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Los sueños rotos de Moscú 80: historias ocultas del boicot olímpico más recordado

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45 años atrás, el 3 de agosto de 1980, se clausuraban los Juegos Olímpicos de Moscú con una ceremonia soviética: marcial, ajustada, pesada, extensísima. 100.000 personas en el Estadio Lenin, Brezhnev y todos los popes del Kremlin en el palco, el incómodo presidente británico del Comité Olímpico Internacional y casi ningún funcionario extranjero. Hubo desfile de deportistas, bailes típicos, marchas militares, grupos musicales folklóricos, demostraciones gimnásticas y mucho de Misha, la mascota de los Juegos. También largos y tediosos discursos.

Para el final, la presentación de la ciudad que tomaría la posta, la siguiente sede. En ese momento, por lo general protocolar, el que mayor expectativa generaba, el clímax de la ceremonia; o, al menos, el más tenso, no estaba la autoridad máxima del próximo anfitrión, el alcalde o intendente, cómo suele suceder. Y la bandera que se mostró no fue la de Estados Unidos sino la de la ciudad de Los Ángeles. Michael Morris Killanin, el flemático presidente del COI que ya estaba de salida, intentó, con palabras que él sabía vanas, que en el siguiente Juego Olímpico no volviera a suceder lo que en éste: que muchos se lo perdieran. Pidió a los deportistas que no dejaran de competir.

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A esa altura todos presuponían que los países de la Cortina de Hierro, los que respondían a la influencia soviética, devolverían el golpe y no participarían. Otro boicot.

El de Moscú 80 fue el Juego Olímpico de los Sueños Rotos.

Tras la orden de Estados Unidos, otros 62 países decidieron no concurrir. El boicot vacío los juegos. E impidió que muchos atletas que habían entrenado durante años tuvieran la posibilidad de luchar por una medalla olímpica.

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La Guerra Fría por otros medios

En abril de 1980 Estados Unidos, a través de su presidente Jimmy Carter y de su vice Walter Mondale, estableció el boicot a los Juegos Olímpicos. La ciudad sede sería la capital de su principal enemigo. La amenaza que persistió en el aire durante cuatro años, desde que finalizó Montreal 76, que Estados Unidos le daría la espalda a Moscú 80, finalmente se concretó. La excusa que encontraron fue la invasión soviética a Afganistán.

La Guerra Fría se desplegaba en diferentes ámbitos. Dos que preocupaban a los políticos y fascinaban a la opinión pública eran el de la carrera espacial y el del deporte. Los grandes hitos bélicos/deportivos de esos años habían sido la final por el oro olímpico de básquet en Munich 72 y el match de ajedrez entre Bobby Fisher y Boris Spassky. El de básquet tuvo los tres segundos más largos de la historia. El triunfo de Estados Unidos, la polémica, el reinicio del partido y el batacazo del oro soviético (y la indignación norteamericana: no fueron a buscar las medallas plateadas). El de ajedrez fue un impacto mundial. La atención del planeta se centró en el tablero de 64 escaques. La personalidad desbordante, los caprichos y el genio de Bobby Fisher hicieron el resto. Por primera vez en décadas el título de campeón del mundo no estaba en manos de alguien de la U.R.S.S. Dos victorias en terreno ajeno marcaron esos años. Hubo otra en 1980, cercana a los hechos de los que se habla en esta nota: la del equipo de hockey sobre hielo norteamericano en los Juegos Olímpicos de Invierno de Lake Placid: “El Milagro en el Hielo” que ya ha producido decenas de libros y al menos dos muy buenas películas de ficción contando ese partido.

El desfile inaugural, el 19 de julio de 1980, en el Estadio Lenin de Moscú. (Foto: Olympic Games Moscow 1980)

Los Juegos Olímpicos de Moscú iban a ser un escenario ideal para continuar la guerra fría en canchas, pistas y rings. Estados Unidos desde hacía unos años se debatía entre distintas opciones de actuación. Los temores eran muchos. ¿Validarían a su peor enemigo con su presencia? ¿Se estarían exponiendo a ser ridiculizados? ¿Serían maltratados sus atletas? ¿Los perjudicarían? Todos estos planteos bajo la certeza de que la U.R.S.S. los superaría en el medallero final. Había un factor más. Sin el dinero de la NBC por los derechos de televisación, los Juegos serían deficitarios (lo terminaron siendo).

