POLITICA
Sin los votos, el Gobierno presionó por la Ley Ómnibus y fracasó: ahora el proyecto entra en una zona incierta
“Que pasara algo distinto hubiera sido un milagro y aun así es increíble”, resumía, ya con indisimulable hartazgo, un diputado opositor que acompañó la Ley Ómnibus en cada votación en el recinto, hasta que el proyecto naufragó definitivamente.
Mientras el oficialismo denuncia extorsiones y traiciones para explicar el fracaso parlamentario, en el resto de las bancadas -donde algunos todavía se preguntan si el Gobierno alguna vez realmente quiso aprobar la ley o solo buscó en el Congreso un chivo expiatorio- encuentran otras explicaciones, muchas de las cuales venían advirtiendo hace semanas y públicamente: el fondo, el contenido y las formas.
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Tras la aprobación, el viernes, de la norma “en general” –que no era más que una cáscara sin artículos-, este martes la votación en particular rápidamente entró en una seguidilla de derrotas consecutivas que sorprendió e irritó, por la pasividad libertaria, hasta a legisladores del PRO.
Se llegaron a votar 6 artículos: el Gobierno logró la declaración de la emergencia en seis áreas: económica, financiera, de seguridad, tarifaria, energética y administrativa. Pero la “emergencia”, sin la delegación de facultades significa poco, y en votaciones siguientes esas facultades quedaron rápidamente recortadas. “De facultades delegadas, a delgaditas”, bromeaba un diputado radical, con algo de malicia.
El séptimo artículo era el de las privatizaciones. Como estaba escrito, advertían hace semanas en la mayoría de los bloques opositores, no iba a prosperar y hubiera sido una derrota determinante para el Gobierno.
No fue el bloque libertario, sino Miguel Pichetto, de Hacemos Coalición Federal, quien propuso –luego de preguntarle a La Libertad Avanza si pretendía seguir perdiendo durante toda la sesión- pasar a un cuarto intermedio de 15 minutos para que se reúnan los jefes de bloque. En esa reunión, en la que participaron funcionarios nacionales, el oficialismo decidió que devolver el proyecto a comisión, que es lo mismo que decir que el tratamiento empezará, si vuelve a empezar, “de cero”.
Durante ese intervalo de 20 minutos en el que abandonaron el recinto, algunas reflexiones que dejaban los diputados de los distintos bloques anticipaban el fracaso del proyecto.
“Sabían lo que iba a pasar y decidieron que pase igual. Perdían votaciones y seguían votando alegremente, son un boxeador aturdido”, señalaba un peronista no-K; “Pensaron que negociaban con gobernadores y estaba cerrado, y ni acordaron bien con los gobernadores, ni se arreglaba con eso”; advertía una radical, en la misma línea con un diputado de la Coalición Cívica. “No puedo explicarlo de otra forma: nos cagaron los radicales, los provinciales y los pichettos”, lanzaba un PRO.
Levantada la sesión, en Unión por la Patria, luego de haber apostado en cada intervención a trabar el debate, celebró la derrota libertaria como triunfo propio y, entre cánticos peronistas por los pasillos y escaleras del Congreso, algunos de sus diputados señalaban algo cierto: el Gobierno terminó tomando la decisión que UxP pidió en el primer día del tratamiento en el recinto la semana pasada: regresar el proyecto a comisión. Había sorpresa, pese a todo, entre diputados del PJ-K, con que el oficialismo haya perdido votaciones con más de 150 votos en contra.
Posibles razones de una derrota parlamentaria
Ahora, más allá de que el Gobierno -desde el presidente hasta sus ministros y sus jefes parlamentarios- se encargó discursivamente de reducir la derrota parlamentaria a una supuesta traición de los dialoguistas, o a una voracidad desmedida de gobernadores y de la casta por privilegios y recursos, existen otras lecturas en el resto de los bloques, incluido en el PRO (que apoyó todo en general y en particular).
