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SOCIEDAD

Es argentina, trabaja en un centro espacial de la NASA y está próxima a ser la primera astrobióloga del país

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Candela Solis Zampini tiene 22 años, es oriunda de la localidad de Haedo, partido bonaerense de Morón y está a pocos meses de convertirse en la primera argentina astrobióloga. “Desde chica siempre me gustó la ciencia y la biología. Me acuerdo que me regalaron para Navidad un microscopio y no llegué a leer las instrucciones que ya imaginaba qué experimentos eran los que iba a empezar a hacer”, cuenta la joven estudiante del prestigiosa centro de estudios norteamericano Florida Institute of Technology (FIT) a LA NACION.

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Su pasión por las ciencias naturales existió desde siempre, pero fue en pleno florecer adolescente que se dio cuenta de que aquel pasatiempo que tenía por ver documentales del espacio con su abuelo y hacer experimentos era su vocación. A sus cortos 13 años comprendió que “iba en serio” y le pidió a sus padres que la cambiaran a un colegio especializado en ciencias exactas.

“Con total seguridad sabía que quería estudiar esto”, reconoce. Años más tarde, ya egresada del colegio secundario, comenzó el Ciclo Básico Común (CBC) para estudiar Medicina en la Universidad de Buenos Aires. Sin embargo, el destino tenía otros planes para la joven de 18 años, quien solo estaba segura de una cosa: su proyecto de vida estaba ligado a la ciencia. Sus planes de estudio se vieron truncados por la pandemia de covid-19, el cese de las clases presenciales y la poca preparación del sistema educativo nacional para las cursadas online.

Fruto de la frustración por estar perdiendo tiempo académico y la propuesta de sus padres para que se mudara con ellos a vivir a los Estados Unidos surgió una oportunidad impensada: la de estudiar la carrera de sus sueños en uno de los países líderes en ciencias espaciales.

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“Estaba en cero, literalmente, cuando me plantearon ir con ellos. En cuestión de meses tuve que conseguir un montón de documentación para presentar en la universidad y, a la par, prepararme para todos los exámenes que me iban a tomar para evaluar mis capacidades”, recuerda. La carrera para la que se postuló fue Astrobiología y el FIT la única universidad en el mundo que la dicta. Solis Zampini detalla que el motivo de su peculiar elección se debe a que “reune lo mejor de dos mundos: el espacio y la biología”.

Según informa, la Astrobiología es una ciencia que estudia la biología espacial y que se suele confundir –erróneamente– con el estudio de especies extraterrestres. “Estudiamos todos los elementos que pueden alterar el espacio y probamos cómo se puede adaptar lo que hay en el planeta para facilitar futuros viajes espaciales”, detalla.

Candela Solis Zampini (centro) junto a sus compañeros de gradoGentileza

Al contrario de lo que uno podría pensar, cuando las autoridades del FIT aprobaron su solicitud de ingreso, Candela no gritó, festejó, ni saltó por los aires; ¿el motivo? su abuela había caído enferma días atrás y estaba muy afligida.

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En enero de 2021 con su abuela recuperada y con 19 años, Solis Zampini se instaló en EE. UU. en las residencias universitarias del FIT. “Al principio fue duro porque la pandemia y las restricciones seguían vigentes, pero con el curso del año me fui acostumbrando a la nueva dinámica”, dice.

Dejaba atrás en su país natal a sus amistades, la cultura con la que se crió y las esperanzas de instruirse en lo que la entusiasma en territorio argentino. “Aunque me dolió dejar la casa de toda mi vida y mis amistades, soy una persona muy segura de lo que quiero, sabía que estaba haciendo lo correcto”, señala y revela orgullosa que hoy es quien preside la asociación de estudiantes latinoamericanos de su universidad (LASA, por sus siglas en inglés).

Pasaron varios semestres e incluso años hasta que Solis Zampini encontró otra oportunidad que ampliaría significativamente sus posibilidades de crecimiento profesional: “Gracias a un profesor que siempre nos incentivaba a anotarnos en actividades extracurriculares, me postulé y me aceptaron en un campamento estudiantil que la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio de los Estados Unidos (NASA) ofrecía en el Centro Espacial Houston”. Según reconoce, aquella experiencia le sirvió para reivindicar su anhelo de volcarse 100% a la ciencia y a la ingeniería.

