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SOCIEDAD

Dos paracaidistas argentinos buscan un récord mundial: saltarán en caída libre desde la estratósfera en plena noche

Alejandro Montagna y Marcelo Vives buscarán romper una marca que ostenta la Fuerza Aérea de EEUU desde 1997. Los desafíos son extremos: caerán a una velocidad de 300 kilómetros por hora, envueltos en trajes que evitarán que mueran de frío, con una sensación térmica de -100°C

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Alejandro Montagna y Marcelo Vives saben aprovechar el infinito del espacio sideral. Hace 25 años que viven obsesionados por experimentar una y otra vez la sensación inexplicable de saltar desde un avión a miles de metros de altura y caer libremente, como pájaros sin alas, hasta el punto límite en que o abren el paracaídas o se estrellan contra el suelo.

Pero una cosa es hacerlo desde los 2.000 ó 3.000 metros, que es la experiencia “normal” de los saltadores tradicionales -una caída de 45 segundos, tiempo suficiente para sentirse insignificante ante la inmensidad planetaria-, y otra irse hasta la estratósfera, enchufados a tubos de oxígeno y en un avión que parece un cohete porque puede subir hasta los 12.500 metros de altura en menos de lo que tarda la Línea B en unir las estaciones de Medrano y Leandro N. Alem.

A Montagna y a Vives los impulsa la fascinación de superarse a sí mismos y de romper récords, de llegar a donde nadie lo hizo antes. Por eso esta madrugada, en Estados Unidos, intentarán fracturar la marca mundial de salto Nocturno a Gran Altitud y convertirse en los tipos que más se alejaron del planeta de noche para regresar a él de un salto.

Lo harán junto a otro experimentado paracaidista: el norteamericano Tylor Flurry. Cerca de las 2 de la madrugada -hora argentina- despegarán desde el aeródromo WTS, cercano a Memphis, Tennessee, y se dejarán caer desde la estratósfera en una prueba por la que pueden dejar la vida: enfrentarán la falta de oxígeno, su cuerpo absorbido por la gravedad a una velocidad a 300 kilómetros por hora (lo que corre Colapinto arriba del Williams), y el frío del aire en esa situación: una temperatura real de -60°C y una sensación térmica de -100°C.

El salto en paracaídas nocturno más alto registrado fue realizado por un equipo de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos en 1997. El salto HALO (High Altitude Low Opening) se realizó desde una altitud de aproximadamente 31.000 pies (9.450 metros) durante una misión de entrenamiento nocturna. “Este tipo de salto es comúnmente utilizado por las fuerzas especiales para insertarse en áreas hostiles de manera encubierta, y aunque no es tan alto como algunos saltos diurnos récord, sigue siendo impresionante debido a las condiciones extremas y la falta de visibilidad durante la noche”, explica el argentino.

“Hoy hicimos un salto de prueba a baja altitud”, dice Montagna a Infobae, rato antes de emprender la aventura. Para él, “baja altitud” son 5.000 metros de altura. El test fue para verificar el funcionamiento de los sistemas de oxígeno del avión, los sistemas de respiración autónoma de cada paracaidista y del traje eléctrico de protección térmica que vestirán y que evita que se quemen y congelen a la vez si caen desde el cielo a esa velocidad con ese frío nocturno y galáctico.

Marcelo Vives y Alejandro Montagna
Marcelo Vives y Alejandro Montagna, paracaidistas argentinos que van tras un record de salto nocturno

Los riesgos son varios para este tipo de salto. Pero por una cuestión de cábala, Montanga prefiere evitar hablar de eso hasta haber logrado el récord. Técnicamente, los tripulantes del avión necesitan respirar oxígeno puro y no mezclado con nitrógeno como hacemos los que vivimos con los pies sobre la tierra.

Entonces media hora antes de despegar ya están conectados a una manguera que solo les brinda O2 y así lo hacen en el vuelo y luego conectados a un tubo personal (como los buzos) cuando van cayendo. Eso se hace para eliminar el nitrógeno de la sangre y evitar que pueda pasar a estado gaseoso en forma espontánea, lo que produciría embolias múltiples y el fin. “Hay otros riesgos, pero te los voy a decir después de saltar”, promete Montagna.

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Ya de madrugada, a eso de las 2 ó 3 hora argentina, treparán en un avión especial hasta los 12.500 metros y saltarán al vacío en plena oscuridad junto a un equipo de apoyo con el que tienen todo debidamente calculado: los pilotos Mike Mullins (director nacional de la Asociación Norteamericana de Paracaidismo) y Mike Turner; los expertos en oxigeno de gran altitud, Thomas Oquinns y Paul Gholson y el juez de la Federación Internacional de Aviación, Scott Callantine, que certificará eventualmente la nueva marca global. El tiempo de caída libre parece nada en la vida “regular” pero en esas condiciones es una eternidad: tres minutos y medio de caída libre abrazados por el manto negro de la noche.

