SOCIEDAD
Frankenstein o Drácula: la dura disyuntiva para JxC y millones de ciudadanos
Sergio Massa y Javier Milei se enfrentarán en el balotaje del próximo 19 de noviembre. (Foto: Tomás Cuesta/REUTERS).Si gana Massa, la mayor amenaza es que intente imponer su vena autoritaria y lo logre. (Foto: REUTERS/Cristina Sille)Si gana Milei, el peligro mayor será no que se imponga su vena autoritaria, sino que lo intente, fracase y tengamos una crisis institucional. (Foto: REUTERS/Matias Baglietto).La definición de Mauricio Macri y Patricia Bullrich reconfiguró el mapa político opositor. Fuente: NA.
Después de la votación lo explicitaron Luis Juez, Horacio Rodríguez Larreta y varios más, pero ya antes lo había adelantado Alfredo Cornejo: elegir entre Massa y Milei, para muchos en JxC, es como optar entre Frankenstein y Drácula.
¿Por qué? Porque como dijo el todavía jefe de Gobierno porteño, las dos propuestas suponen altos riesgos y despiertan pocas o nulas expectativas de mejora en este sector, llamémoslo el centro político, los que no están del lado del statu quo kirchnerista ni del lado del incendio como método para combatirlo.
Los argumentos para refrendar esta posición son diversos, pero podrían resumirse a lo siguiente.
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De un lado, Milei no brinda ninguna garantía de que, en caso de triunfar, vaya a seguir mostrándose tan herbívoro y modosito como ha estado los últimos días, simplemente porque su plan motosierra falló en la primera vuelta. No ha renunciado, de hecho, ni a la dolarización ni al cierre del Banco Central ni a ninguna de sus otras locas ideas; nos sometería, además, puede que en el corto plazo, al riesgo de un bloqueo político e institucional entre un presidente con afanes autocráticos y escasa inclinación a negociar nada, una oposición renuente a sometérsele y con amplios recursos para frenarlo y grupos de interés soliviantados, todo eso en medio de una crisis económica galopante, una combinación de consecuencias impredecibles, pero seguramente nefastas.
Del otro, si gana Massa, la sociedad y la democracia argentinas habrán premiado al que se dice, con algo de razón, fue “el peor gobierno de estos cuarenta años”, lo que ya de por sí pondría un rasero moral y de eficacia gubernamental muy penoso. Y se coronará un proyecto que tiene desde el inicio todos los rasgos del abuso: uso partidista del Estado, corrupción sistémica enquistada en las altas esferas y tolerada en todas las demás, capitalismo de amigos, inconsistencia fiscal agravada, intervencionismo estatal discrecional y aprovechamiento político de la pobreza, manipulación de la Justicia, uso del apriete y las amenazas para silenciar disidencias, vocación por dividir y fragmentar a la oposición de modo de anular el juego pluralista y varios etcéteras. Todo lo que podría moldear un nuevo ciclo de “hegemonía peronista”, uno que, a diferencia del peligro que representa Milei, tal vez dure muchos años.
Con esos diagnósticos en mente, se entiende que buena parte de JxC se esté resistiendo, en las gobernaciones y municipios, en las bancadas legislativas y la conducción de los partidos, a optar por uno o por otro. Lo hacen blandiendo el argumento de que finalmente los ciudadanos los eligieron para ser oposición, y una oposición mínimamente cohesionada y centrista es lo que más va a necesitar el país a partir del próximo 10 de diciembre, dado que difícilmente tenga buen gobierno.
El argumento avanza también respecto a las ventajas de que el próximo presidente tenga el menor margen posible para actuar unilateralmente. Dado que ambos candidatos ofrecen tan pocas garantías de un comportamiento sensato, lo mejor es que los respalden pocos votos, porque si más ciudadanos votan en blanco o anulan su sufragio, más necesitado estará el que gane de buscar apoyos en otras fuerzas, en el Congreso, entre los gobernadores, y más chances tendremos entonces de contener el daño.
Se entiende por todo esto, también, que los que más hicieran en estos días por tomar la delantera con esta posición fueran los gobernadores electos del espacio. Ellos son una suerte de “disco rígido” de la coalición cambiemita, representan éxitos electorales distritales por oposición a los fracasos a nivel nacional, necesitan mantener la alianza para conservar la mayoría legislativa en sus provincias y para negociar recursos desde una posición de fuerza con la próxima administración, varios de ellos encarnan una renovación generacional que también fracasó en las cúpulas y tienen ambiciones presidenciales que solo podrán ver florecer si JxC sobrevive a esta crisis.
