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SOCIEDAD

Desastre y desolación en Chaclacayo por lluvias y huaicos tras el paso del ciclón Yaku

La población de Chaclacayo ha tenido que enfrentarse al paso de los huaicos, que ha destruido todo a su paso y sin darles oportunidad para poder rescatar sus pertenencias. La potencia del fenómeno ha destruidos muros y los vecinos tienen que caminar entre las grandes cantidades de agua empozada y lodo.

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Familias que residían en la zona de Los Paltos, 5 en Villarrica y Niagra, 4 en Carretera Central, 3 en Caso Urbano y 1 en Santa Inés Bajo en Chaclacayo se suman a la lista de damnificados. (Andina)
Familias que residían en la zona de Los Paltos, 5 en Villarrica y Niagra, 4 en Carretera Central, 3 en Caso Urbano y 1 en Santa Inés Bajo en Chaclacayo se suman a la lista de damnificados. (Andina)
Los vehículos de gran tamaño también se vieron afectados al no poder circular por el paso del huaico en Chaclacayo. (Andina)
Los vehículos de gran tamaño también se vieron afectados al no poder circular por el paso del huaico en Chaclacayo. (Andina)
En Chaclacayo, la activación de la quebrada Los Cóndores generó un deslizamiento de lodo y piedras que afectó la Carretera Central y la zona de Los Laureles. (Andina)
En Chaclacayo, la activación de la quebrada Los Cóndores generó un deslizamiento de lodo y piedras que afectó la Carretera Central y la zona de Los Laureles. (Andina)
Estos huaicos derribaron una pared que actuaba como una especie de protección de las viviendas de un asentamiento humano. (Andina)
Estos huaicos derribaron una pared que actuaba como una especie de protección de las viviendas de un asentamiento humano. (Andina)
Las personas han tenido que transitar sobre el barro para poder llegar a sus destinos sin verse afectados por estos deslizamientos. (Andina)
Las personas han tenido que transitar sobre el barro para poder llegar a sus destinos sin verse afectados por estos deslizamientos. (Andina)
Con bolsas de arena, las familias de Chaclacayo han intentado protegerse para que el agua y residuos de los huaicos no penetren sus viviendas. (Andina)
Con bolsas de arena, las familias de Chaclacayo han intentado protegerse para que el agua y residuos de los huaicos no penetren sus viviendas. (Andina)
Una vista del paso del huaico por Chaclacayo que ha dejado damnificados y cientos de personas sin hogar. (Andina)
Una vista del paso del huaico por Chaclacayo que ha dejado damnificados y cientos de personas sin hogar. (Andina)
Los vecinos han hecho esfuerzos para quitar las masas de barro y piedras y crear barreras improvisadas para que un posible huaico no ingrese a sus viviendas. (Andina)
Los vecinos han hecho esfuerzos para quitar las masas de barro y piedras y crear barreras improvisadas para que un posible huaico no ingrese a sus viviendas. (Andina)
La Carretera Central quedó inundada en el distrito de Chaclacayo, debido a la activación de la quebrada Los Laureles por las intensas lluvias. (Andina)
La Carretera Central quedó inundada en el distrito de Chaclacayo, debido a la activación de la quebrada Los Laureles por las intensas lluvias. (Andina)
Las lluvias de fuerte intensidad en Chaclacayo han generado la crecida de quebradas cercanas al distrito, destruyendo todo a su paso, incluidas las pistas que terminaron rotas. (Andina)
Las lluvias de fuerte intensidad en Chaclacayo han generado la crecida de quebradas cercanas al distrito, destruyendo todo a su paso, incluidas las pistas que terminaron rotas. (Andina)
La población de Chaclacayo enfrentó un huaico a la altura del kilómetro 24 de la Carretera Central, que paralizó el tránsito de personas y vehículos en la zona.
La población de Chaclacayo enfrentó un huaico a la altura del kilómetro 24 de la Carretera Central, que paralizó el tránsito de personas y vehículos en la zona.
Se iniciaron labores de fumigación para evitar enfermedades a causa de los huaicos en Chaclacayo.
Se iniciaron labores de fumigación para evitar enfermedades a causa de los huaicos en Chaclacayo.
Deslizamientos destruyen casas en Chaclacayo y sigue alerta por el desborde del río Rímac. (AFP)
Deslizamientos destruyen casas en Chaclacayo y sigue alerta por el desborde del río Rímac. (AFP)
Familias afectados por el huaico en la Urbanización Huascarán, Chaclacayo recibieron el apoyo de vecinos y policías.
Familias afectados por el huaico en la Urbanización Huascarán, Chaclacayo recibieron el apoyo de vecinos y policías.
El tránsito por las áreas afectadas en Chaclacayo se retomó con normalidad pese a advertencias de un posible huaico en la zona.
El tránsito por las áreas afectadas en Chaclacayo se retomó con normalidad pese a advertencias de un posible huaico en la zona.
Los vecinos de Chaclacayo unieron fuerzas para habilitar las vías de acceso, así como quitar las masas de barro y piedras producto de los huaicos.
Los vecinos de Chaclacayo unieron fuerzas para habilitar las vías de acceso, así como quitar las masas de barro y piedras producto de los huaicos.
Senamhi alertó sobre un alto peligro de desborde del caudal del río Rímac en Chaclacayo, Huachipa, Ñaña, Carapongo, Santa Clara, Campoy, Malecón Checa y la avenida Néstor Gambetta. (AFP)
Senamhi alertó sobre un alto peligro de desborde del caudal del río Rímac en Chaclacayo, Huachipa, Ñaña, Carapongo, Santa Clara, Campoy, Malecón Checa y la avenida Néstor Gambetta. (AFP)
Con palas y otras herramientas a la mano comenzaron las acciones de limpieza en Chaclacayo lideradas por los vecinos.
Con palas y otras herramientas a la mano comenzaron las acciones de limpieza en Chaclacayo lideradas por los vecinos.
Aulas en los colegios de Chaclacayo quedaron sumergidos en el lodo que atrajeron los huaicos.
Aulas en los colegios de Chaclacayo quedaron sumergidos en el lodo que atrajeron los huaicos.