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Hasta que en los últimos días de 1979 un hecho político pareció darle a Estados Unidos la excusa perfecta para poner en práctica esa hipótesis de conflicto con la que trabajaban. El 27 de diciembre de 1979 tropas soviéticas cruzaron las fronteras del sur e invadieron Afganistán. Los soviéticos apoyaban al régimen comunista que se enfrentaba con radicales islámicos que en poco tiempo fueron financiados por Estados Unidos y otros países. Cada conflicto, cada contienda, hasta cada discusión mundial parecía, en esos años, que sólo se trataba de lo mismo: USA Vs. U.R.S.S.

Pero, por más que la idea sobrevolaba, hasta los meses previos a la ceremonia inaugural no se sabía bien qué sucedería. De hecho, muchos se inclinaban por creer que, al final, prevalecería el afán por competir de los deportistas y el interés del público (y de las cadenas televisivas) por ver en acción a los mejores.

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La gran mayoría de los deportistas realizaron el ciclo olímpico convencidos de que estarían en Moscú.

El 21 de enero de 1980, el presidente Carter en su discurso anual del Estado de la Unión criticó con dureza la intervención soviética en Afganistán, explicó que se trataba de una amenaza grave, que había que frenar su avance porque era el primer paso de su expansión y de un camino en el que buscaban quedarse con el petróleo de la región. Anunció castigos económicos, restricciones varias y que: “He anunciado al Comité Olímpico Norteamericano que ni los americanos ni yo avalamos el envío de atletas a los Juegos mientras los soviéticos permanezcan en Afganistán”. Les dio un mes para deponer su actitud.

Un mes después, el 21 de febrero, Jimmy Carter reunió en la Casa Blanca a deportistas, entrenadores y dirigentes y anunció oficialmente, frente a ellos, que Estados Unidos no concurriría a Moscú. El Comité Olímpico de Estados Unidos acató de inmediato y comunicó la decisión al COI. Los países de Occidente se fueron sumando al boicot. Los deportistas ofrecieron, con el correr de las semanas, diversas alternativas. No participar del desfile inaugural, no presentarse a las ceremonias de premiación, llegar a la Villa Olímpica el día de competencia y retirarse en el mismo momento en que terminaba su participación, no interactuar con funcionarios soviéticos. Todo fue desechado. El sueño deportivo, años de esfuerzos se estrellaba contra los escarceos y mezquindades políticas.

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La repercusión que tal decisión tendría hoy sería imposible de mensurar. Posiblemente la presión de los atletas sería más efectiva. Por otra parte, los Juegos Olímpicos tienen tal envergadura económica que otros intereses aparecerían para asegurar la participación de la mayor cantidad de atletas posible. Hasta Montreal 76 los Juegos eran deficitarios. Recién en Los Ángeles 84 se convirtieron en el negocio colosal que son hoy.

Anita DeFrantz, una remera norteamericana, juntó a varios atletas de distintas disciplinas y encabezó una demanda contra el comité olímpico de su país. Querían que se respetara su decisión y su derecho de participar. La justicia desestimó la presentación y también hizo lo mismo la Corte Suprema con la apelación. La última posibilidad se había esfumado.

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El presidente James Carter impulsó que los atletas de Estados Unidos no fueran a Moscú. En total, fueron 62 países los que no participaron. (Foto: @CarterLibrary)
El presidente James Carter impulsó que los atletas de Estados Unidos no fueran a Moscú. En total, fueron 62 países los que no participaron. (Foto: @CarterLibrary)

Lord Killanin ,el presidente del Comité Olímpico Internacional, trató de mediar. Se reunió con Brezhnev y con Carter, pero todo fue inútil. Los diplomáticos (y los agentes de inteligencia) de las dos súper potencias se pusieron en acción tratando de sumar aliados. Estados Unidos hasta envió a Muhammad Alí (medalla dorada en Roma 60) de gira por países africanos en busca de apoyo.