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Es que los gobernadores están, por decir así, en la posición opuesta a Macri y Bullrich: para estos, la neutralidad era la vía más directa a la jubilación, si se quedaban del todo fuera de la competencia nacional no tendrían más opción que asumirse como mariscales de la derrota, y retirarse, todo lo contrario de lo que sucede con aquellos.
De allí también el apuro de Macri y Bullrich por dar el visto bueno a Milei, sin condiciones ni negociar nada, antes de que se reunieran y pudieran opinar los gobernadores, las conducciones partidarias y cualquier otro órgano más o menos institucional de Juntos. Macri lo explicó en los medios con algo de candidez: “Nos pedían tiempo porque no entendían la velocidad de los acontecimientos o porque querían apoyar a Massa”.
Claro, la idea de que la neutralidad esconde un vergonzante apoyo al oficialismo o que, al menos, indirectamente lo favorece hace un poco de agua ante la amplitud del efecto que han tenido los argumentos y planteos de los órganos institucionales cambiemitas. Lo cierto es que sucedió más bien lo contrario de lo que señala Macri, si antes de que las declaraciones se conocieran, era esperable que Morales, Lousteau y varios más de la UCR y otros partidos apoyaran a Massa, después de verse obligados a firmarlos, todos ellos tuvieron mucho menos margen para hacerlo. Con ellos sucede, en suma, lo que con Macri y Bullrich fue imposible lograr, que el grupo y las instituciones condicionen y limiten la autonomía de los individuos, su propensión a cortarse solos.
Mauricio Macri de todos modos, puede respirar aliviado, al menos por ahora: logró evitar, al menos de momento, que le colgaran el cartel de mariscal de la derrota, porque finalmente uno de sus dos candidatos entró al balotaje; así que no tuvo mucho que lamentar de los resultados de la primera vuelta. En alguna medida, incluso, debe haber respirado aliviado, porque el tercer lugar de Bullrich, en su opinión, no fue en ningún sentido un fracaso suyo, sino de los tibios y traidores que poblaban desde un principio su partido y la que hasta hace poco era su coalición, y que tarde o temprano tenían que quedar por el camino: los Larreta, Morales y Carrió, “socios de Massa”, les espetó.
¿Puede Macri ser con derecho señalado por esos otros sectores como el responsable principal de que JxC no pudiera sobreponerse a la competencia que le planteó Milei por los votos opositores y por el rol de “fuerza del cambio”? Hay buenas razones para pensarlo, y fue por eso que también hubo unos cuantos aliviados entre la dirigencia remanente de esa coalición cuando el expresidente convenció a Bullrich y ambos tomaron la decisión unilateral de apoyar al libertario, “a título personal”, sin esperar la resolución de los partidos, la mesa de gobernadores ni la reunión de los bloques legislativos. Es que consideraron que ese apuro de Macri les simplificaba las cosas: ellos en conjunto o algún grupo de ellos podrán ahora sucederlo en el liderazgo de la coalición, diseñar una estrategia de oposición para los próximos años y apostar a nuevas figuras emergentes para las futuras candidaturas del espacio. Podrán también consolidar el espacio, darle mejores reglas de juego, instancias de decisión y definiciones programáticas más precisas. Todas tareas que no habrían podido cumplir precisamente por la “interferencia de Macri”.
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Se sabe que Gerardo Morales es partidario de esta idea desde siempre. Y por eso se dedicó, igual que Lousteau, a polarizar con el expresidente y tratar de recuperar las posiciones que había perdido en las urnas, justamente, en manos de candidatos del macrismo. Sus intereses personales, paradójicamente, se alinearon así con los de su adversario: hacer estallar la confianza en la coalición, quemar puentes entre las fuerzas aliadas ante la disyuntiva de a quién votar en el balotaje, resulta para ambas partes, a diferencia de lo que sucede para sus órganos institucionales, un buen negocio.