Para empezar, La Libertad Avanza solo tiene 38 miembros en una Cámara en la que el quorum se consigue con 129 y la principal bancada opositora, UxP, tiene un centenar de diputados determinados, como demostraron, a rechazar todo.
Vale recordar, como recordaban particularmente en la UCR esta noche de martes, cómo se llegó al recinto. El debate en comisión terminó con cinco dictámenes. El de mayoría, del oficialismo, solo fue de mayoría porque la oposición dialoguista acompañó con más de 150 disidencias.
La aprobación de la ley en general siguió la lógica del dictamen: los bloques dialoguistas acompañaron, a pesar de no estar de acuerdo con puntos clave, simplemente para habilitar la votación en particular. La decisión de hacer cuarto intermedio, de suspender el debate durante todo un fin de semana, fue –señalaban en UCR, HCF, PRO e Innovación Federal- sobre todo para habilitar un poco más de tiempo para negociar.
Y, aun así, como informó este medio el martes por la mañana, la sesión comenzó sin consenso en artículos y capítulos determinantes como: la delegación de facultades, privatizaciones, impuesto PAIS, modificaciones del Código Penal, deuda externa sin control parlamentario, y reformas en Cultura y Ambiente. El oficialismo lo sabía.
El Gobierno subestimó también la fragmentación de los bloques a la hora de negociar. Los diputados de la UCR y HCF estuvieron lejos de votar de forma uniforme.
“No solo subestimaron el grado de divisiones internas que tienen los bloques, sino que sobreestimaron el peso de los gobernadores en los bloques tradicionales pensando que se podía arreglar solo por ese lado, y al mismo tiempo subestimaron el peso de esos gobernadores, porque la realidad es que nunca terminaron de acordar”, ensayaba una hipótesis un diputado “dialoguista”, que no responde a mandatarios provinciales.
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Pero, en las bancadas opositoras coincidían en señalar como error principal haber mandado desde un principio un proyecto de la magnitud que envió el Ejecutivo, con la premura que lo envió y con temas tan diversos, para finalmente terminar retirando el capítulo fiscal, que en todos los bloques consideraban la clave del paquete de reformas.
Fue, de hecho, la falta de certezas del capítulo fiscal lo que en gran medida terminó complicando la negociación con gobernadores provinciales para tratar el resto de los artículos que quedaron en pie en la Ley Ómnibus.
Tampoco se olvidaba, entre los bloques dialoguistas, el destrato, las críticas y hasta las denuncias públicas que el propio Javier Milei lanzó contra diputados y gobernadores, antes incluso de tener aprobada la norma “en general”.
En última instancia, más allá de los errores forzados y no forzados, la falta de experiencia parlamentaria de una fuerza joven y de los cruces discursivos, el fracaso parlamentario, en un Congreso en el que La Libertad Avanza está clara minoría, se puede explicar en que el oficialismo simplemente no tenía los votos para aprobar el proyecto que pretendía aprobar.
Pese a que el Presidente y sus funcionarios se cansaron de repetir que no cederían puntos clave, el Gobierno cedió bastante. “Pensar que porque cedieron en algunas cosas íbamos a votar todo lo demás es una ingenuidad”, concluían en el radicalismo entrada la noche, cuando el Gobierno ya había comenzado a disparar contra la “casta”.
“Es la discusión de la toga y de los jueces. Hicimos todo para que pudieran tener una ley, no la ley que querían. No es que nos hacían un favor a nosotros, los votos los tienen que juntar ellos”, concluían también en HCF.
El proyecto de reformas libertario entró ahora en terreno incierto. La iniciativa regresa a comisión, sin certezas de cómo será, si es, el tratamiento, pero sobre todo en el peor clima posible para buscar algún acuerdo.