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El campamento duró unos días, pero su ambición por repetir la experiencia se prolongó por meses. Dos años más tarde, se puso en contacto con algunos de sus profesores universitarios para expresarles su deseo de realizar prácticas profesionales o pasantías relacionadas con su área de estudio.

“Sin pensarlo demasiado y arriesgándome a que me dijeran que no me candidateé en varias pasantías y programas para jóvenes profesionales hasta que me contactaron de Space Trek –empresa ubicada en el Centro Espacial Kennedy de la NASA cuyo fin es el de la exploración y divulgación espacial– para formar parte de sus proyectos educativos”, explica.

Las astronautas Susan Kilrain, Barbara Morgan, Nicole Stott en una conferencia para estudiantes junto con la directora de lanzamiento del programa Exploration Ground Systems de la NASA, Charlie Blackwell-ThompsonGentileza

Sus papás le repetían que el logro era producto de no haber bajado jamás los brazos. La joven explica que la empresa está dentro del sistema educativo de la NASA y busca que jóvenes profesionales como ella den allí los primeros pasos de una larga carrera dedicada a las ciencias del espacio. “Mi equipo de trabajo se ocupa de diseñar los campamentos a los que vienen niños y adolescentes de todas partes del mundo para aprender robótica, programación e investigación orientada al mundo exterior”, desarrolla.

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La semana pasada –relata– lideraron programas de 400 chicos que habían concurrido al predio. Un dato que no debe ser pasado por alto es que es la única argentina y latina que trabaja allí: “Casi que no hay cupos ni oportunidades para alumnos que no sean estadounidenses”, destaca.

El síndrome del impostor es una realidad en su vida cotidiana. Está a una hora de viaje, tanto para la ida como para la vuelta, del Centro Espacial Kennedy, pero reconoce que cada kilómetro del trayecto vale la pena. “Me dan acceso a todos los eventos que ocurren en el predio, desde charlas con astronautas hasta lanzamientos de cohetes”, dice Solis Zampini, quien además añade: “Yo soy de Haedo, no fui a ninguna escuela internacional y fui dando pequeños pasos sin creer que este podía ser mi futuro”.

“Me encantaría que la Argentina entre y compita en estos programas porque sé que el talento y la capacidad está”, resalta. Volver al país para seguir creciendo profesionalmente y dar testimonio de lo aprendido suena casi como un imposible para ella. “Es una lástima que allá no haya algo de esta magnitud y que no se destinen fondos ni se divulgue sobre la ciencia espacial”, declara.

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Según cuenta, tiempo atrás se contactó con una empresa local para informar sobre su trabajo en Star Trek y proponerles trabajar en conjunto para hacer microsatélites que lleven sello 100% argentino, pero la respuesta y las posibilidades de concretar su idea fueron negativas.

“Sueño con algún día poder ser la primera argentina astronauta, pero hoy lo veo irrealizable a menos de que sea desde una empresa privada”, dice respecto de la ambición de todos aquellos que se dedican al estudio del espacio exterior y a la que muy pocos llegan a concretar. Vale la pena señalar que la NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA) tienen convenio con cientos de países para hacer lanzamientos y misiones espaciales, pero la Argentina no forma parte de ellos.

A meses de convertirse en la única argentina graduada en Astrobiología y la primera integrante de su familia en obtener estudios terciarios Solis Zampini no olvida sus raíces: “Tenemos todo para ser una potencia aeroespacial, solo nos falta que alguien convierta las ideas en realidad”.

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Candela Solis Zampini en el Centro Espacial Kennedy de la NASA en FloridaGentileza

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SOCIEDAD

En plena ola de calor y humedad advierten hasta cuánto puede trepar la sensación térmica

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Los meteorólogos suelen decir que la sensación térmica, en realidad, no existe. Es decir, no hay un dispositivo que pueda medirla. Los valores que en las últimas horas vienen teniendo en vilo tanto a los porteños como a los habitantes de gran parte del país son el resultado de un cálculo. Y además, hay un componente subjetivo: no todo el mundo siente la temperatura ambiente de la misma manera.

Este miércoles, el dato de la sensación térmica llamó mucho la atención por la gran diferencia que hubo entre la temperatura real y la “ficticia”. Llegó a haber casi diez grados de diferencia entre una cifra y otra, producto de la humedad y de las condiciones del viento. ¿Pero cómo se calcula ese valor que, además, parece agregarle un plus psicológico a esta ola de calor que durará hasta este viernes?

