POLITICA
Se fue con su hijo y su pareja tras un despido y a 30 minutos de Amsterdam encontraron su fortuna: “Aquí hay trabajo, pero no hay viviendas”
Si una noche soñaras que te vas a vivir a los Países Bajos, en tu onírica escenografía tiene que haber un molino. Esos de verdad, los tradicionales que pueblan todas las representaciones que se hacen de Holanda. Eso es lo que Paola Margaride ve cada vez que hace los 15 minutos que separan su casa del gimnasio en Kwakel, un pueblo que no llega a los 5000 habitantes y que está ubicado al sur de Amsterdam. “Es muy pequeño, rodeado de verde, cuenta con un fuerte que forma parte del Stelling van Amsterdam y está a 4 cuadras de casa. Es realmente espectacular”, relata. La línea de defensa de la ciudad es un cordón que encadena varias fortificaciones que fueron construidas a fines del siglo XIX para proteger a los locales. Paola nació, creció y vivió en La Matanza hasta sus 39 años. Un tiempo en Atalaya, otro tanto en Villa Luzuriaga.
Llegó al mundo en tiempos turbulentos de la Argentina, en el año 79. Es la menor de 4 hermanos, hija de Carlos y Cristina, “dos personajes que hasta el día de hoy extraño con locura”, afirma. Él era albañil; ella, enfermera del hospital Borda y el Moyano. Un día decidieron ponerse un kioskito de barrio. Allí pasó Paola su infancia, entre golosinas y figuritas.
Cuando tenía 14 años perdió a su mamá por un cáncer de páncreas que la dejo sin opciones. “En aquel octubre del ´93 mi vida cambio por completo -rememora-. Dejé la escuela secundaria en 2do. Año. Iba a un colegio en Ramos Mejía, el Juan Bautista de la Salle. Me acuerdo perfecto que salía del cole e iba a visitar a mi mamá que estaba internada en un hospital cercano y me quedaba todo lo que podía. Charlaba con ella de mi futuro, que no tiene nada que ver con el actual. Soñaba con ser abogada”.
Sus hermanos varones le llevan unos cuantos años: Carlitos y Rubén. Con Romina se llevaba apenas 3 años. “Ella falleció hace un año casi como mamá -relata-. Con ella tuve una infancia muy unida, hasta que se casó e hizo su vida.
La vida laboral de Paola comenzó temprano, en un locutorio de Ramos Mejía, cerca de la escuela. El objetivo era cubrir sus gastos sin tener que pedir a papá. Trabajó allí un par de años. El cambio implicó empezar a acompañarlo a él como vendedora ambulante. Su papá fabricaba veladores con personajes en yeso y muñecas con un conquistador vestido rosa y blanco. “Yo salía a vender casa por casa -dice Paola-. Era tocar la puerta y decir “hola, estoy vendiendo estos veladores a pagar 1 peso por día”. Mi papá me pagaba por piezas vendidas y yo me metía en todos lados, el problema lo tenía mi viejo al día siguiente cuando salía a cobrar”. Pasó por una fábrica de helados, un gestor automotor (que le permitió estudiar)… Entre uno y otro empleo conoció a Fede, quien es su esposo desde hace 18 años y juntos son padres de León “el chico más bueno y maduro que jamás puedas conocer”.
Una puerta que se cierra, una ventana que se abre
El inicio del vínculo se delató con el embarazo. En la empresa no aceptaban relaciones entre empleados. Con Fede y el futuro bebé llegó el despido. Paola fue mamá a los 29, él tenía apenas un poquito menos. Según recuerda, estaban “más abajo que en la lona”. Vivían en Atalaya en un local reformado como vivienda al que le pusieron la mejor onda, y aún bajo todas las dificultades, la reciente familia surfeó la ola. Con el tiempo se mudaron a una casa de la abuela de él en Villa Luzuriaga, allí le pusieron mucho amor y esfuerzo y vivieron hasta 2019. “Estaba justo frente al estudio de danzas de mi amiga “la negra” Claudia, quien se convirtió en una de mis mejores amigas, junto a “la López” y “la Estelita”, a quienes también conocí ahí. Eso es lo que más extraño de Argentina. Las amigas”.
