SOCIEDAD
Cuál es la mejor manera de consumir ajo, el aliado para bajar el azúcar en sangre y el colesterol
El ajo es uno de los alimentos favoritos en la cocina, ideal para condimentar y potenciar todo tipo de recetas en el mundo culinario; sin embargo, poco se conoce sobre los grandes beneficios que tiene para el correcto funcionamiento del organismo. Entre ellos, se destaca bajar el azúcar en sangre y el colesterol, pero su lista cuenta con otros varios aspectos positivos, que lo vuelven un aliado indiscutible para incorporar en una dieta equilibrada.
Dentro de la compra semanal, uno de los ingredientes que no puede faltar a la hora de cocinar es el ajo, ya que resulta un ingrediente que sirve para darle sabor a una gran cantidad de comidas. Su sabor y olor característico lo condujo a ser uno de los grandes protagonistas de cocinas en India, China y Medio Oriente.
Asimismo, antiguas civilizaciones utilizaban el ajo como remedio para tratar distintos problemas de salud, como infecciones o enfermedades cardiovasculares. En los últimos años, se realizaron diferentes estudios sobre las propiedades de este alimento y sus beneficios para cuerpo humano.
Según el sitio especializado Mejor con Salud, el ajo contiene vitamina E, B1, B2, B6 y C, y elementos como el manganeso y el selenio. Es, además, fuente de proteínas, yodo, hierro, magnesio, fósforo y potasio.
También tiene compuestos como la alicina, que es azufrado y contiene varias propiedades farmacológicas, ideales para tratar la hipertensión leve, disminuir la hipercolesterolemia y prevenir la aterosclerosis, según un estudio publicado en Current Pharmaceutical Design.
Por otra parte, ayuda en la inflamación, es decir, puede prevenir patologías crónicas y es un protector cardiovascular porque mejora la coagulación sanguínea. Otro de los beneficios que aporta al cuerpo es que ayuda a combatir la gripe y el resfriado por sus propiedades antisépticas. Estimula el sistema inmunitario, combate las infecciones urinarias, los parásitos intestinales y las infecciones de oído.
La liberación de la alicina se produce una vez que se corta o se machaca; sin embargo, a partir de los 60 grados de temperatura, la mayoría de sus propiedades se diluyen, entonces, lo mejor es consumirlo crudo, como por ejemplo en unas tostadas que tengan ajo frotado en la rebanada de pan.
Cabe aclarar que el uso de ajo no sirve como “tratamiento” para ninguna enfermedad; no obstante, es un alimento con múltiples beneficios si se consume de modo complementario dentro de una dieta equilibrada.
En cuanto a los mitos que se construyeron alrededor del ajo, hay que desmentir que comerlo crudo en ayunas ayuda a prevenir enfermedades cardiovasculares. Puede ser beneficioso para reducir el riesgo de morbilidad cardiovascular, pero es insuficiente para afirmar que ingerirlo a primera hora del día, con la panza vacía, produce tal efecto. También es falso que ayuda a tratar las verrugas de la piel y que ayuda a quemar grasas.
Ahora, solo es cuestión de mirarlo con otros ojos y tratar de incorporarlo de una manera diferente a la que se está acostumbrado. Los resultados, a lo largo de los días, se verán por sí solos.
LA NACION
SOCIEDAD
La necesidad voraz y ansiosa de acumular libros que probablemente no se lleguen a leer en el transcurso de una vida
Daniel Barenboim solía recordar el asombro que le causaba, cuando era niño, entrar en una casa (de algún vecino, de algún compañero de escuela o amigo del barrio) y constatar que allí no había piano. Consagrado al teclado desde pequeño, habituado a que la música fuera el alma y el centro de cualquier reunión familiar o celebración hogareña, la presencia de un piano le parecía algo corriente, lo que le llamaba la atención era su ausencia.