La decisión de Argentina

Rápidamente casi una treintena de países se alineó detrás de los norteamericanos. Finalmente fueron 62 los que no participaron. Aliados importantes de Estados Unidos como Alemania, Japón y Corea. Y muchos países cuyos compromisos comerciales eran tan fuertes que no podían rehusarse a seguirlos como los latinoamericanos, mucho de los africanos y varias países asiáticos. Argentina estuvo entre ellos. Los representativos de fútbol (con jugadores de los equipos del Interior, de clubes no afiliados directamente a AFA) y de básquet habían logrado clasificar en los respectivos torneos preolímpicos y tenían buenas posibilidades de medalla. También el declatonista Tito Steiner, el remero Ricardo Ibarra y, quizá, algún boxeador.

Poco salió sobre ellos en los medios argentinos y en los de Occidente. Algo, que a priori, parece impropio para un evento de esa magnitud. Sólo dos argentinos concurrieron. Un juez de boxeo del que se perdió el nombre y Roberto Fernández, único periodista acreditado, enviado de la revista Goles Match.

Pero podemos decir que, casi como en cualquier gran evento internacional, en el boicot a Moscú 80, hubo también una pista argentina, un factor argentino en el medio.

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Un antecedente evidente fue el Mundial 78. Previo a ese torneo tuvieron lugar en varios países europeos campañas de boicot que pretendían que las delegaciones no concurrieran a Argentina para poner en evidencia de esa manera al gobierno de la Junta Militar y las persistentes violaciones a los derechos humanos. Esos comités de boicot que nacieron en Suecia por el caso de la desaparición de Dagmar Hagelin, y luego se derramaron al resto del continente, fueron muy activos en Holanda y Francia. Ninguno consiguió apoyo gubernamental. Tampoco estuvieron cerca de conseguir que alguno de los equipos desistiera de jugar el Mundial. Sin embargo, obtuvieron un éxito colosal en lograr que las sociedades de cada uno de esos países conocieran, por primera vez, lo que estaba sucediendo en Argentina. Una peculiaridad: en esos comités no hubo casi participación de exiliados argentinos.

Es más. Las primeras menciones a un posible boicot a Moscú 80 se dieron en Europa mientras se discutía la presencia de sus selecciones de fútbol en el Mundial de Argentina. El francés Jean Francois Revel sostuvo que si propulsaba la no concurrencia a Argentina, lo mismo debía hacerse en relación a los Juegos Olímpicos soviéticos. Pero como nadie dejó de venir a la Argentina en esa ocasión (ninguna selección ni ningún jugador se bajaron: tampoco Cruyff ni Paul Breitner pese a lo que las leyendas sostienen) pareció que los boicots a eventos deportivos no funcionarían. A principios de 1980, el disidente soviético Andrei Sakharov propuso que las naciones occidentales no fueran a Moscú. Carter empezó a coquetear con la idea. Desde sus oficinas comparaban la cita soviética con Berlin 36, los Juegos Olímpicos hitlerianos.

Los europeos finalmente encontraron un punto intermedio. Inglaterra y Francia dejaron librada la decisión a la voluntad de sus atletas. Enviaron delegaciones menos numerosas. Varios europeos en este camino mixto no participaron del desfile inaugural, o compitieron bajo la bandera de su comité olímpico o bajo la del COI. España participó impulsada por Juan Antonio Samaranch que peleaba por presidir el COI (lo que consiguió a los pocos meses).

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Cuatro años después, la Unión Soviética devolvió el golpe. Ni sus atletas ni los de ningún país del bloque comunista participaron de los Juegos organizados en Los Ángeles. Recién en Seúl 88, un año antes del colapso de la U.R.S.S., se volvieron a enfrentar después de doce años las dos súper potencias.

El boicot perjudicó tanto a los que participaron (y aún ganaron) como a los que se quedaron sin viajar a Moscú. En la imagen, el británico Sebastian Coe gana los 1.500 metros. (Foto: AP)
El boicot perjudicó tanto a los que participaron (y aún ganaron) como a los que se quedaron sin viajar a Moscú. En la imagen, el británico Sebastian Coe gana los 1.500 metros. (Foto: AP)

Hubo algunas competencias alternativas o paralelas de natación, atletismo y gimnasia. Pero, naturalmente, no fueron lo mismo. No fueron ni una pálida sombra de un Juego Olímpico. La decisión de Estados Unidos, también, deslució a Moscú 80. Sin la participación de las grandes potencias de occidente ni de China (tampoco fue Irán, enemigo de Estados Unidos pero defensor de los islámicos en Afganistán) se hizo difícil mensurar los logros de los campeones. Perjudicó tanto a los que participaron (y aún ganaron) como a los que se quedaron sin viajar a Moscú.

