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POLITICA

Qué dice la ley “antiinmigrante” que entró en vigor recientemente en Carolina del Norte

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El 1° de diciembre de 2024, entró en vigencia la ley HB-10 en Carolina del Norte, conocida por muchos como una medida “antiinmigrante”. Esta legislación obliga a los sheriffs locales a colaborar estrechamente con los Servicios de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), lo que marca un cambio.

Más de 325 mil inmigrantes indocumentados viven en Carolina del Norte, según estimaciones

Qué establece la ley HB 10

La HB-10 requiere que los sheriffs locales en Carolina del Norte adopten procedimientos estrictos relacionados con el estatus migratorio de las personas detenidas. Esto incluye:

  • Verificar el estatus legal de toda persona arrestada por delitos graves, como conducir bajo los efectos de alcohol o drogas.
  • Notificar al ICE si no pueden determinar el estatus migratorio de una persona detenida.
  • Acatar las solicitudes de detención emitidas por ICE, lo que implica mantener a las personas bajo custodia hasta 48 horas después de su fecha de liberación programada.

Antes de esta ley, los sheriffs podían decidir si cooperaban con ICE. Aunque muchas jurisdicciones ya compartían información con la agencia federal a través de bases de datos nacionales, la colaboración no era obligatoria. Ahora, con la HB-10, cualquier falta de cumplimiento podría traer sanciones legales para las autoridades locales.

Impacto en la comunidad inmigrante de la nueva ley en Carolina del Norte

En Carolina del Norte, según datos de Pew Research, se estima que residen aproximadamente 325 mil inmigrantes indocumentados, quienes ahora enfrentarán un clima de mayor incertidumbre y temor.

La normativa también pone en el centro de atención a ilícitos específicos que pueden activar la cooperación obligatoria con ICE. Entre los delitos que los alguaciles deben reportar están:

  • Delitos graves relacionados con sustancias controladas.
  • Delitos graves bajo el Capítulo 14 de los Estatutos Generales, incluyendo violencia doméstica, uso ilegal de armas y delitos sexuales.
  • Delitos menores de Clase A1, como agresión sexual y abuso infantil.
  • Violaciones a órdenes de protección.

En contraste, infracciones menores de tránsito no requieren que el estatus migratorio sea verificado, a menos que el arresto derive en otros cargos graves.

Sin embargo, según explicaron desde la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés), la experiencia pasada en el estado, bajo programas como el 287(g), muestra que ICE procesó deportaciones incluso por faltas menores.

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La ley HB 10 establece que los alguaciles deben notificar a ICE si no logran confirmar el estatus migratorio de un detenido

Procedimiento ante solicitudes de detención de ICE

La HB 10 establece pasos claros para las autoridades locales cuando ICE emite una solicitud de detención. Según la normativa:

  1. Antes de liberar al detenido, un juez estatal debe revisar la solicitud de detención y confirmar que la persona coincide con la descripción de ICE.
  2. Si el juez valida la solicitud, debe emitir una orden para mantener al detenido bajo custodia.
  3. Las autoridades locales deben liberar al detenido si: pasaron más de 48 horas desde la emisión de la solicitud de detención; ICE tomó la custodia del detenido; la agencia canceló la solicitud.

Estas disposiciones, combinadas con los requisitos de notificación, refuerzan la presencia de ICE en los procesos de detención locales, lo que aumenta la vigilancia sobre las comunidades inmigrantes.

Antecedentes en Carolina del Norte

El estado ya tiene antecedentes de colaboración con ICE, particularmente en los condados de Wake, Mecklenburg y Alamance, donde el programa 287(g) estuvo activo entre 2006 y 2018.

Este programa facilitó la deportación de inmigrantes inicialmente detenidos por infracciones menores, lo que evidenció cómo la cooperación entre alguaciles e ICE puede expandir el alcance de las políticas migratorias federales.

Con la HB-10, la dinámica se institucionaliza aún más, al asegurar que las cárceles locales se conviertan en puntos clave para la detección de inmigrantes indocumentados.