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Calor sofocante en la Ciudad y alerta por temperaturas extremas: cuándo llega el alivio

Para poner algunos ejemplos: cuando a las 7 de la mañana de ayer había 25,8 grados y la humedad era del 93 por ciento, aún no había valor de sensación térmica porque la misma empieza a calcularse cuando el termómetro supera los 26 grados. El salto fue explosivo a partir de las 8 de la mañana, cuando la humedad seguía ubicada en el mismo valor y la temperatura subió a 27,6 grados. Entonces la térmica pasó a ser de 31,8 grados. Y así fue subiendo progresivamente.

A medida que la jornada se desarrolló y la temperatura trepó, la humedad como suele ocurrir fue bajando, de manera que una variable compensó con la otra y en su pico, a las 14 horas, la sensación térmica llegó a 44,4 grados: en ese momento había 35,1 grados y 58 por ciento de humedad. ¿Qué hubiera pasado si la humedad no descendía y quedaba en el valor anterior? La térmica hubiera sido entonces inimaginable, de 64 grados.

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Para este jueves la previsión es que la temperatura máxima alcance los 34 grados, al igual que el viernes. Nuevamente, la sensación térmica dependerá del valor de humedad que se registre y del viento. Si a la hora de mayor temperatura la humedad sigue siendo similar a la de hoy (tal como confirmaron desde el Servicio Meteorológico), la térmica se ubicaría cerca de los 42 grados.

En cuanto al viento, viene siendo muy leve, en el orden 6 kilómetros por hora después del mediodía, lo que no mueve la aguja. Recién cuando el viento supera los 12,5 kilómetros por hora puede provocar algún efecto mitigante en la sensación térmica, aunque para temperaturas por encima de los 30 grados se necesita que la brisa sea superior a los 21,5 kilómetros por hora para reducir al menos en un grado la sensación térmica.

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Al contrario, si la temperatura es igual o mayor a 35 grados, el efecto del viento puede incrementar la sensación térmica cuando la velocidad es muy elevada. Por ejemplo, 37 grados de temperatura con vientos superiores a los 50 kilómetros por hora elevan en dos grados la sensación térmica y hasta tres grados cuando la temperatura es superior a los 40 grados.

La Ciudad viene siendo un infierno entre el calor extremo y los cortes de luz. Foto: AFP

La mayor sensación térmica calculada con precisión es de 65 grados. Todo lo que ocurra de allí para arriba, el SMN lo considera como mayor de ese valor, sin el dato concreto. ¿Cuándo podría darse el caso de que la térmica supere los 65 grados? Por ejemplo, si hay 34 grados de temperatura y una humedad del 100 por ciento, o 35 grados y 95 por ciento de humedad.

Aumento progresivo y alertas de salud

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Son muchas las combinaciones posibles y a medida que sube la temperatura obviamente hace falta cada vez menos humedad para que la térmica se dispare. Las diferencias son exponenciales: tal el caso de una temperatura de 45 grados, que con una humedad de apenas el 45 por ciento ya dispararía la sensación térmica por encima de los 65 grados, es decir, una diferencia de más de 20 grados.

Este miércoles se vivió en la Ciudad el primer día de la ola de calor. Foto: Mariana NedelcuEste miércoles se vivió en la Ciudad el primer día de la ola de calor. Foto: Mariana Nedelcu

La sensación térmica supone, además, cuatro instancias de precaución vinculadas a la salud: cuando la térmica se ubica entre los 27 y 32 grados, se prevé posible fatiga por exposición prolongada o actividad física; entre los 32 y los 40 grados, la precaución ya es extrema, con posible insolación, golpe de calor y/calambres; la tercera instancia ya se considera de peligro, entre los 40 y 55 grados de térmica, con riesgo de insolación y golpes de calor muy posibles por exposición prolongada o actividad física; finalmente, el extremo peligro ocurre a partir de los 55 grados, con golpe de calor e insolación inminente.

En cuanto a la subjetividad relacionada con la sensación térmica, el SMN aclara que “los efectos sobre una persona pueden variar según la edad, el estado de salud y las características personales de cada individuo”. Claro que esas particularidades son imposibles de involucrar en un cálculo promedio. Y además, ¿para qué querer conocer la cifra exacta del terror cuando el cuerpo reclama una camilla? Mejor pensar en que este coletazo del verano es el último agobio y que pronto llegará el esperado alivio.