En esa época en la mayoría de los deportes olímpicos no se ganaba dinero. Eran pocos los atletas que lo hacían. De hecho en aquellos deportes de conjunto hiperprofesionalizados se enviaban jugadores amateurs (aunque en fútbol, por ejemplo, los países de la Cortina de Hierro llevaban sus mejores hombres dado que los regímenes comunistas mantenían un amateurismo marrón: la Polonia de Deyna y Lato ganó la medalla dorada en 1972 y la de plata en 1976). El esfuerzo, la dedicación, los viajes, los entrenamientos, todo estaba enfocado en el ciclo olímpico, en culminar cuatro años de esfuerzo en la cita olímpica. El premio no era, para la mayoría, monetario. Iban por la gloria.

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No son muchos los atletas que logran mantenerse en la cima de su rendimiento durante muchos años. Esos son las excepciones. La gran mayoría alcanza su pico en un momento determinado y lo puede sostener a lo sumo un par de años. Razones de edad, maduración, conocimiento, lesiones, estudio. Los motivos pueden ser diversos. Pero perderse un Juego Olímpico o un Mundial para casi todos es dejar pasar su única oportunidad de medirse en las citas más importantes.

Gwen Gardner corría los 400 metros. En el torneo clasificatorio para esos Juegos Olímpicos salió primera. Era una de las candidatas a la medalla de oro. Debió esperar hasta Los Ángeles 84. Pero en el medio tenía que ganarse la vida. Trabajaba en Hollywood como doble de riesgo. En una escena se fracturó la pierna. Estuvo casi un año inactiva. Se recuperó justo para participar en los trials para Los Ángeles. Llegó cuarta. Sólo clasificaban las tres primeras.

En 1980, el esgrimista norteamericano Greg Massialas estaba en el pico de su carrera. Había logrado clasificar para los Juegos. Tenía claras chances de medalla pero el boicot le impidió competir. En esgrima como en tantos otros deportes los Juegos Olímpicos, más allá de la vivencia, la Villa, representar a su país, es la máxima cita, tiene una importancia mayor que un mundial de la especialidad. Logró clasificar para Los Ángeles 84. Pero ya no era el mismo. Esos cuatro años y la frustración anterior habían minado su potencial. Quedó a un paso del podio.

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Pasó mucho tiempo y en otro Juego Olímpico con sede en una ciudad norteamericana, en Atlanta 96 se produjo un encuentro inesperado, una mínima reparación. Massialas estaba viendo las finales de esgrima en un sector especial en su condición de ex deportista y actual entrenador cuando de pronto por una puerta ingresó el ex presidente Jimmy Carter con su sobrina y el novio de ésta. Ambos eran adolescentes. Se sentaron junto a él. El novio de la chica se fue compenetrando en la competencia. En un momento dijo que le gustaría saber más del deporte para entender algunas decisiones de los jueces. El ex esgrimista, al escucharlo, amablemente le fue explicando cuestiones reglamentarias y le enseñó algunas claves para que disfrutara más del deporte. El joven le preguntó si él había sido olímpico. Massialas le contestó que sí. Que había competido por primera vez en Los Ángeles 84 pero que el primer equipo olímpico lo había integrado cuatro años pero que no lo habían dejado participar. La chica y su novio le preguntaron por qué había sucedido eso. Jimmy Carter, que hasta ese momento no se había perdido ningún lance, dejó de mirar la pedana, y posó sus ojos en el hombre por primera vez. El esgrimista explicó la situación brevemente y siguió hablando de esgrima. Carter, sin decir una palabra, lo miró fijo y posó su mano sobre el hombro de Massialas. Le dio una palmada afectuosa y bajó la vista, como reconociendo su error.

Juegos olímpicos, Guerra Fría, boicot

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Misiones: LLA y el PRO buscan cerrar un acuerdo electoral al que podrían sumarse los “radicales con peluca”

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La Libertad Avanza de Misiones aceleró el diálogo con el PRO para confluir en una propuesta conjunta. También está contemplado que se plieguen sectores de la producción de la provincia litoraleña. El espacio de los “radicales con peluca”, que lidera el diputado nacional Martín Arjol, también quiere sumarse.