POLITICA
El espectáculo político se renueva
Hasta el siglo pasado se entendía que cuanto más visible un personaje más chance de ser electo, por lo que los políticos buscaban celebridad para acceder al poder. Michelle Obama muestra cómo en el siglo XXI el verdadero éxito es aprovechar la notoriedad política para hacer espectáculos.
La señora Obama no solo tiene más popularidad en las redes que Kamala Harris. En Instagram duplica a Donald Trump y superó a su marido Barack Obama incluso cuando era presidente. Y si esa popularidad no es transferible a las elecciones nacionales (preguntar a Kamala), es sumamente redituable en el mundo del espectáculo global.
La alianza de los Obama con Netflix comenzó con el documental American Factory (2019), sobre los cambios de la industria norteamericana frente a los chinos, que obtuvo múltiples premios incluido el Oscar a mejor documental
Al revés de esos presidentes que llegan al poder para tener sus medios y su programa de TV, los Obama aprovecharon su salida para legar algo más que una biblioteca, como es tradición en los Estados Unidos. Desde la productora Higher Ground consolidan una filmoteca en Netflix tan variada como para albergar una serie de citas de cincuentones que se llama The Later Daters, de reciente estreno internacional.
La alianza de los Obama con Netflix comenzó con el documental American Factory (2019), sobre los cambios de la industria norteamericana frente a los chinos, que obtuvo múltiples premios incluido el Oscar a mejor documental. Y se consolidó con la película que captura la presentación nacional de Becoming, la autobiografía de Michelle.
Mientras Barack Obama envejecía aceleradamente en los últimos años de poder, Michelle florecía, ganaba estilo y glamur y lo contaba en libros, entrevistas, conferencias multitudinarias
Estas películas coinciden con Campamento extraordinario, Trabajar: eso que hacemos todos los días, American Symphony, Paternidad, varios documentales de naturaleza y algunos infantiles en un propósito: hacer política desde el entretenimiento sin que se note.
Los Obama entendieron que cambiaron los manuales de política y que lo que tiene más popularidad no es la controversia. Michelle aprendió de su amiga Oprah Winfrey que en las plataformas ganan las historias humanas con las que el público puede identificarse. Las dos eligen mensajes de superación personal con esa seguridad que les da saberse extraordinarios ejemplos de éxito y esplendor.
Mientras Barack Obama envejecía aceleradamente en los últimos años de poder, Michelle florecía, ganaba estilo y glamur y lo contaba en libros, entrevistas, conferencias multitudinarias. Una auténtica influencer de estos tiempos, que sabe que dirigir los destinos del país más poderoso del mundo no es tan importante como tener reinar en el mundo de las redes sociales y sus negocios asociados.
La política pop se actualiza. Buscar el centro de las pantallas es de políticos del siglo pasado. En estos tiempos, la gente verdaderamente influyente, la que convierte a sus seguidores en suscriptores, es aquella que cede el protagonismo a la comunidad que conforma su red. En las series de su productora, los Obama apenas hacen unos breves cameos. Pero están. Michelle no aparece en la serie de citas, pero desde su cuenta de Instagram dejó claro quién manda. Mirando algunas escenas dejó entrever sus recriminaciones a un señor que se pasó de picante en su cita con una señora de 62. Hasta sugirió que en una próxima temporada debería estar bajo la supervisión de Logan Ury, la psicóloga de Harvard que asiste a los postulantes para conseguir pareja.
Un final feliz para la dama y ridículo para el caballero en la serie del momento es más efectivo que la mejor campaña por la igualdad. A Netflix no le convendría que esas series se conviertan en alguno de esos bodrios de canal Encuentro que envejecieron tan mal y tan pronto.
El éxito de Michelle es, precisamente, que entendió el desgaste de la política y lo poderosa que es la conexión humana. Por eso pierde cuando retoma la campaña, y brilla en sus redes que explotan cuando baila, conversa, aconseja o se deja entrevistar. La popularidad no se transfiere pero, como el público, se renueva.
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