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La historia de la joven que fue operada de un tumor y sufrió un extraño cuadro al despertar de la anestesia

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Cuando Weronika Somerville, a sus 14 años, se despertó de una operación cerebral para extirparle un tumor, no reconoció a las personas que estaban en la habitación del hospital. Eran sus padres. En el trayecto hacia un escáner posoperatorio, un médico empezó a hablar con ella. Se dio cuenta de que la joven no tenía ni idea de quién era él, a pesar de que era el cirujano que había llevado a cabo su intervención. Weronika había sufrido una complicación poco común: una amnesia retrógrada inusual. No podía recordar acontecimientos ni personas de su vida pasada. Sus recuerdos nunca volvieron.

“Solo sé lo que me contaron mis padres”, le dijo Weronika a la BBC. “Los médicos me preguntaban si los conocía. Recuerdo muchas caras que no había visto antes. El regreso a casa fue aterrador. Me daba miedo subirme a un coche. Simplemente, hacía lo que me decían. Me sentía como si volviera a casa con desconocidos que decían ser mi madre y mi padre. Mi madre me estaba enseñando la habitación que habían arreglado para mí después de la operación, pero nada de eso parecía mío. Recuerdo que miraba mi ropa y pensaba en quién se la habría puesto”.

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Weronika, de Prestonpans, una ciudad escocesa cerca de Edimburgo, cuenta que pensaba que estar allí era lo correcto, pero que toda su personalidad y sus relaciones familiares cambiaron. Afirmó: “Ellos nunca perdieron esa conexión conmigo, pero incluso ahora no creo que mi relación sea tan cercana como ellos quisieran. Estoy más aislada y fui más independiente desde la operación”.

“Mis padres constantemente me mostraban álbumes de fotos, y eso me molestaba mucho. Hablaban y se reían de cosas que yo había hecho cuando era más pequeña, pero por más que intentaba concentrarme en ellas, no recordaba nada. No me gustaba mirar fotos con ellos porque mis padres tienen un apego emocional a esos momentos y yo no”. Weronika tuvo que volver a aprender todo, empezando por las matemáticas de la escuela primaria y el inglés.

Dijo que le llevó poco tiempo volver a aprender, ya que después de que le enseñaran las lecciones, la memoria parecía desbloquearse: aprendió las tablas de multiplicar después de repasarlas dos veces. En la escuela secundaria, tuvo dificultades. No reconocía a ninguno de sus amigos y, al empezar de nuevo, se sintió atraída por diferentes personas. Después de una década de seguimiento, el tumor de Weronika comenzó a crecer lentamente y, en marzo del año pasado, llegó el momento de tomar medidas.

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Weronika, a punto de casarse, necesitaba una cirugía. Y uno de sus primeros pensamientos fue: ¿volvería a perder la memoria? “Estaba devastada. El cirujano dijo que definitivamente era posible que volviera a suceder. Pero, esta vez el tumor era más profundo y necesitaba la cirugía para mejorar mi expectativa de vida”.

El tratamiento de Weronika se presenta en la serie de la BBC Cirujanos: Al límite de la vida. En la serie, el neurocirujano especialista Imran Liaquat del Servicio Nacional de Salud (NHS) en Lothian, Escocia, explica el peligro de la complicada intervención.

El tumor estaba en el lóbulo frontal derecho del cerebro de Weronika, la zona responsable del pensamiento abstracto, la creatividad y la concentración. El cirujano tendría que identificar qué es tumor y qué es tejido normal y luego extirpar alrededor de este sin cortar tejido que pudiera afectar la función cerebral.

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“Preservar la función cognitiva es muy importante, es la esencia de quienes somos como individuos y los cirujanos pueden alterarla. Somos responsables de las complicaciones y ponemos a prueba los límites de una extirpación óptima y eso te afecta”, dijo Liaquat. Agregó que era imperativo extirpar la mayor cantidad posible de tumor. “La evidencia de tumores como el de Weronika es que necesitamos extirpar al menos el 80-90% del tumor para aumentar la ventaja de supervivencia”.

En el quirófano lo acompañaba el hombre que realizó la cirugía original de Weronika cuando era adolescente: el neurocirujano especialista Drahoslav Sokol. “No es fácil pensar en hacer otra cirugía, particularmente en el contexto de su complicación anterior, pero realmente necesitamos extirpar su tumor para prevenir más problemas en el futuro”, señaló Sokol.