En el oficialismo misionero las cosas están más claras. A fines de junio, quedó definido quienes competirán en octubre. La figura principal del poker de cuatro nombres que tienen el aval del hombre fuerte de la provincia, Carlos Rovira, es Herrera Ahuad. El ex gobernador durante la pandemia, cuenta con una figura que es una de las que tiene peso específico en el Frente Renovador de la Concordia.

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El peronismo, en tanto, estará presente con sello propio por primera vez en mucho tiempo. Durante las últimas dos décadas, integró el FRC. Pero el acompañamiento que la Renovación dio a las políticas de Javier Milei llevaron a Cristina Kirchner a intervenir el partido a comienzos de año.

El detalle

En las elecciones provinciales de junio, LLA, el PRO y los “radicales con peluca” integraron espacios distintos. El oficialismo nacional fue con boleta violeta, el macrismo resucitó “Juntos por el Cambio” y forjó una alianza con la UCR y la Coalición Cívica. Arjol consiguió el sello del Partido Libertario para poder competir.

Si hubieran aunado esfuerzos habrían sumado el 34,2% del total de los votos. Así, podrían haberse impuesto al FRC que ganó con el 27,6%.

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El campamento de LLA en Misiones estudia una alianza con el PRO

En el campamento mileísta apuestan, por ahora, a un acuerdo con el PRO. Los “radicales con peluca” pretenden ubicarse allí también. Tienen a su favor que, hace unos días, los legisladores desalojados de la UCR conformaron con LLA un interbloque en la Cámara baja del Congreso de la Nación.

Las conversaciones son intensas. El jueves 7 vencerá el período para registrar alianzas electorales. Según indicaron fuentes libertarias a este medio, la discusión de los lugares se postergará hasta el último día de plazo. El tope, según el calendario electoral, será el 17 de agosto.

Es importante entender que Misiones renovará cuatro bancas en Diputados el domingo 26 de octubre. Y los lugares en expectativa para los principales frentes son apenas dos. El primero irá, por peso específico, a LLA. El restante quedará en poder del primer socio minoritario. Por otro lado, Arjol fue electo legislador provincial. Tendrá mandato hasta 2029.

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Campaña y armado

Además de candidato en primer término en la lista del FRC, Herrera Ahuad oficiará de jefe de campaña. Ya ocupó ese lugar en otras oportunidades. Y darle la batuta además de la cabecera de lista es un gesto de Rovira hacia él que no pasa desapercibido en Misiones. Hace un año y medio, ya le había cedido la presidencia de la Legislatura que el caudillo ocupó desde que dejó la gobernación a principios de siglo.

Carlos Rovira votando en las elecciones legislativas de Misiones

La Renovación tendrá en su lista, además, a alguien que supo ser referente libertario. Se trata de Walter Rosner. Actuó como armador de la candidatura presidencial de Javier Milei en la provincia durante el 2023. Y hasta tuvo activa participación en la conformación de sublemas de ediles en distintas localidades este año. Pero quedó fuera de la estructura oficial.

Rosner es multifacético. Además de productor agropecuario, fabrica montañas rusas.

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En el peronismo, en tanto, se baraja la posibilidad de llegar a un entendimiento con el Partido Agrario y Social (PAyS). A cargo de las negociaciones están los interventores Máximo Rodríguez y Gustavo Arrieta. Ambos condujeron la normalización del justicialismo en Corrientes. Lograron concluir una intervención que llevaba años.

PAyS sacó el 8,4% de los votos en la votación del 8 de junio. El espacio, que conduce Héctor Orlando “Cacho” Bárbaro logró cosechar 2 bancas. El PJ no presentó lista provincial.

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Bullrich cruzó a los gobernadores que armaron un frente opositor: “Es kirchnerismo de baja intensidad”

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En su presentación en la Bolsa de Comercio de Córdoba, Patricia Bullrich cuestionó con dureza el frente electoral formado por varios gobernadores provinciales: “Es una especie de kirchnerismo suplente, de baja intensidad”, subrayó, cuestionando su coherencia política.

