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SOCIEDAD

Insólito: descubren una banda en Salta que roba toneladas de rieles del Belgrano Cargas

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La justicia detuvo a dos hombres que formaron parte de un banda que fue sorprendida por la policía de Salta cuando cortaban 25 tramos de vías del ferrocarril Belgrano Cargas en Salta por un peso de 5 toneladas.

Se trata de otro robo de vías más descubierto en los últimos meses, en el marco de una insólita modalidad que se está extendiendo en el norte del país y que afecta sobre todo la trama del Belgrano Cargas. Los rieles robados son llevados en camiones con rumbo al norte del país.

Al percatarse de la presencia de cuatro policías, los ladrones arrojaron las herramientas y se fugaron a toda velocidad sobre la espesura del monte de Coronel Cornejo. Sin embargo, dos fueron reducidos y detenidos y se les secuestró herramientas de trabajo, entre ellas, garrafas con sus sopletes, que aún estaban encendidos, para un trabajo de esta dimensión.

Una banda roba toneladas de rieles en, Salta.

Bajo la dirección del auxiliar fiscal José Rafael Lamas, la fiscalía inició la investigación con una serie de diligencias orientadas a dar con el resto de la banda, entre ellos, los principales responsables de esta cadena de delitos.

El fiscal federal Marcos Romero sostuvo que no se trata de un accionar aislado, sino de “una organización delictiva que tiene asoladas a las comunidades del norte provincial con esta clase de robos”.

Explicó que, desde hace meses, “se han registrado numerosos procedimientos, en su mayoría, por encubrimiento por receptación de cosas” de rieles robados.

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Se trata de hechos descubiertos al detectar, en distintas rutas de la zona, el transporte de rieles extraídos de distintos tramos de las vías del ferrocarril, perteneciente al Estado Nacional. En esos casos, todos los camiones tenían dirección al norte del país.

En 2021, la Justicia había condenado a otra banda por robar caños del Gasoducto GNEA en Salta, otra modalidad insólita.

Desde la presidencia de Cristina Kirchner hasta se hicieron varios anuncios de la renovación de los rieles del Belgrano Cargas. En 2018, con 680.107 toneladas acumuladas, el ferrocarril Belgrano transportó la mayor cantidad de cargas registrada en su historia. Pero sus vías nunca se terminaron de renovar en su totalidad.

En cuanto al robo de Salta, el fiscal Romero imputó a José Nicolás Peralta y Raúl Ricardo Vizgarra, ambos de la localidad de Aguaray, por el delito de robo agravado por ser cometido en banda, en grado de tentativa y en calidad de coautores.

En ese marco, el fiscal resaltó la gravedad del hecho, la naturaleza y logística del delito frustrado. Sostuvo que los acusados ejercieron violencia sobre los bienes que, de no ser por la intervención policial, iban a ser sustraído, tal como sucedió en otros numerosos tramos de vías del ferrocarril General Belgrano.

Siguen los robos de rieles en Salta.Siguen los robos de rieles en Salta.

Romero insistió en que la investigación se encuentra en una etapa clave para obtener más pistas que lleven no sólo a los otros acusados que lograron huir, sino a los principales cabecillas de esta modalidad delictiva.

La defensa, por su parte, cuestionó la pericia y se opuso a la prisión preventiva requerida en contra de Peralta y Vizgarra, para quienes pidió la libertad, pero con medidas sustitutivas, o bien, se aplique el arresto domiciliario, de manera subsidiaria.

Al resolver, la jueza de Tartagal Ivana Hernández coincidió con los argumentos de la fiscalía, pues también hizo referencia a la cantidad de actuaciones judiciales que inició la Sede Fiscal Descentralizada de Tartagal, en torno a delitos que circundan al robo de rieles. No desconoció tampoco la gravedad del hecho y el desvelo que causa en la comunidad el desmantelamiento de las trazas de las vías del ferrocarril Belgrano Cargas.

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Consideró, a su vez, que no se trata de un hecho cometido en “solitario”, sino que es parte de un accionar “orquestado” y que es prioritario llegar al final de la cadena delictiva, por lo que dio por formalizada la investigación penal, dictó la prisión preventiva de los acusados y autorizó las pericias pendientes.

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SOCIEDAD

La necesidad voraz y ansiosa de acumular libros que probablemente no se lleguen a leer en el transcurso de una vida

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Daniel Barenboim solía recordar el asombro que le causaba, cuando era niño, entrar en una casa (de algún vecino, de algún compañero de escuela o amigo del barrio) y constatar que allí no había piano. Consagrado al teclado desde pequeño, habituado a que la música fuera el alma y el centro de cualquier reunión familiar o celebración hogareña, la presencia de un piano le parecía algo corriente, lo que le llamaba la atención era su ausencia.