SOCIEDAD

Mundos íntimos. Hay ‘apps’ del celular que me siguen adonde vaya. A veces me invaden; otras -reconozco- me acompañan.

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Todo comenzó veinticuatro horas después de un 28 de diciembre. Para los memoriosos como yo, luego del Día de los Inocentes que casi nadie recuerda. En esa oportunidad, una calurosa mañana del año 2018, un sábado como hoy, fui hasta un local de ventas con el firme objetivo de cambiar el modelo de mi teléfono celular. Ese tipo de decisiones son raras en mí y les diré el porqué.

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Soy una mujer que cuida mucho sus objetos personales y me cuesta horrores abandonar cualquier tipo de dispositivo tecnológico que todavía funciona. No solamente por el hecho de que me da tristeza dejarlo casi nuevo, por siempre apagado y metido en un cajón, sino porque cuando por fin he logrado dominar la mayoría de las funciones o los “chiches” que trae, resulta que queda obsoleto y debo volver a comenzar. Lo mío es el eterno resurgir del ave fénix, pero en vez de regenerarme de las cenizas, tengo que volver a aprender dónde cuernos están las funciones esenciales que hacen hoy, de un teléfono, un artículo imprescindible.

Juegos. Silvina Pugliese hace unos años, con un sobrino. En esa época "juego" y "celular" no iban de la mano.


Juegos. Silvina Pugliese hace unos años, con un sobrino. En esa época «juego» y «celular» no iban de la mano.

Para peor, cumplí cincuenta años y eso no ayuda.

Reconozco que recién cuatro meses después de aquel diciembre pude realizar una decente captura de pantalla con el modelito. ¡Las teclas del anterior no eran las mismas! Intentaba tomar la susodicha foto y (¡cosa de Mandinga!) subía o bajaba el volumen, o bien quería silenciarlo y activaba la linterna… Y así, ad infinitum. También les confesaré que “me rindo” ante la insistencia inútil de un celular sordo a mis quejas y entonces, sólo entonces, pido ayuda a cualquier joven de veinte años que tengo cerca.

También desde aquella fecha lejana (no lo sé a ciencia cierta) alguien me empezó a seguir.

No se trata de la típica persecución cinematográfica que me gustaba ver cuando era chica, en donde un tipo se subía a un auto con chofer, aceleraba rechinando las gomas y haciendo humo, atrás venía corriendo otro, abría una puerta trasera y exclamaba: “¡Siga a ese taxi!” y de ahí en adelante, yo no podía moverme de mi sillón.

Silvina Pugliese con su ahijada Jimena. Ya tenía celulares: eran primitivos pero menos intrusivos.


Silvina Pugliese con su ahijada Jimena. Ya tenía celulares: eran primitivos pero menos intrusivos.

No, nada de eso. Con mi desconocimiento casi total del nuevo teléfono, me había ido del local de ventas con la función de “ubicación” activada y en un rango de aproximadamente veinticuatro horas, empecé a recibir algunos mensajes inquietantes.

Aunque al principio no eran inquietantes. Eran de agradecimiento (por la adquisición) y de bienvenida (por estar bajo el radar del buscador más famoso del planeta).

Caí en la tentación de comenzar a escribir reseñas de comercios, irme de viaje y comentar sitios de interés histórico o geográfico, alabar una buena comida… Todo lo que me parecía digno de destacar y de compartir.