La ministra afirmó que este conglomerado carece de identidad: “Hay un peronista, otro kirchnerista, otro del PRO y otro radical, ¿por qué dicen que son del medio? Eso es no tener identidad”, y añadió que si votan sistemáticamente con el kirchnerismo, entonces “están ahí”.

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Un “grito federal” contra Javier Milei: los gobernadores que le disputan fondos y votos

Bullrich expresó que los gobernadores deberían acompañar las políticas de ajuste fiscal en vez de reclamar “superávit con más impuestos”. Aseguró: “La avenida del medio es un kirchnerismo de baja intensidad” y recalcó que el ajuste debe realizarse sobre el gasto estatal, no gravando a los contribuyentes.

El emplazamiento estuvo dirigido al llamado “Grito Federal”, integrado por mandatarios como Martín Llaryora (Córdoba), Maximiliano Pullaro (Santa Fe), Ignacio Torres (Chubut), Carlos Sadir (Jujuy) y Claudio Vidal (Santa Cruz), quienes buscan presentarse como una tercera opción electoral frente a Milei y al kirchnerismo.

La entrada Bullrich cruzó a los gobernadores que armaron un frente opositor: “Es kirchnerismo de baja intensidad” se publicó primero en Nexofin.

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Elecciones,Gobernadores,kirchnerismo,Patricia bullrich

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Presentan un recurso judicial preventivo contra las “deepfakes” en la campaña electoral

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El abogado constitucionalista Andrés Gil Domínguez presentó un una acción de amparo electoral preventiva colectiva ante la justicia, buscando que el Estado Nacional adopte antes de las próximas elecciones nacionales de octubre medidas efectivas para prevenir, alertar y hacer cesar las “deepfakes” o noticias falsas basadas en videos apócrifos donde se clona la voz y el rostro con Inteligencia Artificial (IA).

La demanda busca evitar que los electores sean inducidos a engaño a la hora de votar y apunta contra la Jefatura de Gabinete de Ministros y la Subsecretaría de Asuntos Políticos. La causa recayó en el juzgado federal electoral de María Servini.

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El objeto de la acción es proteger el derecho a elegir libremente en un proceso electoral transparente.

El abogado dijo que las “deepfakes” son contenidos generados por IA (audio, imágenes, videos) diseñados para imitar de manera realista la apariencia y el comportamiento de una persona, a menudo con la intención de engañar a los espectadores.

La demanda subraya que la IA generativa produce datos sintéticos que pueden distorsionar la información existente o crear contenido que nunca existió, repercutiendo en la noción de realidad y ficción.

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Y citó como antecedentes lo ocurrido en la veda electoral del 18 de mayo de 2025, en la campaña para legisladores porteño, cuando se difundieron videos generados con IA simulando al expresidente Mauricio Macri y a la diputada Silvia Lospennato, quienes desmintieron rápidamente los contenidos en los que se recomendaba votar por el candidato de Javier Milei, Manuel Adorni.

El Tribunal Electoral de CABA ordenó la eliminación de los videos en la red social “X”. “Este episodio evidenció los desafíos para la integridad electoral», dijo el abogado, ya que se violó la veda y “pudo haber impactado en el resultado, dado que el candidato promovido en el video falso, Manuel Adorni, resultó ganador”.

En Córdoba, semanas atrás, un video con voz e imagen del gobernador Martín Llaryora, generado con IA, fue viralizado por un diputado nacional, pronunciando un discurso que no era real.

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“Estos incidentes no son aislados. El informe AI Index 2024 de la Universidad de Stanford advirtió que los deepfakes políticos ya están afectando los procesos electorales en todo el mundo”, dijo Gil Domínguez.

Y citó como ejemplo las elecciones en Estados Unidos de 2024 (Donald Trump y Kamala Harris), las elecciones de Brasil en 2022 (Lula da Silva y Jair Bolsonaro), y un deepfake del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, pidiendo la rendición de sus tropas en 2022.

La Cámara Nacional Electoral, en el caso “Villaver, María Victoria”, ya determinó que estas conductas pueden subsumirse en el artículo 140 del Código Penal (inducir al error al sufragante) y reafirmó que el objetivo es “mantener la pureza del sufragio como base de la forma representativa de gobierno”.

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