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Murió Toti Ciliberto: brilló en la TV, luchó contra las adicciones y encontró un refugio para su arte en la iglesia

Este 1 de abril se conoció la noticia de la muerte de Toti Ciliberto. La información fue confirmada por su colega Larry De Clay. En septiembre de 2024, en una entrevista con LA NACION, el cómico de 63 años que saltó a la fama de la mano de Marcelo Tinelli, recordó su momento de mayor exposición, sus adicciones y problemas de salud y cómo encontró refugio en la religión. A continuación, la nota completa.
Nos hacen reír, nos hacen olvidar de nuestros problemas y, a veces, se convierten en un cable a tierra; sin embargo, poco conocemos sobre la historia detrás de las risas de cada humorista, ya que hasta sus inconvenientes pueden pasar desapercibidos detrás de un sketch, una cámara o una sonrisa. ¿Pensaste alguna vez por qué eligieron dedicarse al humor y cómo lo logran incluso en los peores escenarios? Salvador Maximino Ciliberto, más conocido como Toti, encontró en el humor un refugio para el bullying que sufría por parte de sus compañeros, quienes se reían de las marcas que tenía en su rostro a causa de su fuerte acné. “En mi época no se trataba. Yo no sabía que era bullying, pero todo el tiempo me cargaban. Era un momento donde lo carnal, lo físico y lo bello parecía ser lo primordial y único”, dijo en diálogo con LA NACION.
Un día, Toti dijo basta y lo hizo a través del humor. “Dije ’no se van a reír más de mí, se van a reír conmigo‘. Empecé yo mismo a cargarme y, al hacer eso, las cosas del otro lado empezaron a tomar otro tinte. Ya era una sonrisa más compañera conmigo y no acosadora”, recordó.
Pero, eso no fue solo un pasatiempo. Es que pasó de ser un refugio a querer dedicarse a ello, ya que fue tal el disfrute que le causaba, que, mientras ejercía como profesor de Educación Física en San Martín, provincia de Buenos Aires, decidió estudiar teatro en el Parakultural, el espacio indiscutido del off de su época. Un día vio en televisión un casting de Telefe y fue así que en 1992 llegó a VideoMatch, el clásico programa que condujo Marcelo Tinelli, en el que participó de distintos sketches y se convirtió en el gaucho Martín Fierro, uno de los personajes icónicos del ciclo.
Vestido y pintado de dorado, y con un tono de voz particular, Ciliberto no solo hacía estallar de risa al famoso conductor, sino a todos los televidentes. Su talento lo llevó a conducir Adivina adivinador (1997) y a recorrer otros ciclos como Esta noche con Moria Casán (2011) y La peluquería de Don Mateo (2013). Además, incursionó en el cine con Vivir intentando (2003), Brigada explosiva: misión pirata (2007), Cuatro de copas (2012) y Los bastardos (2023).
Mientras transitaba uno de sus mejores momentos a nivel laboral, su adicción a la cocaína lo llevó a una etapa oscura en su vida, en la que la salida parecía ocultarse día tras día. Sin embargo, nunca dejó de hacer humor. “He transitado momentos difíciles, donde tuve que hacer humor, enfermedades de gente querida, como mi madre muriéndose, y yo haciendo eso. Fue una cosa compleja para mí”, admitió.
Asimismo, destacó que en su época más dura recibió mucho apoyo por parte de su entorno laboral: “Se me han acercado muchos de mis compañeros de trabajo, mi jefe, todos a apoyarme. Sentí mucha contención, pero era muy difícil manejar la situación”. Pero la cocaína no fue su único problema, dado que en varias oportunidades habló de su adicción a la comida y brindó detalles de estricto tratamiento al que se sometió para bajar de peso, con el que logró perder 25 kilos.
La religión cumplió un rol importante en su recuperación. Hace dos años, Toti se convirtió al cristianismo y, desde entonces, participa activamente en las actividades de la iglesia a la que asiste. “Mi acercamiento a la iglesia cristiana desde hace dos años tiene que ver con una cuestión de fe y con mi creencia. A medida que voy leyendo e interiorizándome en la Biblia, cosa que no hacía, voy afirmando mis creencias”, confió.
“Me convertí y no entiendo nada” es el evento cristiano que hace junto al pastor Felipe de Stefani en la iglesia de WAIO, ubicada en Villa Martelli, en Vicente López. Ese no es el único refugio para su arte, dado que también trabaja en la Municipalidad de Tigre con la dirección de las clases de teatro gratuitas y colabora con el Teatro de Pepe Soriano, en Benavídez, donde este año hará junto a sus alumnos la obra “La Nona”, en homenaje al director argentino que falleció en 2023; mientras tanto, se prepara para irse de gira con la obra “La Coartada”.