Para mi sorpresa, las vivencias que resumía en un par de oraciones eran vistas por decenas de personas en poco tiempo y aparecían varios “me gusta” o algunos comerciantes me respondían con la misma cortesía que yo había usado para alabar sus productos.

Mi vida era mi vida y de vez en cuando, la hacía pública. Como no tengo las redes sociales más comunes para la humanidad porque no me interesan ni tengo tiempo para sentarme a verlas, mis contribuciones me convirtieron en una de las tantas Local Guides que escribía dentro de mi región. Estuve así un par de años.

Entretanto, mi teléfono dijo: “hasta aquí llegué” y misteriosamente dejó de funcionar. Otra vez, el itinerario de aquel diciembre: sorpresa, frustración, caminata hacia el local de ventas y vuelta a conocerlo. Esto ocurrió un 3 o un 4 de febrero de 2020. Se imaginarán que salí con mi juguete nuevo a descubrir el mundo (frase rimbombante que se traduce como: a empezar de cero con el dichoso aparatito). Obvio, la función “ubicación” también estaba activada y siguió en ese modo. Imposible explicarles por qué continuó esa tecla con su luz azul. Si me pongo autocrítica, esa era la oportunidad perfecta para dejar de ser una eterna perseguida. Creo que fue más fuerte la costumbre y hasta ese momento me parecía muy divertido continuar haciendo reseñas, pero llegó la pandemia. En otras palabras, mi nuevo idilio duró cuarenta días.

Sufrí, como todos, el encierro. En mi correo electrónico aparecieron los primeros mensajes inquietantes.

Durante meses no moví el teléfono más que “de la cama al living”, ocupada con mi tarea de docente de escuela secundaria en la virtualidad, en la cual corregí mil setecientos cuarenta trabajos escritos de Literatura entre marzo y diciembre de ese 2020. Los tengo registrados y contados, aunque jamás los olvidaré.

Entretanto, mes a mes, en mi mail veía los pocos kilómetros que hacía a pie para comprar lo esencial y lo permitido en el ASPO (Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio). Eso me hizo perder la ínfima tranquilidad que tenía. Cada correo me recordaba que se me estaba yendo la vida, perdida entre la pantalla de la computadora y el silencio oprimido de un departamento cuyas ventanas mostraban una avenida desierta.

Pasé de viajar por Cuyo con mi hermano y mi cuñada, en aquella primera quincena de febrero, a hacer unos pocos metros diarios, con una o dos salidas semanales a un supermercado que nos dejaba pasar de a uno, no sin antes esperar casi media hora afuera, si era un día con suerte. Recuerdo haber estado haciendo fila apretando con fuerza mi bolso de tela y observar a todos los que me antecedían en el mandado. Estábamos quietos, sin atrevernos a hablar con nadie, con barbijos firmemente atados a nuestras caras y un miedo atroz frente a un virus desconocido y mortal. Un COVID-19 enigmático y peligroso.

En esas esporádicas expediciones a veces llevaba mi celular y en otras ocasiones, lo dejaba sobre la mesada de mi cocina, así que no podría decirles cuáles de todas las distancias mensuales que fueron registradas por ese aparato son las más acordes a mi caminar. Seguro que lo que quedó medido es un poco menor, aunque no creo que la diferencia haya sido significativa.

Por alguna extraña razón desistí de inhabilitar la función de “ubicación” que no tenía mucho sentido mantener en la pandemia. Quizás era una sorda resistencia a la inmovilidad, a reconocer que estaba atrapada entre las paredes que marcaban mi límite de cuarenta y dos metros cuadrados de libertad. Y que mi única visión más allá me la daba un balcón, que me conectaba precariamente con un cielo azul y sus nubes o apenas me dejaba escuchar un par de zorzales que se despertaban a las cuatro o cinco de la madrugada y que yo nunca antes había oído.

Volviendo a mis notificaciones, también durante ese período aparecían propuestas de “viajar por el mundo sin salir de casa” con sugerencias para “pasear por algunos de los destinos más populares del mundo, leer artículos sobre tus ciudades favoritas y visitar museos de cualquier rincón del planeta”. Las hubiera aceptado con gusto, si no hubiese tenido los ciento noventa y tres trabajos prácticos mensuales de mis estudiantes para leer.

Para no amargarme tanto, alguna que otra vez hice reseñas de lugares que había conocido antes de la llegada del coronavirus y el hecho de sentarme a escribir esos poquitos renglones me producía una serie de sensaciones muy contradictorias. Por un lado, melancolía por lo vivido (y por no saber cuándo lo volvería a experimentar) y culpa (bastante culpa) por estar dejando de lado mis obligaciones. Sin embargo, creo que esos pequeños recreos me salvaron de la completa locura.

Y gracias a Dios o en quienes ustedes crean, volvimos a la normalidad, pero quedaron en nosotros tristes recuerdos.