Es un horario especial. El único para el que obtuvieron permiso porque recién a esa hora, en esa zona, no vuelan aviones comerciales por la zona. “Los aviones comerciales vuelan a 10 mil metros acá en Estados Unidos y nosotros vamos a saltar desde dos kilómetros y medio más arriba”, ríe como un niño Montagna, ingeniero civil, master en Finanzas en Harvard, padre de dos hijos.

Alejandro Montagna
Montagna en pleno vuelo con el winsuit

Volarán sobre una zona boscosa. Pero hubieran preferido hacerlo, como otras veces, sobre el desierto de Arizona. Montagna ya sabe lo que es ostentar un récord. Con el winsuit (un traje que le proporciona “alas” en las piernas y los brazos y le permite “volar”) alcanzó el tope de 8.287 metros de altura. “Pero esto es otra cosa”, avisa Marcelo.

– ¿Cuántas veces por día te dice que estás loco?

Muchas. Nos atrae el desafío de hacer algo que nadie hizo y sabemos que con mucha experiencia y planificación lo podemos lograr.

“Vamos a tener que ser muy precisos con el momento de saltar y la zona donde caer. El piloto es experto y conoce bien el lugar. Cualquier error nos puede tirar en un pueblo desconocido o sobre una zona de cables”, explica el paracaidista de 57 años. Para eso dispusieron de medidas de seguridad que, por ahora, tampoco detallará. “Cuando caigamos a la tierra te detallo todos los riesgos que asumimos y mi búsqueda con los deportes extremos”, sonríe Marcelo desde América del Norte. La historia continuará.

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Dos primos heredaron un terreno y crearon un destino con playa privada en un lugar impensado de la Argentina

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En una ciudad conocida por haber sido sede de las misiones jesuíticas, por albergar la cultura guaraní y por contener una variedad de humedales, con distintas especies y aves que viven en armonía con el medio ambiente, nació hace siete años una “ocurrencia turística”, de la mano de dos emprendedores, en un espacio que los turistas cuando llegan aseguran que “es como estar en Brasil o en Costa Rica”.

César y Horacio Curet son primos y socios en otros proyectos. Miguel, el padre de César, siempre guardó un vínculo con la provincia de Corrientes, ya que en los años 70 trabajaba ahí con plantaciones de arroz y más adelante, decidió invertir en un terreno en la zona de Itatí, con la intención de generar un proyecto hotelero. Se trataba de un campo grande, dentro de la reserva del Iberá, junto con un área que tenía acceso al río.

Sin embargo, el proyecto se paralizó, ya que, al tiempo falleció el padre de César, y los campos quedaron desiertos. Hace siete años, los dos primos decidieron hacer una expedición al lugar y se encontraron con unas tierras con un potencial que no habían imaginado.

El complejo cuenta con 21 cabañas para los turistasPuerto Yacarey

El proyecto no se hizo esperar. Los Curet, aunque no tenían mucho conocimiento del lugar, se lanzaron con un emprendimiento emplazado en las costas del Río Paraná, rodeado de montes nativos. Sí, aunque se trata de un lugar que puede sonar extraño para levantar una experiencia turística, estos primos aventureros se pusieron en marcha. Aprovecharon las costas del río y construyeron 19 cabañas en el medio del bosque (además de dos más en construcción), donde circulan los curiosos monos carayá que suelen rondar por las casas y otras especies como tucanes que van de un lado a otro. Además, armaron una playa exclusiva para los visitantes, desde donde se pueden ver atardeceres que parecen de otro país.

“Por distintos motivos, los emprendimientos que realizó mi papá en la provincia no resultaron. Esto era como una reivindicación, una deuda pendiente que teníamos con Corrientes y con el legado de mi padre, tanto mía como de Horacio”, asegura Curet y añade: “Me parece que cuando hacés un emprendimiento, los números no son sólo lo que cuentan, sino también las decisiones emocionales”.

Dado que no tenían mucho conocimiento del terreno, César y Horacio viajaron a Corrientes y se asesoraron con expertos de la zona, que les hablaron del potencial turístico de la provincia. Aunque construir en medio del bosque puede sonar muy poético, las dificultades no fueron escasas, sobre todo las vinculadas al acceso al lugar.