Weronika estaba aterrada de despertarse y no reconocer a su prometido, Cameron. “El miedo era que la última vez que esto ocurrió cambió mi identidad: ¿qué pasará si él realmente ya no me gusta?”.

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Pero, Cameron se lo tomó con calma, haciendo álbumes de recuerdos fotográficos y álbumes de recortes de su relación y escribiendo notas y cartas a su prometida. “Ella significa todo para mí, absolutamente todo. Si perdiera la memoria, tendría que hacer que se enamorara de mí de nuevo y seguir desde allí”, dice Cameron.

Prácticamente, Weronika anotó todos sus datos bancarios y contraseñas, preparó un testamento y escribió una carta a su pareja para el peor de los casos. Al volver de la operación, la sala contuvo la respiración.

“Me desperté y todos estaban allí. Esta vez no sentí que me hubieran operado, sentí que había dormido una siesta”, afirma Weronika. “Mi familia estaba exhausta. Pero yo estaba completamente consciente y sabía exactamente lo que había pasado. Pude hablar”. “Vi a Imran y recuerdo haber dicho ‘me acuerdo de vos’”.

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Weronika se está recuperando bien y se casó con Cameron en diciembre. La joven espera poder tener una vida feliz después de que le extirparon el 100% del tumor y está en deuda con los dos hombres que lo hicieron posible. “No creo que pueda expresar toda mi gratitud a esos dos cirujanos”, afirma. “Esta es la segunda vez que me salvaron la vida. Cuando lo ves, te das cuenta de lo que hay detrás de todo esto y son como dioses, son increíbles”.

*Por Debbie Jackson

BBC Mundo

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Alguien ha calculado cuántos episodios de una serie debemos ver para saber si vale la pena y el número es bastante alto

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Posiblemente alguno de tus amigos te haya dicho en más de una ocasión que le des una oportunidad a Breaking Bad, Los Soprano, Perdidos, The Wire o alguna que otra serie más de estas que siempre vamos recomendando. Y es posible que también hayas ido a Google, hayas buscado cuántos capítulos tienes y hayas dicho: «Qué pereza». Pero aceptas la sugerencia, te pones a verla en tu TV y no te convence lo que ves. ¿Cuánto más debes seguir viendo para saber si es para ti?

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Normalmente con tres episodios ya suelo sentenciar muchos programas, pero si necesitas una respuesta más estadística quizás te alegre saber que alguien se ha propuesto averiguar el número exacto de episodios que deberías ponerte antes de decidir si abandonar o no su visionado. Spoiler: son bastantes, la verdad.

Para dar con este dato, Daniel Parris, de Stat Significant, se puso a analizar las notas de los usuarios de IMDb de una sitcom que todos conocemos, Friends, y descubrió que el promedio de valoración de sus capítulos rondaba el 8,34. Con esta calificación como punto referencia, dictaminó que la comedia de Jennifer Aniston y compañía encontró su sitio en el público a partir del episodio 7.

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Si en seis o siete episodios no te gusta…

Tras hacer esta prueba, puso en práctica su método de análisis con otras series de TV en IMDb comprando las puntuaciones de cada episodio con sus parámetros de calidad correspondientes para después calcular el promedio de la diferencia resultante por el número de capítulos. ¿El resultado? «Según nuestros hallazgos, la mayoría requieren de seis a siete episodios antes de que las calificaciones iniciales igualen (o superen) el promedio a largo plazo de esa serie», concluyen.

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Estadística

Como recuerdan en TechSpot, este dato es bastante alto si tenemos en cuenta que muchas producciones hoy tienen temporadas de seis u ocho capítulos. Sin ir más lejos esta semana se ha estrenado Daredevil: Born Again, con una primera tanda de apenas nueve entregas. Pero sí que es un dato que puede ayudarte a decidir si seguir viendo muchas series veterana como las antes mencionadas. Claro, que todo tiene sus excepciones: hay series de televisión que no arrancan hasta su segunda temporada, y otras que desde el primer episodio ya están haciendo historia. Pero sea como fuere, este dato estadístico es curioso.

Y tú, ¿qué opinas? ¿Cuánto tiempo le das a una serie antes de decirle adiós? Recientemente tuve dos casos de series que quise abandonar en sus primeros capítulos, Star Wars: Skeleton Crew y Dune: La Profecía, que una vez acabadas difícilmente me podrían haber gustado más. ¿Tiene otros ejemplos parecidos?

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