Por entonces Fede trabajaba en una automotriz y se capacitó por 7 años en electro movilidad. En cada viaje de formación se iba a Estados Unidos y le empezó a picar el bichito de vivir afuera. Comenzó a tentarla con viajar. En 2017 se fueron a Europa, “recorrimos en auto Alemania, Suiza e Italia -relata-. Allí visitamos a familiares de Fede y de paso nos trajimos las partidas de nacimiento del bis abuelo italiano de quien Fede tomó su ciudadania”. Desde ese momento tomaron la decisión de emigrar.
El primer destino fue Alemania. En febrero del 2019 llegaron a Dusseldorf, donde vivieron 7 meses, “los más difíciles de todo el proceso -afirma-. De mucha soledad. Sumado al idioma, ambas cosas hicieron todo más complejo aún. Me puse a estudiar alemán y aún recuerdo que lloraba y me preguntaba: ¿qué hago acá?”. Decidieron mudarse a Países Bajos antes de abortar la misión y regresar a Buenos Aires, como para volver a probar. “Viviendo en Alemania fuimos a pasear a Amsterdam y nos encantó, sentimos otra energía, y desde Alemania Fede se encargo de buscar trabajo”. Muchas empresas permiten allí que sus empleados trabajen en inglés y, a la par, se encontraron con que el cole de León también fue mucho más ameno, “un detalle del que pocos te hablan a la hora de migrar. El cole no es una pavada”, continúa.
En septiembre del 2019 ya se encontraban instaladísimos en la localidad de Amstelveen, a nada de Amsterdam. Durante 6 meses vivieron allí porque fue el único alquiler que consiguieron. “Aquí hay trabajo, pero no hay viviendas”, detalla. Para marzo del año 2020 regresaron a Buenos Aires de visita, llego el confinamiento. “No pudimos ver a nadie y nos quedamos varados -afirma Paola-. Luego de unos meses logré regresar a mi casa en Holanda, creo que por primera vez sentí aquello de que una vez que migrás no sos de aquí ni de allá”
La onda Máxima
La visita a Buenos Aires le despejó algunas ideas. Sabía que tenía que regresar y hacer algo, pero estaba bastante limitada sin saber inglés y menos holandés. “Entonces, mi camino se fue haciendo a los tumbos -reseña-, al día de hoy no logré hacer amigos, cada vez que te encariñás con alguien, se muda de país. Estimo que es más común de lo que parecía. Mientras tanto, nació el emprendimiento de pura necesidad”.
Argentina es furor en Países Bajos desde la llegada de Máxima Zorreguieta, la hoy reina de Países Bajos. No sólo los locales se sienten atraídos por la cultura nacional, sino que muchos argentinos tomaron como destino ese país. Como en la cabeza de Paula resonaba que lo único que podía hacer era dedicarse a la venta, fue por allí. Juntó coraje y le pidió ayuda económica a Fede, todos sus conocimientos y contactos. Con ese soporte, lanzó Mate en mano, nombre que surgió en Argentina mucho tiempo antes de migrar, un sello que heredó de su época de la facultad de psicología. “Es una tienda web y física que se dedica a vender productos argentinos en Holanda y en Europa -resume-. Armé un pequeño espacio en mi casa y… ¡a las pistas! Desde allí manejo mis redes y distribuyo productos, además de hacer malabares con mi tiempo como mamá y esposa. Con el tiempo sentí que debía salir del bunker argentino que me armé y me lancé a vender empanadas en un festival gigante llamado Rollende Keukens. Me compré una motito italiana Piaggio Ape, que reconvertimos en un mini foodtruck y desde entonces vendo también empanadas el primer domingo de cada mes en un mercadillo en Amsterdam, siempre con garantía de que todo es 100% argentino”.
Su emprendimiento está dedicado a argentinos que viven en Holanda y Europa, y que encuentran en su local todos esos detalles sabrosos que extrañan. Son productos que llegan directamente desde Argentina. Ahora, además de la aventura de satisfacer a los migrantes nacionales y el reto de conquistar al público local, se esmeró en crear una especie de club privado. Inquieta como pocas, Paola armó una nueva idea. Creó Milaneseada Argenta, una juntada argentina en su casa: “lo publico en mi Instagram -explica-, armo un grupo de whatsapp y se van sumando los interesados. Máximo entran 30, lo hacemos en el patio, cada uno se trae lo que quiere consumir y yo compro el resto: picadas, milas… Luego reparto gastos. Mi idea es que la gente se conozca y armen grupos. ¡Y lo logré! Por ejemplo, ya hay invitaciones a los cumples”.