Además del teatro, Toti está en pleno ensayo con su banda de rock “Toti y los Cilibertos” y realiza eventos junto a algunos compañeros humoristas, como el Mago Hernic y Alfredo Silva. Como si esto fuera poco, está a la espera del estreno de Esa semana juntos, la película en la que participó, la cual está dirigida y protagonizada por Pablo Yotich, con un elenco que incluye a figuras como Alejandro Muller, Gerardo Romano, Matías Ale y Alejandro Fiore, entre otros.
Quizás sin saberlo, uno de los humoristas más reconocidos de la televisión argentina se convirtió en un ejemplo para muchos. El hacerle frente a las adversidades, con humor y fe, depositada en lo que sea que cada uno elija creer, es una buena manera de salir adelante, incluso cuando todo parece desmoronarse alrededor.
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Le da personalidad: en el sur, con plantas que parecen crecer hasta el cielo, está la cuarta pieza infaltable de una buena cerveza
GENERAL FERNÁNDEZ ORO- Desde lejos parece un viñedo que crece hacia el cielo. Así comienza la experiencia en una de las chacras de la cervecería y maltería Quilmes en el corazón del Alto Valle de Río Negro. Al acercarse, el paisaje revela otra historia: hileras interminables de plantas trepadoras, sostenidas por postes de madera de cinco metros e hilos de fibra de coco traídos desde Sri Lanka. Entre los surcos, el aire huele distinto, a algo fresco e intenso. No es uva lo que crece en este lugar, sino otra planta que también es protagonista de una bebida universal: el lúpulo, una de las cuatro piezas clave de la cerveza. Sí, junto con la malta, el agua y la levadura, este cultivo es el ingrediente que define la personalidad de cada pinta. Le da el aroma, el sabor y ese amargor característico.
En esta chacra de Fernández Oro, de la compañía de bebida en tierras de Rio Negro, se producen unas 61 hectáreas de este cultivo, que aportan cerca del 30% del lúpulo que utiliza la firma en todo el país. “La intención es seguir aumentando la producción, tanto en variedades aromáticas como amargas, porque la demanda total de la cervecería no se alcanza a cubrir solo con nuestra producción”, cuenta Gastón Catalini, gerente de Producción de lúpulo. Actualmente, en este establecimiento la firma produce unos 100.000 kilos de pellets por año, y compra a otros tres productores de El Bolsón entre 130.000 y 140.000 kilos más.
Cada planta de lúpulo puede dar entre uno y 1,5 kilos de flores secas por campaña, lo que equivale a más de 6000 conos por guía. Para hacer un litro de cerveza Quilmes Clásica se necesitan alrededor de siete flores, pero en el caso de una Andes IPA, por ejemplo, se usan más de 35 por litro. La intensidad del sabor viene, justamente, de ahí.
El lúpulo es una planta particular. Es trepadora, necesita tutores para crecer: hilos que van desde el suelo hasta alambres ubicados a cinco metros de altura. “Puede crecer entre 15 y 20 centímetros por día. Detecta el movimiento del sol y se enrolla siempre en sentido horario. Si la guiás para el otro lado, la planta se frena o incluso se quiebra”, explica Catalini.
Los hilos están hechos con fibra de coco y los traen en buque desde Sri Lanka. Su textura rugosa permite que el tallo se enrosque con mayor facilidad. “En la Argentina se trabaja con estructuras de hasta cinco metros de altura, pero en Alemania, por ejemplo, usan parrales de siete metros porque tienen otro tipo de maquinaria”, agrega.
En primavera, los trabajadores colocan los hilos uno por uno. Son cerca de 110 personas en esa época, atando los extremos al alambre y enterrándolos en el suelo. “Es el momento en que más gente trabaja en la chacra”, cuenta.
El ciclo del lúpulo, que pertenece a la familia Cannabaceae, la misma que el cannabis, está marcado por las estaciones. En invierno, la planta “duerme”, y solo quedan las raíces bajo tierra. En septiembre u octubre empieza a brotar. Es una planta que crece mejor entre las latitudes 35° y 55°, tanto en el hemisferio norte como en el sur, porque necesita muchas horas de radiación solar. “Cuando llega el 21 de diciembre, que es el día más largo del año, la planta detecta que empieza a disminuir la luz y ahí comienza a florecer. Después viene la cosecha, que es justo en esta época”, dice Catalini.