Una extrañeza parecida, mezcla de desasosiego y perplejidad, invade al lector ferviente cada vez que entra en una casa donde no hay biblioteca. El ojo busca ansioso, casi por instinto, no ya la sala elegante o la boiserie suntuosa, pero sí los viejos estantes estoicos y chuecos por el peso, las pilas desgreñadas que obturan rincones y estrechan pasillos, la señal tranquilizadora, en definitiva, que rápidamente establece un territorio común, la lengua franca que allana un umbral de entendimiento, más allá de cualquier diferencia. Dos que leen. No importa qué (tomar examen sobre gustos y preferencias en esta materia es de inquisidores, no de lectores gozosos). Sin embargo, como los pianos de la infancia de Barenboim, los libros en las casas van camino de ser una rareza.
Sobre la cofradía de los que resisten, atrincherados en una pasión que fácilmente se tuerce en manía, el ensayista Antonio Castronuovo ha escrito su Diccionario del bibliómano. Nótese que evita la palabra bibliófilo, y eso marca un rumbo, porque se trata de una reflexión (llena de humor y autoironía que el iniciado, cómplice, hará propia) sobre ese punto sin retorno en que la predilección se vuelve adicción y el placer, “vicio”.
Todo empieza con la gula, nos dice el autor (más tarde se referirá a la “bibliofagia”). Llega el primer libro “después entran diez, treinta, y luego de los cien ya no nos detenemos más. Voraces y ansiosos, se cumple lo irreparable: se acumulan muchos, demasiados al fin. Y no es posible hacerlo de otro modo”. La casa entonces, el hábitat del pobre bicho lector, ya consumido por la carcoma del libro, empieza a organizarse en torno a los volúmenes. Se discute con la pareja (si ha tocado la mala suerte de que sea una persona sensata de esas que no comprenden el dulce mal del bibliómano), se desalojan otros objetos, se ocupan paredes, se planean incluso mudanzas al ritmo frenético de la avalancha de papel. Porque no hay que perderse una sola página, recomienda Castronuovo; incluso “hay que comprar los libros que a la noche no necesariamente se tiene ganas de leer, sino solo de hojear”. Y, glosando al crítico Giuseppe Pontiggia, nos alienta a dejarnos ir, locos de contento, y a ceder a la compulsión: “Es algo trivial hacerse los moderados con los libros […] Nunca dudar en la compra […] Y sobre todo, cuando el precio es alto, vale pensar en el término mágico ‘inversión’, ‘excusa de todos los negocios irreales’”.
«La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos»
En ese frenesí, Castronuovo defiende un concepto difícil de captar para el foráneo: la antibiblioteca, el vasto cúmulo de libros que abarrota repisas y que probablemente no lleguemos a leer en el transcurso de una vida: “quien posee millares de libros ha leído a lo sumo un décimo, incluso si los ha hojeado distraídamente a todos. La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos: es fácil convenir sobre el hecho de que una biblioteca sirve si contiene la masa de aquello que no sabemos, que es bien mayor de aquello que en cambio sabemos. Y dado que con el paso de los años aumentan los conocimientos, crece también el número de libros para leer, que se acumulan cada vez más sobre los estantes. […] Se deduce que la recurrente pregunta: ‘¿los leyó todos?’ no solo carece de fundamento, sino que además es tonta en su esencia.”
Hay, con todo, un efecto secundario benéfico de esta pasión insana. Es sabido que cuanto más cultive uno sus entusiasmos, menos condicionado por ciertos límites de la biología se verá. La cultura emancipa de algunas fatalidades de la naturaleza. La pasión por el conocimiento, por el deporte, por las ideas o por el arte rompe, por ejemplo, las barreras de la edad, de la geografía. Un tablero de ajedrez, una disciplina científica, la obra de un compositor, el talento de un creador, acercan lo que el azar del tiempo y el espacio ha puesto distante. Sin esas aficiones quedamos atados al terruño exiguo de un momento y un lugar, al capricho del corte generacional y lo que las modas (por lo general lamentables cuando se las mira en perspectiva) hayan hecho con eso -y si sólo somos eso- con nosotros. En el cultivo de esas aficiones que nos salvan de la más plana existencia, por dispares que sean o alejadas de la literatura que estén, siempre, en algún recodo del camino, nos esperará un libro.
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