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Cuando empezaron el proyecto, Corrientes se inundó y se declaró emergencia hídrica. El camino quedó bloqueado y sólo podían acceder al lugar por agua: “Me acuerdo que tuvimos que viajar por el río para llevar los primeros postes de luz y hacer el tendido eléctrico”, recuerda Curet. Dado que en ese momento en Itatí no existía un sistema de transporte de mercadería, alquilaron una barcaza e hicieron el traslado de los primeros materiales para la construcción.

Las casas tienen vista al río Paraná, con una playa exclusiva para los visitantes del lugarPuerto Yacarey

Además de no contar con electricidad, hubo que recurrir a una perforación que les permitiera acceder a agua. También, “jugar con el tiempo y el clima” para ver cuándo podían ingresar los camiones con mercadería.

Otra anécdota de los comienzos ocurrió cuando viajaron a la zona para contratar un agente para construir y tuvieron un simpático inconveniente a la vuelta. “Nos quedamos sin combustible en la ruta, a la altura de Ituzaingó. Yo me bajé del auto y pasó por encima de mis pies un yacaré chiquito. Coincidía que el lugar donde íbamos a emplazar las cabañas se llamaba ‘Puertos Yacareí’, que en guaraní significa ‘cría del yacaré’. Vimos este hecho como una señal, que, además, nos definió para ponerle el nombre al complejo”, cuenta emocionado César.

Aunque nació siendo un emprendimiento específico para gente interesada en la pesca, hoy por hoy, el lugar es visitado tanto por familias que buscan descanso en el verano, como por turistas interesados en este deporte. El servicio del lugar incluye ropa de cama, desayuno, almuerzo y cena. Es “del estilo all inclusive”, ya que incluye los platos y otras atenciones, pero con posibilidad de acceder a la comida sólo en los horarios previstos para cada momento.

Las cabañas hechas en madera están emplazadas dentro de un bosque natural, con senderos que las conectan para desplazarse de un lugar a otro. Además de contar con los mencionados monos carayá, que se acercan a las cabañas (aunque se alejan cuando ven aproximarse a la gente) el lugar está rodeado de un bosque envolvente, con ciervos, carpinchos, yacarés, ñandúes, y una diversidad de aves, entre ellas, los tucanes. “El concepto que buscamos es generar algo amigable con el entorno y sacar la menor cantidad de árboles posible para la construcción”, señala Curet.

El lugar está rodeado de montes nativos, que albergan distintas especies de animales, entre los que resaltan los curiosos monos carayá, que suelen rondar por las cabañasPuerto Yacarey

Reciben visitas de gente de todo el país y también de Uruguay, Brasil y Paraguay. El pueblo más cercano es Itatí, ubicado a 27,5 km y conocido por su basílica y la peregrinación que se hace todos los años en julio. El precio por día en una de las cabañas parte de los $47.000 por persona, con el desayuno incluido, aunque puede subir a $99.000 para quienes contraten la pensión completa.

La playa privada está acompañada de una pileta de borde infinito y de la posibilidad de navegar en kayak por el río. Curet explica que, al ser un complejo chico, hay mucha familiaridad entre los visitantes y “llamamos a todos por su nombre”.

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Las cabañas se levantan en medio del bosquePuerto Yacarey
El lugar está rodeado de un bosque envolvente, con ciervos, carpinchos, yacarés, ñandúes, y una diversidad de aves, entre ellas, los tucanesPuerto Yacarey

Corrientes cuenta con una propuesta turística, que abarca desde los Esteros del Iberá a los carnavales y la pesca deportiva, y algunos rincones históricos para visitar.

La Reserva Natural del Iberá, o agua brillante en guaraní, alberga al yacaré, al ciervo de los pantanos, al lobito de río y al aguará guazú. Contiene más de 60 lagunas y espejos de aguas menores que abarcan cientos de miles de hectáreas, con dorados, sábalos, mojaras y pirañas en sus aguas, y con 350 especies de aves que inundan sus cielos.

La pesca es muy típica en la zonaPuerto Yacarey

Es justamente su vida acuática y la presencia del dorado en las costas de los Ríos Corrientes y Paraná que vuelven esta provincia un lugar atractivo para los fanáticos de la pesca. Este pez alcanza los 25 kilos y junto a él se pueden encontrar el pacú, surubí, patí, manguruyú y la boga. En primavera, los Esteros del Iberá, Bella Vista, Esquina, Empedrado, Itá Ibaté y Goya son lugares de temporada alta para practicar este deporte.

El carnaval de Corrientes es algo que se celebra cada verano, con calles que se inundan de los famosos corsos. La provincia también ofrece estancias con propuestas de turismo rural, con posibilidad de degustar comidas caseras, pasear y refrescarse en piletas.

Los atardeceres recuerdan a la gente a las vistas de Brasil Puerto Yacarey

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