La cosecha se hace de manera manual y mecánica. Se corta la parte aérea de la planta, entre 50 centímetros y un metro del suelo, y se la lleva a una planta procesadora que tiene la firma a dos kilómetros de la chacra. Allí se separan las hojas, las guías y los conos. “Las flores se secan hasta que tienen un 10% de humedad. Luego se muelen, se convierten en pellets y se envasan en atmósfera de nitrógeno para evitar el contacto con el oxígeno”, detalla Catalini. Los pellets se guardan en cámaras de frío para mantener su calidad. “Nosotros estamos extendiendo la vida útil hasta tres años”, agrega.
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El lúpulo tiene dos componentes claves: las resinas, que aportan amargor, y los aceites esenciales, que dan el aroma. Además, contiene celulosa, polifenoles (que se busca reducir porque generan sabores indeseables) y agua. “Dependiendo en qué momento lo pongas durante el proceso de elaboración obtenés más resinas o más aroma”, explica.
Pero no todos los lúpulos son iguales. Hay variedades que se usan para dar aroma, otras para amargor, y otros de doble propósito. En esta chacra de Quilmes se cultivan varias: Victoria, Nugget, Cascade, Mapuche y, la más especial de todas, la Gaucho. Esta última es una variedad desarrollada por la misma empresa a lo largo de diez años de trabajo en este mismo lugar. Es la estrella de uno de los lanzamientos recientes de la marca Patagonia: la “Lager del Sur”.
“El objetivo es seguir aumentando la producción local para abastecer toda la demanda de la cervecería. Queremos crecer en los dos tipos de variedades, las de aroma y las de amargor”, dice Catalini. Para eso la chacra también cuenta con una sala de cruzamiento, donde desde hace dos años se experimenta para crear nuevas variedades.
Allí, el equipo técnico trabaja para obtener plantas con mejores rendimientos, resistencia a enfermedades y perfiles de aroma más definidos. Para ello trabaja en conjunto con INTA y el Inase [Instituto Nacional de Semillas]. El objetivo final es lograr variedades más resistentes, con mejor rendimiento y perfiles aromáticos diferenciados, para responder a la demanda del cervecero argentino y seguir reduciendo la dependencia del lúpulo importado. Algunas, como “Gaucho”, ya están patentadas y son de uso exclusivo de la empresa.
El proceso completo, desde la semilla hasta la validación de una nueva variedad, puede llevar entre ocho y diez años. Durante ese tiempo se descartan aquellas plantas que no alcanzan el estándar buscado en cuanto a altura, producción de flores o resistencia a enfermedades. “El año pasado encontramos dos nuevas variedades que vamos a seguir estudiando a campo y van a ser posibles reemplazos a futuro de las variedades que ya tenemos”, señala.
Además, Quilmes cuenta con un laboratorio de propagación en la propia chacra. Este espacio les permite cultivar plantas bajo condiciones controladas de temperatura y humedad, y producir ejemplares durante todo el año. “Eso nos hace que nuestros costos operativos también sean mucho más competitivos y que la producción local esté a la altura del lúpulo importado”, destacan.
La firma, presente en el país desde hace 145 años, cuenta con más de 5900 empleados directos, trabaja con unos 5000 proveedores y llega a 250.000 puntos de venta en todo el país. Tiene siete cervecerías, dos malterías, tres plantas de gaseosas, una fábrica de tapas, una bodega y una red logística que abarca desde el campo hasta el consumidor.
A nivel agroindustrial tiene una fuerte participación en la producción y exportación de cebada cervecera y malta. La empresa trabaja con unos 1200 productores y cuenta con dos malterías, en Tres Arroyos, y en la localidad sanjuanina de Juan, desde donde procesa la cebada para el mercado interno y para exportar. “La Argentina es el principal exportador de cebada y malta del hemisferio sur”, subraya Mercedes Bressa, gerenta de Comunicaciones Externas de la compañía. “Una de cada cuatro cervezas que hace AB InBev en el mundo se elabora con cebada de la provincia de Buenos Aires”, agrega. Esta materia prima se produce casi en su totalidad en el sudeste bonaerense, en zonas como Tres Arroyos, Necochea y Bahía Blanca.
Además la firma impulsa un programa de desarrollo varietal en su campo experimental en Tres Arroyos y mantiene acuerdos con productores bajo prácticas sustentables. “La calidad de nuestra cebada es reconocida internacionalmente. Eso, sumado a la inversión continua en nuestras plantas y centros de distribución, nos permite competir en los mercados más exigentes”, indica.
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