Una extrañeza parecida, mezcla de desasosiego y perplejidad, invade al lector ferviente cada vez que entra en una casa donde no hay biblioteca. El ojo busca ansioso, casi por instinto, no ya la sala elegante o la boiserie suntuosa, pero sí los viejos estantes estoicos y chuecos por el peso, las pilas desgreñadas que obturan rincones y estrechan pasillos, la señal tranquilizadora, en definitiva, que rápidamente establece un territorio común, la lengua franca que allana un umbral de entendimiento, más allá de cualquier diferencia. Dos que leen. No importa qué (tomar examen sobre gustos y preferencias en esta materia es de inquisidores, no de lectores gozosos). Sin embargo, como los pianos de la infancia de Barenboim, los libros en las casas van camino de ser una rareza.

Librería de viejoShutterstock

Sobre la cofradía de los que resisten, atrincherados en una pasión que fácilmente se tuerce en manía, el ensayista Antonio Castronuovo ha escrito su Diccionario del bibliómano. Nótese que evita la palabra bibliófilo, y eso marca un rumbo, porque se trata de una reflexión (llena de humor y autoironía que el iniciado, cómplice, hará propia) sobre ese punto sin retorno en que la predilección se vuelve adicción y el placer, “vicio”.

Todo empieza con la gula, nos dice el autor (más tarde se referirá a la “bibliofagia”). Llega el primer libro “después entran diez, treinta, y luego de los cien ya no nos detenemos más. Voraces y ansiosos, se cumple lo irreparable: se acumulan muchos, demasiados al fin. Y no es posible hacerlo de otro modo”. La casa entonces, el hábitat del pobre bicho lector, ya consumido por la carcoma del libro, empieza a organizarse en torno a los volúmenes. Se discute con la pareja (si ha tocado la mala suerte de que sea una persona sensata de esas que no comprenden el dulce mal del bibliómano), se desalojan otros objetos, se ocupan paredes, se planean incluso mudanzas al ritmo frenético de la avalancha de papel. Porque no hay que perderse una sola página, recomienda Castronuovo; incluso “hay que comprar los libros que a la noche no necesariamente se tiene ganas de leer, sino solo de hojear”. Y, glosando al crítico Giuseppe Pontiggia, nos alienta a dejarnos ir, locos de contento, y a ceder a la compulsión: “Es algo trivial hacerse los moderados con los libros […] Nunca dudar en la compra […] Y sobre todo, cuando el precio es alto, vale pensar en el término mágico ‘inversión’, ‘excusa de todos los negocios irreales’”.

«La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos»

En ese frenesí, Castronuovo defiende un concepto difícil de captar para el foráneo: la antibiblioteca, el vasto cúmulo de libros que abarrota repisas y que probablemente no lleguemos a leer en el transcurso de una vida: “quien posee millares de libros ha leído a lo sumo un décimo, incluso si los ha hojeado distraídamente a todos. La biblioteca privada es, en efecto, un instrumento de investigación, por lo cual los libros acumulados valen más que aquellos leídos: es fácil convenir sobre el hecho de que una biblioteca sirve si contiene la masa de aquello que no sabemos, que es bien mayor de aquello que en cambio sabemos. Y dado que con el paso de los años aumentan los conocimientos, crece también el número de libros para leer, que se acumulan cada vez más sobre los estantes. […] Se deduce que la recurrente pregunta: ‘¿los leyó todos?’ no solo carece de fundamento, sino que además es tonta en su esencia.”

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Hay, con todo, un efecto secundario benéfico de esta pasión insana. Es sabido que cuanto más cultive uno sus entusiasmos, menos condicionado por ciertos límites de la biología se verá. La cultura emancipa de algunas fatalidades de la naturaleza. La pasión por el conocimiento, por el deporte, por las ideas o por el arte rompe, por ejemplo, las barreras de la edad, de la geografía. Un tablero de ajedrez, una disciplina científica, la obra de un compositor, el talento de un creador, acercan lo que el azar del tiempo y el espacio ha puesto distante. Sin esas aficiones quedamos atados al terruño exiguo de un momento y un lugar, al capricho del corte generacional y lo que las modas (por lo general lamentables cuando se las mira en perspectiva) hayan hecho con eso -y si sólo somos eso- con nosotros. En el cultivo de esas aficiones que nos salvan de la más plana existencia, por dispares que sean o alejadas de la literatura que estén, siempre, en algún recodo del camino, nos esperará un libro.

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