se puede mencionar uno ubicado en la actual esquina de Chile y México, otro en Venezuela al 700 y hasta se abrió uno, muy concurrido, en la mismísima calle Florida. Algunos eran más bien precarios, pero otros tenían gradas y hasta palcos para que el público siguiera con comodidad las alternativas de la lucha, plena de espolones yendo y viniendo y picotazos a repetición.

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Además de las cantidades de dinero que corrían en las apuestas, la actividad se ampliaba mediante la creación de criaderos y hasta escuelas de pelea para gallos. Tal como pasa hoy con diversos juegos populares, esto era, para algunos, un pingüe negocio.

Una riña de gallos a fines del siglo XIX, donde se ve que niños y mujeres son parte del público

El historiador Oscar Troncoso recuerda el nombre de algunos gallos que fueron legendarios por su valentía: rememora a ‘el Belgrano’, animal al que apodaron ‘el asesino de Balvanera’, pues así era de feroz; otros ejemplares destacados fueron el ‘Tigre Overo’ y el ‘Gaucho Cenizo’, que se convirtió en mito aquella jornada en la que el pobre continuó peleando después de perder ambos ojos. Pero también estaban las aves que rehuían al combate, como ‘Naranjo Barbucha’, que en su primera contienda se escapó del circo para correr a esconderse atrás de un árbol en otro de los reñideros célebres, el de Gandulfo, ubicado en Montes de Oca y Suárez, en Barracas.

Tan popular era la cosa que, en mayo de 1861, el Jefe de Policía Rafael Trelles emitió el Reglamento Oficial para la Riña de Gallos. Haciendo una lectura de esta legislación, es difícil creer que se cumpliera a rajatabla. Por ejemplo, había una norma que decía que el público “no podrá proferir palabras obscenas dentro del circo”. Con el fervor de la lucha y habiendo dinero en juego, imposible que no se escaparan decenas de improperios.

El anuncio de la apertura de un nuevo reñidero, en la actual avenida Belgrano, en la Gaceta Mercantil del año 1849

Por fortuna para los gallos, para el año 1891 se prohibían sus riñas en la ciudad de Buenos Aires. Empezaba a tener influencia la Sociedad Protectora de Animales, que promovió esta medida. Pero, clandestinamente, la movida no se detenía. De hecho, el drama teatral El Reñidero, de Sergio De Cecco, transcurre precisamente en uno de estos escenarios, en Palermo, en 1905. Lo que sí, como muestra la obra, ya era un espectáculo más marginal, para guapos, malevos y matones de algún turbio caudillo político. Pero ese ya es otro cantar.

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