El 8 de enero de 2021, el correo me sorprendió con mis novedades del año anterior y en gráficos de barras se nota que entre marzo y diciembre mi nivel de “compras” y de “trayectos a pie” son casi inexistentes. A pesar de ello, cuatro días después, otro mail me alegró con la noticia de que una reseña mía en poco tiempo había tenido cien vistas y eso me regalaba el exagerado adjetivo de “popular”. Lo recuerdo y me da risa, porque jamás fui popular ni como estudiante en mi escuela ni en ningún otro contexto. ¡Milagros de la tecnología!

Estar con la ubicación activa es inquietante, pero si quiero ser justa, hay varias ocasiones en que “estar vigilada” o mejor dicho “permitir que me sigan” me proporciona momentos de satisfacción. En mi teléfono veo correos que llegan en horarios extraños, generalmente en la madrugada, y contienen mensajes como este: “Gracias por tu aportación (…) Contribuciones como estas ayudan a otros usuarios a decidir qué hacer y qué visitar”. Palabras así son motivadoras, en especial cuando una anda con mil problemas o baja autoestima. Es así y no lo voy a negar.

Sin embargo, ser una Local Guide puede llegar a ser un poco molesto. La inteligencia artificial detrás de todo esto es una jefa que pide más trabajo. Se da cuenta de que he dejado de sumar datos y se le nota el síndrome de abstinencia. Y como parece saber que no tengo ganas de escribirle o quizás no tengo tiempo, me invita a contribuir respondiendo breves preguntas. Algunas entran en el ámbito de lo inquietante, porque luego de pasar solamente por el frente de un negocio recibo un: “¿cómo estuvo la panadería Facturitas?” (el nombre ha sido modificado) o “¿Facturitas cambió?” y siempre termino entre la risa y el fastidio, pues es imposible saber esos detalles sin haber entrado ahí.

Lo peor sucede cuando me aparece la opción de responder preguntas de otros usuarios. Suelen aparecer cuestiones tan importantes como si ese comercio acepta una determinada tarjeta de crédito o si se pueden comprar medialunas de grasa o de manteca y en qué horario salen calentitas.

Y en algunas ocasiones me las presentan agrupadas en varios rectángulos con opciones y ahí sí me hacen reír. Cierta vez, lo recuerdo bien, debía responder si un supermercado de mi barrio tenía una rampa para silla de ruedas. Me quedé pensando y no me acordaba de haber visto esa clase de entrada. Cuando anduve por ahí, apenas pude darme cuenta de que la enorme puerta de blindex estaba cerrada y casi me la llevo puesta, lo que me hubiera convertido en la versión femenina del actor Owen Wilson con la nariz torcida.

Con estos vaivenes del destino, hace algunos meses que estoy en el nivel 5 y llegué a casi 1.000 puntos. Desconozco si esto es bueno o malo y la verdad, no me interesa. Además, puedo añadir fotos o videos para conseguir ascender y tampoco me interesa. Tuve y tengo en claro que soy yo la que administra mi historial y jamás de los jamases me dejaré influenciar por “Ashley, una prolífica Local Guide destacada que publica videos diariamente y ha subido más de 1.200, convirtiéndose en una Guiding Star de nivel 10”. Pucha, ahora que comparo, estoy en el medio de la tabla.

El pasado 29 de diciembre recibí un correo distinto: en horas de la noche me avisaron que cumplí cuatro años dentro del sistema. La relación más larga de mi existencia. No se pueden imaginar mi asombro. Es la primera vez que no soy yo la que primero recuerda una fecha y aún no puedo creer que haya pasado tan rápido el tiempo.

Alguien me sigue, se titulan estas líneas. Alguien se ha metido en mi mundo íntimo. Lo dejé entrar a mi vida por ignorancia y después, por costumbre. Muchos amores comienzan y continúan por las mismas razones. Así que no se metan conmigo ni me juzguen. Alguien me sigue y hasta que me traicione, dejaré que sea como mi sombra.

No quisiera ser injusta. No es que alguien me sigue. A esta altura, mejor dicho, alguien va conmigo.
———-

Silvina Pugliese vive en Paraná y es una docente que escribe. Para publicar su primer libro, tuvo que ahorrar y llegó a hacer unos cincuenta. En la Navidad del año 2019 soltó algunos en cinco plazas, con tal de no tener una presentación formal y de paso, sorprender a los transeúntes. Es madrina de varios escritores, ya que donó lo recaudado con una novela para que otros tuvieran la oportunidad del reconocimiento. Recibió algunos premios y siguen apareciendo obras. Son cinco: “La noche iluminada y otros cuentos”, “Solo aquí puede ocurrir esto”, “Visitantes”, “Cara y cruz” y “Vacaciones con sustos”, esta última en colaboración con Jorge A. Bergallo.



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