Pero, ¿es que todo se redujo a la dificultad de lidiar con un padre tóxico? ¿No fueron acaso también los demás dirigentes del espacio incapaces de cooperar entre sí, resolver los problemas de funcionamiento interno y los desafíos de competencia que se les presentaron? ¿Por qué les sería más fácil hacer ahora, después de la derrota y de haber expulsado de mala manera a quienes fueron su máximo referente y sus candidatos principales, frente a un electorado profundamente decepcionado con todos ellos, lo que no pudieron lograr cuando tenían por delante la mejor oportunidad que se le haya presentado a las fuerzas no peronistas en las últimas décadas?
Son preguntas que conviene que se hagan en lo que queda de JxC, si desean, en serio, mejorar su desempeño. Aunque, antes de encararlas, tienen otras más urgentes: qué hacer ante las próximas elecciones, a quién votar, más importante aún, cómo plantarse frente a los dos posibles gobiernos que pueden asumir en pocas semanas, y qué hacer con los díscolos que vayan para un lado o el otro, siguiendo a Macri o motu proprio.
Para empezar por esto último, ¿hay todavía alguna posibilidad de reencuentro entre los dirigentes hoy enfrentados de JxC, o los caminos divergentes que han tomado ya son irremontables y los van a separar cada vez más con el paso del tiempo? En principio, podría especularse que, si gana Milei, lo más probable es que suceda esto último. Macri lograría, en ese caso, atraer a muchos dirigentes hoy dubitativos para nutrir al nuevo gobierno, y el resto, los que prefieran seguir siendo oposición, se verían forzados a cambiar de nombre, al menos en el caso del PRO. Cuántos recursos institucionales y votos retendría cada grupo es difícil saberlo, pero de seguro se volvería un divorcio en toda la regla, duradero.
En cambio, si Milei cae derrotado, Macri y Bullrich quedarían neutralizados como amenaza cismática, y los demás podrían simplemente ignorarlos en adelante. Por decir así, las urnas serían las encargadas de jubilarlos, esta vez definitivamente, así que no tendría mayor sentido promover su exclusión. Dado que este es un escenario factible, se entiende carezca de mayor sentido para la mayoría de la dirigencia neutralista de Juntos hacer lo que intentan Morales y Lousteau, aprovechar la decisión personal de Macri y Bullrich para apresurarse a declararlos desde ya “fuera de juego” y hacer coronar en su reemplazo el “antimacrismo”. Eso solo serviría para complicar las cosas con todos los legisladores y demás dirigentes que tal vez ahora los sigan, pero no tendrían problemas en mantenerse dentro de la alianza si Milei pierde.
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El punto es importante porque ilustra una cuestión que a unos y otros interesa: no apresurarse a romper lazos, y conservar cartas para jugar según cuál de los escenarios posibles se termina imponiendo. Porque no se trata solo de la incertidumbre sobre quién va a ganar, sino sobre qué hará el que le toque ganar: ¿será más o menos moderado, se radicalizará y encapsulará con sus apoyos más fieles o buscará negociar y cooperar con otras fuerzas para tener más chances de sobrevivir a la tormenta que se viene?
Las chances al respecto son también difíciles de determinar, pero como planteamos al comienzo, podría decirse que hay dos riesgos muy distintos según quién gane: si es Milei, el peligro mayor será no que se imponga su vena autoritaria, sino que lo intente, fracase y tengamos una crisis institucional más una debacle económica en poco tiempo; si es Massa, en cambio, la mayor amenaza es que lo intente y lo logre. Con cuasi mayorías en ambas cámaras, consiga hacer aprobar una ley de emergencia que le permita descargar los costos del ajuste en sus adversarios, por ejemplo en los distritos gobernados por la oposición, perseguir y disciplinar a jueces, fiscales, empresarios y medios que no se le hayan sometido de buena gana, y concentrar tanto poder como consiguiera en su momento Néstor Kirchner, para moldear un peronismo y un sistema político a su gusto. Todo lo cual puede incluso hacernos extrañar las buenas épocas en que había que lidiar con los abusos, pero también podíamos disfrutar de las torpezas de los continuadores del tuerto, los buenos de Cristina y Máximo, que según el candidato-ministro ya estarían resignados, o tendrían que ir resignándose, a “ver el partido desde afuera”.
En suma, es tal vez cierto, como algunos observadores analizan, que se está abriendo finalmente el tiempo del poskirchnerismo, tan ansiado por los adversarios de esa familia política durante tanto tiempo. Pero puede también que esto se esté logrando del peor modo, con la versión más gatopardista que pueda haberse imaginado.
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