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Se fue con su hijo y su pareja tras un despido y a 30 minutos de Amsterdam encontraron su fortuna: “Aquí hay trabajo, pero no hay viviendas”

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Si una noche soñaras que te vas a vivir a los Países Bajos, en tu onírica escenografía tiene que haber un molino. Esos de verdad, los tradicionales que pueblan todas las representaciones que se hacen de Holanda. Eso es lo que Paola Margaride ve cada vez que hace los 15 minutos que separan su casa del gimnasio en Kwakel, un pueblo que no llega a los 5000 habitantes y que está ubicado al sur de Amsterdam. “Es muy pequeño, rodeado de verde, cuenta con un fuerte que forma parte del Stelling van Amsterdam y está a 4 cuadras de casa. Es realmente espectacular”, relata. La línea de defensa de la ciudad es un cordón que encadena varias fortificaciones que fueron construidas a fines del siglo XIX para proteger a los locales. Paola nació, creció y vivió en La Matanza hasta sus 39 años. Un tiempo en Atalaya, otro tanto en Villa Luzuriaga.

Llegó al mundo en tiempos turbulentos de la Argentina, en el año 79. Es la menor de 4 hermanos, hija de Carlos y Cristina, “dos personajes que hasta el día de hoy extraño con locura”, afirma. Él era albañil; ella, enfermera del hospital Borda y el Moyano. Un día decidieron ponerse un kioskito de barrio. Allí pasó Paola su infancia, entre golosinas y figuritas.

Cuando tenía 14 años perdió a su mamá por un cáncer de páncreas que la dejo sin opciones. “En aquel octubre del ´93 mi vida cambio por completo -rememora-. Dejé la escuela secundaria en 2do. Año. Iba a un colegio en Ramos Mejía, el Juan Bautista de la Salle. Me acuerdo perfecto que salía del cole e iba a visitar a mi mamá que estaba internada en un hospital cercano y me quedaba todo lo que podía. Charlaba con ella de mi futuro, que no tiene nada que ver con el actual. Soñaba con ser abogada”.

Sus hermanos varones le llevan unos cuantos años: Carlitos y Rubén. Con Romina se llevaba apenas 3 años. “Ella falleció hace un año casi como mamá -relata-. Con ella tuve una infancia muy unida, hasta que se casó e hizo su vida.

La vida laboral de Paola comenzó temprano, en un locutorio de Ramos Mejía, cerca de la escuela. El objetivo era cubrir sus gastos sin tener que pedir a papá. Trabajó allí un par de años. El cambio implicó empezar a acompañarlo a él como vendedora ambulante. Su papá fabricaba veladores con personajes en yeso y muñecas con un conquistador vestido rosa y blanco. “Yo salía a vender casa por casa -dice Paola-. Era tocar la puerta y decir “hola, estoy vendiendo estos veladores a pagar 1 peso por día”. Mi papá me pagaba por piezas vendidas y yo me metía en todos lados, el problema lo tenía mi viejo al día siguiente cuando salía a cobrar”. Pasó por una fábrica de helados, un gestor automotor (que le permitió estudiar)… Entre uno y otro empleo conoció a Fede, quien es su esposo desde hace 18 años y juntos son padres de León “el chico más bueno y maduro que jamás puedas conocer”.

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Una puerta que se cierra, una ventana que se abre

El inicio del vínculo se delató con el embarazo. En la empresa no aceptaban relaciones entre empleados. Con Fede y el futuro bebé llegó el despido. Paola fue mamá a los 29, él tenía apenas un poquito menos. Según recuerda, estaban “más abajo que en la lona”. Vivían en Atalaya en un local reformado como vivienda al que le pusieron la mejor onda, y aún bajo todas las dificultades, la reciente familia surfeó la ola. Con el tiempo se mudaron a una casa de la abuela de él en Villa Luzuriaga, allí le pusieron mucho amor y esfuerzo y vivieron hasta 2019. “Estaba justo frente al estudio de danzas de mi amiga “la negra” Claudia, quien se convirtió en una de mis mejores amigas, junto a “la López” y “la Estelita”, a quienes también conocí ahí. Eso es lo que más extraño de Argentina. Las amigas”.

Por entonces Fede trabajaba en una automotriz y se capacitó por 7 años en electro movilidad. En cada viaje de formación se iba a Estados Unidos y le empezó a picar el bichito de vivir afuera. Comenzó a tentarla con viajar. En 2017 se fueron a Europa, “recorrimos en auto Alemania, Suiza e Italia -relata-. Allí visitamos a familiares de Fede y de paso nos trajimos las partidas de nacimiento del bis abuelo italiano de quien Fede tomó su ciudadania”. Desde ese momento tomaron la decisión de emigrar.