POLITICA
Cómo son las salidas para cruzar la Cordillera de los Andes a caballo
Vivir como un arriero, compartir historias alrededor de una fogata, adentrarse en el corazón de la cordillera. El cruce de los Andes a caballo es una experiencia que deja huella. Es posible realizarla por pasos emblemáticos que combinan historia y belleza: el Paso de Los Patos, en San Juan, y el Paso Portillo, en Mendoza, aunque también existen opciones como el cruce por el Paso Pehuenche, Paso Planchón y otras rutas en Salta y Bariloche.
Los Patos sigue el histórico paso cordillerano entre la Argentina y Chile que utilizó el General San Martín con el Ejército de los Andes en 1817 para cruzar a Chile en la campaña libertadora. Se ubica en el departamento de Calingasta (San Juan), y todo el recorrido está enmarcado en el imponente Valle de Los Patos Sur, al sudoeste de la provincia cuyana.
“Es una ruta cargada de historia, siguiendo las huellas de San Martín y su Ejército de los Andes. Sin embargo, por cuestiones burocráticas, el cruce no se completa al otro lado de la cordillera, sino que llegamos hasta pisar Chile y regresamos por otro valle”, cuenta Federico Zambrano, al frente de Andes Vertical, junto a su hermano Agustín.
También explica que el Paso de Portillo, en Mendoza, permite realizar un cruce completo, llegando hasta el Cajón del Maipo termas del Yeso para finalizar en Santiago de Chile. “Es una experiencia que atraviesa la cordillera de un país a otro, conectando con ambas culturas y sintiendo en carne propia la magnitud de la travesía”, dice el guía con 25 años de experiencia en montañismo. Los hermanos Zambrano han pasado su vida explorando los Andes. Los cruces comenzaron en 2005: el primero fue caminando. Un año después realizaron la travesía a caballo con amigos, y desde entonces, quedaron completamente enamorados de esta experiencia. De a poco la propuesta creció hasta recibir viajeros de toda la Argentina y del mundo, en busca de una experiencia única: revivir la gesta sanmartiniana y descubrir la magia de los Andes a caballo.
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Una particularidad: debido a regulaciones sanitarias chilenas, los caballos y mulas que se utilizan en la Argentina no pueden cruzar la frontera. “En el Paso Portillo, al llegar a los 4000 metros de altura en el límite con Chile, un grupo de arrieros chilenos nos espera con sus caballos y mulas para iniciar el descenso hacia el otro lado de la cordillera. Es el único paso donde la logística permite esta increíble transición, haciendo de esta travesía una verdadera aventura de exploración, desafío y conexión con la historia de los Andes”, apunta Zambrano.
Es que, si bien existen diversos pasos para cruzar hacia Chile, son pocos los que están debidamente habilitados. Por ese motivo, la mayoría de las travesías se realiza de ida y vuelta a los hitos fronterizos o en forma circular, sin cruzar al país vecino, ya que para eso se requiere de permisos especiales, cambiar de animales y otros factores que complican y encarecen la logística. “Los pasos que están en la zona centro-sur de Mendoza tienen poca altura sobre el nivel del mar, eso permite de alguna forma no estar tan pendiente del tema aclimatación que, muchas veces, trae síntomas. En cuanto al clima, todos los pasos están en las mismas condiciones, ya que estamos hablando del corazón de la Cordillera de los Andes, donde pueden acontecer tormentas de nieve, vientos fuertes y bajas temperaturas en cualquier momento, incluso en pleno verano”, señala por su parte Leandro Scheurle, al frente de Argentina Extrema, otro de los organizadores de estos cruces desde 2010.
Por lo pronto, en Paso de Los Patos (San Juan), la expedición suele durar 7 días, mientras que en Paso Portillo (Mendoza) el recorrido es de 6 días a caballo y 7 días caminando. La cabalgata neta es de aproximadamente 5 a 7 horas diarias, atravesando valles, ríos y pasos de altura.
“Cada jornada tiene su propio ritmo: hay días más exigentes, como el ascenso al Paso Espinacito (4500 m) o el cruce de la frontera en Paso Portillo (4380 m). Los caballos y las mulas van cargados, de cuesta arriba o cuesta abajo. Es una travesía lenta y progresiva por terreno salvaje”, explica Zambrano.