La pasión por lo argentino se creó en Países Bajos con la llegada de Máxima.

El primer destino fue Alemania. En febrero del 2019 llegaron a Dusseldorf, donde vivieron 7 meses, “los más difíciles de todo el proceso -afirma-. De mucha soledad. Sumado al idioma, ambas cosas hicieron todo más complejo aún. Me puse a estudiar alemán y aún recuerdo que lloraba y me preguntaba: ¿qué hago acá?”. Decidieron mudarse a Países Bajos antes de abortar la misión y regresar a Buenos Aires, como para volver a probar. “Viviendo en Alemania fuimos a pasear a Amsterdam y nos encantó, sentimos otra energía, y desde Alemania Fede se encargo de buscar trabajo”. Muchas empresas permiten allí que sus empleados trabajen en inglés y, a la par, se encontraron con que el cole de León también fue mucho más ameno, “un detalle del que pocos te hablan a la hora de migrar. El cole no es una pavada”, continúa.

En septiembre del 2019 ya se encontraban instaladísimos en la localidad de Amstelveen, a nada de Amsterdam. Durante 6 meses vivieron allí porque fue el único alquiler que consiguieron. “Aquí hay trabajo, pero no hay viviendas”, detalla. Para marzo del año 2020 regresaron a Buenos Aires de visita, llego el confinamiento. “No pudimos ver a nadie y nos quedamos varados -afirma Paola-. Luego de unos meses logré regresar a mi casa en Holanda, creo que por primera vez sentí aquello de que una vez que migrás no sos de aquí ni de allá”

La onda Máxima

La visita a Buenos Aires le despejó algunas ideas. Sabía que tenía que regresar y hacer algo, pero estaba bastante limitada sin saber inglés y menos holandés. “Entonces, mi camino se fue haciendo a los tumbos -reseña-, al día de hoy no logré hacer amigos, cada vez que te encariñás con alguien, se muda de país. Estimo que es más común de lo que parecía. Mientras tanto, nació el emprendimiento de pura necesidad”.

Con su carrito participa en distintas ferias gastronómicas.

Argentina es furor en Países Bajos desde la llegada de Máxima Zorreguieta, la hoy reina de Países Bajos. No sólo los locales se sienten atraídos por la cultura nacional, sino que muchos argentinos tomaron como destino ese país. Como en la cabeza de Paula resonaba que lo único que podía hacer era dedicarse a la venta, fue por allí. Juntó coraje y le pidió ayuda económica a Fede, todos sus conocimientos y contactos. Con ese soporte, lanzó Mate en mano, nombre que surgió en Argentina mucho tiempo antes de migrar, un sello que heredó de su época de la facultad de psicología. “Es una tienda web y física que se dedica a vender productos argentinos en Holanda y en Europa -resume-. Armé un pequeño espacio en mi casa y… ¡a las pistas! Desde allí manejo mis redes y distribuyo productos, además de hacer malabares con mi tiempo como mamá y esposa. Con el tiempo sentí que debía salir del bunker argentino que me armé y me lancé a vender empanadas en un festival gigante llamado Rollende Keukens. Me compré una motito italiana Piaggio Ape, que reconvertimos en un mini foodtruck y desde entonces vendo también empanadas el primer domingo de cada mes en un mercadillo en Amsterdam, siempre con garantía de que todo es 100% argentino”.

Su emprendimiento está dedicado a argentinos que viven en Holanda y Europa, y que encuentran en su local todos esos detalles sabrosos que extrañan. Son productos que llegan directamente desde Argentina. Ahora, además de la aventura de satisfacer a los migrantes nacionales y el reto de conquistar al público local, se esmeró en crear una especie de club privado. Inquieta como pocas, Paola armó una nueva idea. Creó Milaneseada Argenta, una juntada argentina en su casa: “lo publico en mi Instagram -explica-, armo un grupo de whatsapp y se van sumando los interesados. Máximo entran 30, lo hacemos en el patio, cada uno se trae lo que quiere consumir y yo compro el resto: picadas, milas… Luego reparto gastos. Mi idea es que la gente se conozca y armen grupos. ¡Y lo logré! Por ejemplo, ya hay invitaciones a los cumples”.

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