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Por la ruta de gauchos y arrieros
En cualquier caso, para realizar el cruce no se requiere una habilidad específica de equitación. Los organizadores acompañan y asisten a los participantes en cada etapa de la aventura. Están en comunicación constante vía radio VHF, con tecnología satelital, certificados en primeros auxilios y atentos a un reporte meteorológico permanente. Proveen servicio de mulas para transportar equipos, tiendas de alta gama para acampar y todas las comidas para recuperarse después de cada jornada.
“Le pedimos a los participantes que traten de conservar un buen estado físico. No importa tanto la edad pero si el estado físico en el que uno se encuentre. Hay que saber subirse y bajarse del caballo, mantenerse arriba de manera sólida y sostenerse durante varias horas. Lo ideal es que los participantes tengan algo de experiencia de haber cabalgado al menos algunas horas recientemente. No es lo mismo que hayamos realizado una actividad hace 10 que hace un año”, explica Scheurle.
A lo largo del Cruce de los Patos, es habitual se encontrarse con gauchos y arrieros que han vivido y trabajado en estas montañas por generaciones. Son los verdaderos guardianes de la cordillera, hombres y mujeres que han hecho de la vida en los Andes su hogar, trasladando ganado, guiando expediciones y manteniendo vivas las tradiciones.
“Su conocimiento del terreno es invaluable: saben leer el clima, encontrar los mejores pasos en la montaña y cuidar de los caballos y mulas como nadie. Viajar con ellos es una experiencia única, ya que comparten historias, enseñan sobre las costumbres gauchas y transmiten una conexión especial con la naturaleza y los animales”, sigue Zambrano.
Y añade: “El entorno salvaje, los ríos cristalinos, los valles infinitos que se divisan desde el Paso Portillo, a más de 4000 metros, y la profunda conexión con los caballos y los arrieros, hicieron que esta aventura se convirtiera en nuestra pasión. El caballo se vuelve tu fiel compañero”.
Desde el primer día, la inmensidad de la cordillera impone respeto. El viento, los ríos helados, las noches estrelladas y el esfuerzo diario crean una conexión profunda con la naturaleza y con uno mismo. Y esa sensación de avanzar por los mismos caminos que recorrió San Martín con su ejército.
@sanamentee.cb Cruce de los Andes a caballo, te cuento mi experiencia acá 🏔🐴🍷🌾☑️🤎 Si quieren saber mas sobre esta experiencia dejenme en comentarios, los leo 🖤 . . . . #viral #crucedelosandesacaballo #mendoza #cabalgata #argentina
♬ Aesthetic – Tollan Kim
“Llegar a los puntos más altos, como el Paso Espinacito (4500 m) o el Portillo Argentino (4380 m), es un momento indescriptible: la vista se pierde en el infinito, el aire es puro y la sensación de logro es absoluta. Pero más allá del desafío físico, lo que realmente deja huella es el espíritu de equipo. Compartir la ruta con los guías, arrieros y compañeros de travesía, escuchar historias junto al fuego y enfrentar juntos la montaña, crea lazos que perduran mucho más allá del viaje. Es un viaje que te cambia, que te lleva al límite y que te carga de energía. Es un verdadero viaje terapéutico, de conexión y desconexión”, asegura Zambrano.
En el Cruce de los Patos, los viajeros tienen el privilegio de avistar algunos de los cerros más imponentes de la Ruta de los Seismiles, una región famosa entre los montañistas por sus cumbres que superan los 6000 metros de altura, como el Cerro Mercedario (6770 m), La Ramada (6400 m), Alma Negra (6100 m), con sus nieves eternas, y el Polaco (6000 m). Además, en algunos puntos del recorrido, dependiendo de las condiciones climáticas, es posible divisar a la distancia el Aconcagua.
Los participantes describen el Cruce de los Andes como una experiencia única, desafiante y transformadora. Una travesía épica, de aventura y superación personal. “Normalmente, los que hacen el cruce nos transmiten grandes emociones. Los momentos conmueven y nos hacen siempre chiquitos ante la inmensidad; nos permiten encontrarnos con nosotros mismos, con nuestra esencia, con nuestras fortalezas y debilidades, miedos y habilidades, allí mismo”, concluye Scheurle.
Las salidas cuestan entre 900 y 1650 dólares según la cantidad de días y el itinerario elegido.
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